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Artículo de Crates (publicado por David Metrocles)

30 años más de bachillerato y televisión: Pasolini y la noviolencia

30 años más de bachillerato y televisión: Pasolini y la noviolencia

«Los perros, de cierto, ladran a quien no conocen» (Heráclito de Efeso, s VI a.C)

I- . Introducción.
II.- ¿Es violenta la noviolencia?
III.- Evitar el contagio de la violencia neocapitalista.
IV- ¿Por qué suprimir el bachillerato y la televisión?

Noviembre de 1975. En España cesa formalmente la dictadura; empieza el transito oficial desde la llamada cultura intolerante a la llamada cultura tolerante -a ratos constitucional, a ratos incluso progresista-. Hubo quien fue perdiendo discretamente los bártulos de la lucha armada y ahora encabeza «movimientos contra la intolerancia» que recorren colegios y despachos exhibiéndose y cobrando contra la intolerancia; los padres compran juguetes bélicos a los hijos para que los quemen en la fiesta contra el juguete bélico del colegio. El cambio del país se plasma en al menos dos hitos: la extensión del derecho a la educación hasta los dieciséis años -enseñanza secundaria obligatoria-, y la extensión del derecho de los espectadores a la elección -aumento de los canales de televisión e incluso de las horas de emisión-.

Noviembre de 1975. En Italia es asesinado criminalmente el escritor y cineasta Pier Paolo Pasolini; pocos días antes había defendido públicamente la abolición de la televisión y de la enseñanza secundaria obligatoria, una «modesta proposición» para erradicar la nueva criminalidad juvenil -no defensiva sino destructiva, no plasmada en robos a los burgueses, sino en agresiones contra las mujeres, suscitadora de una curiosidad morbosa que se refleja en los periódicos-. Pensaba que ante esa criminalidad, los progresistas «han sido rebasados por la realidad, arrastrando, como una mascara ridícula, su progresismo y su tolerancia» (nota 0).

Muchos casos de violencia de género que tanto clamor autojustificatorio despiertan hoy entre psicólogos, políticos y policías españoles tienen lugar a manos de quienes en aquel año eran niños y sobre quienes entonces eran niñas, ella y él llevando como uniforme para el colegio una pequeña bata con rayas azules.

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Gracias al aumento de los canales de TV -y además al ya entrañable y antañoso «vídeo», etc-, en España aumentan las ocasiones de ver películas de Pasolini, y entre ellas y otras fuentes, queda algo claro: Pasolini evitaba banalizar sobre la tolerancia, sobre que la alternativa a la intolerancia sea la llamada tolerancia. ¿Quizás lo es la noviolencia? ¿La lúcida e impotente noviolencia?

II- ¿Es violencia la noviolencia?

Sin embargo, como con otros temas, la relación de Pasolini con la noviolencia no se reduce a declaraciones, sino que hay que destilarla del desafiante magma de su obra. Es una paradoja hablar de claridad en un autor paradójico. Y si declara simpatía por la no-violencia, lo hace una vez más complicando en vez de simplificando:

«En toda mi vida he ejercido una acción violenta, ni física ni moral. No porque sea un fanático de la no-violencia -la cual, si es una forma de autoconstricción ideológica, también es violencia-. Nunca he ejercido en toda mi vida violencia alguna, ni física ni moral, simplemente porque he confiado en mi naturaleza, es decir, en mi cultura».

Un enigma más de una larga carrera. Durante 25 años y hasta su asesinato, publica una literatura orgullosamente bastarda, que suena como «un gran concierto con stradivarius y zambomba». Dirige películas que no parecen a ninguna otra, habida ni por haber; y sigue con ello en los setenta, pero sin poder evitar, ante su impotencia fascinada, que se conviertan en referentes del porno suave y el consumo sicalíptico. La Iglesia católica tan pronto le premia como le difama; disiente voluntariamente del comunismo oficial salvo cuando éste deja de estar de moda.

Por el respecto físico, es sabido que no hay que tomarse al pie de la letra el «nunca he cometido...» de un vigoroso aficionado al deporte amenazado de muerte por fascistas. Para mi, lo interesante es destacar a qué se refiere esa con esa cultura que emancipa de la violencia, y que escapa a nociones paralizantes de noviolencia -sirvan para denigrarla o para refugiarse en ella-.

En la superficie, flotan alabanzas típicas de experiencias más o menos consolidadas: declara -con veracidad, pero quizás con una pizca de melancolía- que la escuela de Barbiana era uno de los sucesos más revolucionarios de la historia de Italia. Deja de ser típico, para ser sorprendentemente tópico, en su polémica en verso -era así- con las practicas de autodefensa violenta de los estudiantes de izquierda, a finales de los sesenta:

«Los jóvenes policías que vosotros/.../hijos de papá, golpeasteis/ pertenecen a la otra clase social/... vosotros, amigos (aunque en el lado/ de la razón) erais los ricos/ mientras que los policías (aun en el lado/ equivocado) eran los pobres.../ ...En estos casos, amigos/ hay que darles flores a los policías».

Estas declaraciones son dignas de Pedro Guerra, o de un locutor retransmitiendo una veladora «revolución de terciopelo» ucraniana o yugoslava, pero no de Pasolini. El objetivo de la polémica es aceptable, pero la voz todavía no: es un error llevar a cabo tal exculpación de la policía para cuestionar el clasismo encubierto -y que el tiempo manifestó (1)- de los estudiantes italianos. Si tuviese sentido o fuese veraz recordar que los policías son «hijos de pobres», sería para recordar que el mayor enemigo de un pobre es otro pobre, pues pobres son los machacados por las diversas policías públicas y privadas.

En una extraordinaria crónica de un viaje a la India (2) es sin duda más sutil -en la medida en que el término es aplicable a Pasolini, no hablaba ni leía las lenguas de la India, pero durante una visita sacaba amplias consecuencias de los gestos, era así, o lo tomas o lo dejas-. Encuentra por las calles, en las formas de saludar, de morir, de holgar, que «la noviolencia está en las raíces del pueblo hindú... La noviolencia está en sus raíces, en su misma razón de vida». Pero se vuelve tópico en sentido contrario al anterior: no se priva de relacionar la ’dulce, adorable’ noviolencia de las masas hindúes con su incapacidad de trascender una realidad ’de pesadilla’, y en concreto en hacer real la supresión oficial del sistema de castas.

Pero la mayor amenaza para los hindúes la encuentra en un cambio de sus deseos, superar la pesadilla integrándose como consumidores en la economía internacional. Algo que simboliza en la creciente presencia de coches Fiat y hace de algunos burgueses hindúes «gamberros... dignos de Milán». La simple naturaleza o cultura noviolenta no es suficiente para superar esta amenaza: «objetivamente, el peligro existe... los frágiles tienen una gran tendencia a volverse feroces; sería terrible que un pueblo de 400 millones de habitantes... se occidentalizase de esa manera mecánica y deteriorada. Todo hay que desearle a este pueblo, menos la experiencia burguesa, que podría volverse de tipo balcánico, español o borbónico».

Pero es en una película anterior a la «polémica en verso» donde el tema de la debilidad de la noviolencia ante realidades de pesadilla (y de la violencia como apuesta de la razón) encuentra un contexto sugerente -como cabía esperar en un cineasta, «empirista herético», para quien el lenguaje del cine coincidía con el de la realidad, era así-. En Pajaritos y pajarracos (1965), de un «surrealismo de fábula», un cuervo -intelectual marxista «que no se reconoce finito» y al que su creador acusa y disculpa simultáneamente de «rompepelotas»-, hace sarcasmo de la no-violencia mientras adoctrina desinteresadamente a un ’italiano medio’ y su hijo (afines a las parejas hispánicas típicas del dibujante Ibáñez); un buen trecho de la película visualiza, acompañando al cuervo, la historia tragicómica de dos franciscanos que convencen a las rapaces y los gorriones de la necesidad del amor mutuo... hasta que las rapaces tienen hambre y se zampan a los gorriones.

Si la cosa quedase así, se trataría de un mensaje no-no-violento tan tópico como tópico es el mensaje no-violento de entregar flores a los policías; el tópico que divide la sociedad entre los que comen y los que son comidos, y de la ineficacia de los valores morales y de diálogo en ese contexto. Y sobre esto adoctrina, entre otras cosas, un cuervo parlanchín, que parla... hasta que los adoctrinados tienen hambre y se lo zampan. El penúltimo plano de la película se dedica a sus plumas y huesos, y el antepenúltimo es su perspectiva cuando es cazado.

Entre las lecturas de esta fábula al completo, podría contarse el que la historia es demasiado complicada para distinguir nítidamente entre victimas y verdugos. Pasolini se vio forzado a tratar el tema dentro y fuera de su obra, pues lo sufrió como parte de campañas de difamación. Bajo y contra el fascismo, Pasolini y su hermano se unieron a la defensa de la cultura de la región italiana de Friul -el hermano de Pasolini empuño efectivamente las armas-. Pero la causa de los Pasolini era «históricamente inoportuna» para los aliados comunistas: no casaba con los intereses de la política del momento, la alianza con el nacionalismo yugoslavo, que ’integraba’ a eslovenos y croatas y reclamaba aquellos territorios -años después, desde el antimilitarismo hemos visto y sufrido cómo la gente de tradición comunista, pasó a considerar oportuno condenar demonizar a ese mismo nacionalismo porque se hacía funcional al anticomunismo occidental; «colorean sus mentiras según los tiempos», decía Maquiavelo de Savonarola-. Esto condujo a un episodio oscuro durante el que el hermano de Pasolini fue ejecutado por los guerrilleros comunistas.

El blanco para la prensa de derechas iniciase campañas de denuncia de la ’vileza’ del compromiso comunista de Pasolini, aliado con ’los asesinos de su hermano’, y más en general para que los que acercaban Italia a la OTAN entonasen la letanía de que ’la guerrilla tiene tantos costes humanos que no merece la pena’ estaba dado. Uno de los hermanos Pasolini, que se enfrentan a un padre fascista, y se alían, según confesó Pasolini en muchas ocasiones, a la femenina dulzura materna, refractaria a los valores patriarcales -por cierto, tema grato a las especulaciones en el campo noviolento- acaba siendo asesinado por sus aliados de rebeldía. La prensa de derechas abrió sus habituales navajas de hipocresía -a veces, los países latinos se parecen- para hurgar en las ’contradicciones’ de Pasolini.

Así valoraba veinticinco años después la muerte de su hermano: «Tan sólo confirma mi convicción de que nada es sencillo, que nada acontece sin complicaciones o sufrimientos, y que lo que cuenta, sobre todo, es la lucidez crítica, que destruye las palabras y las convenciones, y va hasta el fondo de las cosas, dentro de sus secretas e inalienables verdades». Pero fue más elocuente su respuesta, tanto poética, como cinematográfica.

Pasolini volvió una y otra vez al tema de Edipo, padre de Antígona, la que ante el poder que le pide que se una a la multitud en la condena de los enemigos de la ciudad, le recuerda que nació para compartir amor y no odio. Lo hizo en una de sus películas más hermosas -Edipo, hijo de la fortuna (1967)-; y no sólo como «el complejo», sino como mito de uso político en la tragedia griega original. Utiliza una radiografía del mito edipico -o una radiografía mítica de la situación edipica-, del mito del que comete el mayor crimen buscando evitarlo, como respuesta ante tales campañas, pero también como enseñanza ante el desconcierto de las ambigüedades asociadas a la política revolucionaria. La rebeldía del maldecido por su padre/amo engendra desastres, más cuando se vuelve amo que intenta librar a las masas de la peste; y lo hace por su incapacidad de comprender la realidad y su interior.

Pienso que, en la exhibición creativa de esta complejidad, la figura del cuervo recurre bajo nuevas encarnaciones en otras obras de Pasolini (más que la de Edipo); se zahiere a quien, desde la atalaya intelectual de una visión desengañada y dual de la historia -cadena de sufrimientos-, es patéticamente anulado por esa misma historia. Es bien conocido que en Saló o los ciento veinte días de Sodoma (1975), Pasolini ambientó -reiteró- en los últimos días del régimen fascista en Italia una obra del marques de Sade sobre el gozo que la nobleza percibe en torturar a inocentes, una obra que expone muy gráficamente ese gozo... Pero no está claro realmente en que tiempo transcurre la obra: los fascistas - en su imagen, siguen el modelo de una época en que estaban a punto de ser derrocados y fusilados por la Italia democrática- citan justificándose las palabras de los autores franceses «libertarios» de moda intelectual en los 70, que admiraban a Sade y criticaban en su nombre al «humanismo». ¿Actualiza a Sade, o cuestiona la novedad y «libertarismo» de la crítica al humanismo?

En su fascinante novela póstuma Petróleo (3) , se produce otra de estas recurrencias, bajo la forma de una «fiesta antifascista» organizada por la esposa de un gobernador civil: lo que aquí se actualiza -recurre- en la Italia de los años 70 es la fiesta liberal de los primeros capítulos de la tercera parte de Los demonios de Dostoievski. Pero si en Dostoievski la fiesta satirizada se caracteriza solo por lo grotesco de su discurso -el autor hace chanza hasta de una pantomima de esas que hoy hacen los grupos antimilitaristas para «comunicarse con la sociedad»-, en Pasolini la cosa es más profunda: concurren, en una serie de pronunciamientos que pueden , tal como los presenta Pasolini, interpretarse como fascistas y como antifascistas, todos los tópicos de la intelectualidad de izquierda de la época.

¿Cuál es el denominador común de todo esto? Para una primera aproximación, recuerdo que Pajaritos... comienza citando la respuesta cínica de Mao Tse-Tung a una típica ’gran pregunta’ sobre el destino de la humanidad: «¡bah¡». Precisamente, a lo largo de la película, oiremos otras veces esa expresión, cuando se piden explicaciones sobre un hecho trágico. El «¡bah!» suena como un cañonazo que abre paso a la actitud práctica, al vivir sin contemplaciones; y precisamente en su reportaje sobre la India, distingue entre los hindúes, cuya forma de ser les impediría trasformar la realidad, y los chinos, que han sido capaz de superar (1962) en la práctica, a base de ahínco, lo que parecía imposible.

Tratando de pueblos que se sacuden instituciones mutiladoras, Pasolini opta sin triunfalismo por respetar pudorosamente el espíritu práctico, sin zarandajas ni cantamañaneria, que adopta medidas tajantes. En sus entrevistas con Duflot -1970- (0), se asusta (irónicamente) de que se dé por descontado que él no apoyaría políticas terroristas -cuando en cuestión de meses pasaría a cuestionarlas radicalmente-; quizás porque renunciar de antemano a una opción dada -la violencia política «terrorista»-, autolimitaría una de las virtudes que más alababa en su propia naturaleza -era así de coherente contra la hipocresía, tenia el valor de alabarse en público-: «mi incapacidad personal para aceptar la fuga, la renuncia, la falta de responsabilidad».

Precisamente, encuentra en la encarnación noviolenta de la burguesía hindú, pese a sus elevados ideales -«Gandhi y Nehru»- un caso de esta evasión: «... los burgueses indios nacen ya sumidos en ese infierno: en esas ciudades informes y hambrientas, ... entre las carestías y las epidemias, ... parecen traumatizados por todo ese entorno... Los escasos profesionales... tienen frecuentemente un aire asustado, frecuentemente atontado... Así es como se aíslan en la vida familiar, a la que dan una importancia absoluta: cargados de hijos, cultivan la dulzura de estos; su dulzura transferida se perpetúa en la otra, tierna, de los hijos, y así se cierra el círculo de la dulzura, un poco vilmente y de manera egoísta».

Más en general, Pasolini no desacredita la violencia -no se autoconstriñe, evadiendo el compromiso-, cuando ésta es rechazo de una mutilación de capacidades humanas, sea usando el arma del Estado -así, pide a Nehru medidas de emergencia que saquen a India de su ensimismamiento-, o sea rebeldía armada, o sea violencia sin justificación «ideológica» -así, añora a los pequeños ladrones ’que robaban por no tener otra alternativa’-.

Pero sí denuncia a quien la defiende intelectualmente, la glorifica como acción ’lucida’ que acepta ’con realismo’ la continuación de la cadena de violencia y sufrimiento presente en la historia. La «no-no-violencia» defendida por los intelectuales no es para él sinónimo de «violencia» (a diferencia de «no-no-llueve», que es sinónimo de «llueve»), sino la encarnación como «pensamiento crítico» de la omnipresente violencia sutil de las sociedades neocapitalistas. Sus películas y obras literarias denuncian -interrogan- poéticamente esta complejidad.

III. Escapar del contagio de la violencia neocapitalista.

Naturalmente, este ultima toma de postura oblicua respecto a la noviolencia es algo difamatoria: ¿a qué estas acusaciones, sin análisis que las respalde y mediante la retórica de las artes? Sucede que Pasolini no busca un análisis intelectualmente correcto de lo que denuncia, sino los una interpelación hecha cuerpo mediante el lenguaje poético -que «individualice un momento de relación anómala entre las ideas y la realidad» (4)-. Un ejemplo de ello sería su tratamiento del mito de Edipo, al individualizar mediante su experiencia los dilemas y tragedias de las luchas de liberación. Pero la historia de la Italia post-fascista produciría en muchas ocasiones esas anomalías a las que Pasolini quiso responder poéticamente.

Como explica Antonio Giménez Merino (1), el uso poético del lenguaje le permite intervenir sobre valores distintos a los del desarrollo industrial. Y estos valores distintos son tanto más necesarios cuando la izquierda coetánea que los había adoptando se mostraba estancada (es decir, en relación anómala con la realidad).

En realidad, el zaherir poético se inserta en el conjunto de la obra de Pasolini, un autor que había conseguido una enorme atención pública en Italia no solo por su pensamiento, sino por su vida y tendencias -algunas de sus películas (Edipo, Medea, Saló) se justifican, e interpretan en muchas ocasiones, y son anunciadas por el autor, como mentís a hipótesis sobre su trayecto personal-.

Lanzando al debate público el órdago de su experiencia de agredido y (auto)marginado social, profundiza en la labor de ilustración y renovación cultural que la brillante izquierda marxista italiana -los países latinos no siempre se parecen entre sí- había realizado frente a los conformismos clericales heredados; buscando, como Nietzsche, aplicar la crítica ilustrada a los propios defensores de la Ilustración, la racionalidad y el progreso; buscando un lenguaje que les anime a atreverse a pensar, a los defensores y a sus adoctrinados, en temas que, pese a lo que creen, no han tenido la madurez de afrontar (o así lo creían Nietzsche y Pasolini)

Se trata de usar el lenguaje poético no librescamente, sino como lenguaje de acción. No me parece casual que Pasolini enfrentase alrededor de 30 procesos por «ofender al pudor» con sus publicaciones o, al parecer, con sus actos; y cuando su expresión no hizo caer sobre sí el peso de la justicia, hizo caer sobre sí el peso de las riñas de los intelectuales de izquierda y de derecha con polémicas periodísticas continuadoras y superadoras de la polémica en verso: contra la permisividad en el uso de las drogas, contra la televisión, contra el derecho al aborto y al divorcio, contra el arte moderno...(y también contra el régimen de poder de Italia, presentado con tonos tremendistas que la realidad demostró mas tarde que eran moderados)

En los 40, Pasolini sufrió denuncias eclesiales por los entonces vigentes delitos de estupro y homosexualidad, ante las que el Partido Comunista italiano, en que militaba, no le prestó apoyo -demostrando su timidez y complejos ideológicos-; pero se diría que esto no le apocó, sino que le reveló una forma de desempolvar la sociedad: volver a su favor la represión, dándole la vuelta aprovechando su impulso y usándola para denunciar al que la aplica. Sí, un proceder que se encuentra en cualquier catecismo noviolento, pero con una diferencia: no lo dirige sólo contra instituciones ilegitimas (en los juicios), sino contra conformismos marginadores y autocomplacientes (en las polémicas periodísticas).

En adelante, «intensificó progresivamente sus intervenciones, imprimiendo más incisividad a unos blancos cada vez más terriblemente concretos, y engrosando tanto las filas de sus amigos... como las de los enemigos (los depositarios o los siervos de un poder que primero le despreciaron como intelectual y homosexual, confinándole al limbo, y después, viendo que el esfuerzo de encerrarlo en un gueto resultaba inútil, decidieron mostrarle sus dientes)».

En Pasolini, el objetivo no son principalmente instituciones, sino las rutinas e inercias culturales y las tendencias sociales que representan -como pretende también la guerrilla de la comunicación-. Principalmente, las que impulsan la sociedad de consumo, halagadoras del alivio rápido y narcisista del consumidor; inercias que a juicio de Pasolini contagiaban a la cultura de denuncia izquierdista, sin que está se diese cuenta (pues pensaba estar ’liberando’) -y por eso, en la «fiesta antifascista» de Petróleo, el momento de mayor confusión entre fascismo y antifascismo se produce cuando durante una conferencia se pide ’iniciar el debate...’:

«Se conjuntaban, maravillosamente conjugados, dos factores: la crítica política -todavía un tanto poco clara; pero había alcanzando el límite de la soportación- y la fatiga pasotista, nacida de la imperdonable prolongación del deber escolar. Dichos dos factores, maravillosamente armonizados... consiguieron hacer estallar sin más titubeos el debate, al que estaban todos impacientes por llegar, en una común, unitaria, irresistible condena a todo personalismo, a todo paternalismo, a toda enseñanza ex catedra, a toda represión».

Pasolini suponía que mucha cultura progresista suponía una adaptación inconsciente, animal, a la necesidad capitalista de convertirlo todo en mercancía: «Esta revolución capitalista... necesita hombres libres de ataduras con el pasado -el pasado de ahorro y moralismo [de la Italia tradicional, incluso bajo el fascismo]-; quiere que estos hombres vivan... en un estado de imponderabilidad: esto les permite privilegiar el consumo y la satisfacción de sus exigencias hedonistas como único acto existencialmente posible».

Este contexto habría favorecido una corrupción del significado de desobediencia -que Pasolini comenta en una carta a Marco Panella, líder del Partido Radical italiano, y abanderado de tópicos que compartimos con él muchos antimilitaristas del estado español y en concreto la rama anarco-lumpen-burguesa-independiente-:

«Hace diez años (en los 60), los significados de las palabras ’obediencia’ y ’desobediencia’ eran profundamente distintos... ’desobediencia’ significaba aún el maravilloso sentimiento que incitaba a rebelarse frente a siglos de contrarreforma católica, de clericalismo, de moralismo pequeño burgués y de fascismo. [Pero estos males seculares] son ’residuos’ que suponen una molestia sobre todo para el nuevo poder [consumista]... De acuerdo con la ideología destructora del nuevo modo de producción, quien se cree desobediente -y se exhibe como tal- es en realidad obediente y conformista; y en cambio quien disiente de esa ideología destructora... por creer en los valores que el nuevo capitalismo quiere destruir, resulta ser, por tanto, desobediente en realidad». Llamaba, en consecuencia, a convertir las campañas de desobediencia civil en campañas de «nueva obediencia» y en «huelgas reclamando que se nos impongan deberes».

De hecho, la resistencia de Pasolini contra la crítica destructiva al pasado reaparece a ratos hoy en día en situaciones cotidianas: por ejemplo, en esos cementerios para elefantes de la progresía que son a veces las cooperativas de consumidores ecológicos, es frecuente oír sobre cómo ’el tiempo ha demostrado la razón que tenían nuestras abuelas’ cuando nos reñían por nuestra falta de «ahorro y moralismo», y nos hacían apagar la luz o el televisor. Se diría que se produce un despertar del sueño de «conformismo desobediente» que denunciaba Pasolini, al darse cuenta de que los actos ’conservadores’ a los que se desobedecía -ahooro, austeridad- son ahora actos necesarios.

Giménez Moreno aporta documentación significativa sobre cómo este lenguaje alcanzó a la crítica izquierdista a las «enseñanzas inútiles» y a los saberes «no técnicos», llamando a una revolución cultural que en realidad respondía a las exigencias del modo de producción capitalista (de nuevo, cf.1; el mismo Freire denunció estas tendencias en sus ultimas obras); un lenguaje cuya irracionalidad de fondo -pese a su aparente realismo- se revelaría adicionalmente por la agresividad y estigmatización con que respondía a Pasolini en su polémica con estas tendencias -el lenguaje de los peritos derechistas que le inhabilitaban ante los tribunales coincide con el que le dedican los izquierdistas contrariados por sus intervenciones: ’’inmaduro’, ’narcisista’, etc- (5).

Pero la crítica también toca al poder contagioso de lenguajes codificados del pasado, como cuando en Escritos corsarios compara el lenguaje de las revistas ’contraculturales’ con el de los boletines de padres misioneros y les unifica en la misma incapacidad de aportar algo distinto al victimismo -algo que aun se puede comprobar hoy en día, cuando encontramos juntos de la mano, hijos de un mismo léxico, de unos mismos énfasis, a diversos críticos de la inmadurez de las masas que se manifestaron contra la guerra de Iraq y el 13-M ante el PP (y más en general, de la ’insuficiente coherencia’ de todo lo que no es ellos): las pintorescas catequesis ’solidarias con los empobrecidos’ de los grupos anarcopapistas comandados por Julián Gómez del Castillo; los grupos insurreccionalistas incendiarios; los comentaristas de extrema derecha de la COPE. Aquí, solo el linaje y las marcas de nacimiento -un abstracto ’no mataras’ en vez de un abstracto ’matadlos a todos’; pero en los tres casos con un ’cobardes’ murmurado entre dientes- es lo que marca la diferencia.

De nuevo en varias partes de Petróleo, destaca Pasolini como la degradación del presente echa sus raíces en el pasado. Resulta especialmente elocuente el fascinante apunte 101 de la novela, dónde una hija «tradicional» y otra «moderna» resultan igualmente funcionales a los planes fascistas de su padre, especialmente cuando la «moderna» actúa «tradicionalmente» según le aconseja su valoración «moderna» de la situación, y la «tradicional» actúa «modernizadamente» según le aconseja su valoración «tradicional». Historia no tan ficticia si pensamos que el «socialista» bélico Tony Blair ha dejado carteras del gobierno de Inglaterra como la de Educación en manos de una «joven y dinámica madre» -tetramadre, la señora-,miembro del Opus Dei..... O el sorprendente anarcoprimitivismo que se ha adueñado de algunas emisoras de la orbita del Opus -y no cualquiera, sino Radiointereconomia, ’la radio del inversor’-, donde una señoritas muy simpáticas se congratulan de que ellas pueden ser madres de verdad, no como las lesbianas, que lo son ’artificialmente’.

Intente el lector distinguir donde acaba el fondo reaccionario -acomplejado- y empieza el gesto moderno, en éxitos televisivos como «Los Serrano» -triunfantes en la misma televisión que sacrificó a Mariano Ozores por ’políticamente incorrecto’-(6); donde acaba el fondo reaccionario y empieza el gesto moderno en locutores de éxito como Carlos Herrera -con bigotes como los del inventor del cura ’Don Camilo’, una de las bestias negras de Pasolini-.

Pero volviendo a Pasolini, la exposición de las raíces antiguas del lenguaje moderno resulta tanto más nítida (y quizás familiar en este punto de la historia contemporánea y futura de España) en el siguiente párrafo ’testimonial’ de Petróleo de Pasolini -’testimonial’ entre comillas porque es el «Gran Final»(sic) del ciclo de «la Visión del Mierda», advierto que la novela Petróleo quizás es inaguantable, pero nunca vulgar-:

«... entre todos aquellos muchachos [jóvenes italianos medios]...NO HABIA NI UNO TAN SIQUIERA que hubiese mostrado hacía alguien o hacia algo una mirada, no digo de amor y de simpatía, sino ni siquiera de curiosidad ... se dio cuenta de que si aquellos jóvenes y muchachos se habían vuelto así, quería decir que tenían la posibilidad de convertirse en lo que eran; por lo tanto, su degradación también degradaba su pasado, que era todo un engaño (subrayado mío). En tercer lugar, Carlo intuyó que aquellos jóvenes y muchachos pagarían su degradación con sangre: en una hecatombe que convertiría en algo ferozmente ridículo su presumida ilusión de bienestar».

Este tenor de comentario no lo circunscribía Pasolini al ámbito tolerable de obras de ficción. Y así, se descolgaba en un periódico de gran tirada, poco tiempo antes de su muerte, con descripciones como ésta de unos pobres bañistas que habían caído bajo su mirada (¿cobraría por publicar estas cosas?): «esos jóvenes imbéciles y presuntuosos, convencidos de estar hartos de todo lo que les ofrece la nueva sociedad; e incluso de ser, en esto, modelos casi venerables». Digamos que Pasolini denunciaba un estilo de vida que consideraba liberador el exhibir que no se está saciado, es decir, sotto voce, que anhela que la producción capitalista siga alimentando el ansia de novedades.

El lenguaje de los consumidores y el de las izquierdas falsamente desobedientes, el lenguaje innovador del consumismo y el lenguaje tradicional tienen en común: ser lenguajes que eluden la experiencia de la contaminación con otros códigos -experiencia que Pasolini pretendió testimoniar y/o provocar con su obra -; eluden tomar conciencia de las dificultades de engarzar lenguaje -cultura- y realidad, y por ello facilitan que las formas de Poder se instauren socialmente como por inercia, por su propio peso, siguiendo ’la lógica de las cosas’ o incluso ’las leyes de la historia’. Algo que en la Italia postfascista se habría plasmado en la consolidación del capitalismo de consumo basada en su aceptación por todas las clases sociales, como algo a lo que ’se tiene derecho’: pues los intelectuales, políticos progresistas, etc, se han unido en la deslegitimación de todo lo que se oponga a la demanda de productos que satisfagan necesidades, lo útil.

A mi juicio, lo denunciado por Pasolini sigue operando en algunas cabezas. Si se consulta una de las obras de cabecera de la socialdemocracia que aun se molesta en dar explicaciones - ¿Hay futuro para el socialismo?, John Roemer, ed. Cátedra; por lo demás riguroso e interesantísimo- la justificación del abandono de las políticas revolucionarias se fundamenta en que hay que adaptarse a las características de la gente tal y cómo la observamos hoy en día actuar en las instituciones de mercado; ya ni siquiera se habla de la «prudencia ante la amenaza golpista», de que «puede darse otro Chile» -la prudencia ante un enemigo de clase en una sociedad dividida-, sino que la conducta consumidora de la gente se presenta como un dato inapelable, al que hay que respetar en nombre de la tolerancia racional.

La continuidad entre estos planteamientos «racionalistas» y los tradicionales viene dada, para Pasolini, por la negativa a afrontar la irracionalidad propia y ajena, la que se expresa en la diversidad de formas existenciales que se expresan a su vez en formas diversas de cultura (lenguaje, hábitos, vivencias), y que solo puede ser asumida con individuación poética. En el libro de Giménez Merino (1) y en la introducción a la edición castellana de la novela de Pasolini Ragazzi de vita (7), y en las diversas biografías del poeta, se nos expone cómo en el entorno intelectual y político de Pasolini no se entendía -y se rechazaba- su interés literario y vivencial por los ambientes más míseros de Roma, llenos de gentes de costumbres anticuadas y arcaicas, «casi animales». Sucede que Pasolini era consciente de que también estas partes irracionales forman parte de la historia, y daba importancia a eliminar los tabúes que impiden la comunicación y dejan a cada parte aislada ante la intemperie del sufrimiento histórico.

Pasolini, lo que el análisis racional no puede revelar -como la fórmula química de la sopa no puede revelar el sabor de la sopa- no es una ’necesidad espiritual’ que las instituciones racionales ’no respetan’ (como decían los disidentes religiosos de los regímenes comunistas, que se limitaban así a reclamar un objeto de consumo más); no es nada cuyos derechos haya que reclamar, pues su expresión puede ser siniestra. Lo que escapa es la heterogeneidad de respuestas existenciales a las circunstancias de la vida, que forma una historia intima -llena de paradojas y contradicciones- que sale a flote en ocasiones en la historia oficial y de forma traumática (cf. Apuntes 65/66 «Jardín medieval» -esto es: Irán,. Iraq, ¿nos suena?-; y Apunte 67 de Petróleo, ’La fascinación del fascismo’).

Edipo, creyéndose superior a quines derroca, venciendo a soldados no con el enfrentamiento directo, sino agotándoles bajo sus irracionalmente pesadas armaduras -gracias a que puede huir sin tan pesada carga-, es en realidad ciego a la historia que le caerá encima; el cuervo de Pajaritos..., que, encantado en su charla sobre victimas y verdugos, no percibe como desean hacerle victima, son denunciados por Pasolini por su ilusoria superioridad racional, tan irracional como lo analizado (Dejo a quien lea que traiga por los pelos una reflexión sobre cuanto se parece la estrategia de Edipo a la que nos recomiendan los manuales de noviolencia para derrocar regímenes irracionales y opresivos, para que caigan por su peso). Entra aquí el problema de la «jerarquía» y su irracionalidad que tanto encandiló a Nietzsche.

Si la cultura «progresista» dominante no da importancia a la percepción poética, desgarrada, de la tragedia de la historia, ha olvidado esto, sería, a grandes rasgos, porque el culto a la eficacia ’práctica’, ’real’, ’inmediata’, ’desengañada’ actúa como inhibidor de la curiosidad, como pretexto para hacer tabla rasa del desconcierto histórico y mantener una continuidad con el conformismo fascista. Pasolini no se opone al culto a la eficacia y al rechazo de sermones humanistas cuando hay que superar una situación de opresión; pero en un contexto democrático, donde los intelectuales, políticos, etc, deberían poder hacer valer el peso de la palabra, hay que sospechar del culto a la eficacia práctica, más allá de los discursos; sospechar de que tal democracia es (queridamente) irreal.

En términos porno-poéticos, Pasolini lo expresa con el angustioso protagonista de Petróleo, Carlo, católico del sector «izquierdista» de la democracia cristiana que se emancipa de la condición de penetrado (risitas) y recupera «su viejo pene», cuando al fin encuentra fascistas de su talla; no los fascistas «retrógrados» cuyos eslóganes eran puro desvarío, «ellos mismos eran los primeros en no creerlos», «penosos fantasmas cuyo derecho a circular derivaba tan sólo de una decisión de la CIA», que «daban pena y nada es menos antiafrodisiaco que la pena»; ante ellos se siente superior y se hace consciente de que «los verdaderos fascistas son los antifascistas en el poder. El poderoso era Carlo, no esos estúpidos niños llorones que no conocían el origen de su propio dolor»; Carlo, «sin la ingenuidad del hombre práctico que del poder tiene una idea ingenua e infantil... parte de la minoría-guía, de la élite que tiene una conciencia ética del poder, además de programática; y que justamente a través de su actitud crítica hacia este ultimo, lo preservaba enmascarando su violencia». En fin, se emancipa de la condición de penetrado («el MAL absoluto») ocupando el centro de la sociedad con una gestión eficiente.

Pero esto formó parte también, una vez más, de forma exhaustiva, de su ultima obra de polémica. Denunciaba cómo un ’lenguaje objetivo de los derechos’ -medidos en capacidad adquisitiva-, la urgencia de poseerlos, fomentaba en los años 70 una «guerra civil interior» de la burguesía, entre los sectores instalados y los arribistas. La apelación a carencias objetivas -de las que había que «redimir a la gente que no sabe que tiene derechos», con afán «misionero»-, enmascararía una realidad que, tal y como la describe Pasolini, se acoge a la visión perspectivista de, otra vez, Nietzsche; enmascararía la perspectiva resentida -y facilitaría el error ’bioepistemológico’ de situarse en una perspectiva ’omnisciente’ que está detrás de libros como el de Roemer: ’satisfacer a todos’, ’a los hombres como los demás’-. Cito de la última «Carta luterana»:

«A través del marxismo, el apostolado de los jóvenes extremistas de extracción burguesa ... a favor de la conciencia de los derechos y de la voluntad de realizarlos... no es más que la rabia impotente del burgués pobre contra el burgués rico, del burgués impotente contra el burgués poderoso... Recuérdese: estoy hablando de extremistas, no de comunistas... En esta guerra civil, las personas sin derechos encarnan una función antigua y bien conocida: la de carne de cañón / El extremista enseña que quien sirve tiene derechos idénticos a quién manda... que hay que pretenden una felicidad idéntica a lo de los explotadores [en vez de afirmar confiadamente:»si hay explotadores, ¡peor para ellos¡«]... una lucha definida verbalmente como revolución marxista leninista se degrada en una lucha civil vieja como la de la burguesía, esencial para la existencia de la burguesía ... En la masa de los intelectuales (socialistas, comunistas, de izquierda) la lucha por los derechos ha adquirido la certidumbre del conformismo, el terrorismo y la demagogia».

Por lo demás, no ve que lo peor de este tipo de exhortaciones sea que puedan llevar a una acción, sino precisamente a unos objetivos tan ambiciosos que justifiquen la inacción. Contesta a un polemista: «Al desbordarme por la izquierda, Firpo cae en el conformismo puramente obstruccionista. En particular, sale al paso de mi anticonsumismo diciendo que sólo una hipotética dictadura austera del bien podría salvarnos de la degradación hedonista. Puesto que esto es inconcebible, conformémonos». Parece -enlazando con la temática porno-lírica- que opina de los extremistas que de repente se moderan ante condiciones objetivas lo que Jean Genet en su obra «El balcón»: que no recuperan la condición de penetrado, sino que delegan la condición de penetrador.

La exactitud de esta descripción del ’mundo interior’ del intelectual evangelizador puede contrastarse, ad nauseam, con los «Diez pasos para ingresar en una secta política» recogidos en esta misma web. Naturalmente, no hay que tomarse al pie de la letra las palabras de Pasolini, o aceptarlas aisladamente: no sólo porque su parentesco con el lenguaje de Nietzsche -y de las telenovelas- debería movernos a aplicar a Pasolini su propia medicina -o simplemente recordar, como ante Nietzsche, si no será que el ladrón cree que son todos de su condición-, sino porque el propio Pasolini extendió su exhortación a desconfiar de la posición del que interpreta y guía -’intelectual’- sea cuál sea su registro, también si es lírico y exaltador.

En términos difícilmente superables lo hizo en su excelente guión inédito «Porno-teo-kolossal» (8), donde en la tercera parada del viaje alegórico de los protagonistas, Numancia, se encuentran con el poeta que insta a las masas a cometer suicidio antes de esclavizarse ante el enemigo. El enemigo encuentra los resultados del suicidio colectivo de todos los habitantes de la ciudad, de todos... menos del poeta (que encontrará ánimo para hacerlo en ocasión más adecuada a su gloria). Se diría que Pasolini se ha vuelto escéptico respecto a la comunión que, en su manifiesto por el teatro de la pobreza, esperaba encontrar con el público, o sobre la capacidad de respuesta del autor.

Tal vez el poeta numantino se ve en esa situación porque tiene un contacto puramente intelectual, abstracto, con la experiencia de aquellos a los que se dirige -autoconstricción en la que, según Pasolini, también incurría el cuervo de Pajaritos...-. Como Carlo en Petróleo: «Carlo nunca había tenido en real consideración aquellas presencias humanas ... algo que impidió a los ojos y a la capacidad de Carlo captar la realidad de los hermanos humanos subproletarios (digo ’hermanos’ porque él era católico). Sabía que existían, eso sí. Y también conocía su problema. .. que siempre se le había presentado a lo largo de su existencia como un problema abstracto... He aquí porque era un problema de los comunistas... y, por tanto, el democrático católico de izquierdas Carlo no podía planteárselo como tal. Nunca, lo repito, ni una sola vez, había hecho coincidir el conocimiento de dicho problema con una persona que lo viviese en su propio cuerpo. Y era ese cuerpo lo que los ojos de Carlo rehuían».

En su película Teorema (1968), Pasolini hace vivir a un poderoso industrial la experiencia, el valor de mirar, que a Carlo falta -mediada por la lectura de Tolstoi, un clásico de la noviolencia-: y el industrial, actuando en consecuencia, dominado por el éxtasis de su descubrimiento, abandona su fábrica, que queda en manos de los obreros. Sin embargo, esto no produce la realización de una revolución autogestionaria; en vez de eso, vemos al industrial desnudo, recorriendo el desierto y lanzando alaridos -la última vez que vi la película, la copia era tan vieja que ese fotograma se quemó-. Hemos visto al principio de la película que los obreros reciben desconcertados la fábrica. Quizás las razones de la sequía que rodean al liberado industrial están en que una revolución no puede ser meramente destructiva -retirar al patrón-, sino que, como santurreamos los noviolentos, tiene que tener una parte de construcción de alternativas entre la base. Y entre tanto, nadie tendrá valor de mirar.

Podemos extraer conjuntamente, de estas situaciones en Porno-Teo-Kolossal y Teorema la moraleja de que lo importante para una revolución no es en la definición que del participante en ella da el interprete, sino de la capacidad del participante de tomar concepto de sí y de sus propias fuerzas. Algo que buscamos, según decimos, los que andamos enfrascados con estos temas de la noviolencia. Y algo que formaba parte de la revolución con la que Pasolini todavía decía soñar: «Siento nostalgia de la gente pobre y autentica que luchaba por destronar al amo sin convertirse en amo. Se entiende que lo que lloro es la revolución pura y directa de la gente oprimida cuyo único objetivo es hacerse libre y dueña de sí misma».

Se refiere a la lucha de los obreros agrícolas del Friul, cuya lucha satisfacía simultáneamente la vocación poética de Pasolini -«evocadora de una humanidad preocupada por problemas no prácticos», a diferencia de la histeria extremista; una vocación poética cuya operación consiste «poner en movimiento el mecanismo mental que conduce de la introspección a expresión y viceversa», en crear «los descubrimientos y profundizaciones lingüísticas» que acompañan necesariamente a cualquier descubrimiento y profundización interior «y viceversa»-. Fantaseaba en un poema con su propia naturaleza -como una Selma Novy cualquiera, pero esta vez habiéndose quedado ciego voluntariamente, a lo Edipo-, afirmando que «el exquisito y el subproletario» se encuentran en el mismo lugar, «sin más hondura que la de los sentidos / la alegría es alegría, el dolor es dolor».

Es todo esto lo que vuelve, esta capacidad pedagógica de la poesía para expresar y provocar descubrimientos interiores, lo que Pasolini intenta recuperar con su postura de guerrillero -’corsario’- de la comunicación en las polémicas periodísticas, y con su impresionante obra lírico-poética (en todos los géneros y soportes). En el fondo, en el terreno de los hechos, no estaba en desacuerdo con el cuervo y los extremistas -o así interpreto el impresionante ultimo plano de Maria Callas de la por otra parte manierista y mediocre Medea (1970), o la lacónica última replica del padre fascista en la obra teatral «Calderón» (otra reiteración, esta vez de «La vida es sueño» en la España franquista): cuando la hija dice haber soñado que el pueblo se unía para rescatar a las victimas del gran matadero institucionalizado de los verdugos, el padre cierra la obra recordando que esta vez sí, inapelablemente, lo que recuerda la hija es un sueño-. El problema no está en la realidad, sino en la actitud hacia esa realidad, en reunir el valor de mirarla y vivir en ella.

IV. ¿Por qué abolir el bachillerato y la televisión?

¿Cuál es el mayor peligro que encontraba Pasolini en la televisión y los medios de comunicación que pretendía cerrar? No simplemente el hecho de que el lenguaje de televisión sea esencialmente autoritario, impositivo, sino su «desdramatización de delincuencia juvenil, toques de queda auténticos, ejecuciones capitales, homicidios gratuitos». No solo es que la televisión no analice estos hechos: es que además los desdramatiza, «manipulándolos, para presentarlos a la opinión pública» de modo que ésta los tolere. Pasolini pretendía que se volviera a vivir el sentido dramático de tales hechos.

Perdidos los valores y cultura del deber que hacían de diques a la compra y vaciamiento de las conciencias mediante objetos de consumo, solo cabía esperar algo de la provocación poética -que convirtiese el dolor en dolor, la alegría en alegría, ¿la desobediencia en desobediencia?-.

En llegando a este punto, no está de más comparar esta imagen de Saló

con esta otra de las torturas en Abu Graib -Iraq-, de las que dio la vuelta al mundo y nos satisfizo al mostrar por televisión pruebas de la maldad de los americanos -25 años después de la revolución nicaragüense, 30 años después de Chile, 50 años después de Guatemala, del momento y lugar en que Ché Guevara ’despertó’-.

El móvil con cámara permitió, como la linterna más potente, inmortalizar la capacidad de la recluta paleta y sus compañeros -que incluyen al papá de su hijo- para crear una ’provocadora imagen’ pasoliniana; más lejos, la recluta posa permitiendo que se inmovilice su complejidad con esta imagen. ¿Se han puesto los reclutas a la altura en que siempre estuvieron los intelectuales de Saló? ¿Los intelectuales de Saló están a la altura en que siempre estuvieron ciertos reclutas eficaces y condecorables? ¿Qué piensan Jorge Drexler -y su Óscar por homenajear al Ché Guevara- de todo esto?

En los años 30, Luis Buñuel creyó lograr escandalizar a los burgueses conservadores mezclando, en «La edad de oro», a Cristo y a Sade -el de los 120 días, además-; en la semana santa de 2004, los burgueses conservadores demuestran la ingenuidad de Buñuel extasiándose en masa ante el sadismo de «La Pasión», de Mel Gibson; en los 70, Buñuel ya se había dado cuenta de que cada vez es más difícil escandalizar. Se dice que para uno de la quinta de Buñuel, Antonin Artaud, la imagen verdadera es la cruel. Pero Pasolini -y seguramente también Artaud- piensa que a cierto nivel la patencia cruel de la verdad es imposible sin la potencia contrastante de la más despiadada dulzura -«¿Qué estas damas dicen gilipolleces?... son monstruos, como nosotros mismos cuando soñamos esto o aquello... Si yo fuese chacha, hablaría como ellas. Algunas noches» (Jean Genet, introducción a Las criadas)-. Hablar de valores y sentimientos negados por la cultura dominante, convirtiéndose en una anomalía para ella.

Aquí está, en mi opinión, la clave del desconcertante encabezamiento que Pasolini hace de su posición sobre la ley del aborto, propia en apariencia de esa torcida interpretación de la noviolencia y la ’cultura de la vida’ que la Iglesia católica se saca de la manga : «Estoy traumatizado por la legalización del aborto, porque la considero una legalización del homicidio. En mis sueños y en mi comportamiento diario... vivo mi vida prenatal, mi feliz inmersión en las aguas maternas: sé que allí existía».

Pero estamos en realidad ante un uso polémico de la franqueza, de sondear la realidad de la tolerancia de una época conduciendo una premisa hasta sus ultimas consecuencias visibles -no intelectuales-, echando en cara que nuestra definición de la vida de los otros es estereotipo que nos blinda ante la realidad; el gran dibujante de comics Martí realizó operaciones parecidas en sus historietas de «El víbora» reunidas en el álbum «Terrorista», incluyendo una lacónica distopia de aborto obligatorio. Se asume un papel reaccionario, intempestivo, para sacudir las raíces sensoriales y emocionales del conformismo encubierto de una opinión pública consumidora del supermercado de opinión (9)

En la misma clave cabe entender sus polémicas contra el divorcio, la droga, y otros iconos ’progresistas) que él juzgaba nihilistas, que arrumbaban con las costumbres de épocas reaccionarias -las que molestaban al neocapitalismo consumista-.

¿Habría dedicado el mismo trato a las campañas de desobediencia al servicio militar obligatorio, juzgándolas iconos de una falsa tolerancia que abre camino al consumismo, parte de una lucha por conquistar comodidades ’modernas’ frente a las incomodidades ’arcaicas’? ¿O se habría dado cuenta de cómo esas campañas, en su forma insumisa y desobediente, impedían que la rebeldía se recluyese en un guetto, ponían a los opresores en su justo lugar, desde el que se puede decir «tanto peor para los explotadores»? Leyendo el boletín anticarcelario de los insumisos de Pamplona, Giltzapeko Paranoiak, quizás hubiese pensado las dos cosas; pero en la medida en que pensase la primera, no se me caerían los anillos por plasmarle un tartazo de nata en su careto indignado.

Naturalmente, la obra periodística solo cobra sentido en el contexto de la obra total. Y aquí cuando nos acercamos a la expresión en ella de esa naturaleza que es cultura, de esa cuya expresión alejaba a Pasolini de toda forma de violencia, tenemos poco que decir. Pues como decía Pasolini, una obra que tenga eficacia poética, provocativa (en el sentido que hemos comentado arriba) tiene dos partes que integran su mensaje: la ideología, que es la racional, secundaria y algo trivial, y el sentido, que es irracional, indecible, e importante.

¿Es decible cómo se pierde la voluntad de rescatar golondrinas del arroyo, a riesgo de la vida, en Ragazzi di vita?

¿Es decible la intensa emoción que produce comprobar que el horror de Saló, el horror de una película de alguien que ha vivido el horror fascista, se cierre con una conversacioncita encantadora entre dos sicarios fascistas, que bailan tiernamente entre ellos porque se aburren?

¿Son decibles los míticos vasos comunicantes que parecen unir novelas como Ragazzi di vita en Italia, Sí te dicen que caí, de Juan Marsé, en España, y Los ríos profundos, de José María Arguedas, en la tierra de los quechuas?

Cambiando de artes y de autores: ¿Es decible que Shostakovich, en su sinfonía número 13, se meta irremediablemente a algún pobre oyente en el bolsillo no en cualquier momento, sino poniendo música a los comentarios cursis de Ana Frank sobre la primavera que llega -y prosiga después la música que refleja la historia, «como un aullido interminable»-? ¿Es decible que no se dibuje al doctor Manhattan en ese único momento de todo el comic ’Watchmen’ en que vacila? Aquí ya no caben artículos, y cada quien debe hacer su experiencia (10).

Por eso Pasolini está en contra de la enseñanza secundaria y la televisión, porque no habilitan (como nada lo hace en la sociedad) para hacer esa experiencia, hacer el descubrimiento lingüístico que acompaña a la profundización interior. Falta de esa habilitación, a los casos individuales de sufrimiento solo les quedan dos opciones complementarias: convertirse en casos individuales, perdidos en su exceso de concreción, «siempre evasiva respecto a la historia», o intensificar su evasión mediante el consumo.

En esa evasión, está siempre presente la posibilidad de romper límites hasta llegar a la criminalidad; más aun, hasta el acoso escolar; más aún, hasta la burla de los que nunca se habrían burlado de ti; en el mejor de los casos, al así llamado pensamiento de que ’la enseñanza escolar es opresiva porque constantemente se condena la violencia’ -cosa que nos pone los ojos como chiribitas a los de la quinta del referéndum de la OTAN, la perestroika y las charlas de objeción ... o a los que todavía teníamos profesores que se negaban a politizar las aulas guardando minutos de silencio por las victimas de ETA-; en ultimo caso, a situaciones extremas que no es el momento de comentar, pero ante las que los progresistas solo saben muchas veces menear la cabeza, mirar para otro lado, o añorar ’los aspectos positivos de la enseñanza autoritaria’.

Puestos a buscarle un problema parcial a la educación secundaria, no deberíamos verlo en que no se enseñan ’cosas útiles’, o ’filosofía’, o a que ’no se eduque para la paz’, sino a que se marginan asignaturas como plástica y música -y gimnasia, venga-. Pero como dice Pasolini en su carta sobre el asunto, la cuestión es más global: «La escuela obligatoria... es una escuela de iniciación a la calidad de vida pequeño-burguesa... Para un obrero y su hijo basta una buena escuela primaria hasta quinto. Ilusionarlo con un avance... lo hace ser presuntuoso... y le frustra angustiosamente, pues esas dos cosas que ha aprendido no le proporcionan más que la conciencia de la propia ignorancia»; podemos añadir: se han limitado a atrasar el tiempo en que se llega al matadero, y es al abrir los ojos allí cuando solo queda la respuesta frustrante a la frustración. Para la TV vale lo mismo «multiplicado al infinito».

¿Y que quedaría tras las dos aboliciones? Aquí Pasolini se complace con una declaración tan vaga como las que criticaba en otros, aunque tenga que ver con el fomento del conocimiento de sí mismo desde la base, con ese deseo que le aproxima a las claves del pensamiento noviolento y autogestionario: «tal vez nos ayudaría a que una barriada -sin escuelitas abominables y abandonada a sus tardes y a sus noches- encontrase un modo de vida propio. Posterior al de antes y anterior al presente... Para garantizar los vínculos informativos de la barriada -como de cualquier otro lugar cultural- con el resto del mundo bastaría con los periódicos murales y L’Unita -el periódico del partido comunista-: y sobre todo, con un trabajo que en un contexto así asumiría naturalmente un sentido distinto, tendente a unificar, de una vez y por decisión propio, el modo de vida con la vida». ¿Contaría Pasolini a Internet entre las garantías de esos vínculos culturales?

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Pero hablando de noviolencia no es con teorías, sino con hechos, con lo que procede terminar; y más tras este largo artículo, donde (con un proceder tan lamentable e irresponsable como tirarse pedos en medio de un cuarteto de Beethoven, o comentar a Nietzsche basándose en la interpretación de Heidegger), he establecido conexiones entre el pensamiento de Pasolini y los catecismos de la noviolencia -¿antiafrodisiacos?-. Cierro con un enunciado de hechos esperables, de los hechos que la gente que le conoció esperaba de Pasolini. Hablando del proceso a la persona que asesinó a Pasolini, y de una polémica sobre indemnizaciones, anota su biógrafo Marco Tulio Giordana:

«¿Qué dinero podría resarcir la perdida de Pasolini? ¿Y cómo pretenderlo de un chico como Pelosi, que -a pesar de toda su responsabilidad, de sus simulaciones, de los posibles encubrimientos proporcionados a misteriosos responsables- no deja de ser en cualquier caso la segunda victima del delito que él mismo ha cometido? Rossana Rossanda ha escrito que ’si hubiese sobrevivido, Pasolini habría estado de parte del chico que lo había intentado matar a golpes. Maldiciéndolo, pero con él. Y así hasta el inevitable, quizás previsto y temido, suceso mortal’».

NOTAS

(0) Las citas sobre el pensamiento social de Pasolini proceden de Cartas luteranas. - Barcelona, Trotta, 1997, y de la importante obra citada en la nota 1. Me siento influido y aludo a veces a lejanas lecturas de las ya descatalogadas ediciones de Escritos corsarios (Planeta) y Conversaciones con Pier Paolo Pasolini, de Jean Duflot (Anagrama), libros que perdí en el marasmo de los prestamos. Las referencias a películas se basan en la memoria y en notas tomadas cuando las vi, con lo que pueden filtrarse errores. No tiene desperdicio la página en italiano www.pasolini.net, que tiene también sección en castellano.

(1)Todo lo que yo indicó aquí, salvo lo erróneo, se encuentra contextualizado y desarrollado en Pier Paolo Pasolini : una fuerza del pasado / Antonio Giménez Moreno. - Barcelona, Trotta, 2002. Es muy interesante la sociología del movimiento estudiantil italiano, pero no sólo.

(2)El olor de la India : crónica de una fascinación. - Península, 1996

(3)Petróleo. - Seis Barral, 1993

(4) Descripciones de descripciones. - Península, 1997 . El texto del que se toma la cita es una reseña de Las ciudades invisibles, de Italo Calvino.

(5) Para lo primero, Marco Tulio Giordana (Pasolini, un delito italiano. - 2004, Ronsel) recoge la edificante historia de uno de esos peritos; para lo segundo, recreado por Pasolini con su habitual masoquismo instrumental, las mismas Cartas luteranas (Trotta) y Escritos corsarios (Planeta, descatalogado), passim.

(6) Para mayor abundancia en la injusticia de la situación, cf. «¡Qué vienen los socialistas!»/Santos Zununegui, en: Antología crítica del cine español 1906-1995 / Julio Pérez Perucha (ed.). - Catedra, 1997.

(7) Chicos del arroyo. - Cátedra, 1990

(8) Revista «mientras tanto», nº 53, 1993, pp. 81-124

(9) Disiento aquí de Giménez Merino, para quien la posición de Pasolini ante el aborto «adolece de subjetivismo», por no haber apoyado una campaña justa -aunque fuesen justas sus criticas ’culturales’-. Creo tanto como él que la campaña por el derecho al aborto era una campaña justa, y también lo hacia Pasolini, que, si mal no recuerdo, expone en Escritos corsarios que apoya, por humanidad, el derecho al aborto; lo que sucede es que Pasolini también la consideraba una campaña ganada -daba por descontada la victoria del «sí» en el referéndum-, y eso le dejaba espacio para tratar otros temas más de fondo.

(10) Este párrafo tiene como único objeto aumentar la probabilidad de que este artículo, y la web de Tortuga en general, aparezcan en los buscadores de Google.

  • 4 de abril de 2005 23:07
    • 4 de abril de 2005 23:09, por .

      decía que maravilloso y divertidísimo artículo. más por favor, más...

  • 10 de abril de 2005 00:05, por Es-mirriada (ex esmirna)

    Hay cosas con las que, desde mi punto de vista no estoy de acuerdo, pero como a este artículo no debe procededer un debate (ni creo que haya ganas) pongo un enlace de una página sobre pier paolo.
    Muy bien por recordar una figura tan extrema como Pasolini!

    Ver en línea : web de pier paolo

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