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¡Que corra el merengue!

Historia, teoría y práctica del tartazo político

Historia, teoría y práctica del tartazo político

¡Haced volar 1.000 pasteles!

Pequeña historia del lanzamiento de pasteles de Kees Stad (Amsterdam)


Las películas mudas ya nos lo habían mostrado: el pastelazo en la cara del malo de la película tomado por sorpresa -por muy previsible que sea- nunca dejaba de tener el efecto buscado entre el público del cine. Este acto anárquico, que atenta contra las buenas costumbres, transformaba en un periquete a un señor de gran presencia -como, por ejemplo, el empresario tirano que maltrata a Charlie Chaplin- en una figura ridícula. La humillación resulta completa y la carcajada por el mal ajeno, bien grande. Los grandes maestros como Laurel & Hardy elevaron esta recurrida payasada a la categoría de performance artística. El lanzamiento de pasteles nunca se reduce al acto en sí mismo. Su efecto completo no se desarrolla hasta que Oliver Hardy, en aparente actitud estoica, limpia su traje de algunos restos de nata, mientras que Stan Laurel permanece a su lado, con su cara de «te lo tienes bien merecido» y asintiendo con la cabeza lentamente para subrayar lo anterior, Hardy pierde entonces el poco control sobre sí mismo que le quedaba y decide dar rienda suelta a sus deseos de venganza soltándole un pastelazo en la cara a Laurel.

Lo que hacía ya tiempo que llevaba la pátina de la época de las películas de cine mudo, sufrió un esperado revival con el «movimiento de los pasteles» de los años setenta. Provocó una oleada de temor entre los estratos más altos de la sociedad. La idea de acabar una charla y pasar a la posterioridad con una cara llena de nata llevó a más de uno a renunciar a salir en público.

En los EEUU este movimiento tuvo un líder destacado, el yippie Aron Kay. En 1976, coincidiendo con el doscientos aniversario de la declaración de independencia, este gran maestro del pastel político atrajo la atención sobre sí al lograr plantarle en plena cara un pastel de crema de café al perro fiel de Nixon y embajador en la ONU, el racista Patrick Moynihan, durante un acto electoral para el Senado. El pastelazo y la explicación de Aron -«Lo hice para protestar por la política exterior de los servicios secretos a los que servía Moynihann»- consiguieron acaparar mayor atención mundial que todas las manifestaciones de aquel año juntas. Con una velocidad sorprendente, Aron continuó su bombardeo y «acertó» en los rostros de uno de los teóricos de la derecha William F. Buckley, el artista Andy Warhol, el alcalde de Nueva York Abe Beame, dos antiguos jefes de la CIA así como toda una serie de personalidades relacionadas con el Watergate. Sus pasteles ayudaron a echar altos cargos del Ayuntamiento y a apartar de la carrera presidencial al supuesto candidato progresista de 1980, Brown.

«La felicidad es un pastel de nata»

Phyllis Schlafly fue una de las críticas más contundentes de la propuesta de cambios de la ERA (Equal Rights Amendment = Enmienda de Igualdad de Derechos), que debía conceder a las mujeres derechos iguales en toda una serie de aspectos, y portavoz de la por desgracia exitosa campaña conservadora en su contra. Se convirtió en víctima de Kay, con ocasión de la celebrada concesión en 1977 del premio «National Women’s Freedom Award». Al día siguiente se podían ver en todos los diarios del país las fotos de Aron coronando el pastel en su objetivo y Schlafly sacándoselo de los ojos. La celebración en sí misma quedó en un segundo plano, y la televisión, excepcionalmente, no emitió nada al respecto. Corre el rumor de que las direcciones de las cadenas de televisión habían acordado ignorar los pienings (pastelazos), como venganza por el pastelazo realizado por Aron unas semanas antes en los estudios de la NBC. Más tarde Kay se presentaría a la alcaldía de Nueva York con el lema: «Vota a Kay y pégale un pastelazo en la cara a las autoridades», e hizo un llamamiento a no dejarse amedrentar por el boicot televisivo, sino proceder a montar un movimiento nacional: «Trabajadores, empastelad a vuestros jefes; jóvenes, a vuestros maestros; inquilinos, a vuestros caseros».

Edward Teller, «padre» de la bomba de hidrógeno Desde la quema pública de los llamamientos de incorporación a filas para la guerra yanqui contra Vietnam y la quema de sujetadores, ningún otro método de protesta había despertado tanto entusiasmo público como el lanzamiento de pasteles. Nunca carente de fantasía, Kay le tiró un pastel también al promotor del LSD. Tim Leary escupió a John Ehrlichmann, cuando los cómplices de Nixon le arrebataron su tarta, y falló por un pelo con Ronald Reagan y Billy Carter (el hermano de Jim). Su objetivo favorito, sin embargo, fue seguramente «Holy Harvey» Balwin, un teleevangelista que una vez apuñaló a un activista gay en California.

¡Cread bandas!

La mayoría de las buenas acciones con pasteles fueron llevadas a cabo por grupos de gente. Tuvieron éxito durante mucho tiempo sobre todo grupos como los Groucho-Marxistas canadienses, de Vancouver, y los Revolutionary 3 Stooges Brigade (R3SB) de Dayton, Ohio. Ambos grupos llevaron a cabo numerosos «pie-jobs», en el curso de los cuales los lanzadores de pasteles consiguieron siempre escapar impunes gracias a la colaboración de numerosos cómplices. A finales de 1977, los políticos canadienses que se dirigieran a Vancouver sabían que tenían que contar con que se realizara un ataque pastelero contra ellos por parte del Partido Anarquista de Canadá (corriente grouchomarxista) o la New Questioning-Coyote Brigade. El líder de la oposición, Joe Clark, se mostraba partidario públicamente de un «pastel conservador» y pronto recibió él mismo uno con recomendaciones de Brent Taylor, miembro de la New Questioning, el cual fue detenido, pero que nunca fue citado a declarar. Entre las víctimas del grouchomarxista Frankie Lee figuraron el otrora radical Eldrige Cleaver, el psicocirujano José Delgado, que se vio premiado con una mezcla de ketchup y sesos de ternera, y dos ministros del Gobierno Trudeau. Cada diana era celebrada con un comunicado de reivindicación a la prensa.

A diferencia de la prensa estadounidense, que gustaba de informar sobre los pasteles volantes, la prensa canadiense le reprendía a sus políticos su reacción condescendiente. Un comentarista lloriqueaba: «Los terroristas fanáticos secuestran aviones, los cobardes tiran pasteles [...] El lanzamiento de pasteles es un método para salir bien librado». Las bombas de calorías no representaban nada para ellos. (Brent Taylor, por cierto, sería condenado más tarde a 15 años de cárcel por poner bombas «de verdad», entre otros sitios, contra una fábrica de misiles Cruise).

A diferencia de otras bandas canadienses de pasteles, la «Revolutionary 3 Stooges Brigade» buscó sus objetivos principalmente entre las personalidades locales como, por ejemplo, el portavoz de la Central Eléctrica de Dayton y un policía de los comandos de intervención especial SWAT. «Éste fue un asesinato pastelero típicamente local, sin significación nacional. En el día a día los cabrones locales desempeñan normalmente un papel mucho más importante que cualquier abstracta personalidad nacional. A todos les encanta saber que el tipo que les sube el recibo de la luz ha sido alcanzado por un pastel». Más tarde, el señor de la electricidad negaría ante la prensa haber recibido jamás una cobertura pastelera. «Todo es posible», contestó la Brigada, «pero entonces es que siempre va por ahí con la cara pringada de pastel» (Blacklisted News, 1983, pp. 288-307).

¡Cuidado! Los adversarios devuelven el golpe.

La facilidad con la que los lanzadores de pasteles empringaban a sus presas para luego esfumarse condujo a que el fanzine anarco canadiense Open Road proclamase la semana del 4 al 11 de noviembre de 1977 como «Semana Internacional del Pastelazo en la Cara». Aun así, la vida de los lanzadores de pasteles está llena de peligros. Billy Carter y el rey de los cowboys Roy Rogers tuvieron que ser sujetados para que no dieran una paliza a los activistas. Después de todo, el pasteleador del rey de los cowboys había logrado lo que cientos de héroes cinematográficos no habían conseguido: plantarle un flan con nata entre las dos cejas. El rey declararía luego quejumbroso: «Me encantaría meterle una hamburguesa Roy Rogers hasta el gaznate».

Como mínimo dos lanzadores de pasteles acabaron en el hospital. En 1978, una persona desconocida le lanzó un pastel a Frank Rizzo, el antiguo jefe de Policía y luego alcalde de Filadelfia, durante una conferencia. «Ratzo» ordenó a sus matones dar una paliza al joven durante quince minutos delante de todo el público, y luego lo fue a visitar al hospital para amenazarle con una denuncia si se le ocurría hablar con la prensa. El joven renunció a presentar denuncia, y el asunto no apareció en los media.

En verano de 1973, Pat Haley, redactor de la revista underground Fifth State, se propuso acabar con la aureola mágica que algunos antiguos activistas políticos organizaban en torno al guru Maharaj Ji. El pastel de Haley, disfrazado de ramo de flores, fue a parar entre las mandíbulas del guru. ¡DIOS EMPASTELADO!, lucían los titulares. Los matones del guru se pusieron a cien. Dos de ellos se colaron en la vivienda de Haley y lo dejaron inconsciente a martillazos. Maharaj Ji les soltó una reprimenda, y Haley se llevó una fractura craneal.

Con pasteles, contra la mojigatería moralizante

El primer pastel político fue lanzado el 14 de mayo de 1970 por Tom Forcade, un legendario «yippie profesional», el cual le reportó mucho dinero al movimiento con el contrabando de drogas blandas. Forcade era el dirigente oficial del Underground Press Syndicate y, en cuanto tal, recibió una citación para declarar en la comisión de censura, la «Comisión Presidencial sobre Pornografía». Se presentó disfrazado de cura y leyó una larga lista de fanzines underground demandados por «pornografía» así como un posicionamiento iracundo, que terminaba sin muchos rodeos: «Por lo tanto, iros a tomar por culo vosotros y vuestra censura». A continuación, le metió un pastel en la cara al miembro de la comisión Otto N. Larson. La foto del acontecimiento apareció en la primera página del diario neoyorkino Daily News y en casi todo el resto de diarios del país.

Siete años más tarde, el alcalde republicano de Cleveland, Ralph Perk, intentó iniciar una cruzada contra la «pornografía y la inmoralidad», que incluía desde el Playboy hasta el hachís. El día de la inauguración de la sede central de coordinación de su campaña para la reelección, la yippie Sue Kuklick se presentó en la sala con una falda larga y una peluca rizada para colocarle un pastel de fresas y ruibarbo en pleno rostro. Más tarde sería invitada a café por los funcionarios de policía de la ciudad (Cleveland ha sido siempre una ciudad de tradición demócrata), que la dejaron marchar por la puerta de atrás. Sue declararía más tarde que le había atacado por los malos tratos infligidos por éste a las prostitutas y por «llevar a cabo una guerra moral mojigata contra la pornografía, mientras que por principio ignoraba los intereses de los pobres». Perk sufriría luego un enorme revés electoral.

A un arzobispo de Minneapolis, enemigo de los homosexuales, la ira del Señor le llegó de forma similar. Un activista gay (el lema de su grupo era «caricias y revolución») se fue primero al peluquero, se compró luego una hamburguesa (por si no hubiera nada que comer en la cárcel) y, así preparado, se fue a un banquete de beneficiencia del arzobispo antigay. Allá se dejó fotografiar junto a él dándole la mano, antes de colocarle en pleno rostro un pastel de chocolate adquirido en la pastelería local.

El gobernador James Rhodes había enviado en 1970 a la Guardia Nacional al campus de la Universidad de Kent State para disolver brutalmente un acto en contra de la guerra. Cuatro estudiantes resultaron heridos de bala. A los pocos días perdió la reelección, pero en 1974 volvió a reaparecer y recuperó su puesto. Durante la inauguración de las fiestas del estado de Ohio, Rhodes recibió su bien merecido pastel de crema y plátanos. Se dice que en la autopista se oyeron los bocinazos y gritos de alegría durante kilómetros cuando la noticia fue emitida por la radio. Rhodes hizo detener al lanzador e intentó que se le juzgase por heridas corporales a consecuencia del pastelazo. El día antes del juicio, el lanzador del pastel demostró que eso era imposible. Rompió todos los récords habidos y por haber al hacerse lanzar por amigas y amigos un total de 26 pasteles (de lo que informaron todas las cadenas de televisión locales). Los jueces lo absolvieron en el acto, aunque no quisieran verle la gracia a la acción.

En Europa, por lo que se sabe, el lanzamiento de pasteles nunca tuvo mucho arraigo. Por supuesto que se le ha tirado de todo lo imaginable a los detentadores del poder en sus apariciones públicas -al otrora primer ministro holandés Lubbers, por ejemplo, se le vino encima media tienda de hortalizas en una mani antirracista por su hipócrita política de extranjería, y quién no se acuerda de los huevos que corrían por las gafas de «el Gordo de Oggersheim» (el entonces canciller alemán Helmut Kohl; N. T.)-, pero auténticos asesinatos pasteleros se han producido en pocas ocasiones. Sin embargo, en Gran Bretaña sí que se produjeron algunos atentados. En 1977, el prominente político conservador Michael Hesseltine se vio coronado con un pastel de nata y manzana durante una conferencia en la Universidad de Leeds. Su compañero de partido David Frost, por el contrario, tuvo que trasladarse hasta Nueva York para disfrutar del placer de «a pie in the eye» (un pastel en el ojo). A principios de los años ochenta, también el príncipe Charles fue alcanzado en la geta real por una lanzadora de pasteles durante una visita a una asociación de vecinos de Manchester. Y Tony Benn, la divinidad del ala izquierda dentro del Partido Laborista, recibió en 1982 un pastelazo entre oreja y oreja, cuando estaba hablando, en Gales, en una reunión sindical sobre «el derecho al trabajo». El público se quedó tan sorprendido que el lanzador del pastel aún tuvo tiempo de hacerse con el micrófono y gritar: «lárgate a otra parte con tu derecho al trabajo». A continuación fue expulsado de la tarima y entregado a la policía que lo dejó marchar.

En el Estado español los pastelazos políticos tampoco tienen mucha tradición, aunque recientemente el movimiento okupa ha hecho sus primeros pinitos en la «materia». Las okupas de Girona quisieron agradecerle al alcalde, Joaquim Nadal, el celo profesional que le llevó a asistir en directo al desalojo del Centro Social Okupado de «Els Químics», y uno de sus miembros le plantó un buen pastelazo al alcalde, cuando éste inauguraba la Feria de flores de Gerona el 13 de mayo del 2000.

Pastelillos belgas

Un caso aparte es el del belga Noel Godin. Es un invitado temido en Bélgica y Francia, donde desde hace veinte años persigue a filósofos, políticos y gente de la prensa especialmente ambiciosa. Hace poco que escribió una autobiografía, Cream and Punishment (algo así como «Nata y castigo»). Entre sus víctimas se encuentran el divo de los media Jean-Luc Godard y la escritora Marguerite Duras. En su última aparición como invitado en el Festival de Cine de Cannes alcanzó al nuevo ministro de Cultura francés en su primera aparición pública. Sin embargo, el objetivo preferido de Godin es el maestro-filósofo francés Bernard Henri-Lévy. Lévy, tan sensible él que un día declaró: «Cuando descubro una nueva tonalidad gris, me salgo de mis casillas», explicaba en otro momento y lugar que a las mujeres no se les debería dejar manejar dinero, y se refirió a sus propios talentos como «un paisaje que no tenía un lugar fijo en la topografía cultural clásica». A comentarios así le debe un asedio pastelero durante años. «Él es el peor de todos», explica Godin, «él es la asquerosidad más grande de este decenio».

Su popularidad la alcanzó Godin, sobre cuyas acciones han aparecido reportajes de prensa entusiastas, gracias a la cuidadosa selección de sus dianas. «No quiero caer en unas cómodas ganas de sensaciones. Para cada víctima hay que presentar una razón plausible. Sitúo mis pasteles en la línea de las cartas insultantes que los dadaístas enviaban a personalidades tan famosas como inútiles. Entretanto se concentra cada vez más en los pasteles políticos. Sorprendentemente, ninguna de sus víctimas lo ha denunciado hasta ahora. «Les encantaría hacerlo», manifiesta Godin, «pero sería nefasto para aquello que más adoran: su reputación pública. Cuando soy detenido, la mayoría de las veces los policías bromean y me vienen frecuentemente con una lista propia de futuros candidatos».

Las acciones con pasteles, según Godin, tienen que ser preparadas cuidadosamente y llevadas a cabo en equipos de al menos cuatro personas. Entre éstos se deberían encontrar, además de un ayudante para pasar el pastel, también un cámara para la documentación en directo. «Es importante no tirar el pastel, sino ponerlo en su sitio», explica Godin en tono magistral, «y no preocuparse del camino de huida, aun cuando esto pueda significar que los miembros de seguridad te peguen una paliza. Está, además, rigurosamente prohibido devolver los golpes cuando a uno lo agreden físicamente. Sólo el mejor pastel es suficientemente bueno y debería ser comprado poco antes de la acción en una pequeña pastelería local. La calidad es lo más importante, puesto que si una acción se va al carajo nos toca comérnoslo a nosotros mismos todo» (The Observer, 2-7-1995).

NOTAS

Yipster Times, mayo 1977, cit. s. Blacklisted News. Secret Histories, from Chicago ’68, to 1984, pp. 288-307.


Para quien quiera una ampliación de los contenidos se recomienda la visita de esta web dedicada especialmente a los pie-killings:

http://www.pieman.org/pageb.html

Sobre Noel Godin podéis encontrar una entrevista bastante larga aquí:

http://www.babab.com/no09/noel_godin.htm

  • 11 de agosto de 2005 16:03

    una pena que el pastelazo no tenga mucha tradición por aquí. Pero aun así el petardo de Luca Casarini tuvo ocasión de llevarse uno de los tartazos mejor puestos en muchos años... bravisimo!

  • 23 de diciembre de 2009 23:19, por RoodeBoy7

    Tssss, En México creo que es algo que debería ponerse de moda. ¡Hay muchisimos «targets»!

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