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crónica desde Tel Aviv

El que no crea en Israel, no juega.

El que no crea en Israel, no juega.

El que no crea en Israel, no juega.

Por María C. Moreno.

Han pasado ya tres días desde el miércoles 17, día en que se suponía que los colonos iban ser sacados por la fuerza de los asentamientos ilegales en Gaza. Sin embargo, a estas alturas, unos cientos todavía siguen amotinados en las sinagogas y el gobierno israelí se reúne para tratar de solucionar el problema y comenzar el diseño al mismo tiempo, como me comentan amigos israelíes, la campaña para las próximas elecciones generales. Desde entonces se han sucedido en una emisión televisiva de casi 24 horas diarias, imágenes de todo tipo que recuerdan mucho a los días de la guerra de Irak por la profusión y exhaustividad con la que el mundo entero ha puesto sus ojos en esta franja de tierra.

Colonos abandonando los asentamientos tranquilamente, algún padre levantando por los hombros a su hija frente a un policía hasta emocionarle, jóvenes colonas con estrellas de David en la solapa representando imágenes que aquí recuerdan al Holocausto (y por cierto, pertenecían aun asentamiento ilegal hasta bajo ley israelí), madres resistiéndose a salir con sus hijos en brazos mientras eran sacados ambos en volandas de las sinagogas, soldados manteniendo la calma tras ser mordidos por colonos en un intento de resistirse a la evacuación. Un libro abierto para comenzar a cuestionarse profundamente la naturaleza de este país.

Lo que durante casi una semana he presenciado nada tiene que ver con lo que ocurre en otros lugares de la Palestina ocupada. Frente a la contención de los soldados ante sus «hermanos» tratando de no cumplir la profecía que corre por aquí de una guerra civil, las manifestaciones en Bilin son el otro extremo del doble rasero con que se rige el Estado de Israel. O al menos del escaso respeto o referencia en sus actos a la ley internacional.

El gobierno israelí, único soberano actual en Territorios palestinos ocupados, nunca ha anunciado a ningún palestino con casi tres meses de antelación que su casa va a ser derribada. Las demoliciones de casas en Territorios palestinos ocupados se clasifican bajo tres categorías: las demoliciones punitivas y ejemplificantes de las casas de los familiares de algún mártir o persona relacionada con un ataque suicida. Las demoliciones durante las operaciones militares, y las demoliciones administrativas de casas construidas sin permiso normalmente en las zonas denominadas «villas no reconocidas por el Estado de Israel». Ni una compensación económica, ni una explicación, ni otro hogar alternativo en algún lugar de Palestina.

Las casas palestinas son evacuadas sin previo aviso o con escasos días de antelación y, en ocasiones, sin considerar si la casa esta vacía totalmente se lleva a cabo el derribo. Más de 24.000 palestinos han perdido sus casas en la Franja de Gaza a lo largo de los últimos cuatro años. El tripe de personas de las que han sido evacuadas estos días. ¿Dónde estaban entonces los medios?. Sin embargo, si uno es ciudadano y nacional israelí y además ocupa ilegalmente la tierra, el trato es con guante de seda.
El gobierno israelí, además, si palestinos, israelíes o internacionales deciden manifestarse contra sus ilegalidades, ejerciendo un derecho que corresponde a las democracias actuales y representa un avance destacado, adopta otro tipo de comportamientos. No son detenidos con exquisita delicadeza, ni se les recomienda abandonar el lugar con tiempo. Si la cosa parece alargarse mas de lo deseado para los soldados que tienen orden de prohibir las manifestaciones democráticas en los territorios ocupados, no hay consuelos, no hay abrazos, no se comparten las botellas bajo el sol con los activistas con la paz. Se les mete en un autobús y se les expulsa con extrema violencia del lugar de la manifestación. Si no eres sionista y no perteneces al grueso de población judía representada en el parlamento no importa que trates de defender la legalidad internacional Si no crees en Israel, no juegas.

La manifestación del ultimo viernes en Bilin demostró una vez más que quien esta en contra de la ocupación no merece ser tratado con el más mínimo respeto. No acabamos de aprender las reglas, se premia al que se salta las reglas, se expulsa al que pide que se cumplan. Tras una media hora manteniéndonos de pie frente a los soldados, se lanzaron en menos de un minuto aproximadamente una decena de bombas de sonido en diferentes direcciones. Mientras se volvía a formar un frente, los soldados atravesaban la línea de los manifestantes y se adentraron unos metros en el pueblo. En ese momento detuvieron, a pesar de los intentos de los manifestantes de impedir las detenciones, a ocho manifestantes, internacionales e israelíes. Toda aquella persona que se ponía en el camino de los soldados era empujada o detenida.

Las detenciones se realizaban mediante la inmovilización del detenido que llevaba a cabo un soldado sentándose sobre el activista. Una vez inmovilizado y en algunos casos incluso maniatado, el activista era arrastrado sin ninguna contemplación. Ya lo anticipaba un Palestino al megáfono momentos antes: «podéis detenernos pero le tendréis que decir a vuestras madres en el sabbat que nos habéis detenido solo por cantar contra la ocupación». Una vez que los soldados tiran bombas de sonido y se acercan al pueblo, los pajarillos salen de sus nidos y comienzan a tirar piedras. Y así empieza un discurso de locos en donde hay unos adultos, en este caso soldados faltos de toda lógica humana, que no entienden que ellos son los ocupantes.

Sin embargo, a veces consigo ver tras el uniforme que reprime estas manifestaciones a seres humanos como los que me venden el pan o como los que me indican donde esta una calle en Tel Aviv. Hubo un momento tras las detenciones, y quizás a causa de la tensión que nos provoca tanta violencia instantánea y gratuita y tanta búsqueda de miradas, en que las caras de los soldados empezaron a resultar conocidas. Los manifestantes empiezan a entablar conversaciones con los soldados y los palestinos negocian a través de la lógica el final de los gases que persiguen a los niños y a sus piedras. Entonces se le escapa a algún soldado darnos la razón con la boca chica.

La manifestación acaba de forma exitosa. Pocos detenidos en comparación con las ultimas ocasiones, alguna invitación a algún soldado a tomar el té a alguna casa de Bilin por parte de uno de sus habitantes, los chavales comprendiendo que se les podrían acabar las piedras y los soldados seguirían persiguiéndolos y los soldados que abandonan el camino de entrada al pueblo. Una sola piedra y empiezan los gases de nuevo. Es que no es posible. El ejército es el ejército y una sola piedrecilla que les roce la bota es suficiente para reaccionar como un animal, sin contemplaciones. Y entonces se van, habiendo dicho prepotentemente la última palabra tras unos cuantos disparos más.

Pero no importa, la maquina de la ocupación sigue y dentro de unos meses cuando el muro se acerque a derribar las casas de Bilin tampoco nadie les habrá avisado porque ya debían haber escuchado el ruido infernal de las maquinas y debían haber visto el polvo que levanta el camino de tierra que seguirá el muro. Y ningún israelí disfrazado de soldado les consolará, les dará de beber o les dará una explicación razonable sobre por qué les tiran la casa para poner un muro en su lugar. Todos en Israel forman parte de la máquina de la ocupación, desde el gobierno hasta el «ejercito del pueblo».

El Estado de Israel es un estado democrático para los judíos a favor del estado sionista y racista para los palestinos y los israelíes disidentes, aquellos que están al lado de los palestinos. Porque no es tan difícil entender que aquí no existe la democracia sino un teatro mundial donde Israel juega a ser un falso intento de democracia y los espectadores internacionales aun así aplauden. Deberíamos pensar si en la era de la globalización que nos venden y con los supuestos derechos universales sosteniendo nuestras democracias no se nos debería caer la cara de vergüenza

Esto es excesivamente triste. Hoy he visitado junta una compañera israelí los restos de una aldea árabe en medio de Tel -Aviv. Se llamaba Manchia. Cuatro casas que representan una estación, rodeada por verjas y a punto de convertirse en un centro comercial. La mezquita de Manchia, unos metros a la izquierda, sola en la misma línea de los cinco hoteles al estilo «rascacielos» que afean el paisaje de una de las ciudades más feas que he visto en mi vida.

Y un poco más allá, el museo del Stern, banda de asesinos terroristas que hoy en día son recordados como héroes por su participación en la liberación de “Erez Israel”. La compañera israelí, que no pudo soportar la charla del guía, del museo se tiraba de los pelos. En un monologo consigo misma a la puerta del museo y frente al Mar Mediterráneo que justifica los acuerdos de la Unión Europea con este Estado villano me decía que los sionistas eran criminales de guerra y que había que juzgarlos por sus crímenes. Y era sorprendente que, llevando ella media vida por aquí, le llame más la atención que a mí que en un museo público pueda ganarse el sueldo un asesino por contar como se ganó una guerra.

Me preparo para la próxima manifestación en Ariel, uno de los asentamientos más grandes de toda Cisjordania. Uno de los asentamientos ilegales donde se realojará a los colonos de Gaza.

Alternativa Antimilitarista - Moc
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