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Pedro Oliver Olmo y David García Aristegui

La evolución del movimiento antimilitarista: de las enseñanzas de la campaña de insumisión a los nuevos retos

La evolución del movimiento antimilitarista: de las enseñanzas de la campaña de insumisión a los nuevos retos

Artículo aparecido en el último Libre Pensamiento

LA EVOLUCIÓN DEL MOVIMIENTO ANTIMILITARISTA: DE LAS ENSEÑANZAS DE LA CAMPAÑA DE INSUMISIÓN A LOS NUEVOS RETOS

Pedro Oliver Olmo y David Gª Aristegui

Es verdad que la lucha contra la mili nos marcó mucho, pero no es menos cierto que nunca quisimos que el futuro del antimilitarismo quedara solapado al de la insumisión. Por eso, aunque se respondía despachando rápidamente el asunto y diciendo que, como figura jurídico-política, la insumisión desaparecería al tiempo que la conscripción militar y civil, el MOC insistía en que la campaña de desobediencia civil al SMO y a la PSS formaba parte de una estrategia antimilitarista mucho más global. Y en eso estamos. A nadie debería extrañar que sigamos ahí. Organizativamente, porque nunca fuimos un movimiento juvenil ni una asociación tutelada por fuerza política alguna. Y políticamente, porque el militarismo y sus miserias exigen contestaciones que van mucho más allá de la conscripción y la propia existencia de los ejércitos, para instalarse en las relaciones de poder y en todas sus expresiones sociales, económicas y de género1. Por eso seguimos aquí.
Más adelante hablamos de lo que hoy por hoy es Alternativa Antimilitarista.MOC -a fin de cuentas la única coordinadora antimilitarista de ámbito estatal-, y de su presencia en el espacio entrecruzado de los nuevos movimientos sociales. Pero antes de reflexionar sobre las circunstancias actuales del movimiento antimilitarista (las que verdaderamente importan), y antes de imaginar futuros, se nos hace necesario repasar algunas de las enseñanzas que podemos entresacar de nuestra experiencia reciente. La historia del presente del antimilitarismo no obedece a periodizaciones convencionales ni a urgencias periodísticas. El marco de ese presente también lo dibujamos nosotros.

¿QUÉ HICIMOS POR EL FIN DE LA CONSCRIPCIÓN?

No fue exactamente el MOC. De acuerdo. Ni fue el movimiento antimilitarista en su conjunto. Vale. E incluso podemos admitir que tampoco fue el amplio y variado movimiento de insumisión el que acabó con la contribución de sangre, esa imposición de siglos. No es cuestión de demandar protagonismo. Pero hay algo imposible de eludir en cualquier análisis serio: que la abolición de la conscripción en el Estado español no se puede explicar sin tener en cuenta la trascendencia y el impacto de la campaña de desobediencia civil al SMO y a la PSS realizada entre 1989 y 2002.
Nunca nos hemos llevado a engaño. Sabemos que para explicar los procesos de cambio social (en este caso, la abolición de la “mili”), han de considerarse muchos factores. Desde hacía décadas se venía hablando del triunfo de un sistema mundializado de mercado que llevaba parejo un modelo de ejércitos móviles, con el que no casaba bien el SMO hasta entonces conocido, y enfrente del cual se encontraban mostrando su rechazo las muy poderosas clases medias del Norte rico, tan incómodas con las inestabilidades como refractarias a los conflictos y las guerras. Es verdad que a mediados de lo años noventa se explicaba el fenómeno hablando de la mundialización de un nuevo “sistema de seguridad”, en una realidad planetaria a la cual ya no le servían las viejas instituciones de seguridad militar2.

Pero ya desde antes de los cambios generados tras el fin de la Guerra Fría se reflexionaba en este país sobre los procesos de modernización de las fuerzas armadas en los Estados occidentales, para visionar un futuro de ejércitos profesionales. No se olvide que ese proceso corría férreamente controlado por las directrices de política de Defensa del PSOE, las que defendían un modelo mixto de ejército que iba a durar muchos años, al menos hasta 2015. Y sin embargo nadie se acababa de creer que el camino hacia la total profesionalización no acabaría acortándose. El profesor Mariano Aguirre, asimilando la modernización de los ejércitos al más amplio proceso social de modernización, afirmaba: “El Estado español moderno capitalista terminará, temprano o tarde, adoptando el ejército profesional”3. Decía esto a comienzos de 1995, antes de saber que en la Pascua Militar de 2006 el último ministro socialista de Defensa afirmaría que el modelo de ejército mixto estaba plenamente asentado.
Es chocante evocar todo esto si recordamos que, pocos meses después, el nuevo ministro del PP anunció todo lo contrario: que el modelo a adoptar, seis o siete años mediante, iba a ser el del ejército plenamente profesional. Cabe hacer una reflexión al respecto. Parece evidente que en esta ocasión se debe valorar que el factor político inmediato juzgó un papel decisivo: ¿cómo es posible que -no llevándolo en el programa electoral- el gobierno que presidió José María Aznar adoptara esa decisión? ¿Acaso solamente porque fue un requisito de los nacionalistas para llegar a acuerdos con el PP? ¿Y por qué CiU y PNV consideraban ese tema tan importante como para dar su apoyo en la investidura? Evidentemente, el fenómeno insumiso determinó las agendas políticas de la época.
Influyó, claro está, que en algunos países europeos se estuvieran dando cambios en las prioridades estratégicas y de defensa que suponían el fin de la época de los ejércitos de masas, un fenómeno que ha analizado en toda su complejidad Rafael Ajangiz4. E influyó también la presión ejercida por el singular crecimiento del fenómeno social de la objeción de conciencia en el estado español. -lo que para X. Rius marcaba distancias respecto de los procesos holandés, belga e igualmente francés5.

Parece acertada esa opinión si no olvidamos que el caldo de cultivo lo ponía el propio rechazo social al servicio militar y las razones históricas que desacreditaban al ejército español. Pero se equivocaba el analista al no contemplar con justeza el valor del efecto multiplicador de la insumisión que estaban dinamizando los grupos antimilitaristas. Lo cierto es que todo eso forzó el adelantamiento de una abolición que mucha gente imaginaba plausible. Podríamos decir metafóricamente que la pantalla política de la política militar española, en realidad, ya estaba colocada por el PSOE, y que el gobierno del PP vino a superponer sobre ella dos diapositivas que hasta entonces todavía se proyectaban por separado: la modernización (en marcha desde los años ochenta), y la profesionalización total (un horizonte que se acompasaba con el de otros países europeos y que ofrecía al ejecutivo dividendos políticos por anticipado). Respecto de la profesionalización, durante esta nueva etapa, el PP se aprestaba a gestionar con viejas y nuevas técnicas una situación contradictoria que el PSOE había decidido obviar, acaso por miedo a que el juego se le fuera de las manos. Después, con participación de CiU y PNV, el gobierno de Aznar intentó ponderar a su favor el control de las ansiedades juveniles (disparadas ante el anuncio del fin del SMO) y el daño político que estaba provocándole la actuación del movimiento de insumisión.

ALGUNAS ENSEÑANZAS DEL IMPACTO DE LA INSUMISIÓN

A comienzos de 1989, varias decenas de objetores de conciencia que habían desobedecido el llamamiento a filas, junto a muchos autoinculpados, ante los gobiernos militares, hicieron pública su actitud y se expusieron a ser detenidos. Exceptuando algunos pocos casos, las detenciones no llegaron. Se había abierto una brecha y daba comienzo lo que prontamente fue analizado como un auténtico fenómeno social, capaz de influir en las agendas políticas y mediáticas, generador de debate y alimentador de un preexistente sentimiento social contrario al SMO. En seguida se habló también de que, por las propias formas de apelar al apoyo social, utilizando métodos noviolentos, habían ganado un plus de legitimidad ética y social.
Pero, además, lo que no podía estar previsto sucedió: apenas año y medio después de iniciarse la campaña de insumisión sobrevino el conflicto del Golfo Pérsico. El envío de soldados de reemplazo en 1991 dio pábulo a la polémica sobre el modelo de servicio militar. Los insumisos acrecentaron su protagonismo. La opinión pública se manifestó en las encuestas contraria al envío de tropas y, por eso mismo, más receptiva hacia las propuestas de desobediencia de los insumisos. Al mismo tiempo, y para reproducir mensajes clásicos anti-guerra, acompañados de otros pro-insumisión, se reanimó el movimiento pacifista, tan maltrecho desde el fracaso cosechado en el Referéndum de la OTAN.

Revivió más allá de lo que en realidad era (porque no era un movimiento social con militancia genuina, sino un conglomerado de aportaciones de organizaciones sociales, políticas, religiosas y sindicales con una actitud favorable hacia el pacifismo), y más allá también de la imagen de elitización que sobre él proyectaban los que lo entendían como mero centro documental y editor de un pacifismo ilustrado (los que con su actitud pareciera que parafraseaban una especie de “todo para los pacifistas pero sin los pacifistas”).
Aquello era la expresión clarísima de que, en torno a 1990-91, el movimiento de insumisión tuvo enfrente unos micrófonos de ambiente más abiertos de lo que jamás hubiera imaginado. Sin embargo, la parte negativa radicaba en que desde entonces se comenzó a sufrir una especie de síndrome de hemeroteca propia, el que día a día engordaba el entusiasmo sobrevenido al ver que en pocos meses se acrecentaba sobremanera la carpeta de recortes de prensa. Aquel síndrome dio pábulo a falsas evaluaciones y explica algunas frustraciones posteriores (que en ciertos casos han podido llegar hasta la actualidad).
Por eso nos podemos explicar que poco después, a partir de 1993 y hasta 1996, a pesar de que el número de insumisos presos se acrecentó notablemente con motivo del “plante” al tercer grado, se generó cierto desánimo en muchos activistas del momento. Paradójicamente había cientos en la cárcel y sin embargo no obtenían de la prensa la atención que se esperaba, entre otras cosas porque, justamente a partir de la primavera de 1994, los medios de comunicación focalizaron casi toda su atención en los escándalos de corrupción y terrorismo de Estado que se fueron sacando a la luz (desde el GAL a Roldán y un largo etcétera).
Quizás faltó un análisis más reposado del contenido de la influencia mediática que estábamos ganando, por ejemplo acerca de las corrientes de opinión que estaban conformándose (lo que hizo Víctor Sampedro con una tesis doctoral titulada Nuevos movimientos sociales. Agendas políticas e informativas. El caso de la objeción de conciencia). No bastaba con cuantificar. Interesaba saber qué decían unos y otros medios sobre el porqué del fenómeno de la objeción y la insumisión. ¿Hablaban algo sobre los mensajes antimilitaristas o sólo acerca de la oposición a la “mili”?

Un análisis somero demostraba que la objeción de conciencia y la insumisión, a la altura del verano de 1990, era ya un auténtico fenómeno social que preocupaba a las instituciones afectadas por su desarrollo (de hecho, muy pronto, en enero de 1992, cambiaría la ley del SMO). Después, cuando arribó al gobierno el PP y manifestó su intención de profesionalizar totalmente la “mili”, estas corrientes de opinión no variaron substancialmente y además promovían una falsa imagen de solución del problema: mientras se daba por finiquitado el SMO -venían a decir ya a finales de los años noventa- sólo cabía cumplir la legalidad vigente y, en todo caso, suavizar la penalización de la insumisión (algunos reclamaban una despenalización por adelantado, pero muy poco o nada informaban acerca de el nuevo tipo de respuesta desobediente que se llamó “insumisión en los cuarteles”). Podemos destacar varias corrientes de opinión creadas y recreadas por distintas líneas editoriales reflejadas en medios de ámbito estatal y gran difusión.

En los editoriales del ABC el movimiento de insumisión fue enjuiciado siempre como una respuesta minoritaria de un sector de la juventud muy “politizado”, heredero de la tradición antimilitarista de la izquierda y del anarquismo, que se desarrollaba al albur de la manipulación de ciertos partidos políticos interesados en la abolición del SMO y en desprestigiar a las FAS. Coincidía este rotativo derechista con el PP y con el PSOE en denunciar que esos grupos habían confundido a la opinión pública al difundir un delito (la insumisión) solapado a un derecho (la objeción). Pero de la misma forma se arremetía contra la política del gobierno de Felipe González en materia de defensa y contra la “debilidad” que demostró el PSOE a la hora de contrarrestar semejantes “delitos”.
En el diario El País se reflexionaba sobre el perfil de un movimiento que había ido creciendo en influencia social hasta provocar comprensiones en partidos políticos que en el fondo lo querían “manipular” (IU, ER, EA... y HB). Apuntaba el diario como factor objetivo de su crecimiento la impopularidad del SMO, razón también de los apoyos que había ido cosechando o de que sus conductas ilegales encontraran escasa desaprobación social. Hubo algún cambio en esta corriente de opinión cuando el PSOE pasó a la oposición: se acabó apoyando más explícitamente la profesionalización, las reformas de la PSS y las propuestas de despenalización de la insumisión, en el sentido que habían propuesto los partidos nacionalistas.

El Mundo, en torno a las fechas del conflicto del Golfo Pérsico y aún después, otorgaba “legitimidad” a los insumisos. A través de una retórica demócrata-radical sobre los derechos fundamentales, esta corriente de opinión reivindicaba la creación de un ejército profesional. Si en principio se rechazó frontalmente el encarcelamiento de insumisos, a la altura de 1995, con los escándalos políticos, este diario, pero también no pocos sectores de IU, EA y otros partidos de izquierda -acaso demasiado tiempo viviendo en la contradicción de estar apoyando la desobediencia de los insumisos al tiempo de demandar “el imperio de la ley” contra los autores de corrupciones y crímenes de Estado- acabaron por “comprender” que mientras llegaba la profesionalización de alguna forma se tenía que penalizar la “ilegalidad” de la insumisión.
Y por lo que respecta a la radio y la TV, la insumisión estuvo presente en programas de gran difusión estatal (sobre todo en la SER y en Tele 5). Pero no pudo evitarse la dispersión del mensaje antimilitarista y hasta un cierto empobrecimiento del mismo. La verdadera imagen que sobre los insumisos se fue transmitiendo, por dondequiera se televisaba o se emitía, era la de un fenómeno que aunque se manifestaba para decir muchas cosas -sobre la prevención y resolución noviolenta de conflictos, en torno a la incidencia del militarismo en la sociedad, en el medio ambiente, en las relaciones laborales, en las relaciones de género, etcétera-, sin embargo, fue recurrentemente presentado como un fenómeno social monotemático y, más concretamente, anti-mili.

Nos sirven estos ejemplos para ver que la incidencia del movimiento de insumisión en los medios de comunicación y en las agendas políticas llegó a ser a la vez impactante y poco profundo. El balance es clarificador. Porque, en definitiva, apenas se consiguió impactar para provocar respuestas sobre el debate de fondo. Por eso cabe deducir que, en otro terreno en el que también ha influido este fenómeno, en el de los juicios y valoraciones realizados desde el campo del pensamiento, a veces se ha idealizado demasiado el impacto, y finalmente se ha mostrado muy exagerado enjuiciar este nuevo movimiento social por las posibilidades de forzar un debate que plantee directamente la abolición del ejército. Esas actitudes obviaban que para el MOC el movimiento de insumisión era una herramienta de desobediencia y un instrumento pedagógico de educación para la paz y la desmilitarización social, lo cual en sí mismo explica que hoy por hoy perviva este movimiento y continúe realizando acciones contra la mili profesional y usando herramientas antimilitaristas adecuadas al momento (por ejemplo, contra las instalaciones militares y contra las políticas de armamento).
Con todo, es evidente que hay que dar importancia al valor pedagógico de la acción. Y eso requiere pensar y debatir lo que se proyecta. Posiblemente, buena parte de lo positivo y de lo negativo de la insumisión iba dentro de la misma desde que se hizo el “diseño inicial”.

Obsérvese para comprenderlo algo muy simple: los riesgos/ventajas de la aplicabilidad polisémica de la palabra insumisión la hacía propicia para que se fuera creando un imaginario muy variopinto que no siempre coincidiera con los objetivos marcados inicialmente. La insumisión era en el fondo el nombre atractivo de una idea de objeción de conciencia política al SMO y a la PSS.
Se acertó con el nombre de la cosa y en cualquier caso ese acierto significó muchas cosas, más allá del papel del movimiento de insumisión en el cambio social (algo innegable). Sirvió para generar, a veces con dificultades y desencuentros, una coordinación de las diferentes tradiciones políticas de la izquierda y el anarquismo para profundizar en el valor social de los objetivos de desmilitarización y, sobre todo, en torno a las riquísimas posibilidades de la utilización de herramientas no violentas de no cooperación y desobediencia civil.
Por lo que se refiere al debate tradicional sobre las formas de lucha política, habrá un antes y un después de la insumisión. Ahora, la desobediencia civil goza de más prestigio que nunca entre quienes se plantean la transformación social, en un país en el que, desde el siglo XIX, tan sólo se contemplaba el uso de dos herramientas políticas: la acción institucional o la acción armada.
Y evidentemente después de la conscripción estamos mucho mejor. En todos los sentidos, claro. Ahora, aunque verdaderamente contamos con menos oportunidades de incidencia periodística, podemos profundizar en el trabajo antimilitarista; ahora que al fin nos hemos liberado de la mili y de la figura mediática del insumiso.


LA ALTERNATIVA ANTIMILITARISTA

Después de las campañas de insumisión e insumisión en los cuarteles, en el contexto del derrumbe final de la mili y la apuesta gubernamental por un modelo de Fuerzas Armadas profesionalizadas, el MOC encontró el momento oportuno para realizar su tercer congreso; es decir, se planteó poder ver su propia radiografía, ver en qué estado estaban los grupos que la componen, y cuáles eran (y son) las visiones comunes sobre antimilitarismo, noviolencia, desobediencia, coordinación, etc. Este congreso fue el tercero realizado por el MOC desde sus primeras actividades en 1977. Los dos anteriores tuvieron lugar en Landa (1979), en el que el MOC (formado entonces fundamentalmente por objetores de conciencia de diversas procedencias ideológicas) se definía como antimilitarista; y en Madrid (1986), en el que se optaba por la desobediencia civil a la ley de Objeción de Conciencia que preparaba el gobierno para «domesticar» a la disidencia, y se profundizaba en la definición de antimilitarismo más allá de la mera oposición a lo militar.

El largo proceso de debate se inició en la primera mitad de 2001, y estuvo formado por una fase de recopilación de la memoria histórica de los grupos, de discusiones previas y elaboración de textos base a partir de las aportaciones locales, y por otra fase de macro asambleas (Aguadulce, Amayuelas y Rota) de varios días de duración en las que tuvieron lugar los debates y los acuerdos que permitieron llegar a un texto común, la nueva declaración ideológica de Alternativa Antimilitarista.MOC. El MOC, después de la insumisión, es Alternativa Antimilitarista.MOC, “un movimiento antimilitarista autogestionario y asambleario que desarrolla alternativas desde la noviolencia, formado por grupos autónomos, en coordinación estatal e internacional y perteneciente a la Internacional de Resistentes a la Guerra (IRG), tratando de plasmar en su realidad cotidiana los contenidos, valores y actitudes que propugna “a través de las iniciativas de base y de las luchas y necesidades cotidianas, desde la Autogestión, el Apoyo Mutuo, la Noviolencia y la Desobediencia” (estas líneas están sacadas de la Declaración Ideológica de Alternativa Antimilitarista.MOC)6.
A la hora de hablar de una posible “alternativa antimilitarista” (con o sin mayúsculas) es pertinente recordar la siguiente cita: "la definición de las alternativas es el instrumento supremo del poder, los antagonistas en raras ocasiones pueden ponerse de acuerdo sobre los temas de controversia, porque el poder está inmerso en la definición. Aquel que determina las cuestiones políticas dirige el país, porque la definición de las alternativas es la elección de conflictos, y la elección de conflictos confiere poder”7. En una entrevista a un periodista muy interesado en todo lo relacionado con Oriente Medio y conflictos armados en general, aparecida en la web del Grupo Antimilitarista Tortuga8, éste comentaba que “a veces, no es necesario dar respuestas a todos los problemas. Sólo con plantear preguntas inteligentes se llega muy lejos. Los movimientos alternativos deberían aceptar que no tienen todas las respuestas, pero sí que cuentan con preguntas que muy pocos se atreven a hacer en público”.

Históricamente, el corpus teórico del antimilitarismo ha sido postular modelos y alternativas de defensa, con vistas a erradicar la violencia como única forma de resolución de conflictos y así conseguir la efectiva desaparición de los ejércitos y las guerras. Pero es innegable que la verdadera fuerza del antimilitarismo siempre ha sido (más que su discurso, propuestas y/o alternativas) su praxis, su fuerza en la calle y sus formas más o menos novedosas de intervenir en política. Una masiva campaña de desobediencia civil como la insumisión fue lo que obligó al estado a implantar el ejército profesional y a acabar con el SMO, no la elaboración de un detallado programa sobre como ir desmontando el ejército y el complejo militar-industrial en el estado español y su posterior aplicación. Hablando de los Nuevos Movimientos Socales (NMS) como el antimilitarista, un compañero planteaba que “los NMS tienen esas cosas, la heterogeneidad ideológica y la desestructuración organizativa obligan a poner un discurso escaparate que, por un lado, unifica al movimiento, pero por otro lado impide ir más allá en las propuestas alternativas, si las hay. Tal vez los NMS son el ejemplo de una ideología post-doctrinal, en la que el sistema alternativo a aquello que se critica no está explicitado (ni falta que hace)”9.

Sería absurdo que los colectivos antimilitaristas se plantearan ahora, en su etapa postinsumisión, la elaboración de rígidos modelos “alternativos” para cambiar la sociedad y la búsqueda de una “homogeneidad ideológica” como seña de identidad. La verdadera “alternativa antimilitarista” no sería, por tanto, la generación por parte de los grupos antimilitaristas de su programa político, y afortunadamente no parece que vaya a ser ése el camino elegido por Alternativa Antimilitarista.MOC y demás grupos aún en activo. En esta nueva etapa ha obtenido por fin visibilidad una gran variedad de trabajos, experiencias y propuestas que eran eclipsadas casi totalmente por la campaña “estrella”, la insumisión. Hablamos de experiencias como la Objeción al Gasto Militar, la Objeción Científica (y la supervisión del gasto en I+D para que no se destine a investigación militar), la Educación para la Paz, las campañas contra el juguete bélico... además de campañas ya más actuales (y posteriores a la insumisión) como el “Reclama las Bases” (o los Cuarteles, o lo que sea), también conocida como el “Mayo Caliente Desobediente”, donde se realizan acciones directas noviolentas por todo el estado para intentar meter en la agenda mediática el tema de las instalaciones militares, bases de la OTAN, campos de tiro y maniobras etc.
Los grupos antimilitarista buscan, a través de estos trabajos, experimentar las múltiples posibilidades de la noviolencia, sin esquemas prefijados o ideas preconcebidas, y manteniendo como seña de identidad irrenunciable la coherencia entre fines y medios. El futuro del antimilitarismo no pasa por jugar a tener todas las respuestas (nunca lo fue), sino, como planteaba hábilmente el periodista antes citado, hacer públicamente las preguntas adecuadas, esas que nadie más se atreve a hacer. Los colectivos antimilitaristas en general siempre se han caracterizado por su autonomía, asamblearismo y horizontalidad. Albert Camus lo expresó como nadie... “no camines delante de mí, puede que no te siga. No camines detrás de mí, puede que no te guíe. Camina junto a mí y sé mi amigo".

Por ello, para el movimiento antimilitarista es crítico el saber interpretar adecuadamente y poder participar de igual a igual en distintas experiencias que van surgiendo por todo el estado en torno al militarismo. Por ejemplo, AA.MOC plantea una campaña específica contra las instalaciones militares en mayo, pero hay movimientos vecinales que reclaman para uso del barrio y/o pueblo las instalaciones militares que le son cercanas (a veces prácticamente abandonadas, a veces no) que podrían utilizarse como centros sociales, vivienda para la gente joven a precios asequibles e infinidad de cosas más. Incluso hay cruces más que evidentes entre el antimilitarismo y el movimiento de okupación -movimiento muy similar en muchos aspectos al de insumisión, por su aproximación vivencial al activismo y la juventud de la mayoría de sus integrantes-, como es el caso de la ecoaldea de Lakabe en Navarra (fundada por gente del primerísimo MOC) o más recientemente la okupación de la antigua base militar de Biniacolla en Menorca.
Y si hablamos del movimiento vecinal y del okupa, debemos hablar también del ecologista, que está denunciando la instalación de radares militares, las maniobras marinas que afectan a cetáceos o aquellas maniobras que provocan incendios forestales o pilotos que se estampan contra pueblos en no se sabe bien que demostración acrobática. Los colectivos antimilitaristas deben tener sus espacios y ámbitos específicos, pero igual o más importante que estos espacios es el potenciar el trabajo conjunto con otros movimientos sociales que hacen tareas netamente antimilitaristas, aunque su aproximación sea distinta.

El potenciar que asambleas de vecinos o grupos ecologistas pidan la erradicación de instalaciones militares (y/o de maniobras del ejército), que maestras y maestros asuman los contenidos de la Educación para la Paz, que los sindicatos libertarios se enteren de que es igual de ilegítimo un carcelero que un empleado en una fábrica de armamento (del tipo que sea), que sea cada vez más público e inteligible el debate sobre el gasto militar (sea hablando de I+D o desde un punto de vista más general), que sea constante la denuncia de las maniobras especulativas de las FAS para financiarse (con la okupación de instalaciones militares, por ejemplo), el poder evidenciar el fracaso de un supuesto modelo de “ejército profesional” o el desmontar definitivamente la gran mentira de los ejércitos y guerras humanitarias es el verdadero futuro del antimilitarismo, más que la continuidad de los grupos antimilitaristas o el que periódicamente se produzcan emotivas y masivas manifestaciones donde se corea “No a la Guerra” sin ninguna otra consideración o consecuencia tangible. Lo importante para el antimilitarismo son las ideas, el trabajo y las acciones que se impulsan (como todos los ejemplos citados unas líneas más arriba), no las siglas ni los grupos que estén detrás de tal o cual campaña... y recordemos que precisamente eso fue ese la razón del éxito de la campaña de insumisión, que desbordó a todas y cada uno de los grupos antimilitaristas implicados en su gestación.

En definitiva, el futuro del antimilitarismo pasa por el arraigo de una verdadera “cultura antimilitarista” que cale primero en los movimientos sociales afines y luego en la sociedad, además del buen o mal “estado de salud” de los grupos específicamente antimilitaristas y sus campañas concretas de desobediencia civil, ya que su labor mediática y/o pedagógica tiene unos límites muy bien definidos. Alto y claro: para el futuro del antimilitarismo da igual que existan o no colectivos antimilitaristas (coordinados estatalmente, con cierta capacidad para organizar pequeñas campañas de desobediencia civil y acciones directas noviolentas) si no se consigue que vaya arraigando una “cultura antimilitarista” asumida por sectores muchísimo más amplios que el del gueto activista y sus simpatizantes (nos permitimos una pequeña provocación medio en broma/medio en serio: que en cada pueblo o ciudad existan grupúsculos estalinistas no significa que el estalinismo tenga futuro).

EL FUTURO ES HOY

“Otro punto muy importante es que cuando iniciamos una presión, una protesta social, inicialmente puede convertirse en algo que el Estado propone, o que está realizando. Normalmente nos centramos demasiado en lo que el Estado hace mal y nos olvidamos de lo que nosotros queremos hacer bien. Ese desequilibrio entre lo que el Estado propone y cómo nosotros nos metemos ahí, como carnaza fresca, crea una descompensación. Si un grupo estructura una campaña a nivel político, que va a permanecer durante un tiempo en el estrato social o político, tendrá que basarse en lo que el grupo quiere, no en la oposición a la propuesta del Estado. Si se hace así, por mucho que el Estado te cambie las fichas de juego, tú no te desestabilizas. Esta fue una de las fuerzas del movimiento de objeción de conciencia. Que permaneció en su utopía. Entonces, es algo que el Estado todavía no ha podido absorberlo”10.

Con lo expuesto hasta aquí no hemos querido dar la impresión (algo paradójica) de que “da igual” lo que le pase a los colectivos antimilitaristas si hablamos del futuro del antimilitarismo. Únicamente hemos querido evidenciar que, para hablar de futuro del antimilitarismo, la existencia de grupos antimilitaristas es una condición necesaria pero no suficiente. Pero la importancia de los colectivos antimilitaristas y sus dinámicas son críticas a la hora de intentar predecir la evolución del movimiento antimilitarista. El colectivo Gasteizkoak planteaba que “no parece que en nuestras sociedades capitalistas corran vientos favorables para el antimilitarismo ni para las grandes revoluciones sociales. Por eso (...) hemos de hacer un esfuerzo para que nuestros análisis profundos y abstractos sepan trasladarse a propuestas concretas que nos posibiliten ir avanzando hacia esos horizontes transformadores”11.
Hay veces que parece que los grupos antimilitaristas en cierta manera siguen estancados en planteamientos y prácticas que repiten esquemas de finales de los 80 y principios de los 90, buscando su campaña “estrella” como fue la insumisión, pecando de falta de imaginación, sin dar una respuesta adecuada a los cambios que se están produciendo en los estados y en el militarismo que éstos practican. Un ejemplo de ello fue el fracaso de una campaña como “Desobedece a las Guerras”, salida del proceso del III Congreso y en teoría asumida por los grupos de AA.MOC pero jamás llevada a la práctica con un mínimo de seriedad, probablemente por lo erróneo de su diseño (la búsqueda desesperada de la campaña “unitaria”). Andrej Grubajic plantea, a la hora de que los movimientos sociales planifiquen y enfoquen como orientar su trabajo y experiencias, que «queremos movernos desde el movimiento a la sociedad no solo persuadiendo a la gente de que se ’una’ a nuestro movimiento, si no a través de un lenguaje y una práctica política que trace las conexiones entre distintas prácticas e intenta disolver las diferencias entre dentro y fuera del movimiento, es decir, moverse realmente ’desde el movimiento a la sociedad’». El moverse de una manera real del movimiento a la sociedad sería la mejor manera de que pudiera arraigar una verdadera “cultura antimilitarista”, y que pudiera ir mucho más allá de que la gente acuda puntualmente y de manera casi mecánica a las diferentes convocatorias que surgen cada vez que se inicia una masacre en cualquier punto del planeta. Para poder ese desplazamiento desde el movimiento a la sociedad, vemos que tendrían que hacerse dos trabajos en los grupos antimilitaristas.

DENTRO: abandonar las maneras tradicionales y vanguardistas de intervenir en política, hacer que cada vez más los movimientos sociales y el antimilitarismo practiquen lo que predican, y «abandonar el activismo»: abandonar nuestra “mentalidad activista”, dejar de vernos a nosotros y nosotras como activistas y como pertenecientes a una comunidad de activistas más amplia separada del resto del mundo, especialistas, expertas del cambio social, alguien de alguna manera privilegiado o más avanzado que otras en la apreciación de la necesidad de un cambio social. También cuestionar y reinventar las prácticas asamblearias, potenciar prácticas menos burocráticas que las necesariamente exigibles, conseguir mejorar relaciones sociales con quienes tenemos más cerca.

FUERA: utilizar un lenguaje y una práctica política que conecte de manera horizontal y participativa a los diferentes movimientos sociales, y que a la vez que elimine las diferencias entre «dentro» y «fuera» del movimiento, movernos de una vez fuera de nuestros reducidos grupos sectarios o de gueto, trabajar de la sociedad haciéndola partícipe de nuestras ideas y prácticas. Más que sesudos análisis y/o campañas unitarias el futuro del antimilitarismo pasa por propuestas concretas, fácilmente entendibles y asumibles. El antimilitarismo no tiene por que buscar desesperadamente como delimitar su espacio propio frente a otros movimientos sociales a la hora de trabajar, si no todo lo contrario, huir de especializaciones y conseguir que la construcción con el resto de movimientos sociales sea cada vez más común, horizontal y compartida.

Para finalizar, queremos resaltar que la denuncia del gasto militar y el reclamo de instalaciones militares para “otros usos” pueden ser a nivel a nivel estratégico los campos clave de acción del antimilitarismo en el futuro, por varias razones:
La denuncia del gasto militar es quizá el espacio más claro en el que se puede una campaña clara y lo más masiva posible de desobediencia civil organizada y “razonable” (sin pedir a nadie que sea un mártir, como sucedía antes con la insumisión). Hablamos por ejemplo de la Objeción al gasto militar, y de momento, parece que queda muy lejos el día en que no hagamos declaración de Hacienda y todo sean impuestos indirectos (si es que eso llega a producirse alguna vez).
Parece claro que sin fondos o con una reducción apreciable de ellos, el ejército tal y como se entiende ahora no tiene muchas posibilidades de subsistir (por ello está inmerso en un montón de operaciones especulativas con sus terrenos y cuarteles). El gasto militar per cápita no hace nada más que aumentar, lo mismo que las operaciones militares y el material que en ellas se emplea. Plantear un cuestionamiento de la cantidad de dinero que se gasta en esto con la falta que hace en muy fácil, lo difícil es que ese mensaje vaya calando, máxime cuando José Luís Rodríguez Zapatero declaró en su campaña electoral del 2003 que “estamos a la cabeza del gasto en Defensa y ése es un error esencial en torno a las prioridades de nuestro país. España necesita invertir en educación, en inversión y desarrollo para reforzar la productividad económica y para ganar conocimientos con los que hacernos competitivos”. El ejército profesional sale muy caro, y eso hay que conseguir visibilizarlo.
El tema de las instalaciones militares y su reclamo (sea en el “Mayo Caliente” o en otras campañas) también van a tener un gran peso en el antimilitarismo en los próximos años. Volviendo al PSOE, resulta curioso lo que planteaba en su programa electoral el PSOE de Aragón12: “No existe una sola ciudad española con un territorio tan grande de su término municipal ocupado por suelo militar (...). En la primera etapa democrática se realizó una primera «Operación Cuarteles» que fue muy beneficiosa para la ciudad [Zaragoza] y que permitió dar uso a las instalaciones militares que se encontraban dentro del casco urbano y que ya no respondían a las necesidades de la defensa nacional. En estos suelos la ciudad construyó colegios, centros de salud, parques, plazas, zonas monumentales, viviendas protegidas...). Tras más de veinte años los socialistas entendemos que debe analizarse la situación y el uso de las numerosas instalaciones militares obsoletas o en desuso que todavía restan en nuestro término municipal, considerando además su escasa contribución a las necesidades de la defensa y el interés de nuestra ciudad”. Hay que recordar a los políticos sus promesas electorales, y que AA.MOC, junto al resto de movimientos sociales, pueda impulsar una segunda y definitiva “Operación Cuarteles” es todo un reto para los años venideros.

Y este texto se acaba... y surge la pregunta del millón ¿que nos deparará el futuro dentro del antimilitarismo? Pues pocas novedades para quien conozca mínimamente este movimiento: compromiso, reflexión, ganas de aprender y de construir colectivamente, presencia irrenunciable en las calles y voluntad transformadora. Ni más ni menos.

SAQUEMOS LA GUERRA DE LA HISTORIA Y DE NUESTRAS VIDAS

1 F. Hernández Holgado, Miseria del militarismo, Virus, 2003.
2 Bertrand, M., La crisis del ejército, Acento, Madrid, 1996.
3 X. Aguirre, Papeles (54), CIP, 1995.
4 R. Ajangiz, Servicio militar obligatorio en el siglo XXI. Cambio y conflicto, CIS-Siglo XXI, Madrid, 2003.
5 Rius, X., Papeles (59/60), CIP, 1996.
6 Declaración Ideológica AA.MOC (http://www.antimilitaristas.org/art...).
7 Schattsneider, 1960, El pueblo semi-soberano, citado en Víctor Sampedro Blanco. 2000. Opinión Pública y democracia deliberativa. Medios, sondeos y urnas.
8 Entrevista a Iñigo Sainz de Ugarte (http://www.nodo50.org/tortuga/artic...)
9 Que fue del movimiento antimilitarista y otras movidas. Lluc Peláez
( http://www.nodo50.org/tortuga/artic...)
10 Mabel Cañada, miembro de Bakearen Etxea en 1977, y desde 1980 participante en la experiencia de Lakabe, valle de Urroz (http://www.noviolenciactiva.org/04_...)
11 Colectivo Gasteizkoak, “El antimilitarismo en su encrucijada”
(http://www.nodo50.org/tortuga/artic...)
12 PSOE Aragón, elecciones 2003 (http://www.aragon.psoe.es/eleccione...)

Alternativa Antimilitarista - Moc
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