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Red Juvenil de Medellín

Declaración del objetor colombiano Leonardo Jiménez

Declaración del objetor colombiano Leonardo Jiménez

DECLARACION PERSONAL DEL JOVEN LEONARDO JIMÉNEZ

Nací y crecí en Villatina, un barrio ubicado en una de las laderas de la zona centro oriental, marcado por tragedias como el deslizamiento del cerro Pan de Azúcar y la masacre en la que murieron ocho jóvenes y una niña de cinco años a comienzos de los noventa. De niño, me era prohibido salir a las calles pues mis abuelos temían mucho que algo malo pudiera ocurrirme, todos los días había balaceras, con el tiempo el sonido de los disparos se me hizo tan familiar como los campanazos de la iglesia anunciando que alguien había muerto, tan familiar como los gritos de la abuela siempre diciéndome a las 6:00 de la tarde que ya era hora de entrar a la casa.
Muchas veces camino a la escuela me tope con muertos, las primeras veces - siendo aún un niño - sentí miedo, pero la muerte se convirtió en una imagen cotidiana de mi vida; muertos, velorios, funerales, rosarios, aún conservo recuerdos nítidos de aquel tiempo.

Entrando en mi juventud, mis dilemas, y de alguna manera los de mi familia - entre otras cosas por el hecho de ser el primer varoncito de la casa - oscilaban entre los esfuerzos que había que hacer para que yo rindiera en el colegio, y para que hubiera dinero para los estudios, de otro lado todos los esfuerzos que mi familia hacía para mantenerme al margen de la guerra de pandillas que se libraba en el barrio, básicamente por el control de los expendios de marihuana y del territorio. Era fácil ser seducido por las pandillas, pero quien ingresaba, nunca tenía la posibilidad de salir. Podría atreverme a decir que desde mi adolescencia, siempre estuve en peligro de ser reclutado por las pandillas del barrio, de alguna manera los cuidados y la sobreprotección de mi familia siempre me mantuvieron al margen de esa cruda realidad.

Una de las experiencias que marco mi vida fue mi transito por la secundaria, asistir a clases al colegio cada día era toda una hazaña, para las pandillas que operaban en sectores que colindaban con mi barrio, como la Libertad, la Cañada, la Estrechura y la Planta, era un pecado el simple hecho de encontrarse con jóvenes que venían de Villa tina, era algo así como llevar plasmado en la frente un sello de la muerte. Cuando los conflictos reventaban a punta de plomo, uno tenía que despertar como a las cuatro de la mañana para subir hasta el 13 de Noviembre, cruzar los Mangos y Enciso hasta llegar al barrio Boston, y de ahí seguir caminando hasta el barrio la Toma donde quedaba el colegio, esa era la ruta más segura.

Ya finalizando mis estudios de secundaria, creía haber sobrevivido a una guerra en la que murieron amigos del barrio, compañeros del colegio. Muchos de los jóvenes con los que crecí se metieron a alguna de las pandillas, a algunos los mataron, otros se fueron de la ciudad para salvar sus vidas. Cuando sentía que podía darme un respiro y estar tranquilo por un tiempo, una nueva presión apareció, otro dilema, una nueva preocupación para mi familia, concluía mi bachillerato, y había que definir la situación militar. Recuerdo que a la mayoría de mis compañeros de clases no les motivaba mucho la idea de estar un año o más tiempo fuera de casa, dentro de un batallón, pero cuando pensaban en asuntos como el bienestar, el trabajo, sobrevivir de alguna manera, la idea de estar en el ejército o en la policía se presentaba como una de las posibilidades más claras de encontrar un medio de subsistencia.

Después de mucho meditarlo y de enfrentarme a discusiones internas - propias de la condición de juventud - como el futuro, el bienestar, las relaciones familiares, lo que uno quiere hacer de su vida, me di a la tarea de pelear con mis propios medios buscando tomar una decisión bastante difícil: “Ir o no ir, estar o no estar en un ejército”. Finalmente creo que mi decisión se inclinó más a defender lo que en ese tiempo eran mis convicciones más puras, surgidas de mis instintos, mi sentir como joven, no me gustaban las armas, ni las rutinas, no quería estar lejos de casa, lejos de la familia, lejos de los amigos, encerrado. Me animaba más estar en grupos juveniles, en propuestas culturales o de organización comunitaria. Mis construcciones políticas y mi postura comenzó a consolidarse cuando comencé a hacerme participe del proceso de la Red Juvenil, comprendí que mi decisión se llamaba objeción por conciencia, y que quienes optamos por rechazar estar en las filas de un grupo armado asumimos el compromiso político de luchar por la construcción de una sociedad más justa, que no sea regida por lógicas militaristas.

Soy Leonardo Jiménez García, objetor por conciencia declarado, no tengo libreta militar pues no necesito ni quiero portar ningún documento que me relacione con lo militar, me asumo como un civil (entendiendo civil en el sentido de condición humana, persona que hace parte de una sociedad, más no entendido en el sentido patético de la ciudadanía impuesta ), mi lucha como objetor por conciencia se ha centrado durante ocho años en llenar de sentido político y vivencial una postura que no es discursiva, - aunque es demasiado difícil - libro batallas conmigo mismo todos los días para tratar de deshacerme de un montón de ataduras, complejos, prejuicios, moralismos y prácticas que me impusieron, que aprendí según dictaban las normas de un modelo que impera ahora más que nunca desde patrones de comportamiento autoritarios y patriarcales que se alimentan de nuestra sumisión.

No justifico ni valido las guerras ni la eliminación del otro, no creo en la lucha armada como medio para imponer o negociar proyectos de sociedad, me solidarizo con el dolor de las víctimas de la guerra porque también viví ese dolor cuando miembros de grupos paramilitares asesinaron a mi padre, - no les detesto - pero no hay nada ni nadie que pueda evitar que todavía me duela. Me asumo cada vez más en la radicalidad de esta postura, alimenta mi espíritu de lucha -no violenta - y fortalece mi carácter. No me he molestado cuando en ejercicios de manifestación pública de mi postura me he encontrado con personas que me catalogan de utópico, abstencionista, anarquista, y soñador, no me da pena reconocer que partiendo de la escala de valores tradicional mi pensamiento y mi forma de ver y asumir la vida ha evolucionado, en otras palabras cuando uno se define como antimilitarista y activista de la no violencia, combatir con paciencia la ignorancia de muchos se convierte en una tarea cotidiana.

No temo reconocer que me he equivocado muchas veces, todo el que busca ser coherente se tropieza, de hecho uno se tropieza y cae más que aquellos que transitan la vida sin buscar nada, porque nos estamos mirando, revisando cada paso que damos, intentar ser conciente de mi mismo me ha llevado a identificarme plenamente con el planteamiento de Gandhi cuando afirmaba que “el fin es a los medios lo que el árbol a la semilla”, le doy a las palabras sueño e imaginación un profundo carácter político, si obedeciéramos menos ordenes absurdas, y nos atreviéramos a soñar y a imaginar infinidad de posibilidades que existen para convivir, de seguro la sociedad sería otra cosa, no estarían muriendo un millón de niños cada minuto, no tendríamos que preocuparnos de las guerras mundiales, y quizá yo no tendría que estar dirigiéndome a ustedes para exigirles que reconozcan mi postura política, mi convicción de vida, este derecho LEGÍTIMO que tengo de asumirme como objetor por conciencia.

He de aclarar que a partir de este momento, esta petición que les dirijo se convierte en una especie de pacto conmigo mismo, me interesa que la sociedad sepa, - especialmente los jóvenes- que existo con esta postura, que pese a que según la ley 48 de 1993 soy un remiso y por eso se me han cerrado puertas para estudiar y trabajar, pese a que me han marginado, me he mantenido en esta postura con dignidad, buscando siempre posibilidades para subsistir con otros que comparten y viven esta postura de resistencia y desobediencia política. Es mi interés que mi condición salga del anonimato y se inserte como propuesta de transformación social en los círculos en los que en esta ciudad se discute sobre los problemas del país, la realidad social y las propuestas de transformación. Mi imaginación encontrará sin duda alguna recursos - el primero que se me ocurrió fue esta petición - para que ustedes, señores miembros de las fuerzas militares se dispongan a reconocerme mi estatus político de objetor por conciencia, para hacer uso de él públicamente y para seguir en mi construcción de alternativas de resistencia a la guerra en los círculos en los que me muevo, en los que se desempeña mi activismo político no violento.

  • 9 de julio de 2006 19:58, por Cthuchi Zamarra

    Conocí a Leonardo la última vez que estuve en Medellín. El y su amigo Ferney me mostraron Villatina, el cerro Pan de Azucar y me relataron la dura realidad que Leo nos cuenta en su declaración.

    Si la objeción de conciencia y la insumisión siempre son una opción difícil, en realidades tan violentas como la colombiana siempre es un rayo de esperanza que siga habiendo jóvenes que rechacen acudir a la llamada a las armas, la haga esta el ejército, la guerrilla, los paramilitares o las empresas privadas o las bandas juveniles.

    Ánimo hermanos ¡seguir en la brecha!

    Un fraternal abrazo desde el otro lado del charco..

Alternativa Antimilitarista - Moc
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