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Historias de Almanaque

El soldado de La Ciotat (Bertolt Brecht)

El soldado de La Ciotat (Bertolt Brecht)

Pasada la primera guerra mundial vimos en una plaza pública de la pequeña ciudad portuaria de la Ciotat, al sur de Francia, durante un bazar de celebración de la botadura de un barco, la estatua de bronce de un soldado del ejército francés, alrededor de la cual se arremolinaba la gente. Nos acercamos y descubrimos que se trataba de un hombre vivo, parado inmóvil bajo el ardiente sol de junio sobre un zócalo de piedra, el abrigo de color castaño oscuro puesto, el casco de acero sobre la cabeza y una bayoneta al brazo. Su cara y sus manos estaban recubiertas de un color broncíneo. No movía ni un solo músculo, ni siquiera pestañeaba.

A sus pies se recostaba contra el zócalo un pedazo de cartón, en el cual se podía leer la siguiente inscripción:
Cuadro de texto:

El hombre estatua (Homme Statue)

Yo, Charles Louis Franchard, soldado del Regimiento X, adquirí como consecuencia de quedar sepultado en Verdún bajo un alud, la extraña capacidad de permanecer absolutamente inmóvil y de poderme comportar todo el tiempo que quiera como una estatua. Esta habilidad mía ha sido analizada por muchos especialistas y catalogada como una enfermedad inexplicable. ¡Haga usted, por favor, una pequeña donación a un padre de familia desempleado!

Arrojamos una moneda en el plato, que se hallaba al lado del cartel, y seguimos nuestro camino sacudiendo la cabeza.

He aquí, pensábamos, armado hasta los dientes, el indestructible soldado de muchos milenios, aquel con el que se ha hecho historia, aquel que hizo posible todas esas grandes hazañas de los alejandros, los césares, los napoleones, sobre las cuales leemos en los textos escolares. Helo aquí. Ni siquiera pestañea. Este es el arquero de Ciro, el conductor del carro de guerra de Cambises, al que la arena del desierto no pudo sepultar definitivamente, el legionario de Cesar, el lancero montado de Gengis Kan, el guardia suizo de Luis XIV y el granadero de Napoleón I. Dispone de la habilidad, no muy extraña en verdad, de no expresar nada, cuando todos los instrumentos de destrucción imaginables son ensayados en él. Como una piedra, sin emociones (dice él), persevera, cuando se le envía a la muerte. Atravesado por lanzas de las más diversas épocas, de piedra, de bronce, de hierro, atropellado por carros de combate, los de Artajerjes y los del general Ludendorff, pisoteado por los elefantes de Anibal y los escuadrones de caballería de Atila, destrozado durante varios siglos por los proyectiles de la cada vez más perfecta artillería, pero también por las piedras voladoras de las catapultas, desgarrado por balas de fusiles, grandes como huevos de paloma y pequeñas como abejas, se mantiene firme, inquebrantable, una y otra vez, comandado en los mas diversos idiomas, pero siempre ignorante del porqué y el para qué. Nunca tomó posesión de las tierras que conquistó, tal como el albañil no habita la casa que el mismo construyó, ni aún el país que defendió puede llamar propio. Ni siquiera su arma o su montura le pertenecen. ¡Pero ahí está él bajo la lluvia de muerte de los aviones y la brea ardiente de las murallas, sobre minas y trampas, a su alrededor peste y gas venenoso, carcaj humano para dardos y flechas, barrizal para los tanques, cocina a gas, delante de sí el enemigo y tras de sí el general!

¡Innumerables son las manos que tejieron su jubón, que martillaron su armadura, que fabricaron sus botas! ¡Innumerables los bolsillos que se llenaron a su costa! ¡Inconmensurable es la gritería en todos los idiomas del mundo para incitarlo! ¡No existe un dios que no lo haya bendecido! ¡A él, que adolece de la terrible lepra de la paciencia, consumido por la incurable enfermedad de la insensibilidad!

¿Qué clase de alud, pensábamos nosotros, es ese que le ha causado esa espantosa y atroz enfermedad que es tan contagiosa?

¿No será posible, sin embargo, nos preguntábamos, encontrar una cura para ella?

Bertolt Brecht, Kalendergeschichten

Traducido del Alemán por Jesús Gualdrón


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