Cien muertos y más de doscientos heridos por la explosión de un coche bomba en un mercado de Peshawar, Paquistán. Atentado no reivindicado por nadie, como es habitual cuando mueren tantos civiles, pero que no es difícil asociar a la anunciada venganza de los radicales islamistas presentes en Paquistán y Afganistán tras las operaciones militares del ejército paquistaní de las últimas semanas.
A ver, no voy a ser yo quien niegue que la raíz de este conflicto está en la voracidad de las multinacionales occidentales, las cuales convierten estos y otros estados en campos de batalla, en sangrientas invasiones militares conculcadoras de todo derecho básico, la vida incluida, con el fin de obtener diferentes réditos siempre económicos.
No voy a ser yo quien mire a otro lado ante las masacres indiscriminadas de civiles provocadas por los ejércitos occidentales invasores. Mucho menos quien niegue que, incluso sin la necesidad de guerra alguna, la injusticia global creada por el sistema capitalista asesina personas inocentes cada minuto. Incluso no negaré que en ocasiones atentados como el citado son consentidos, azuzados o provocados directamente por los invasores como medio de desacreditar a su adversario ante la opinión pública.
Aún teniendo claro todo lo anterior me conmueve la brutalidad asesina de los militantes, militares o guerrilleros islámicos cuando realizan este tipo de indiscriminadas acciones. Cien muertos y doscientos heridos por una explosión, no en un cuartel –que tampoco sería justificable-, sino en un mercado… Este hecho me trae a la memoria bombazos semejantes en Iraq, a menudo en relación a actos religiosos, o los atentados de Madrid… Quizá sea una cuestión cultural, pero no lo entiendo de ninguna manera. Y tampoco me vale el implacable axioma de algún que otro supuesto revolucionario de que «¿quién somos nosotros, desde nuestro primer mundo, para decirle a un pueblo oprimido qué herramientas ha de emplear en su liberación?» Me resulta del todo legítimo valorar hechos que suceden en mi planeta desde mi propia ética, y no callarme la conclusión a la que llego. Al fin y al cabo, todos y todas somos personas por encima de cualquier otra consideración.
Y mi ética en este punto es clara. Defender una causa, una manera de vivir o un territorio acabando con la vida de personas que no tienen nada que ver… Dejando huérfanos a mansalva, personas impedidas de por vida, secuelas psicológicas sin cuento… ¿Qué causa puede merecer un precio semejante, además pagado con la sangre de otras personas?
También aprovecho para cuestionar el hecho de que muchos medios de contrainformación y/o anticapitalistas, a pesar de la gravedad que contiene, a menudo solemos obviar esta parte del militarismo. Que una parte sea la agredida y la a priori más débil no justifica todo lo que pueda realizar. En ocasiones más de un medio se regodea en la acción bélica exitosa de un ejército “insurgente”. No me parece que así se esté prestando ningún servicio al establecimiento de un mundo más justo.
No deseo caer en la moralina de poner a todas las partes a un mismo nivel. En el actual y desarmónico mundo hay oprimidos y opresores, y en los conflictos bélicos también hay casi siempre agredidos y agresores. Es evidente que la responsabilidad en la causa de esos conflictos no es la misma para cada una de las partes. En esa medida, especialmente si tenemos cerca al agente de la injusticia y la guerra, hay que denunciarlas. Pero esa nunca puede ser razón para callar ante un crimen cometido por cualquier ejército. El silencio siempre crea complicidad y si somos antimilitaristas nuestra denuncia y crítica al militarismo ha de ir más allá de las simpatías o antipatías que pueda producirnos una determinada causa.
C.N.
Un coche bomba causa una matanza en Pakistán
Cerca de un centenar de muertos y 200 heridos por la explosión en un mercado de Peshawar.
ÁNGELES ESPINOSA | Islamabad
Al menos 95 personas han muerto este miércoles al explotar un coche bomba en un mercado de Peshawar, la capital del noroeste de Pakistán, según fuentes hospitalarias citadas por los medios locales. Cerca de dos centenares más han resultado heridas. El brutal atentado, el más grave que sacude al país en los dos últimos años, se ha producido pocas horas después de la llegada Islamabad de la secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton. «Pakistán no está solo en su lucha contra los extremistas», ha declarado Clinton. Pero tanto el ataque de Peshawar como otro ocurrido antes en Kabul, la capital del vecino Afganistán, ponen de relieve la gravedad del desafío de los talibanes en ambos países a la política de EE UU en la zona.
Peshawar ha quedado conmocionada. El atentado ha resultado monstruoso incluso para los estándares de este país azotado por la violencia, que este mes ya ha sufrido nueve ataques con casi 300 muertos. Los terroristas han hecho estallar el coche bomba en el bazar Meena poco antes de las dos de la tarde (cinco horas menos en la España peninsular), cuando muchas mujeres acuden a hacer compras tras haber recogido a sus hijos del colegio. Además, la abigarrada estructura de ese popular mercado del casco antiguo garantizaba que sus 150 kilogramos de explosivos hicieran el máximo daño posible. Todos los bazares de la ciudad han cerrado en señal de duelo.
Como es habitual cuando se causan muchas bajas civiles, nadie se ha responsabilizado del ataque. Las autoridades paquistaníes han acusado a los talibanes, quienes habían prometido vengarse por la operación militar que el Ejército lleva a cabo en Waziristán del Sur desde el sábado 17. Esa región tribal, a unos 200 kilómetros al sur de Peshawar, se ha convertido en uno de los feudos de los islamistas radicales que luchan contra el Estado. A última hora de la tarde, los equipos de rescate siguen buscando víctimas entre los escombros.
«Nos enfrentamos a esto a diario, pero ni nuestro empeño ni nuestra determinación van a tambalearse», ha asegurado el ministro paquistaní de Exteriores, Shah Mehmood Qureshi, durante una conferencia de prensa con Clinton. «No cederemos. Vamos a combatiros porque queremos estabilidad y paz en Pakistán», ha añadido el ministro dirigéndose a los terroristas.
La secretaria de Estado norteamericana, que con su visita dijo querer dar un giro a la relación bilateral, ha calificado el atentado de Peshawar de «cruel y brutal». «Quiero que sepan que ésta no es sólo la lucha de Pakistán», ha dicho antes de comprometerse «a permanecer codo con codo con el pueblo paquistaní en su pugna por la paz y la seguridad». Pero consciente de la desconfianza que las intenciones de Estados Unidos despiertan entre los paquistaníes, también ha añadido que las relaciones que su país desea van «más allá de la seguridad».
Aunque Washington no oculta su preocupación por el creciente desafío islamista al Estado y la seguridad de sus armas nucleares, Clinton ha tratado de demostrar que también comprendía las preocupaciones de los paquistaníes con el anunció de un programa de 125 millones de dólares (85 milones de euros) para mejorar el suministro eléctrico. Los frecuentes cortes de electricidad no sólo son una de las principales frustraciones de la población, sino que están arruinando a muchas pequeñas y medianas industrias. Con ser importante, van a necesitarse muchos más gestos de ese tipo para lograr vencer el acusado antiamericanismo que ha arraigado en este país. Sólo un 16% de los paquistaníes tiene una opinión favorable de EE UU, frente a un 27% en 2006, según la última encuesta de actitudes globales del instituto Pew hecha pública el pasado agosto. Además, el 64% piensa que EE UU es un enemigo de su país. La desconfianza está vinculada al tradicional apoyo de Washington a las dictaduras militares que han jalonado los 62 años de historia de este país. Pero también, hay una parte inducida.
La visita de Clinton ha estado precedida de un intenso debate político sobre el proyecto de ley estadounidense de ayuda a Pakistán. Aunque el plan triplica la asistencia hasta los 1.500 millones de dólares anuales durante los próximos cinco años, ha polarizado al país. El Ejército, la oposición política y los partidos religiosos lo han tachado de atentado a la soberanía, mientras que el partido gobernante y la élite liberal estiman que ayudará al desarrollo económico y educativo del país, a la vez que reforzará el control civil sobre los militares.
El recelo proviene de que el texto condiciona la ayuda a que Pakistán coopere en la lucha contra la proliferación nuclear, impida el uso de su territorio para ataques terroristas contra otro país, y su Ejército se someta a la autoridad civil. Este último punto y las referencias al apoyo militar a varios grupos yihadistas han irritaron a los uniformados, que a principios de mes emitieron un comunicado de prensa expresando su «profunda preocupación». La inusual medida ha dado lugar a todo tipo de rumores sobre un golpe de timón (en el que el Ejército cambiaría al presidente en vez de tomar el mando directamente).
«Es la primera vez que la ayuda a Pakistán no va directamente a los militares y además se condiciona al control civil del Ejército», explica a EL PAÍS Ayesha Saddiqa, analista política y de defensa. Saddiqa señala que «la gente se encuentra entre la espada y la pared, con los militares de un lado, y un gobierno elegido pero corrupto de otro; así que nadie sabe hacia dónde tirar». Incluso con los sangrientos atentados que a diario sacuden el país, para la mayoría de los paquistaníes el principal problema no son los talibanes, sino el abandono de un Gobierno que no se preocupa de sus ciudadanos.
Diario El País