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Por Phyllis Bennis

Sharón ha muerto, pero el sharonismo sigue vivo

Sharón ha muerto, pero el sharonismo sigue vivo

El Carnicero de Beirut, como le denominaban desde hace tiempo, nos ha dejado. Tras ocho años en coma, durante los cuales pasó de ser líder militarista de ultraderecha a hombre de paz, al general israelí Ariel Sharón finalmente se le ha declarado muerto.

El aluvión de elogios ya ha comenzado, también por parte del secretario de Estado estadounidense John Kerry, que admitió discrepancias puntuales con Sharón, pero aseguró a Israel: “Nuestra nación comparte vuestra pérdida y honra la memoria de Ariel Sharón”. Para el resto del mundo, por supuesto, no hay nada –nada– ni remotamente honorable en el legado del que quizá sea el criminal de guerra más sistemático de Israel.

Como documenta el periodista israelí Dimi Reider en 972mag.org, la violencia de Sharón comenzó pronto, antes de que Israel fuese un estado, cuando

«... se unió a la Haganá a mediados de los años 40, y entró por primera vez en acción durante los acontecimientos que conducirían a la Guerra de 1948. Su unidad asaltaba poblaciones árabes en los alrededores de Kfar Malal. Quedó gravemente herido en la batalla de Latrún, y dejó temporalmente el ejército en 1949 para estudiar en la Universidad Hebrea. Sin embargo, Sharón fue llamado de nuevo a filas por orden personal de David Ben-Gurión para comandar la recién creada Unidad 101.

La unidad fue creada específicamente para tomar represalias contra las guerrillas de refugiados palestinos, que operaban a través de las fronteras de Jordania y Egipto. La mitad de las veces, los ataques se lanzaban sobre objetivos civiles, incluyendo campos de refugiados y poblaciones de la franja de Gaza (ocupada por Egipto) y Cisjordania (ocupada por Jordania).»

Los ataques a los palestinos fueron una constante en la biografía de Sharón. En los años 70, después de que Israel ocupase la franja de Gaza, envió bulldozers blindados al masificado campo de refugiados de Jabaliya para crear nuevas carreteras de uso militar, demoliendo los hogares de centenares de familias a su paso. Este hecho dio lugar a uno de sus primeros apodos, el Bulldozer de Gaza.

PUERTA DEL CIELO. “Seguro que no tengo problemas para entrar”. Sharón, el Bulldózer

Además, como nos recuerda Yousef Munayyer, del Centro Palestino, la cronología de los crímenes de guerra de Sharón es extensa. Los ataques a civiles, que comenzaron antes de que Israel fuese declarado un estado, continuaron después y condujeron directamente a lo que pronto sería conocido como la masacre de Quibia en 1953:

«Quibia es una población palestina situada en Cisjordania, cerca de la Línea Verde. En un ataque israelí al pueblo, comandado sobre el terreno por Sharón, numerosos hogares fueron destruidos, con civiles aún en su interior. El balance final fue una masacre que se saldó con la muerte de 69 palestinos, en su mayoría mujeres y niños.

El ataque recibió la condena de la comunidad internacional, e Israel hizo todo lo posible para reducir el daño para su imagen que la masacre suponía. Las Naciones Unidas condenaron lo sucedido, y el Departamento de Estado estadounidense dijo que los responsables deberían “rendir cuentas”, y que deberían “tomarse medidas efectivas para prevenir incidentes similares en el futuro”. Sin embargo, no se hizo responsable a ningún oficial, y esta cultura de la impunidad sería una constante no solo en la historia de Israel, sino en la historia de Ariel Sharón en particular.»

Después vendrían otros ataques, entre los que destaca la masacre de Sabra y Chatila de 1982. En los primeros meses del verano de ese año, tropas israelíes bajo el mando de Sharón como Ministro de Defensa invadieron y ocuparon el sur del Líbano. Tras semanas de asedio sangriento en Beirut, los Estados Unidos lograron que las tropas de la OLP se retirasen de la ciudad, dejando sin protección los campos de refugiados palestinos, llenos de mujeres, ancianos y niños. La noche del 16 de septiembre, tropas israelíes rodeaban los dos campos, situados al oeste de Beirut, impidiendo que saliese cualquier persona. Comenzaron entonces a lanzar bengalas, proporcionando así luz para las milicias de la Falange Libanesa y de las Fuerzas Libanesas (respaldadas por Israel), que atacaron los indefensos campos masacrando a 2000 civiles palestinos, centenares de ellos niños.

Israel y su oficial de mayor rango fueron declarados responsables, pero sin consecuencias. En 1983, la comisión MacBride de Naciones Unidas concluyó que Israel era responsable de la violencia. Ese mismo año, la Comisión Kahan (formada por las propias autoridades israelíes) declaró a Israel responsable “indirecto”, señalando, no obstante, la responsabilidad personal de Sharón “por dar la espalda al riesgo de derramamiento de sangre y venganza”. El general –a quien se denominaba entonces por primera vez El Carnicero de Beirut– era, por lo tanto, reconocido como culpable, pero no tuvo que rendir cuentas. Sharón dimitió como Ministro de Defensa, pero –en consonancia con la impunidad imperante en el sistema político israelí– permaneció en el Gabinete, y dos años más tarde volvía a ser ministro con el Likud. No hubo juicio ni se presentaron cargos. Ni siquiera fue licenciado con deshonor de las Fuerzas de Defensa de Israel por sus crímenes de guerra.

Tras su nombramiento como Ministro de Vivienda e Infraestructuras en 1985, Sharón fue responsable de la construcción de 150 000 viviendas en asentamientos israelíes (exclusivos para judíos) dentro de Cisjordania y Gaza, bajo ocupación. Desde ese momento, la naturaleza de los crímenes de guerra del general Sharón –violaciones del derecho humanitario internacional y de las Convenciones de Ginebra– pasó de acciones en el campo de batalla a las llevadas a cabo en las colinas atestadas de asentamientos del territorio palestino ocupado.

Sharón siguió siendo una pieza clave del sistema político israelí –algunas veces desde la oposición, la mayor parte del tiempo en el gobierno (incluso como primer ministro)– hasta que una apoplejía en 2006 le retiró permanentemente de la política. Se opuso al proceso de Oslo y se convirtió en principal defensor del cada vez más poderoso movimiento de los colonos. Y así, pese a que la naturaleza de sus crímenes cambió, Sharón siguió violando las leyes internacionales. Las masacres violaban las leyes de la guerra. Los asentamientos violaban las Convenciones de Ginebra. El Muro del Apartheid (en cuya planificación Sharón participó) violaba la legislación de la Corte Internacional de Justicia.

En 2005, Sharón organizó la evacuación de los 5000 colonos israelíes y de las tropas israelíes de la franja de Gaza ocupada. Sharón fue en seguida elogiado por su compromiso con la paz. Pero los soldados israelíes siguieron controlando Gaza, ahora simplemente desde el otro lado de la frontera, rodeando de efectivos militares la franja. Israel siguió teniendo control absoluto de las fronteras de Gaza, la entrada y salida de bienes y personas, el espacio aéreo, las aguas más allá de la costa de Gaza, la economía y las vidas del millón y medio de palestinos que allí habitan, de los cuales el 75 % tiene menos de 25 años. El nuevo despliegue cambió el carácter de la ocupación israelí, pasando del colonialismo tradicional al estado de sitio a la antigua usanza. Pero Gaza continúa bajo ocupación. El verdadero objetivo del plan de “liberación” de Gaza se había cumplido: en palabras del brazo derecho de Sharón, Dov Weisglass, suponía la “paralización del proceso de paz”. Misión cumplida.

Sharón sigue siendo un criminal de guerra. Kerry acertó en otra de sus afirmaciones: “la travesía de Ariel Sharón fue la travesía de Israel”, dijo. Y tenía razón. Solo en Israel, donde la poderosa derecha ha sido reemplazada por la extrema derecha, la ultraderecha y la derecha fascista, podría un criminal de guerra, que no mostró arrepentimiento ni cambió nunca su forma de pensar, erigirse repentinamente como personificación del centro político. Sharón ha muerto, pero el sharonismo sigue con vida.


Fuente: Mondoweiss

Fecha de publicación original: 12-1-14

Traducido por Andrés Porras y editado por Ana Atienza

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