casco insumissia fusil roto
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Los valores de libertad, seguridad y justicia -irónicamente el lema de FRONTEX- parten del paradigma eurocéntrico moderno de la superioridad ética de Europa, sustentada con la idea de derecho y legalidad para que la guerra en Frontera Sur siga invisibilizada y sus crímenes queden impunes.

 6 de febrero, el día en que la inocencia blanca europea disparó y mató

6 de febrero, el día en que la inocencia blanca europea disparó y mató

Natali Jesús

I. La violenta inocencia europea

Europa, tu no eres inocente. Nos quisiste crear en humillación y subyugación, pero a semejanza. Te servía adiestrarnos en tu superioridad moral y convencernos de una inferioridad, que tu misma creaste. Europa, tú que nos matas; tú que nos premias, cuando seguimos tus pasos. A ti y a tu Unión hemos de rendir homenaje, cuando pretendes salvarnos, mientras nos ahogas en silencio. A ti, a tu humanismo, y a tu razón hemos de agradecer. Eso nos enseñas y nosotros resistimos.

Poco servirá que te señalemos, te denunciemos y juzguemos. Otras ya lo han hecho. Permanecerás la más humana, la más civilizada; una comunidad de paz, las otras en guerra. Los sentenciados, nosotros, quienes no entienden tus valores de libertad, igualdad y justicia; nosotras, quienes se resisten a ser integrados, quienes se rebelan ante tanta hipocresía.

Pero no nos engañemos, esto no nos sorprende. Europa ha convertido, ya hace mucho, su racismo en un racismo respetable y su régimen fronterizo en una guerra que no se nombra como tal. Mientras que los países miembros hacen declaraciones sobre la igualdad, sus políticas se centran en la radicalización del racismo de sus Estados. Consecuencia de ella, son las muertes prematuras y los procesos de tortura de inmigrantes. Una colonialidad específica se produce así, en un espacio fronterizo europeo, interior o exteriorizado. W.E.B. Du Bois nos decía hace mucho tiempo, que Europa se puso de acuerdo y se adjudicó el derecho divino de la gente blanca a robar todo lo que quiera, en todo el mundo. Nosotros decimos, que también roba cuerpos.

En diciembre de 2012 durante el discurso de aceptación del Premio Nobel de la paz concedido a la Unión Europea, se decía que la guerra en Europa era inconcebible. En España, dos años después, Jorge Fernández Díaz comparecía en el Congreso de los Diputados: "a fin de frenar su avance, se lanzaron los medios para delimitar la traza fronteriza en el mar con la orden habitual de que siempre hubiese varios metros entre el lugar de impacto en el agua y los propios inmigrantes para no alcanzarlos, todos los lanzamientos se hicieron desde tierra, siendo la distancia superior como mínimo a los 25 metros, de acuerdo con los protocolos de utilización de los medios anti-disturbios” (13.02.2014).

Nosotros decimos, que la guerra es invisible, en tanto afecta a quienes Europa condenó ya hace siglos. Los valores de libertad, seguridad y justicia, -irónicamente, los que son el lema de FRONTEX-, parten del paradigma eurocéntrico moderno y la superioridad ética, y que sustentan con la idea de derecho y legalidad.

La hipocresía blanca colonial de una inocencia europea sirve a unas lógicas de poder imperialista que legitiman, la masacre sionista contra el pueblo palestino, así como el genocidio que Europa comete en sus fronteras; es parte de su furia de dominación que exige unas políticas cada vez más liberales, más seguras y más abiertas, pero solo para ella.

Si entendemos que el sistema mundo moderno del capitalismo racial -no hay otro-, depende de la violencia, imperialismo y genocidio, como diría Cedric J. Robinson, veremos que el racismo es parte fundamental para la (re)producción de violencia; y sin violencia, no hay explotación. La élite política y financiera blanca europea no duda en entreabrir sus puertas para acceder a una mano de obra barata racializada. Una mano de obra barata, encarnada en descendientes de los colonizados, que Europa prefiere mantener humillada, sin o con pocos derechos, sin o con un difícil acceso a la ciudadanía. Porque si el régimen fronterizo europeo le ha perdonado la vida, se ha de alegrar y recibir las migajas en silencio. Es esa la perversidad de la guerra sin nombre. Hemos de celebrar que se salven vidas, y observar como sus victimarios se jactan de hacerlo. Hasta ahora, el poder blanco se ha encargado de que sus crímenes queden impunes.

Para eso, Europa ha continuado con la elaboración de una serie de mitos de guerra como mitos de dominación. Por ejemplo, las lógicas racistas de Estado y de sus instituciones han impuesto un discurso sobre la inmigración, creada como ilegal/clandestina/irregular y apoyada con las narrativas hegemónicas del “problema de la inmigración” o de la “crisis migratoria”, sus avalanchas, las invasiones, el terrorismo.

Por otro lado, y para favorecer la siempre impecable inocencia blanca europea, los objetivos de las políticas migratorias han integrado el ejercicio de actividades de rescate y salvamento a las operaciones militares de control y disuasión, creando una relación perversa de salvador/victimario. La inocencia blanca antepondrá sus intereses destructivos de vida, a costa de la muerte y explotación de los condenados. Como parte de su tradición histórica, Europa está ocupada en negar a sus víctimas, y desecharlas lejos de su territorio. Su inocencia moral, huele a hipocresía. Sabemos del genocidio en sus fronteras y de su aprobación silenciosa por fuerzas progresistas blancas, que aún aplauden a una bárbara civilización europea.

II. El día en que la inocencia blanca disparó y mató en España

El contexto europeo nos ayuda a entender la cuestión racial dentro los límites de las fronteras del Estado Español que serán demarcadas en una relación de poder. En España esa demarcación tiene un origen racista colonial, y es inseparable de ser blanco, occidental y tener un origen cristiano. Desde esta perspectiva, no hemos de olvidar las resistencias de las comunidades poscoloniales racializadas, negras y moras, que podrían ser interpretadas como luchas raciales contra el poder blanco europeo.

Tampoco podemos dejar de lado el carácter histórico de control colonial sobre los enclaves norafricanos. Ceuta y Melilla, son actualmente las ciudades más militarizadas en todo el territorio español, herederas de una simbología del fascismo franquista, donde una serie de instrumentos jurídicos en función del racismo de Estado son utilizados en contra de las comunidades racializadas, esto conlleva a que a la gran mayoría de la población mora-musulmana se le niegue el acceso a los derechos europeos, y a ser ciudadanos españoles.

Sin embargo, Ceuta y Melilla no pueden ser solo reducidas a dos territorios de excepción, ni a lugares de no-derechos, eso sería muy simple y siginificaría moverse dentro del mismo mito moderno.

Lo cierto es que España, con su entrada a la Unión en 1985, ha participado en el proyecto imperialista europeo, enfocado a reforzar las jerarquías raciales a través de las políticas de gestión de fronteras a favor de su mercado neoliberal. La misma frontera española-europea y su externalización serían entonces, un pacto, una negociación entre el Estado y el capital en torno a la opresión de raza. La llamada Frontera Sur sería, por lo tanto, un brazo extendido sobre el Estrecho de Gibraltar por el que fluye a caudales el racismo del Estado Español, un reflejo de la complejidad de la colonialidad del que fue el primer estado moderno europeo.

El 6 de febrero de 2014, en el Tarajal en Ceuta, era un día más en la guerra sin nombre. La Guardia Civil seguía instrucciones militares, y disparaba a cuerpos negros, quienes intentaban cruzar la frontera española-europea. La silenciosa música de fondo que se oía, sonaba como un ¡viva la Guardia Civil, viva España, viva el rey, viva Europa, vivan sus fronteras, viva el Estado de Derecho racista y soberano! Pero también sonaba al otro lado de la frontera, una música de complicidad con el imperialismo blanco por parte del Estado marroquí. Las balas de goma se disparaban con una seguridad premonitoria de impunidad, que recuerda a esa inocencia blanca.

Aquí no es necesario hablar, una vez más, sobre el dolor profundo que nos quema. Aquí es necesario exigir respuestas políticas urgentes a esas lógicas de impunidad racistas que el Estado Español protege.

Nos duele reconocer que somos, en parte, cómplices de esos crímenes cometidos en nombre de la civilización europea. Porque sabemos que la masacre del Tarajal no es un caso aislado. Porque nos hemos acostumbrado a creer a la inocencia blanca cuando nos dice que todas esas muertes son solo tragedias. Porque hemos escuchado con mayor atención las retóricas deformadas de los representantes de las instituciones del Estado, y apenas hemos creído a nuestros hermanos, quienes aseguran que no solo fueron 15 muertos. Porque se ha mostrado una verdad tan clara, pero la ceguera de nuestros ojos colonizados solo veía una fascinación por esa modernidad blanca europea y sus valores. Porque hay un antes y un después de ese miserable día. Pero, porque sobre todo, hay un ahora.

El racismo de Estado está en la continuidad de las prácticas de una guerra institucionalizada en contra de las personas racializadas, sean migrantes indocumentadas, sean niñas o niños, o aquellas que son ahogadas, sean mujeres porteadoras, migrantes en CIEs o gitanos en régimen penitenciario. Toda la violencia aplicada sobre sus cuerpos son producto de decisiones políticas de un sistema racista colonial y patriarcal, que urgen ser señaladas.

Sin duda, sería ingenuo y un desacierto, pensar que el racismo institucional puede actuar de modo aislado sobre la población migrante o sobre otra comunidad racializada en el Estado Español. Seguir con esa lógica es continuar con la herencia del antirracismo moral de una izquierda progresista, que nunca pretendió poner en cuestión el privilegio racial, ni el poder blanco. Romper con esa lógica, es, por el contrario, un paso hacia una solidaridad política, como nuevo lugar de (auto)reconocimiento y resistencia, de sanación revolucionaria en una conciencia antirracista decolonial diametralmente opuesta a la conciencia del ser colonial imperial blanco capitalista patriarcal cristianocéntrico-secular.

Esa resistencia en común es necesaria, porque si bien, las atrocidades racistas cometidas por el Estado han ganado últimamente más visibilidad a través del trabajo de las mismas personas migrantes, o de las comunidades racializadas, observamos que la izquierda, continúa en su antirracismo de butaca y con un discurso cada vez más paternalista. Frente a ella, por ejemplo, los personas migrantes continúan siendo víctimas desafortunadas a quienes acoger porque son básicamente pobres. De esta manera, no solo ayudan a construir la retórica entre los llamados migrantes económicos y refugiados, sino que también anulan la potencialidad crítica al racismo estructural e institucional, y fomentan una re-distribución racista al homogeneizar el concepto de clase, ciego a la construcción de raza social. A la izquierda aún le acompaña en sus marchas su fetiche, ese vago humanismo de la modernidad, y observa, casi estupefacta esa guerra sin nombre. Ya es hora, que se atrevan a destruir esa inocencia blanca y su fe acrítica en la civilización europea.

Mientras tanto, nosotros diremos como Fanon, “dejemos a esa Europa que no deja de hablar del hombre al mismo tiempo que lo asesina dondequiera que lo encuentra, en todas las esquinas de sus propias calles, en todos los rincones del mundo.” Digamos no a esa Europa racista e imperial, no al asesinato de lo más humano que nos queda: nuestra resistencia, autonomía y dignidad.

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/1492/...

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