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José Javier Rueda

Del hiperpoder al miedo

Del hiperpoder al miedo

Heraldo de Aragón
11/09/2006

Han pasado cinco años desde el 11-S. George W. Bush, presidente de la única
potencia mundial, declaró entonces la guerra al terrorismo. Hoy, EE UU está
perdiendo esa batalla y, de paso, está comenzando a vivir su declive

Del hiperpoder al miedo

"Los atentados integristas del 11-S marcaron el punto de inflexión del auge
de Estados Unidos como potencia imperial"

HACE HOY justamente cinco años, los atentados del 11-S marcaron el punto de
inflexión del auge de Estados Unidos como potencia imperial. Cien años
antes, a finales del siglo XIX, Estados Unidos se había lanzado a la
conquista del mundo. Tras consumar su unificación interior, puso sus ojos
en el exterior. Empezó, en 1898, por arrebatarle a la alicaída España sus
dos colonias de ultramar: Cuba y Filipinas. A partir de ahí, su
impresionante maquinaria económica, militar y cultural convirtió el siglo
XX en el siglo estadounidense. El punto álgido de este devenir lo alcanzó
en los años noventa, con la desaparición de la URSS. Estados Unidos se
convirtió en la única potencia mundial. Un papel que representó de forma
apabullante en la primera guerra del Golfo (1991), al final de la cual el
presidente Bush (padre) anunció el advenimiento de un "nuevo orden
internacional". El 11 de septiembre de 2001, un hecho inesperado quebró esa
tendencia. Un atentado suicida destruyó el símbolo más altivo del poderío
estadounidense: las Torres Gemelas de Nueva York. El presidente Bush (hijo)
declaró la guerra al terrorismo. Pero esta guerra no tiene nada que ver con
las contiendas clásicas, como las que les llevaron a la victoria contra los
nazis en los campos de Europa. La batalla contra el terror es asimétrica y
exige métodos muy diferentes. Washington no ha sabido aplicarlos y la está
perdiendo. Aunque las ingentes inversiones han conseguido multiplicar las
medidas de seguridad, paradójicamente los ciudadanos se sienten más inseguros.

La Casa Blanca aprovechó, además, el cheque en blanco que le dieron su
ciudadanía y la comunidad internacional tras el 11-S para intentar
rediseñar el mapa de Oriente Medio por estrictas razones geoestratégicas.
Así, las intervenciones en Afganistán e Iraq le debían asegurar el control
de grandes reservas de petróleo y gas, que EE UU necesita imperiosamente
ante el aumento de la demanda mundial, a causa de las enormes necesidades
de China y la India. Sin embargo, las campañas en Bagdad y Kabul marchan de
mal en peor. El Pentágono todavía no tiene el control de ninguno de los dos
países, ya le han generado más bajas que el 11-S y se han convertido en
incubadoras de nuevos terroristas.

La Administración Bush está perdiendo la guerra contra el terrorismo y,
además, está acelerando el declive que ya vislumbró hace 17 años el
historiador Paul Kennedy. El catedrático de Yale demostró en su libro "Auge
y caída de las grandes potencias" que todos los imperios, desde el romano
hasta el británico, pasando por el español, terminaron cuando la
multiplicación de sus responsabilidades militares agotó su economía. El
libro, heredero de otros del historiador Carlo Cipolla y del periodista
Walter Lippmann, no llegó en buen momento porque coincidió con la caída no
de Estados Unidos, sino de la URSS. No obstante, la base argumental siempre
ha estado ahí. Por eso, el catedrático español Luis de Sebastián retomó la
tesis hace dos años en su libro «Pies de barro» y ahora ha hecho lo propio
el especialista de la Universidad Johns Hopkins Michael Maldelbaum.

El erario público estadounidense está exhausto. A diferencia de otras
guerras, incluida la primera batalla del Golfo, las arcas públicas
estadounidenses han tenido que pagar las dos últimas aventuras bélicas
(Afganistán e Iraq) y la sangría no se detiene. EE UU ya no es la primera
potencia económica (como lo era en 1945), pero su presupuesto de Defensa
representa casi la mitad del total mundial. Tras cinco años de déficit, la
deuda pública supera los 8 billones de dólares frente a los 2,2 del año 2000.

Hace cinco años, diecinueve terroristas suicidas atacaron el corazón del
imperio, que resultó herido como nunca antes. Por primera vez, Estados
Unidos apareció ante el mundo como una superpotencia claramente vulnerable.
El 11-S no fue Pearl Harbour, sino todo lo contrario. Desde entonces, el
gigante americano ha perdido su tradicional optimismo, se ha dejado vencer
por el miedo, ha recortado las libertades individuales de sus ciudadanos y
ha perdido buena parte de su «poder blando» (influencia socio-cultural) en
el mundo incrementando los sentimientos antioccidentales. Eso sí, ha
aumentado su poder militar y, de paso, al invadir Iraq, ha animado a Irán y
Corea del Norte a armarse hasta los dientes para que no les pase lo mismo.

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