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El movimiento pacifista en la Transición española (Pedro Oliver Olmo)

El movimiento pacifista en la Transición española (Pedro Oliver Olmo)

<span
style='font-size:11.0pt'>Pedro Oliver Olmo

Introducción:
la peculiar radicalidad del movimiento pacifista desde la Transición

<span
style='font-size:11.0pt'>Desde 1975, con las nuevas oportunidades que generaban
las expectativas y las realidades del cambio político, se fue creando una
red de colectivos cuyo repertorio de acciones y mensajes políticos eran los
propios de un movimiento pacifista. No obstante, en un país que dejaba atrás
una larga dictadura resultante de un golpe militar y una guerra civil, necesariamente,
el pacifismo iba a desarrollar algunas características muy peculiares.

<span
style='font-size:11.0pt'>En el catálogo de peculiaridades del pacifismo militante
que emerge en la Transición, en principio básicamente integrado por grupos
de No Violencia, antimilitaristas y objetores de conciencia, destacan dos
que se complementan para retratarlo de cuerpo entero e ilustrar el perfil
que iba a adquirir desde muy temprano. La primera de las singularidades nos
sitúa ante un movimiento pacifista ideológicamente radicalizado, en dos vertientes
trascendentes para la época y para el futuro: por un lado, el uso de la desobediencia
civil frente al servicio militar obligatorio, cuyo significado, de por sí
radical y provocador, se amplificaba aún más de manera circunstancial porque
se ejercía frente al ejército heredado de la dictadura; y por otra parte,
el hecho de que ganara un peso tan importante la impronta antimilitarista
del pacifismo, un rasgo que en otros países nunca adquirió esa relevancia.
La segunda peculiaridad importante nos muestra a un movimiento pacifista que
tuvo que crecer en solitario pero dentro del imaginario de la izquierda política,
algo que no debe interpretarse como sinónimo de aislamiento (buena parte del
movimiento pacifista nunca dejó de estar entramado con otros movimientos sociales).
El desencuentro estaba servido. La izquierda moderada no se sentía concernida
por aquel radicalismo pacifista<span
class=MsoFootnoteReference> [1]
. Y la izquierda revolucionaria no
lo entendía<a
href="#_ftn2" name="_ftnref2" title=""> [2] .

El
inicio del pacifismo como nuevo movimiento social y sus problemas de enfoque

<span
style='font-size:11.0pt'>La experiencia del movimiento pacifista en la Transición
ya había sido abordada en los años ochenta por investigadores ligados a ese
movimiento name="_ftnref3" title=""> [3] . Pero
en gran medida sigue siendo un tema pendiente de la historiografía<span
class=MsoFootnoteReference> [4]
. La sociología se ha empleado más
a fondo. Son muy útiles los análisis que han realizado de Jaime Pastor y Enrique
Laraña, aunque sus interpretaciones sean discutibles title=""> [5] . Igualmente hay estudios
sociológicos que, al observar el movimiento de objeción e insumisión, arrojan
luz sobre la formación de la primera red de grupos pacifistas<span
class=MsoFootnoteReference> [6]
. Y por último, en la escasa historiografía
que aplica las teorías de los nuevos movimientos sociales, destacan los modelos
interpretativos propuestos por los profesores Pérez Ledesma y Álvarez Junco.
Es útil el enfoque de Pérez Ledesma sobre la relación entre partidos políticos
y movimientos sociales en la Transición, porque incide en un aspecto clave
del movimiento pacifista: la independencia de objetores y antimilitaristas
respecto de los partidos políticos<span
class=MsoFootnoteReference> [7]
.

<span
style='font-size:11.0pt'>A pesar de estos tratamientos, y quizás en parte por
culpa de su escasez, se produce y reproduce una narrativa convencional sobre
el movimiento pacifista español que arrastra algunos problemas de enfoque.
O no se tiene en consideración su existencia histórica y se elude o menosprecia
(lo que casi siempre ocurre con el período de transición de la dictadura a
la democracia), o sólo se recogen los episodios que tuvieron cierto impacto
político y mediático. Indudablemente, hubo bastante más. Cuando aplicamos
las herramientas de la sociología de los nuevos movimientos sociales colegimos
que el movimiento pacifista ha sido y sigue siendo mucho más que grandes o
pequeñas reacciones, algo más que oportunidades para las grandes movilizaciones<span
class=MsoFootnoteReference> [8]
. El movimiento pacifista es una experiencia
histórica de décadas, con estructuras de movilización construidas, con grupos
esporádicos y con recursos y compromisos perdurables, desde el ejemplo vivo
de las largas militancias a los grupos de referencia para el resto del movimiento,
o las fundaciones (una forma de institucionalizar lo informal), los centros
de investigación, las revistas o las páginas WEB. Incluso las movilizaciones
ritualizadas<span
class=MsoFootnoteReference> [9]
. Así han dado sentido a la movilización
sus propios activistas. Con marcos de referencia compartidos, lugares de la
memoria, figuras históricas, emblemas, músicas… Quizás no sea fácil calibrar
el impacto sociocultural de un nuevo movimiento social, pero es imposible
no percibirlo. El movimiento pacifista ha creado cultura política. En ella
conviven tendencias (como la noviolencia y el antimilitarismo) que
interactúan con otras subculturas alternativas -el ecologismo, el feminismo
o la contrainformación-, e influyen en los programas de los partidos y en
las agendas institucionales (no sólo como grupos de presión hacia instancias
de decisión política, sino como dinamizadores de valores y estilos de vida).

<span
style='font-size:11.0pt'>Por todo ello sería un error explicar el devenir del
movimiento pacifista dejándose encandilar por su eclosión en el período 1983-1986,
cuando tomó cuerpo la Coordinadora Estatal de Organizaciones Pacifistas (CEOP).
Así no contemplaríamos como iniciadores a grupos que empezaron a luchar por
la paz y contra la OTAN mucho antes que muchos colectivos de la campaña OTAN
No, Bases Fuera (la cual tampoco descuidó el plus de legitimidad que añadía
a la protesta anti-OTAN ese pacifismo –digamos, con todos los respetos- “más
genuino” de los grupos de No Violencia y antimilitaristas organizados en los
‘70)<a
href="#_ftn10" name="_ftnref10" title=""> [10]
. Y tampoco entenderíamos el papel del movimiento pacifista en
el cambio sociocultural (en la transición social), en la dinamización
de valores de paz y en la construcción de una cultura política pacifista.

Pacifismo
militante y pacifismo sociológico: el movimiento pacifista en el cambio social

<span
style='font-size:11.0pt'>En los primeros años ochenta la sociología académica
se atrevió a medir con rigor los trazos gruesos de lo que categorizó como
“pacifismo social”, y ya no pudo dejar de hacerlo durante mucho tiempo. Al
escrutar las encuestas realizadas desde los años de la Transición, el perfil
del pacifismo socialmente aceptado también tenía unos rasgos ciertamente peculiares title=""> [11] .

<span
style='font-size:11.0pt'>Por aquel entonces, cuando aún estaba muy fresco el recuerdo
del 23-F y todavía brotaban noticias oficiales y oficiosas acerca de supuestas
tramas golpistas, al tiempo que arreciaba el movimiento pacifista y anti-OTAN,
crecía una honda preocupación entre los mandos militares y los responsables
gubernativos del Ministerio de Defensa. En las encuestas de esos años la opinión
pública no sólo mostraba un claro “rechazo de la guerra” y una vívida
oposición a la OTAN y a las bases americanas. Lo que se hacía evidente era
un fondo de desafección mucho más profundo que había ido creciendo desde los
años de la Transición y ahora obligaba, tanto a desterrar definitivamente
las viejas retóricas militaristas, como a pulir el tono de los nuevos discursos
civilistas acerca del papel democrático de las Fuerzas Armadas y su nacionalismo
constitucional. Era un problema que debía ser reconocido con un crudo enunciado:
“la defensa nacional no preocupa” a los españoles. No obstante,
en el estudio del profesor Díez Nicolás se lee otra forma más benévola de
describir y atemperar la preocupación principal: el pacifismo español “no
es militante
“, “el pacifismo de los españoles no es antimilitar”<span
class=MsoFootnoteReference> name="_ftnref12" title=""> [12] .

<span
style='font-size:11.0pt;'>Algunos análisis de aquel pacifismo sociológico, más
aún los que fueron tenidos en cuenta por los nuevos altos mandos militares,
adolecían, cuando menos, de falta de perspectiva histórica, y en todo caso,
no iban bien dotados de crítica historiográfica. Desconsideraban la trascendencia
de dos factores que hubieran completado el diagnóstico del problema y quizás
también su tratamiento: por un lado se soslayaba el descrédito de un ejército
que seguía recordando a la Guerra Civil y al golpismo reciente, cuando todavía
en los cuarteles permanecían las señales de su pasado franquista; y por otro,
se despreciaba la capacidad de influencia del pacifismo militante en la nueva
estructura de oportunidades que ofrecía el sistema democrático, entre otras
cosas, porque aquel pacifismo social (al fin detectado y explicado) indicaba
un fuerte desapego juvenil hacia el sistema de reclutamiento, el que poco
más tarde iba a sufrir una crisis sin parangón, azuzada por activistas que,
evidentemente, sí profesaban un pacifismo “antimilitar”, más bien antimilitarista.
Hay estudios sociológicos que valoran el papel proactivo de los nuevos movimientos
sociales en la gestación y desarrollo de ese conflicto social y en la construcción
de identidades pacifistas<span
class=MsoFootnoteReference> [13]
.

<span
style='font-size:11.0pt;'>Comprender el origen histórico de aquel pacifismo sociológico
no hubiera exigido echar la vista demasiado atrás. Al
recordar o al analizar los años centrales de la transición del franquismo
a la democracia es prácticamente imposible negar la importancia de los asuntos
relacionados con la paz y la seguridad y, más aún, con la función política
que las Fuerzas Armadas ejercían de facto. Antes y aún después de 1977
la “cuestión militar” pesaba demasiado. La presencia imaginaria del ejército
de Franco en el proceso de cambio político nunca pudo obviarse. Ni ante el
auge gigantesco de la protesta laboral, ni en el vertiginoso proceso político
de reforma institucional impulsado por Suárez, ni mucho menos cuando se afrontó
la legalización del PCE (junto a la no legalización de otros partidos republicanos
y de izquierda), ni tampoco después, ya traspasado el umbral legitimador de
las primeras elecciones democráticas, cuando bajo el influjo del “partido
militar” se fueron sobrellevando algunos de los debates, acuerdos y pactos
(a veces abiertos, a veces soterrados) que dieron a luz la Constitución de
1978 name="_ftnref14" title=""> [14] .

<span
style='font-size:11.0pt'>En todo aquello que afectaba a la escala de valores que
los militares franquistas y sus mentores consideraban propios del ámbito de
competencia del ejército se les hubo de tener directa o indirectamente en
cuenta. Lo que conmovía al sentimiento militar, lo que trastocaba la cultura
militar del momento, rápidamente se convertía en material político altamente
sensible: la conciencia enquistada de un creciente autonomismo militar que
idealizaba al ejército como fiel vigilante de la integridad de la patria y
de la unidad nacional; y la representación de los enemigos internos de España
y del propio ejército, aunque algunos fueran muy minoritarios (desde comunistas
a separatistas, pasando por la UMD, los objetores, los pacifistas o los antimilitaristas,
sin olvidar a las organizaciones de soldados que protestaban en los cuarteles).

<span
style='font-size:11.0pt'>En definitiva, bajo el sobrepeso de la cuestión militar
brotaron posiciones políticas y actitudes socioculturales de todo tipo, entre
las que destacó la emergencia de un peculiar pacifismo social -digamos- a
la española. Al mismo tiempo, a pesar de (y frente a) la presión de la cuestión
militar, también se fue tejiendo un nuevo movimiento social pacifista que,
en gran medida por esa misma razón, desarrolló las dos importantes peculiaridades
ya señaladas: el sentido que atribuyeron a la radicalidad de la desobediencia
civil y el peso ideológico del antimilitarismo. Evidentemente, aquel pacifismo
sociológico, convertido en un rasgo inteligible de la cultura política del
momento, soplaba a favor de la movilización pacifista.

La
primera red de grupos pacifistas

<span
style='font-size:11.0pt'>La formación de una primera red de grupos pacifistas
hundía sus raíces en algunas experiencias colectivas que tuvieron lugar durante
los últimos años del franquismo, al menos desde 1971, con la campaña de apoyo
a Pepe Beunza, el primer objetor de conciencia que no era Testigo de Jehová
y defendía su actitud desobediente por motivos éticos y políticos<span
class=MsoFootnoteReference> [15]
. Además de algunos actos de solidaridad
llevados a cabo en capitales europeas, los primeros objetores recibieron muestras
públicas de apoyo en Valencia, Barcelona y Santander, lo que nos permite trazar
un primer mapa de la incipiente movilización pacifista, sin olvidar Alcoy,
donde vivía Jordi Agulló, un militante de la JOC que también se declaró objetor
en 1971. Pero será ya en el período 1974-75, y sobre todo en 1976, cuando
los primeros grupos de No Violencia y de apoyo a los servicios civiles alternativos
al servicio militar obligatorio tomaron un impulso palpable y significativo.
Así se estructuró con cierta entidad la movilización pacifista, la que de
una u otra forma nunca dejaría de estar activa, aunque su red de grupos se
fuera renovando, a veces creciendo, o estancándose, e incluso desapareciendo
y reapareciendo en localidades concretas name="_ftnref16" title=""> [16] .

<span
style='font-size:11.0pt'>La primera red del movimiento por la paz en España empezó
a tejerse desde la década de los sesenta con grupos y asociaciones de católicos
pacifistas -estamos hablando de Pax Christi y Justicia y Paz- y con los promotores
de la educación para la paz (los que organizaban el Día Escolar por la No
Violencia y la Paz cada 31 de enero, fecha que conmemora el asesinato de Gandhi).
Junto con ellos llegaba la irradiación desde Francia de las llamadas Comunidades
del Arca fundadas por Lanza del Vasto, un discípulo cristiano de Gandhi, cuyo
compromiso vivencial con la paz y la no violencia inspiró a los primeros pacifistas
franceses (objetores y refractarios a la guerra de Argelia), y poco después,
también a los que promovieron la objeción de conciencia en España. En el camino,
y ya en los inicios de la década de los setenta, fueron creándose grupos específicos
de No Violencia, muchos de ellos también con una fuerte inspiración católica,
destacando entre su militancia curas obreros y miembros de comunidades cristianas
populares (como Pope Godoy en Granada, entre otros).

<span
style='font-size:11.0pt'>Todo aquello se fue entramando. Creció casi desde la
nada, con impulsos a veces demasiado voluntaristas e individuales. Hasta que
empezó a hacerse algo más visible a partir de 1974, cuando Gonzalo Arias y
Pepe Beunza, con la cobertura de una organización eclesial como Justicia y
Paz, recorrieron España dando charlas para impulsar el llamado Voluntariado
para el Desarrollo, en realidad, la primera gran campaña colectiva a favor
de la objeción de conciencia al servicio militar obligatorio, que llegaron
a suscribir públicamente más de 1.200 personas (400 de ellas, mujeres), y
que de facto sirvió como pantalla y también caldo de cultivo de la
preparación de la desobediencia civil colectiva a través de un “servicio social”
alternativo, al mismo tiempo que se presionaba al gobierno, al que presentaron
la propuesta y las firmas en mayo de 1975. El ejecutivo de Arias Navarro contestó
pidiendo a los objetores que esperaran. Pero la desobediencia ya estaba en
marcha. Pepe Beunza, al recordar aquel ambiente de activismo, nos dibuja la
red de la movilización a la altura de 1975:

Estábamos
bien organizados y coordinados en 1975. Viajábamos mucho y nos reuníamos con
frecuencia. Había grupos en Barcelona, Tarragona Vic, Valencia, Bilbao, Pamplona,
Madrid, Málaga, etc. También nos reuníamos con grupos franceses. Nos jugábamos
mucho y por eso dedicábamos mucha energía a preparar grupos de apoyo
<span
class=MsoFootnoteReference> [17]
.

<span
style='font-size:11.0pt'>Fruto de aquellas iniciativas coordinadas sería el servicio
civil alternativo del barrio de Can Serra en L’Hospitalet de Llobregat (Barcelona)
entre 1975 y 1976, la primera experiencia de objeción de conciencia colectiva.
Sin perder el sentido de la mesura podemos afirmar que Can Serra fue un verdadero
hito en la pequeña historia española del movimiento por la paz. En los mensajes
de los objetores de Can Serra se relacionaban los valores de la no violencia
y el antimilitarismo con la reclamación de libertades democráticas y con el
rechazo del capitalismo por sus efectos injustos, empobrecedores y alienantes title=""> [18] .

<span
style='font-size:11.0pt'>El pacifismo en España se impulsó desde el principio
en gran medida a golpes de heterodoxia y desobediencia, gracias al compromiso
de los primeros objetores de conciencia y de los grupos de apoyo que se creaban
cuando aquéllos eran encarcelados, así como al respaldo de las plataformas
que se organizaban en asociaciones de vecinos con el fin de apuntalar el reto
que lanzaban al Estado quienes, no sólo no acudían a los cuarteles para hacer
la mili sino que hacían pública su desobediencia y su presencia en
los barrios donde realizaban servicios civiles alternativos. El radicalismo
de la desobediencia civil exigía fuertes dosis de sacrificio personal pero
asimismo obligaba a evitar el aislamiento, a buscar la comprensión social.
A pesar de las distancias con el PSOE y con el PCE, o con la izquierda revolucionaria
(que rechazaba la objeción y promovía la lucha de los soldados dentro de los
cuarteles), los primeros objetores mantuvieron contactos con todas las fuerzas
que empujan a favor del cambio político y democrático:

Creo
que fue ya en el 75 cuando comenzó a conocerse que había un cierto movimiento
aperturista también en el ejército… muy pronto nos pusimos en contacto con
los líderes de la UMD, con quienes llegamos a tener una relación muy franca
y respetuosa
<span
class=MsoFootnoteReference> [19]
.

<span
style='font-size:11.0pt'>Poco a poco, pero desde muy pronto, a aquella primera
red de grupos y de gente que se identificaba con ellos, cuyo signo cristiano
cercano a la Teología de la Liberación era bastante palpable, se fue uniendo
una serie de colectivos antimilitaristas de orientación libertaria y de izquierda,
junto a algún que otro grupo de feministas pacifistas y ecopacifistas o activistas
antinucleares, todo lo cual se engarzaba con campañas colectivas y publicaciones
que relacionaban el pacifismo y el antimilitarismo con otras luchas sociales.

<span
style='font-size:11.0pt'>No faltaba tampoco el capital político acumulado por
ciertas personas, como los ya citados Pepe Beunza, Gonzalo Arias y Pope Godoy,
o el sacerdote catalán Lluís Mª Xirinacs (candidato al Nobel de la Paz, precisamente,
entre los años 1975 y 1977), todos ellos convertidos en referentes morales
del pacifismo por su labor pionera de agitación y por su fuerte compromiso
con la no violencia política durante el tardofranquismo. La red pacifista
fue creciendo e incluso creó estructuras específicas con un potencial movilizador
más alto, sobre todo cuando –con el antecedente de la creación en 1974 del
llamado G.O.C.E. (Grupo de Objetores de Conciencia del Estado Español)-, en
enero de 1977 se fundó el MOC, cuyo decidido activismo a través de la desobediencia
civil, al interactuar con la presión que en sentido contrario ejercían unos
mandos militares que seguían viendo a los objetores como un peligro para la
defensa nacional, debe valorarse como una contribución decisiva en el proceso
de “transición militar”, pues, aunque la objeción de conciencia no acabara
siendo considerada un derecho constitucional (sino un motivo de exención del
servicio militar), logró impedir la regulación legal de la misma y de esa
manera ayudó a crear un campo de fuerzas favorable para el MOC<span
class=MsoFootnoteReference> [20]
.

<span
style='font-size:11.0pt'>A la reunión de fundación del MOC acudieron miembros
de grupos que mostraban una gran variedad de valores alternativos: cristianos
pacifistas y no violentos, antimilitaristas y libertarios, o nacionalistas partidarios de la autodeterminación de los pueblos e internacionalistas promotores
de la solidaridad Norte-Sur y la mediación para la solución pacífica de los
conflictos. Procedían de las tres capitales vascas, de dos capitales andaluzas
(Córdoba y Málaga), del País Valenciano (Valencia, Alicante y Alcoi) y de
Cataluña (Can Serra en L`Hospitalet de Llobregat, Vic y Tarragona), además
de Mallorca, Madrid, Zaragoza, Valladolid y Oviedo. Pero el movimiento de
objeción ya hervía en otros tantos sitios, desde Barcelona a Sevilla, pasando
por Pamplona y por otras zonas en las que muy pronto también estaría activado
(Cáceres, Salamanca, Murcia, Galicia, Canarias, etcétera).

<span
style='font-size:11.0pt'>Desde luego que no ha de perderse de vista la estructura
propia del MOC en el mapa territorial del pacifismo que emerge durante la
Transición (del que se hablará en el siguiente apartado), pero para entender
su inevitable presencia tampoco es necesario detallar su historia específica,
entre otras cosas porque cuenta ya con una importante bibliografía que indaga
en sus orígenes y en su primera movilización, y con estudios que abarcan un
ciclo de tres décadas de protesta y desobediencia<span
class=MsoFootnoteReference> [21]
. Aunque la cuestión de la objeción
de conciencia fuera con mucho la más destacada en la agenda del movimiento
pacifista durante la Transición, hubo otras que también generaron opinión
y movilización. Los grupos del incipiente movimiento por la paz, y los mismos
objetores, no dejaban de lado otras vertientes del trabajo pacifista, desde
un rosario de iniciativas encaminadas a la educación por la paz (por ejemplo,
las campañas contra el juguete bélico) hasta acciones callejeras (como los
encartelamientos que denunciaban la violencia de los grupos armados de la
izquierda) y los encierros y ayunos públicos (a veces en silencio) contra
las causas del hambre, pasando por los saltos de la verja de Gibraltar (que
impulsó Gonzalo Arias desde La Línea), y otras muchas tareas de concienciación
contra la carrera de armamentos, la política de bloques militares y las causas
de los conflictos bélicos, incluida la investigación sistemática de los mismos,
como la que desde 1974 empezó a realizar el Centre d’Analisi de Conflictes
(CAC) bajo el impulso de Vicenç Fisas, uniéndose a la labor que en 1968 había
empezado a realizar el Institut Víctor Seix de Polemología.

<span
style='font-size:11.0pt'>A la altura de 1977-78 aquél era ya un movimiento pacifista
cada vez más variopinto, pero identificable como tal. Su irradiación era estatal,
y también su pretensión de influencia política, aunque la movilización hubo
de estructurarse siempre desde abajo, en ciudades, barrios y pueblos. Nunca
tuvieron una amplia repercusión mediática, pero tampoco en eso fueron irrelevantes.
No obstante, usaron su propios medios o se sirvieron de medios amigos (desde
Cuadernos para el Diálogo a las radios libres y las revistas anarquistas,
como Bicicleta y en menor medida Alfalfa y Ajoblanco,
pasando por El Ecologista y El Viejo Topo)<span
class=MsoFootnoteReference> [22]
. Además de utilizar las actas y otros
documentos internos y publicaciones puntuales (por ejemplo, las que difundía
Justicia y Paz para hacer pública su postura sobre la necesidad de regular
el derecho a la objeción de conciencia), algunos grupos crearon fanzines y
revistas que se distribuían o se difundían a nivel estatal (dos de ellas,
La Puça i el General y Oveja Negra, acabarían siendo casi míticas
para la militancia pacifista y antimilitarista).

<span
style='font-size:11.0pt'>No es difícil encontrar señales del prestigio y el respeto
que se iban ganando los primeros pacifistas y antimilitaristas al interactuar
con otras culturas políticas, más allá de los desacuerdos y los desencuentros
con los partidos de izquierda y las organizaciones anarquistas, no pocas veces
sorteados a base de buena relación personal y experiencia compartida, incluso
en momentos o en espacios de represión. Esto se comprobó muy pronto, con motivo
de las muestras de solidaridad que llegaron a los objetores represaliados
de Can Serra, porque algunas desvelaban un fondo de permeabilidad entre disidencias
de muy distinto signo, incluso en las que provenían de esa izquierda que estaba
lejos de asumir el ideario de la noviolencia.

El
primer mapa del pacifismo en construcción

<span
style='font-size:11.0pt'>Si hacemos un recorrido breve por el primer mapa estatal
del movimiento pacifista, para entresacar las claves más importantes de su
estructura de movilización y de su identidad militante, en primer lugar hay
que destacar, desde luego, la pluralidad y cantidad de grupos y personas que
se organizaron en Barcelona. A finales de los ’60 ya se realizaban algunas
actividades públicas gracias a Pax Christi, donde militaban jóvenes pacifistas
como Arcadi Oliveres. El activismo subió de nivel hacia 1975 y 1976, con la
contribución de Justícia y Pau. Pero el momento fundacional del pacifismo
estructurado en Barcelona (y en cierta manera, también en Cataluña) llegó
cuando en 1976 se creó el Casal de la Pau, un lugar y una de las experiencias
más fructíferas para el encuentro entre tendencias políticas pacifistas y
otros movimientos sociales. Prueba del peso creciente del antimilitarismo
en el pacifismo organizado y movilizado fue el ingreso, también en el año
1976, de buena parte de los grupos pacifistas de Barcelona en la Internacional
de Resistentes a la Guerra, desde el Equip O.C., los Servicios Civiles, pasando
por el CAC, la librería l’Arc de Santa Maria, el Grupo Anti-Centrales Nucleares
y el Grup de Dones Pacifistes title=""> [23] . Con el empuje de
Xirinacs, aquel ánimo coordinador de la protesta pacifista, no violenta, antimilitarista,
antinuclear y feminista se plasmaría en la creación del CANVI (Co-lectiu d’Acció
No-Violenta).

<span
style='font-size:11.0pt'>Poco después, al panorama del antimilitarismo catalán
llegarían el MOC, fundado a nivel estatal en enero de 1977, aunque en Barcelona
al principio se llamaba COLLO (Comitè Llibertat Objectors). Después, desde
la primavera de 1978, hubo que añadir la decisiva presencia del GANVA (Grup
d’Acció No Violenta Anti-OTAN), cuya influencia ideológica irradiaría con
el tiempo a otros colectivos antimilitaristas del Estado, ayudando a que se
incorporara a la movilización gente proveniente del anarquismo e incluso de
un marxismo completamente heterodoxo. El GANVA también agregó a su repertorio
de acciones antimilitaristas la lucha contra la OTAN y las bases militares
norteamericanas a través de protestas colectivas celebradas en 1978, 1979
y 1980. Publicaba la revista La Puça i el General y a partir de 1981
(reconvertido en GAMBA, Grupo Antimilitarista de Barcelona), además de continuar
coordinándose con el MOC a nivel estatal, también lograría influir en el cambio
de postura de la izquierda extraparlamentaria, sobre todo MC y LCR, partidos
que pocos años después impulsarían los colectivos Mili KK<a
href="#_ftn24" name="_ftnref24" title=""> [24]
. Quico Porret, al recordar los objetivos que se plantearon alcanzar
con la creación del GANVA destaca tres: “movilizar a gente, grupos, partidos,
etc. para impedir la entrada en la OTAN; denunciar las Bases norteamericanas
en el Estado español y exigir su desmantelamiento; e iniciar un debate sobre
temas como la defensa, la existencia del ejército, alternativas a la defensa…”.
También nos recuerda cómo resolvieron el problema de las diferencias ideológicas
sobre la cuestión de fondo entre violencia y no violencia, una solución que
usarían muchos grupos antimilitaristas en otros lugares, a veces de forma
recurrente:

Aunque
en el grupo había gente que se definía ‘no-violenta’ también había otra gente
(yo mismo) que pensábamos que todas las formas de lucha pueden ser útiles
y legítimas, por lo tanto, llegamos al acuerdo de no definirnos ‘no-violentos’
pero sí partidarios de la acción directa no-violenta, entendida como acción
radical contra el sistema y proponiendo actuaciones como la desobediencia
civil, la no-cooperación y especialmente todo tipo de intervención directa
en la calle (teatro de guerrilla, pasacalles, etcétera)
”<a
href="#_ftn25" name="_ftnref25" title=""> [25]
.

<span
style='font-size:11.0pt'>Muy ligados a Cataluña, los pacifistas del País Valenciano
se organizaron en las capitales de Valencia y Alicante y en el pueblo alicantino
de Alcoi. No era ajeno a todo ello el hecho de que, precisamente en esos sitios
hubieran nacido, allá por 1971, las primeras iniciativas individuales de objeción
de conciencia por motivos no religiosos, la de Pepe Beunza y la Jordi Agulló,
y que en años posteriores también fuera en Valencia donde desarrollara su
actividad Rafael Rodrigo, objetor de conciencia desde 1973, muy ligado después
a las propuestas de Luís Mª Xirinacs, a los grupos de objetores de Valencia
y a otras iniciativas (algunas de ellas con carácter comunal) que se impulsaron
en esa capital, como la librería Agredolç, especializada en anarquismo y contracultura
y lugar de animación, encuentro y debate sobre temas alternativos, que acabaría
siendo cerrada después de ser incendiada dos veces por grupos fascistas. Recuerda
Rafael Rodrigo que en Valencia y en otros puntos del Estado, durante la Transición,
además de las distintas formas de abordar la violencia y la no violencia o
el antimilitarismo, o de los debates que se suscitaron acerca de si realizar
o no servicios civiles, y de las polémicas internas sobre otras cuestiones
aparentemente menores (como la de legalizar o no legalizar el MOC), hubo una
curiosa pluralidad a la hora de armonizar la manera de pensar y la manera
de vivir: por un lado estaban los grupos de objetores que vivían en comunas
rurales, y por otro, los objetores que crearon comunas urbanas<span
class=MsoFootnoteReference> [26]
. En Valencia, a partir de 1975-76,
junto a las comunas de objetores (la de la librería Agredolç y otra más en
la calle Blanquerías), también se organizaron servicios civiles (en el barrio
del Cristo y en Nazaret) y se realizaron acciones (las de 1977 estuvieron
coordinadas con CANVI, el grupo pacifista catalán ya citado, para pedir la
libertad de los objetores)<span
class=MsoFootnoteReference> [27]
. En Alicante, con gente interesada
en la no violencia desde los primeros ‘70, también hubo un buen caldo de cultivo
para la creación del MOC, y para otras iniciativas pacifistas, como la revista
La Oca (editada desde 1981).

<span
style='font-size:11.0pt'>Desde Valencia al País Vasco y Navarra pasando por Barcelona
(donde el GANVA también se convirtió en una especie de comuna urbana), durante
los ‘70 se desarrolla entre la militancia de la no violencia y el antimilitarismo
una suerte de ethos vivencial que pretende dar sentido (radical y alternativo)
a la lucha política. Precisamente, en el País Vasco, y en uno de sus grupos
más activos, el de Bilbao (con gente tan relevante dentro del ámbito estatal
del MOC como Mabel Cañada), el arraigo de esa actitud colectiva –no exenta
también de discrepancias internas- animó a una parte de sus integrantes a
dejar la ciudad en la primavera de 1980 para ocupar un pueblo navarro llamado
Lakabe y formar allí una comunidad rural. Tal y como ya se ha destacado, en
Bilbao hubo actividad a favor de la no violencia y la objeción de conciencia
desde finales del franquismo, y en la asamblea de fundación del MOC hubo grupos
de objetores bilbaínos junto a otros provenientes de Guipúzcoa y Álava. Ya
desde finales de 1975 y principios de 1976, con el nombre de Bakearen Etxea
(Casa de la Paz), los grupos de No Violencia y objeción de conciencia estrenaron
sede tanto en Bilbao como en Pamplona. Desde entonces y en adelante, además
de la puesta en marcha de algunos servicios autogestionados, no cesaron las
acciones organizadas por grupos de No Violencia en el País Vasco y en Navarra,
con encarteladas, encierros o ayunos, casi siempre para airear temas propios
-las primeras manifestaciones contra la mili se convocaron en San Sebastián
en otoño de 1977-, pero otras veces para relacionar la no violencia y el antimilitarismo
con otros movimientos, como el vecinal, el antinuclear o el obrero (de lo
que da fe el encierro y ayuno de veinte personas en marzo de 1976 dentro de
la parroquia de San Antón de Bilbao, para protestar por la represión del 3
de marzo en Vitoria y hacer un llamamiento en pro de los métodos de lucha
no violenta) title=""> [28] . Además de aquellos
primeros grupos de No Violencia, también el antimilitarismo vasco comenzaría
muy pronto a organizarse como tal, concretamente, desde 1977, con el nacimiento
de los llamados Comités Antimilitaristas<span
class=MsoFootnoteReference> [29]
. Sabino Ormazabal, que estuvo en
su creación, recuerda algunas de sus reuniones, como la que se celebró en
Tolosa en abril de 1977, con una alta participación de gente y colectivos
que acudían desde muchos pueblos:

“(…)
se trataba de un organismo autónomo, cuyos integrantes eran antimilitaristas
con una amalgama que iba desde el apoyo a la deserción hasta la no violencia
(…) Las principales líneas de actuación (de los Comités Antimilitaristas)
se dirigían no sólo contra la mili obligatoria sino contra el Ejército y la
sociedad militarista y autoritaria en la que vivimos. Si bien anualmente las
campañas se centraban en las tallas y los sorteos, en los que se convocaban
todo tipo de actos y movilizaciones, también había una labor pedagógica que
incluía publicaciones, semanas antimilitaristas, charlas, etcétera, coincidente
con la denuncia que hacían los Comités Antinucleares de la ocupación del espacio
y de las maniobras militares
”.

<span
style='font-size:11.0pt'>El antimilitarismo avanzaba y al mismo tiempo el valor
de la no violencia política continuaba estando presente, incluso en
iniciativas posteriores, como la creación de la Asamblea de No Violencia de
Euskadi, ya en 1981. Por su parte, el peso específico y el prestigio político
del KEM (las siglas en euskera del MOC), junto con algunas personas y unos
pocos colectivos (Txustarra, Begi Haundi… y en los ’80 Kakitzat), fue un factor
decisivo en el tránsito hacia la movilización pacifista de los primeros ’80,
lo que explica su capacidad de liderazgo en un mapa de tendencias fuertemente
mediatizado por el peso de la izquierda extraparlamentaria y por la impronta
de la izquierda abertzale, cuyo apoyo a la lucha armada siempre estuvo en
abierta contradicción con la objeción de conciencia, entre otras razones porque,
en el paisaje político vasco, la presencia de colectivos antimilitaristas
como el KEM ayudaba a cuestionar de raíz el militarismo de ETA. No hubo de
ser fácil difundir ese tipo de valores en una tierra en la que adquiría tanta
fuerza la práctica de la violencia política, incluso cuando (ya en la década
de 1990) los jóvenes de Herri Batasuna y Jarrai cambiaron de actitud y abrazaron
la causa de la insumisión. Sin embargo, tampoco son irrelevantes las acciones
colectivas que durante la Transición se inspiraron en métodos no violentos
para impulsar otros nuevos movimientos sociales, sobre todo las protestas
contra el polígono militar de las Bardenas Reales (a veces reprimidas muy
duramente) y las campañas antinucleares contra la central de Lemóniz, en las
que se utilizaron métodos inspirados en la no cooperación, el boicot no violento
y la desobediencia civil (como el impago masivo de recibos de electricidad
a la empresa Iberduero y, desde el otoño de 1979, los apagones de luz coordinados
a la misma hora)<span
class=MsoFootnoteReference> [30]
.

<span
style='font-size:11.0pt'>Madrid no sólo estuvo en la lista de los primeros sitios
de la movilización por la paz y la no violencia. Tampoco se limitó a ser la
capital de la coordinación estatal, aunque este rasgo siempre le otorgó una
relevancia evidente. Con el impulso y la experiencia de Ovidio Bustillo (objetor
del primer grupo de Can Serra) y con algunos otros nuevos objetores se organizó
un servicio civil en el barrio de Tetuán. Además de enlazar la lucha por la
paz con el trabajo de base que se desarrollaba tanto en la parroquia como
en la asociación de vecinos (con fuerte implantación del PTE y la ORT), aquella
experiencia serviría de “campamento base” para el trabajo por la desmilitarización
social, la no violencia y la objeción de conciencia. Desde allí se coordinaban
campañas y se planificaban acciones, a veces locales (circunscritas a Madrid),
a veces con proyección estatal (hacia el ámbito MOC). Crearon el CAN (Colectivo
de Acción No Violenta) y, hacia 1980, editaron la revista Oveja Negra
(muy influyente en el movimiento antimilitarista), y organizaron movilizaciones
públicas, como las “sentadas de los sábados en la Plaza de Ópera contra el
militarismo y la OTAN”, lo que introducía un matiz de hondura política y de
cierta distancia con la campaña OTAN No, Bases Fuera que impulsaba la izquierda<span
class=MsoFootnoteReference> [31]
.

<span
style='font-size:11.0pt'>En Andalucía, donde en los últimos años del franquismo
fueron procesados algunos sacerdotes jesuitas que, alegando motivos pacifistas,
se negaron a jurar bandera (única obligación militar que se les imponía),
durante la Transición cobraron importancia los grupos de No Violencia, en
Almería, Granada, Málaga, Cádiz, Algeciras, Córdoba, etcétera<span
class=MsoFootnoteReference> [32]
. Dentro de esos grupos siguió siendo
importante la presencia de las comunidades cristianas populares, esa “Iglesia
no jerárquica” que durante aquellos años de cambio y aperturismo, además de
lo que ella misma fue capaz de organizar, se convirtió en una suerte de recurso
vital para muchos jóvenes cristianos, los cuales, operando dentro del imaginario
heredado (el católico, en el que se habían socializado desde la infancia),
se encontraron con un modelo alternativo de Iglesia de base que les ayudaba
a adquirir conciencia social y, en la práctica, a construir un nuevo imaginario
político normalmente escorado hacia la izquierda transformadora, incluso hacia
sus opciones más revolucionarias. Así también se explica el impulso que dieron
a la idea de noviolencia como filosofía de vida y de acción, por ejemplo,
en Málaga (donde se creó el Grupo de Acción Noviolenta), pero también
a nivel andaluz, en el seno de la Asamblea Andaluza de Noviolencia:

En
los años setenta había en todos estos movimientos una fuerte influencia de
la Iglesia no jerárquica, a través de los curas obreros que ponían a nuestra
disposición, de una manera no oficial, las instalaciones de las parroquias,
y se conjugaba bastante bien la ideología de izquierda revolucionaria de aquel
momento, con el uso de las instalaciones de la Iglesia Católica y el mensaje
evangélico
<span
class=MsoFootnoteReference> name="_ftnref33" title=""> [33]
.

<span
style='font-size:11.0pt'>Además, la apertura ideológica del MOC hacia otros nuevos
movimientos sociales (manifiestamente a partir de su primer congreso estatal
celebrado en 1979), también explica algunas experiencias comunes y no pocas
dobles militancias name="_ftnref34" title=""> [34] .
Todo un trasvase de energías y valores en el activismo de base que no debe
soslayarse. Según viene a decir Adrián Collado, militante del MOC desde la
década de 1980 y participante en muchas acciones de solidaridad con otros
movimientos sociales, el movimiento pacifista y antimilitarista ha discurrido
en Andalucía desde la Transición claramente entramado con otras experiencias
radicales y populares, como la del movimiento jornalero autónomo, cuyo repertorio
de acciones siempre ha sido sustancialmente no violento<span
class=MsoFootnoteReference> [35]
.

<span
style='font-size:11.0pt'>Evidentemente, aunque en el repaso territorial destaque
Cataluña, País Vasco, País Valenciano, Andalucía y Madrid, habría que dibujar
con más detalle ese primer mapa del pacifismo y el antimilitarismo para no
excluir otros sitios, a veces aislados y efímeros, a veces en recurrente agitación
pero poco o menos estructurados. Además de las primeras iniciativas de los
objetores de Zaragoza en 1975, se puede hablar, y por cierto con mucha entidad,
del movimiento por la paz en Aragón, con un fuerte auge del antimilitarismo
en la capital zaragozana desde finales de los ‘70<span
class=MsoFootnoteReference> [36]
. Por otro lado, Extremadura fue pionera
en la organización de campamentos de No Violencia, en los que se formaron
la mayor parte de los activistas de todos los territorios durante décadas.
Y asimismo se debería añadir el relato de los orígenes del movimiento por
la paz en Murcia (con irradiación hacia Albacete), en Valladolid y en otras
zonas castellanas, sin olvidar la extensión del MOC hacia zonas como El Ferrol,
Santiago, Badajoz, Santa Cruz de Tenerife, etcétera. Por último, también las
islas figuran en el mapa de las primeras etapas del movimiento pacifista,
a veces con reivindicaciones muy específicas. Cristino Barroso, al secuenciar
la evolución del pacifismo canario, distingue un “primer período” que abarca
de 1976 a 1986, en el que los temas centrales fueron “la objeción de conciencia
al servicio militar, la presencia de la Legión; la OTAN, las bases militares
y campos de tiro; la situación del Sahara”<a
href="#_ftn37" name="_ftnref37" title=""> [37]
.

En
conclusión: un movimiento pacifista y antimilitarista que se gesta en la Transición

<span
style='font-size:11.0pt'>Es verdad que se ha podido hablar de la existencia del
movimiento pacifista desde 1975 porque ya había colectivos que promovían la
no violencia y la objeción de conciencia, a los que se fueron uniendo otros
con una orientación básicamente antimilitarista; y sobre todo porque se movilizaron
personas que se identificaban como miembros del “movimiento por la paz”, como
activistas por la paz y el desarme, por la desmilitarización y la no violencia,
o con otras fórmulas equivalentes. Pero, para concluir, reparemos en un detalle
de la identidad militante que resulta ser altamente significativo: no pocos
integrantes de ese tipo de colectivos rechazaron el término pacifismo para
anteponer el de antimilitarismo; mientras que otros, los que preferían la
no violencia como principal seña de identidad, empezaron a eludir términos
como no-violencia para poner en su lugar noviolencia (con las dos palabras
juntas), demostrando así que su rechazo radical de la guerra y la violencia
en absoluto podía ser asimilable a conformidad, pasividad o sumisión al orden
establecido name="_ftnref38" title=""> [38] .
Paradójicamente, el hecho de que aquellos activistas no quisieran identificarse
como pacifistas a secas, al menos sin que se les concediera la oportunidad
de matizar el concepto, a la luz de las categorías que aplican las teorías
sociológicas de los nuevos movimientos sociales, se convierte en el mejor
indicador de la existencia del movimiento pacifista y de su orientación radical,
porque esa actitud, aunque expresada en negativo, ayudaba a construir un valor
compartido y una identidad colectiva<a
href="#_ftn39" name="_ftnref39" title=""> [39]
.

<span
style='font-size:11.0pt'>Conforme fueron encontrándose en los mismos locales y
viviendo las mismas experiencias, los no violentos y los antimilitaristas
trazaron un mismo camino. Cobró fuerza –en palabras de Rafael Sainz de Rozas-
“la perspectiva unificante en que se insertan el antimilitarismo y la 
noviolencia, entendida ésta tal y como la trabajamos y la entendimos
en nuestra teoría y nuestra práctica, que no es sino la forma en que la trabajaron
y entendieron tantos otros/as en la línea de la tradición gandhiana, la ‘nonviolent
revolution
’ de la que habla la Internacional de Resistentes a la Guerra”.
Unos y otros jamás discursearon sobre un pacifismo acrítico que no rechazara
la guerra y las causas de la misma, que no asociara el valor de la paz al
de la justicia, que no objetara al servicio militar sin contradecir la idea
misma de ejército y defensa militarizada, y que no promoviera la desobediencia
civil como herramienta de acción política. Eran, pues, militantes de un pacifismo
genuino, y se movilizaron por y para ello. De esa forma crearon una identidad
perdurable, un marco referencial que, aunque trasformándose, siempre ha inspirado
al movimiento por la paz desde entonces. En la práctica los discursos ofrecían
una orientación ideológica con signos inequívocos, lo que nos permiten concluir
que en España el movimiento pacifista deviene antimilitarista desde la Transición.

<span
style='font-size:11.0pt'>Enfocar correctamente la historia del movimiento pacifista
exige verlo en toda esa trayectoria, desde que comenzó a desarrollarse a partir
de 1975, no sólo para comprender la envergadura y el interés de sus propias
peculiaridades radicales, sino para explicar la perdurabilidad cambiante de
sus valores, estructuras de movilización y repertorios de acción. Así también
podremos explicarnos algunos desarrollos posteriores de ese movimentismo,
etapas en las que, muy a las claras, seguían reverberando los ecos de sus
inicios. El movimiento pacifista ha necesitado una y otra vez reconocerse
en los valores que lo habían dinamizado y constituido, desde la no violencia
a la no colaboración con la preparación de la guerra, lo que seguía dando
sentido al rechazo antimilitarista de los ejércitos, los impuestos militares,
la industria armamentística, el comercio de armas y, por supuesto, el reclutamiento.
No es otra cosa lo que ocurrió cuando, con el declinar de la movilización
por la paz tras el fiasco del referéndum de la OTAN -además de que muchos
activistas anti-OTAN y de otros movimientos sociales o de una izquierda radical
cada vez más transformada encontraron en el movimiento de objeción e insumisión
una suerte de movimiento refugio-, el movimiento pacifista continuó
construyendo cultura política y siguió enlazándose todavía más con el ecologismo
político, la investigación para la paz, el enfoque feminista del militarismo
y la guerra, la denuncia de los gastos militares y de la industria bélica,
y el rechazo de todos aquellos proyectos y normativas que fomenten la militarización,
la violencia punitiva institucional y los mecanismos de exclusión y control
social.

<span
style='font-size:11.0pt'>Los grupos y personas del movimiento pacifista de la
Transición no fueron el precedente de nada. Estuvieron en el inicio de todo.



<span
style='font-size:9.0pt'> [1]
<span
style='font-size:9.0pt'> Mientras que el PCE apoyaba la mili obligatoria
como una forma de evitar el golpismo y conectar con la juventud, el PSOE,
aún con mensajes anti-imperialistas y neutralistas, preparaba una nueva “teoría
de Defensa” para ofrecerse como alternativa de gobierno y alejarse de su propia
tradición “pacifista” y “antimilitarista”. Véase: Alfonso Guerra (ed.), XXVII
Congreso del Partido Socialista Obrero Español
, Editorial Avance, Barcelona,
1977 (en la pág. 291 se dice: “La historia de nuestro partido está llena de
muestras de una ideología teñida de antimilitarismo y pacifismo”).

<span
style='font-size:9.0pt'> [2]
<span
style='font-size:9.0pt'> Para quienes sopesaban la posibilidad de la vía armada
y anteponían el ideal de un ejército del pueblo, el pacifismo aún no gozaba
de la buena prensa que tendría más tarde, al calor del éxito político de los
Verdes alemanes y de las movilizaciones contra los euromisiles. Recuerda Vicenç
Fisas que “[…] en los años 75, 76 y 77, algunos miembros de los grupos
[del movimiento por la paz] de Barcelona mantuvimos reuniones secretas
con los responsables de temas ‘militares’ de algunos partidos (PSUC, Bandera
Roja, Partido del Trabajo, PSAN, etc.), y sólo Dios sabe lo que nos costó
entendernos mínimamente”
(Vicenç Fisas, Anotaciones sobre el movimiento
por la paz en España durante los años setenta”, Estudis sobre Pau y Conflictes,
n.° 1, Centro Internacional de Documentación de Barcelona (CIDOB). Secció
d`Estuis sobre Pau i Conflictes, Barcelona, noviembre de 1985, pág. 15).

<span
style='font-size:9.0pt'> [3]
<span
style='font-size:9.0pt'> Vicenç Fisas, “Anotaciones…”; VV.AA., “El movimiento
pacifista en España”, Dossier Estudis del CIDOB, Barcelona, 1984. Véase
también John Lederach, La no violencia a l’Estat espanyol, Barcelona,
La Magrana, 1983.

<span
style='font-size:9.0pt'> [4]
<span
style='font-size:9.0pt'> El estudio más elaborado, aunque limitado a Cataluña,
lo ha realizado el historiador Enric Prat (véase Enric Prat, Moviéndose
por la paz. De Pax Christi a las movilizaciones contra la guerra
, Hacer,
Barcelona, 2006, capítulos 1-3).

<span
style='font-size:9.0pt'> [5]
<span
style='font-size:9.0pt'> En realidad, sólo Jaime Pastor valora el pacifismo de
la Transición, por su importancia como precedente del movimiento pacifista
de los ‘80, una estimación positiva que, sin embargo, desenfoca el papel iniciador
del movimiento por la paz que se crea en los ‘70 (por cierto, también movilizado
contra la OTAN). Por su parte, la interpretación de E. Laraña, a pesar de
la solidez de su marco teórico de cara a estudiar unos nuevos movimientos
sociales que hundían sus raíces en el antifranquismo, no nos ayuda a hacer
inteligible la emergencia del pacifismo como nuevo movimiento social desde
1975. Si supeditar los marcos de acción colectiva a un marco dominante (master
frame
) no siempre ha de ser el patrón analítico más apropiado, en este
caso parece inadecuado. Quizás por eso la interpretación de Laraña sobre
el marco anti-régimen “unitario” descuida un aspecto empírico-histórico capital
en la experiencia pacifista española: su peculiar radicalidad -entendida como
dinámica constituyente del propio movimiento (y no como un mero referente
ideológico)- chocó con la cultura política de la izquierda a lo largo de la
Transición, porque en el imaginario de ésta –quizás también radical, pero
de otra índole- no cabían ni el pacifismo, ni el antimilitarismo, ni mucho
menos la no violencia. Véase Jaime Pastor Verdú, “El movimiento pacifista
(1977-1997), en <a
href="http://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=535611"><span
style='color:windowtext;text-decoration:none;text-underline:none'>Manuel Ortiz
Heras, <a
href="http://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=564020"><span
style='color:windowtext;text-decoration:none;text-underline:none'>David Ruiz González,
<a
href="http://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=535604"><span
style='color:windowtext;text-decoration:none;text-underline:none'>Isidro Sánchez
Sánchez (coords.), Movimientos sociales y estado en la España
contemporánea
, Universidad de Castilla-La Mancha, 2001, págs. 457-472);
y Enrique Laraña, La construcción de los movimientos sociales, Alianza
Editorial, Madrid, 1999, págs. 275-330.

<span
style='font-size:9.0pt'> [6]
<span
style='font-size:9.0pt'> Víctor Sampedro, Movimientos sociales: debates sin
mordaza. Desobediencia civil y servicio militar
, Centro de Estudios Constitucionales,
Madrid, 1997; Xavier Aguirre, Rafael Ajangiz, Pedro Ibarra y Rafael Sainz
de Rozas, La insumisión, un singular ciclo histórico de desobediencia civil,
Tecnos, Madrid, 1998; Rafael Ajangiz, “Objeción de conciencia, insumisión,
movimiento antimilitarista”, Mientras Tanto, nº 91-92, Verano-Otoño
2004; etcétera.

<span
style='font-size:9.0pt'> [7]
<span
style='font-size:9.0pt'> En cambio, la sugerente periodización de ciclos de protesta
que realiza Álvarez Junco (la que inspira a E. Laraña su enfoque constructivista
de marcos de acción colectiva en el movimentismo antifranquista y en la emergencia
de los nuevos movimientos sociales), pierde brillo cuando el autor, obviando
todo un caudal de experiencias pacifistas que irían ganando intensidad hasta
la eclosión de la movilización anti-OTAN, afirma sin matices que en España
no se produjo “un fenómeno de movilización pacifista paralelo al que recorrió
Europa a comienzo de los ochenta”. Hubo peculiaridades españolas pero también
paralelismos, en tiempos casi inmediatos y en todo caso complementarios. Indudablemente
en la España de los primeros ‘80 hubo una gran movilización pacifista que
no debe desagregarse de la movilización pacifista que sacudió Europa en ese
mismo período. Véase Manuel Pérez Ledesma, “<<Nuevos>> y <<viejos>>
movimientos sociales”, en Molinero, C. (ed.), La transición, treinta años
después
, Península, Barcelona, 2006, págs. 117-151; José Álvarez Junco,
“Movimientos sociales en España”, Laraña, E.; Gusfield, J. (eds.), Los
nuevos movimientos sociales. De la ideología a la identidad
, CIS, Madrid,
1994, págs. 413-442.

<span
style='font-size:9.0pt'> [8]
<span
style='font-size:9.0pt'> Se consideran distintas tendencias de la sociología de
los nuevos movimientos sociales, en las que nos inician muy bien, entre otros:
Enrique Laraña, La construcción…; Pedro Ibarra, “¿Qué son los movimientos
sociales?”, en Elena Grau y Pedro Ibarra (coords.), Anuario de Movimientos
Sociales. Una mirada sobre la red
, nº 1, Icaria-Betiko Fundazioa, Barcelona,
2000; etcétera.

<span
style='font-size:9.0pt'> [9]
<span
style='font-size:9.0pt'> N. Bergantiños; P. Ibarra, “Eco-Pacifismo y antimilitarismo.
Nuevos Movimientos Sociales y Jóvenes en el Movimiento Alterglobalizador”,
en <a
href="http://www.injuve.mtas.es/injuve/contenidos.downloadatt.action?id=52513724"><span
style='color:windowtext'>http://www.injuve.mtas.es/injuve/co....

<span
class=MsoFootnoteReference> [10]
<span
style='font-size:9.0pt'> Rafael Sainz de Rozas, miembro y abogado del KEM-MOC
de Bilbao durante los años ochenta y noventa, recuerda bien quién estuvo en
la gestación de la gran movilización pacifista de los primeros ’80. Aunque
habla del País Vasco la información es representativa y extrapolable a la
realidad de otros territorios: “En el 82-83, coincidiendo con el boom pacifista
europeo al hilo de la crisis de los euromisiles, aparecen una serie de iniciativas
por el desarme nuclear, y ya en el 83 participamos en reuniones internacionales
como la que se celebró en Berlín, la European Nuclear Desarmament (END). Yo
estuve allí, y pude comprobar que quienes asistían desde Euskadi eran, además
de gente de grupos de No Violencia y antimilitaristas en torno al MOC, los
impulsores de plataformas y campañas promovidas por los elementos más lúcidos
de la izquierda extraparlamentaria, además de aquel intento de renovación
de la izquierda que en su día quiso ser Euskadiko Ezkerra
” (entrevista
escrita remitida el 13/09/2009).

<span
class=MsoFootnoteReference> [11]
<span
style='font-size:9.0pt'> Juan Diéz Nicolás, “La transición política y la opinión
publica española ante los problemas de la defensa y hacia las Fuerzas Armadas”,
Reis: Revista española de investigaciones sociológicas, 36,
Madrid, 1986, págs. 13-24 (también en Internet: <a
href="http://www.reis.cis.es/REISWeb/PDF/REIS_036_04.pdf"><span
style='color:windowtext'>http://www.reis.cis.es/REISWeb/PDF/...,
véase sobre todo las págs. 15-18).

name="_ftn12" title=""> 9.0pt'> [12] <span
style='font-size:9.0pt'> Hubo otros análisis de encuestas que indagaban en la
conexión del pacifismo militante con la conciencia antibelicista de una mayoría
social. Véase Antonio Izquierdo, “La conciencia pacifista española: un aporte
estadístico”, Anuario sobre Armamentismo en España 1986, Fontamara
– Centro de Investigación para la Paz, Barcelona, 1986).

name="_ftn13" title=""> 9.0pt'> [13] <span
style='font-size:9.0pt'> Rafael Ajangiz, Servicio
militar obligatorio en el siglo XXI: cambio y conflicto
, CIS, Madrid,
2003. Véase también Jorge Riechmann y Francisco Fernández Buey, Redes que
dan libertad. Introducción a los nuevos movimientos sociales
, Barcelona,
Paidós, 1984; y Cristino Barroso, Lola Rio y Arantxa Santacara, “¿Dónde están
los pacifistas? Notas sobre el pacifismo en España”, Papeles para la Paz,
45, 1992, págs. 237-247.

name="_ftn14" title=""> 9.0pt'> [14] <span
style='font-size:9.0pt'> Pedro Oliver Olmo, “El nacionalismo del ejército español:
límites y retóricas”, en Carlos Taibo (dir.), Nacionalismo español. Esencia,
memoria e instituciones
, Madrid, Los Libros de La Catarata, 2007, pp.
213-230.

<span
class=MsoFootnoteReference> [15]
<span
style='font-size:9.0pt'> Pedro Oliver Olmo, La utopía insumisa de Pepe Beunza.
Una objeción subversiva durante el franquismo
, Virus editorial, Barcelona,
2002; y Pedro Oliver Olmo, “Los iniciadores del movimiento de objetores
de conciencia (1971-1977)”, en Manuel Ortiz Heras (coord.), Culturas políticas
del nacionalismo español. Del franquismo a la transición
, La Catarata,
Madrid, 2009, pp. 219-243

name="_ftn16" title=""> 9.0pt'> [16] <span
style='font-size:9.0pt'> Siempre hubo colectivos que dieron a la red una cierta
estabilidad, convirtiéndola en “red fundamental”, y nunca faltaron tampoco
ese tipo de iniciativas puntuales o testimoniales, en todo caso menos militantes
y comprometidas, que son las propias de una “red instrumental”. Pedro Ibarra
observa dentro del movimiento pacifista y antimilitarista una “red fundamental”
de grupos permanentes de activistas y una “red instrumental” de grupos que
actúan de forma más coyuntural (véase Pedro Ibarra, Manual de sociedad
civil y movimientos sociales
, Madrid, Síntesis, 2005).

<span
class=MsoFootnoteReference> [17]
<span
style='font-size:9.0pt'> Entrevista realizada a Pepe Beunza (15/07/2009).

<span
class=MsoFootnoteReference> [18]
<span
style='font-size:9.0pt'> Los objetores de Can Serra elaboraron un libro colectivo
(Los Objetores: Historia de una acción) y un reportaje que ilustra
su compromiso con un pacifismo no violento, antimilitarista y anti-OTAN que
se coordinara con otros movimientos sociales. Véase Can Serra: la objeción
de conciencia en España (1976
), Cooperativa de Cinema
Alternatiu
(disponible on line: http://www.archive.org/details/obje...).
En la cinta puede oírse la voz de Pepe Beunza –entonces comprometido con la
Comisión nacional Justicia y Paz- defendiendo un servicio civil que fuera
“una contribución a las luchas que desde diferentes sectores (la lucha obrera,
la lucha campesina, los colegios profesionales, la lucha de barrios) trabajan
en este país desde hace más de treinta años para conseguir unas estructuras
justas y democráticas que nos permitan vivir como personas”.

<span
class=MsoFootnoteReference> [19]
<span
style='font-size:9.0pt'> Esteban Zabaleta Cestau, del grupo de objetores de Can
Serra (entrevista escrita remitida el 11/10/2009).

<span
class=MsoFootnoteReference> [20]
<span
style='font-size:9.0pt'> Rafael Sainz de Rozas, “Objeción de conciencia al servicio
militar”, en Juan Ramón Capella (coord.), Las sombras del sistema constitucional
español
, Trotta, Barcelona, 2003, pp. 249-292; Carmen Gordon-Nogales,
“La transición desarmada: objetores, política y prensa en la transformación
de las Fuerzas Armadas en la España democrática”, @mnis: Revue de Civilisation
Contemporaine de l’Université de Bretagne Occidentale EUROPES / AMÉRIQUES
(http://www.univ-brest.fr/amnis/);
y
Pedro Oliver Olmo, “Los iniciadores del movimiento de objetores…”.

<span
class=MsoFootnoteReference> [21]
<span
style='font-size:9.0pt'> A la bibliografía que venimos citando habría que añadir
el libro colectivo que firma el propio MOC para hacer balance de su trayectoria:
Movimiento de Objeción de Conciencia,

En windowtext;text-decoration:none;text-underline:none'> legítima desobediencia:
tres décadas de objeción, insumisión y antimilitarismo
text-underline:none'>, Traficantes de Sueños, Madrid, 2001 (para completar la
información referida al antimilitarismo durante la Transición, v
éase
el capítulo firmado por Ramón Carratalá, págs. 91-135).

<span
class=MsoFootnoteReference> [22]
<span
style='font-size:9.0pt'> Durante la dictadura algunas revistas de la Iglesia,
como Vida Nueva y El Ciervo, ya habían servido como refugio
y soporte del mensaje y de la práctica desobediente de los primeros objetores
de conciencia (véase Pedro Oliver Olmo, “Los iniciadores del movimiento de
objetores…”.

<span
class=MsoFootnoteReference> [23]
<span
style='font-size:9.0pt'> Enric Prat, Moviéndose por la paz… pág. 51.

<span
class=MsoFootnoteReference> [24]
<span
style='font-size:9.0pt'> Más habría que decir sobre la experiencia pacifista catalana,
y por ello remitimos al lector al libro citado de E. Prat.

<span
class=MsoFootnoteReference> [25]
<span
style='font-size:9.0pt'> Entrevista escrita realizada a Quico Porret (remitida
el 13/12/2009).

<span
class=MsoFootnoteReference> [26]
<span
style='font-size:9.0pt'> Entrevista escrita realizada a Rafael Rodrigo Navarro
(remitida el 01/11/2009).

<span
class=MsoFootnoteReference> [27]
<span
style='font-size:9.0pt'> Agradezco a AA-MOC de Valencia la consulta del documento
titulado “Memoria Histórica del MOC de València (1970 – 2000), elaborado en
diciembre de 2000. Ahí se detalla la información referida a los ’70, recabada
con fuentes orales y documentales producidas por el propio MOC (actas, notas,
panfletos, etcétera).

<span
class=MsoFootnoteReference> [28]
<span
style='font-size:9.0pt'> Sabino Ormazabal, 500 ejemplos de no violencia. Otra
forma de contar la Historia
, Manu Robles-Arangiz Institutua, Bilbao, 2010,
pág. 59.

<span
class=MsoFootnoteReference> [29]
<span
style='font-size:9.0pt'> Entrevista escrita remitida por Sabino Ormazabal el 21/10/2009.
También nos recuerda que, en 1978, la organización juvenil Gaztedi Abertzale
Iraultzaileak (GAI) ya había publicado un monográfico antimilitarista.

<span
class=MsoFootnoteReference> [30]
<span
style='font-size:9.0pt'> Sabino Ormazabal, 500 ejemplos de no violencia
págs. 64 y ss.

<span
class=MsoFootnoteReference> [31]
<span
style='font-size:9.0pt'> Entrevista oral realizada a Ovidio Bustillo García en
Madrid el 28/11/2009.

<span
class=MsoFootnoteReference> [32]
<span
style='font-size:9.0pt'> Pope Godoy, destacado participante en las célebres protestas
de la albañilería en la Granada de 1970, recuerda que organizaron un grupo
de No Violencia con el que, además de cuestiones específicas relacionadas
con la paz y la objeción de conciencia (aunque no tuvieron objetores en su
seno), en la práctica dedicaron sus esfuerzos a causas sociales muy concretas,
como la lucha contra la subida de los billetes del transporte urbano. Asimismo
no se obviaba la dimensión más personal de la noviolencia como filosofía
de vida (entrevista realizada a Pope Godoy, 14/11/2009).

<span
class=MsoFootnoteReference> [33]
<span
style='font-size:9.0pt'> Son palabras de Antonio Ruiz Zamora, militante de los
grupos de No Violencia y del movimiento antinuclear en Andalucía (entrevista
escrita remitida el 05/11/2009).

<span
class=MsoFootnoteReference> [34]
<span
style='font-size:9.0pt'> Lo explica May Ruiz de la Rosa con su experiencia, la
que es extensible a otras mujeres que militaban en el MOC “Mi militancia empezó
en el año 79 en el Grupo de Objetores de Conciencia de Sevilla. En paralelo,
participaba en el Movimiento Feminista Estatal desde el Grupo Feminista de
Sevilla” (entrevista escrita remitida el 15/11/2009).

<span
class=MsoFootnoteReference> [35]
<span
style='font-size:9.0pt'> Para Adrián Collado Elías no es pura casualidad que en
la lista de apoyos a los objetores de Can Serra figurara un maestro andaluz
que firmaba como Juanmanué (véase Los Objetores. Historia de una
Acción
, p. 117). Al parecer, era Juan Manuel Sánchez Gordillo, el futuro
alcalde de Marinaleda, uno de los líderes carismáticos del SOC (Sindicato
de Obreros del Campo), fundado en agosto de 1977, en el que militaron también
algunos curas obreros, como el emblemático Diamantino García (entrevista escrita
remitida por Adrián Collado el 16/10/2009).

<span
class=MsoFootnoteReference> [36]
<span
style='font-size:9.0pt'> Zaragoza rebelde. Movimientos sociales y antagonismo
1975-2000
″, Colectivo ZGZ Rebelde, Zaragoza, 2009.

name="_ftn37" title=""> 9.0pt'> [37] <span
style='font-size:9.0pt'> Cristino Barroso Ribal, “El movimiento pacifista en Canarias”,
Disenso, número 45, , Santa Cruz de Tenerife, noviembre 2004, págs.
14-17

<span
class=MsoFootnoteReference> [38]
<span
style='font-size:9.0pt'> Jesús Castañar Pérez, Breve historia de la noviolencia,
Ediciones Pentapé, Madrid, 2010.

<span
class=MsoFootnoteReference> [39]
<span
style='font-size:9.0pt'> Dice Ramón Carratalá (comprometido durante décadas con
la no violencia y la objeción de conciencia) que en los años ’70 “no nos gustaba
llamarnos pacifistas”, y que no recuerda que hubiera grupos, partidos,
plataformas, coordinadoras o asociaciones que se autodenominaran de esa manera
(entrevista escrita remitida el 22/02/2010).

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