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El gobierno afgano da bandazos en manos de los señores de la guerra, ante la pasividad occidental y una población decepcionada

La última ofensiva de la OTAN certifica la crisis de un Afganistán sumido en la corrupción y la guerra

La última ofensiva de la OTAN certifica la crisis de un Afganistán sumido en la corrupción y la guerra

Aunque la enésima operación emprendida por la OTAN contra los talibanes al sur de Afganistán se presenta como triunfante, la población civil se muestra cada vez más decepcionada con los países extranjeros, ya que, entre otras frustraciones, ve que no se ha hecho nada para juzgar a los antiguos señores de la guerra que tantos crímenes cometieron en el pasado y que ahora controlan una administración absolutamente corrupta.

Mientras, se ha conocido que el Ejército de EEUU recurre cada vez más a los antidepresivos para mantener las tropas en Iraq y Afganistán: por primera vez en la historia, miles de soldados del ejército estadounidense recurren a los antidepresivos para combatir el estrés en combate.

Un reportaje de la revista TIME revela que el 12% de las tropas en Iraq y el 17% de las afincadas en Afganistán reciben tratamiento con antidepresivos, un método mucho más económico para mantener a los soldados a pie de combate pero cuyas consecuencias a largo plazo para su salud mental pueden ser irreversibles.

Sobre las tropas españolas (que ya perdieran a finales del año pasado el control de un 70% de la provincia que ocupan en Afganistán) no se han hecho aún públicos este tipo de estudios.

ENFRENTAMIENTOS CON LOS TALIBÁN

Afganistán, una crisis anunciada

* Los fundamentalistas han puesto en entredicho a las fuerzas internacionales
* Las tropas son insuficientes para dominar un territorio de difícil orografía
* El Gobierno da bandazos mientras los señores de la guerra se aferran al poder

Actualizado viernes 20/06/2008 02:44 (CET)

MÒNICA BERNABÉ

«La ciudad de Kandahar continúa firmemente bajo control del Gobierno afgano y su gente». De esta peculiar manera informaba esta semana a los medios de comunicación la Fuerza de Asistencia para la Seguridad en Afganistán (ISAF), para dejar claro que la ciudad más importante del sur del país aún no ha caído en manos de los talibán.

En menos de cuatro días, el movimiento fundamentalista ha asaltado la cárcel de Kandahar con un camión bomba —consiguiendo la fuga de cerca de 400 presos correligionarios— y se ha hecho fuerte en el cercano distrito de Arghndab, a tan sólo 16 kilómetros al noroeste de dicha ciudad. Falta saber también qué significa que Kandahar continúa «bajo control del Gobierno y su gente».

Hace escaso medio año, el pasado diciembre, las tropas internacionales de la ISAF también informaron a bombo y platillo que habían recuperado el dominio del distrito de Musa Qala, bajo control talibán durante 10 meses consecutivos en la vecina y turbulenta provincia de Helmand. Después resultó que dieron el control de Musa Qala a un dirigente talibán, Mullah Abdul Salaam —bien conocido en la provincia por ser el presunto propietario de diversas factorías de heroína—, que fue nombrado gobernador del distrito. De esa forma, evidentemente, consiguieron dominar la zona.

La semana pasada corría el rumor en Kabul, la capital, de que los talibán utilizarían un camión bomba —y no un coche— para perpetrar su siguiente atentado. «Ya no saben qué decir para asustarnos», bromeaban muchos internacionales. Después resultó cierto. El 14 de junio los talibán hicieron volar el perímetro de la cárcel de Sarposa, en Kandahar, en un ataque sin precedentes con un camión.

De provincia a provincia

Está claro que cuando el río suena, agua lleva, y en Afganistán no sólo el río suena, sino que abiertamente todos los analistas internacionales afirman que las cosas van de mal en peor. Durante los últimos días el foco de la insurgencia se ha concentrado en Arghndab, pero puede estallar en cualquier otra parte en cualquier otro momento, incluida la zona bajo responsabilidad española, la provincia noroccidental de Badghis, donde los talibán también se están haciendo fuertes en los distritos de Gormach y Bala Murghab, en el norte.

Las tropas internacionales desplegadas en Afganistán, cerca de 60.000, son claramente insuficientes para dominar un territorio con una orografía tan complicada. A principio de año Canadá, cuyos efectivos luchan en Kandahar, amenazó con retirar todas sus fuerzas si no había ningún otro país dispuesto a luchar en el sur del país. Y en Helmand, las tropas británicas admiten sin rodeos que cinco de los 13 distritos de la provincia están bajo dominio de los talibán, y que la frontera entre Afganistán y Pakistán es un verdadero coladero que ellos no pueden controlar dada su longitud.

Inestabilidad y dependencia del exterior

A esto hay que añadir la existencia de un Gobierno cuyas carteras ministeriales están en buena parte en manos de antiguos señores de la guerra, de la misma manera que más de la mitad de los escaños del Parlamento [1]. Los líderes militares del pasado, por lo tanto, no sólo conservan su poder armado, sino que ahora también gozan de poder político y económico.

Como resultado de todo ello, Afganistán dispone de una administración totalmente corrupta, poco eficiente y cada vez más cuestionable, donde, por ejemplo, la policía, que es la que teóricamente tendría que coger las riendas de la seguridad en el país, es el cuerpo menos fiable.

Mientras el presidente, Hamid Karzai, da bandazos para contentar, por una parte, a esos señores de la guerra y mantener la estabilidad en las zonas que están bajo su dominio, y por otra, a la comunidad internacional, que ya ha expresado su malestar por los derroteros que está tomando Afganistán, pero que no condiciona su ayuda en un país que depende íntegramente de las aportaciones extranjeras a que, a cambio, se respeten los derechos humanos y se depuren las instituciones.

La población civil se muestra cada vez más decepcionada con los países extranjeros, ya que ve que no se ha hecho nada para juzgar a los antiguos señores de la guerra que tantos crímenes cometieron en el pasado, que la inseguridad continúa y que la economía no avanza, sino todo lo contrario. La vida es ahora mucho más cara. Tan sólo un ejemplo: en junio del año pasado, una barra de pan en Kabul valía seis afganis u ocho céntimos de euro. Ahora ya 20, es decir, casi 30 céntimos.


[1 Nota de insumissia: “En cuanto a la situación de las mujeres, no ha cambiado mucho. Actualmente hay 68 diputadas, pero están con los fundamentalistas, son como ellos. No hablan de los problemas reales de las mujeres afganas. Para las mujeres rurales, la violencia sigue igual que en los tiempos talibanes : los suicidios, las quemaduras, las palizas.” (Fragmento de un texto de Mehmuda Hakim, seudónimo de una militante de RAWA - Asociación de Mujeres afganas)

Alternativa Antimilitarista - Moc
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