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Para el debate

Tormenta militar en un vaso de agua

Tormenta militar en un vaso de agua

Publicando este artículo intentamos animar al debate en Insumissia/Antimilitaristas. Se dicen cosas que tiene mucha miga: «Con sus declaraciones, el mando militar ha dañado a las FAS ante la sociedad. Sólo con grandes esfuerzos se ha logrado en estos veinte años una apreciable recuperación de la imagen que de las FAS tiene la ciudadanía. Su participación en operaciones internacionales de paz, su profesionalización y una profunda reestructuración han permitido superar la imagen de la etapa franquista de unos ejércitos ocupantes en su propio territorio y con influencia directa en los asuntos políticos. Superado el trauma del 23-F, aquella visión había pasado a la historia y así lo demuestra la valoración social de las FAS en las encuestas». ¿Es eso cierto? ¿que valoraciones hay que hacer desde el antimilitarismo de este tipo de afirmaciones?

JESÚS A. NÚÑEZ VILLAVERDE
EL PAÍS - España - 20-01-2006

Aunque la atención mediática desatada a partir de las declaraciones del teniente general José María Mena y de algunas reacciones reprochables pudieran indicar lo contrario, sigue siendo válida la idea de que en España no hay un problema militar tal como se entendía en los primeros años de la transición democrática. Que las declaraciones de un alto mando militar hayan generado tal polémica resulta triste y chocante. En el análisis de lo ocurrido con ocasión de su discurso en una fecha tan señalada como la Pascua Militar, cabe establecer una distinción entre lo que supone el comportamiento del ya ex jefe de la Fuerza Terrestre y las reacciones políticas subsiguientes.
Con respecto al primer punto, escenificado en una ocasión en la que ostentaba la representación del jefe del Estado, no cabe la tibieza: es, sin ningún género de dudas, un hecho inaceptable y contraproducente. Tras más de treinta años de servicio, el general Mena conocía sobradamente las normas que imponen recortes en sus derechos políticos a todo militar profesional (imposibilidad de sindicación o de pertenencia a partidos políticos, entre otros). Conocía la prohibición de manifestar públicamente opiniones políticas. En consecuencia, cuando decidió dar publicidad a su pensamiento podía intuir alguna de las consecuencias que sus declaraciones han tenido.

Pudo pensar, por ejemplo, que expresaba así lo que muchos otros sentían, dada la evidente tensión que el proceso de aprobación del Estatuto catalán está generando (y así parecen demostrarlo episódicas reacciones, igualmente fuera de lugar, de otros mandos). Pudo, asimismo, dar salida a una preocupación, incluso sincera, de su ideario personal, entendiendo que, a escasas fechas de su obligado retiro por edad, eso le tranquilizaría interiormente y, ya como oficial retirado, le reportaría un ilusorio aplauso en los círculos en los que se mueva a partir de ahora. Convertido en portavoz de facto de ese estado de opinión, no debió de calibrar, sin embargo, el notable efecto negativo que su decisión personal ha tenido para las Fuerzas Armadas (FAS). Su apelación al artículo 8 de la Constitución, según el cual las Fuerzas Armadas son las encargadas de la defensa de la independencia, la soberanía y la integridad territorial de España -dando a entender que las FAS podrían verse obligadas a actuar si el proceso de aprobación del Estatuto sigue adelante-, es una aberración. Por imperfecta que sea la redacción de ese artículo, no hay nada en el ordenamiento político español que otorgue a las FAS ningún tipo de poder autónomo con respecto a la autoridad civil del Estado. Los ejércitos son un mero instrumento a disposición del poder civil, que será activado exclusivamente cuando los órganos de decisión política así lo decidan. Bajo ningún supuesto puede imaginarse hoy una actuación militar al margen de las instancias políticas del Estado y, por tanto, ni en éste ni en cualquier otro caso cabe entender que un mando militar por separado, o incluso el conjunto de la cúpula militar, puedan actuar de manera independiente para tomar parte en el debate político, y mucho menos en el proceso de toma de decisión.

Con sus declaraciones, el mando militar ha dañado a las FAS ante la sociedad. Sólo con grandes esfuerzos se ha logrado en estos veinte años una apreciable recuperación de la imagen que de las FAS tiene la ciudadanía. Su participación en operaciones internacionales de paz, su profesionalización y una profunda reestructuración han permitido superar la imagen de la etapa franquista de unos ejércitos ocupantes en su propio territorio y con influencia directa en los asuntos políticos. Superado el trauma del 23-F, aquella visión había pasado a la historia y así lo demuestra la valoración social de las FAS en las encuestas. Desde esa perspectiva, cabría calificar de nefasto el último servicio que el citado general ha prestado a la institución.

En cuanto a las reacciones provocadas por el discurso, el comportamiento de algunos representantes políticos resulta aún más preocupante y contraproducente que el mismo hecho en sí. Mientras cabe calificar de adecuadas las medidas adoptadas por el ministro de Defensa (arresto domiciliario, cese de su cargo y pase inmediato a la reserva), las declaraciones de algunos altos representantes del Partido Popular son, si cabe, aún más negativas que las del propio militar. En lugar de sumarse, como ha hecho el resto de los partidos del arco parlamentario, a la condena sin paliativos de lo declarado por Mena y de dar por buena la reacción del ministro del ramo, han intentado rentabilizar lo ocurrido a favor de su agenda política.

Lo malo no es la petición de comparecencia parlamentaria del ministro, intentando de alguna manera responsabilizarlo del nombramiento de Mena (olvidando tal vez que de su ascenso a general y de todos sus últimos destinos, excepto el último, es responsable precisamente un Gobierno del PP). Lo radicalmente inaceptable, y desestabilizador, es que se consideren esas declaraciones como «inevitables» y que se alimenten los posicionamientos políticos de los militares, echando por tierra las bases fundamentales sobre las que se asienta el orden político democrático. Mostrar simpatía y comprensión por la actitud del general Mena significa, sin más rodeos, alimentar comportamientos antidemocráticos, cuando no directamente golpistas; algo que debería estar absolutamente descartado para quien ha ocupado las responsabilidades del Gobierno y para quien aspira, algún día, a asumirlas. Por esa vía, inspirada por el interés coyuntural de sumar argumentos a su rechazo al Estatuto de Autonomía catalán, se abre una puerta que a todos debería interesar que se mantenga cerrada para siempre.

Sólo cabe esperar que, por encima del no siempre ejemplar comportamiento de algunos partidos políticos y de algunos miembros de las FAS, la sociedad española sea consciente de que lo ocurrido no es más que una tormenta en un vaso de agua, magnificada por algunos al servicio de sus no siempre ejemplares intereses, y de que en España no hay hoy un problema militar.

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  • 20 de enero de 2006 23:06

    Se me ocurren tres cuestiones:
    1º La supuesta buena imagen del ejército es sólo eso, imagen, como tantas cosas en esta sociedad. Imagen obtenida a partir de costosísimas campañas publicitarias y de misiones supuestamente humanitarias, exageradas en sus dimensiones positivas(atención a enfermos, construcciones, etc.)y ocultadas en sus aspectos más ocuros y negativos(ver el libro «La abominable cara oculta de los ejércitos humanitarios»), además de responder casi siempre a intereses políticos y económicos de los países más ricos. Además siempre hay que recordar el dato de las graves dificultades que está teniendo el proceso de profesionalización, cada vez se apunta menos gente, así que a la gente le pueden parecer muy bonitos los anuncios, pero interiormente no sé si se lo creen mucho.

    2º La cuestión de artículo 8º es que seguramente está puesto ahí para eso, para que el ejército y el resto de los poderes fácticos consintieran que la nueva constitución entrara en vigor, esa es su gran miseria. Ese artículo está ahí para recordarnos su auténtica realidad que es la de la ambición de poder, el intervencionismo político, la defensa de intereses particulares, privilegios; es como si todos los espadones militares nos recordarán con su uniforme de gala que aceptan la Constitución, pero que si se nos ocurre aspirar a algo más, ahí están ellos y de repente su dimensión humanitaria se transformará y volverán a salir a la calle a defender el orden constitucional que, por supuesto, tiene que ser el que les parezca bien a ellos.

    3ºSi es una tormenta en un vaso de agua, el tiempo lo dirá. De todas formas lo que se está haciendo ya es muy grave. No cabe duda que una gran parte de la sociedad civil volverá a sentirse amedrentada, limitada, vigilada y optará por callarse por lo que pueda pasar. No me refiero a periodistas, tertulianos o cargos políticos, me refiero a la gente normal que oye la radio o ve la tele. Además, según este modelo político en el que vivimos surgen interrogantes muy preocupantes acerca de que puede ocurrir si el Partido Popular ganara las elecciones y se empeñara en dar contenido a ese artículo 8º, que como he dicho está para algo. Seguramente llegaríamos a ver cosas muy tétricas y que, además, por arte de magia de una campaña electoral bien montada, pasarían a ser completamente legales.

    • 23 de enero de 2006 14:41, por David

      De acuerdo, estás reconociendo que el ejército (por las razones que sean) tiene mejor imagen, y eso afecta a las y los antimilitaristas.

      Y seamos realistas, eso de que «una gran parte de la sociedad civil volverá a sentirse amedrentada, limitada, vigilada y optará por callarse por lo que pueda pasar» no está pasando, ni siquiera en círculos activistas.

      No conozco a nadie preocupado por un hipotético alzamiento... eso es política-ficció, y de la mala.

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