El “problema vasco” y el antimilitarismo
Patxi Azparren Olaizola
Antimilitarista, miembro de Autodeterminazioaren Biltzarrak (ABK) y ex procesado en el sumario 18/98
A la hora de abordar cuestiones como éstas, considero que es necesaria una autopresentación para que se reconozca en ella también una ’voz colateral’ en mi contexto.
Soy activista antimilitarista desde mi primera juventud (constato que felizmente puede haber más de una). Militante del Movimiento de Objeción de Conciencia durante muchos años, he compatibilizado este compromiso con la lucha a favor de la recuperación y normalización del euskara y también me identifico como militante abertzale.
Entendiéndose el nacionalismo como el concepto más clásico, simplón y tradicional, identificado con banderas, himnos, monedas e incluso ejércitos, se pude suponer que una perspectiva de izquierda transformadora, de no-violencia activa, antimilitarismo y ecología no ha sido mayoritaria en el movimiento abertzale (nacionalismo vasco). Aun siendo rasgos que por separado están muy extendidos en nuestra sociedad, su combinación no tiene, más allá de algunos movimientos sociales, reflejo en organizaciones políticas fuertes, ni por supuesto en los sectores del nacionalismo vasco que controlan las instituciones de parte del país y de los que nos declaramos en oposición en cuanto a modelo de construcción nacional y social.
Desde este rincón del espectro sociopolítico vasco quisiera haceros participar en el análisis propuesto.
Un nuevo contexto
Es cierto que corren nuevos vientos en Euskal Herria y en el Estado español. El que esos vientos sean los coletazos de una nueva era climática no está en nuestras manos, pero es de navegantes sabias/os aprovechar las brisas favorables para llegar a puerto seguro.
Se está planteando tras 25 años de la reforma del régimen franquista la reconsideración de la estructura del Estado español. No hay fuerzas sobrantes y son difíciles los equilibrios, pero podríamos estar ante la oportunidad de lo que se ha llamado «segunda transición», don-de se cierren capítulos, heridas abiertas, que no se curaron hace cinco lustros. Esos cambios pueden afectar, entre otros aspectos, a tres de las naciones que están bajo el sistema jurídico español: Galiza, Catalunya y Euskal Herria. Para ésta última, con el plus que significa la oportunidad de conseguir el cese de las acciones violentas multilaterales de forma definitiva.
Hace ahora un año ETA avaló la denominada Propuesta de Anoeta. Esta propuesta supuso, al menos en el plano conceptual, un cambio radical en la postura de este grupo armado. Por primera vez y coincidiendo con un sentir social mayoritario y, en concreto, con una petición que históricamente se ha hecho desde el movimiento antimilitarista vasco, ETA renunciaba, en un proceso de paz, a ser agente negociador de contenidos políticos, cediendo tal cometido a las fuerzas civiles y políticas.
Este reposicionamiento va más allá de lo que fue su postura en la tregua de 1998 y es una oportunidad a la que todo agente sociopolítico bien intencionado debería prestar atención e interés.
Coincido con quienes ven en éste un momento clave para iniciar un proceso de paz. Entendiendo paz como el final de todas las expresiones violentas del conflicto que son multilaterales, unas legales, otras alegables, otras delictivas y o criminales.
No quiero engañar. No reivindico una reforma del Estado español. Me sitúo entre las/os que quieren que Euskal Herria tenga su propio sistema jurídico-político soberano. Pero tampoco ignoro la importancia intrínseca que tiene solucionar un drama humano multigeneracional como el que padecemos.
Quienes desde el independentismo de izquierdas no compartimos tos métodos de ETA nunca hemos pretendido usar a nuestro favor la situación creada por el conflicto armado. Ni en los momentos que tal actividad podía aspirar a conseguir réditos políticos ni en la situación contraria. Hemos reivindicado como imprescindible un escenario ausente de todo tipo de violencias y coacciones de cualquiera de las partes para poder encauzar un conflicto, que existió previo a ETA, existe y existirá, por vías pacíficas y democráticas.
Sabemos que hoy la propuesta independentista no tiene mayoría social, pero estamos dispuestas/os a una confrontación civil, incruenta y democrática en la que podamos perder, en espera de que el trabajo bien hecho y las propuestas interesantes permitan ganarnos a la mayoría social de nuestro pueblo.
Es ahí precisamente donde se encuentra el espacio posible de cooperación con la izquierda transformadora ’española’. Sin cambio de clima que pueda facilitar un cambio de estatus jurídico y de sistema que deje abiertas las posibilidades de cualquier cambio socio-político consensuado por cada uno de los marcos-sujeto nacionales de decisión, que entiendo, en la Península Ibérica, debieran corresponder al menos a: Portugal, Galiza, Catalunya, Euskal Herria y España (o como sus habitantes quieran denominarla).
Puede que, a mi pesar, las respectivas mayorías actualmente decidieran sencillamente una reforma federalizante del Estado. Sin embargo, el reconocimiento de esos sujetos nacionales de decisión diferenciados posibilitaría que los conflictos que padece el Reino de España desde su creación se puedan desdramatizar, contextualizar y permitan una confrontación escrupulosamente democrática.
La nación en la globalización
Los conflictos de identidad, soberanía, territorialidad, pluralidad etc., afectan a todas las naciones y pueblos, a las que formaron Estado y a las que no, presentándose como uno de los debates teóricos y prácticos más complicados. En él está en juego si Europa opta por el modelo norteamericano de una república de consumidores o por modelos alternativos socializantes, cooperadores y pacíficos valedores de la diversidad-igualdad de ciudadanas/os libres y activos sociopolíticamente y culturalmente.
Aunque Euskal Herria se ve afectada como el resto de países europeos por las consecuencias sociales. económicas y culturales acarreadas por la globalización, este pequeño pueblo posee aún un entramado social que permite pensar que es un marco más favorable para este tipo de sociedades alternativas.
Las fuerzas de la izquierda internacionalista, los movimientos sociales pro ’alter globalización’, los nacionalismos de izquierda de las naciones sin Estado, el movimiento indigenista, el campesino, etc. son la nebulosa creciente capaz de hacer frenar el tren neoliberal. Es en este contexto donde el movimiento abertzale de izquierda vasco aporta su granito de arena ante la nueva versión del capitalismo salvaje y sus ensayos de nuevas formas de totalitarismo, que entre otras cuestiones quiere hacer de la etnicidad no domesticada como producto de consumo una reivindicación criminalizable.
Extraido del periódico Diagonal, nº20, diciembre de 2005