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Desobediencia colectiva contra el contra-pensamiento único
Personalismos, «traiciones» y zancadillas en los movimientos sociales
Nuestro reto es analizar las causas, miedos, bloqueos... que nos llevan a comportarnos en ocasiones de forma tan sumisa y conformista para, partiendo de la realidad de cada cual, educarnos para la desobediencia.
El objetivo entonces no es “desobedecer” sino perder el miedo a la desobediencia para poder recurrir a ella cuando lo consideremos más oportuno.
Mientras que la obediencia trata de uniformarnos en la sumisión a la norma, la desobediencia promueve un nuevo concepto de ciudadanía que reclama su protagonismo en la realidad que quiere vivir.
PODER, SUMISIÓN Y DESOBEDIENCIA
Nuestra reflexión global sobre el mundo que nos rodea debería no sólo concretarse, sino partir de nuestra actividad concreta en barrios. Si queremos incidir en los conflictos sociales debemos tener en cuenta su readaptación a los nuevos tiempos. Lo que antes nos servía quizá ahora no. Lo que anteriormente rechazamos puede quizá ganar actualidad.
Los mecanismos de dominación se hacen más sutiles. El miedo nos bloquea más que la propia represión, influyendo en los deseos y en la conciencia colectiva para favorecer que sea cada persona quien reclame, financie y sustente su propio control.
Ésta es la gran victoria de la fase actual del capitalismo: nos hace creer protagonistas (y por tanto responsables) de la actual situación de injusticia. Ya nos parece hasta normal que cualquier persona (sea excluida, disidente...) compita a codazos para alcanzar las migajas de cualquier empleo precario; reclame más cárcel y más policía contra la violencia doméstica; adquiera aspiraciones consumistas, hábitos contaminantes, actitudes machistas o racistas pese a compartir ideas feministas e integradoras...
Hay a quien le agobia esta situación (“Cielos, tenemos al monstruo dentro”). Nosotras/os preferimos darle la vuelta al razonamiento: si el sistema depende cada vez más de nuestra actividad o pasividad, nuestras alternativas de lucha deberán incidir cada vez más en ir modificando nuestros hábitos, comportamientos y actitudes. Así, a la vez que vamos desenganchándonos de colaborar con el sistema, vamos paulatinamente descubriendo, investigando, viviendo e interiorizando alternativas cotidianas en nuestra vida afectiva, laboral, cultural, reivindicativa...
Tendemos a repetir ciertos errores porque se nos olvida que:
Al poder no le preocupa que nos concienciemos. Que falte mucha información no significa que esa sea la causa de la apatía social. La historia y la experiencia nos demuestran que el tomar conciencia de lo mal que está todo no tiene por qué movilizarnos automáticamente en su contra. Necesitamos alternativas posibles, no que nos recuerden una vez más lo mal que está todo.
Al poder no le preocupa que critiquemos sus medidas. Cierta dosis de inconformismo es incluso necesario para hacer ver la “pluralidad” de opciones y legitimar el sistema actual. A veces somos la excepción que confirma su regla. Que opinemos distinto no importa, que lo expresemos apenas incomoda, pero que vivamos y disfrutemos nuestras alternativas les socava su pensamiento único.
Al poder no le preocupa que tengamos claro el cómo deberían ser las cosas. ¿Qué más da que lo tengamos claro si no podemos llevarlas a cabo ni sabemos qué pasos dar para ir haciéndola realidad? Por eso difunden desesperanza. Y por eso es importante darnos a conocer y demostrar que nos sirve y nos sentimos mejor en lo que hacemos, que es posible inventar nuevas alternativas...
Al poder no le preocupa que vivamos de forma diferente de puertas adentro. Limitarnos a utilizar papel reciclado, comer pan integral, hacer yoga y oír alguna radio libre puede servirnos a veces de excusa para pasar de las reivindicaciones sociales con la conciencia tranquila. Queremos cotidianizar y humanizar la política, y hacer política de nuestras opciones personales. Esto pasa por actuar desde lo colectivo.
Lo que les preocupa es que actuemos coordinadamente vivenciando alternativas reales. Ninguna transformación social real puede ser patrimonio de una minoría concienciada (además ¿Quién decide quien está concienciada/o y quien no?).
A nuestro modo de ver la Desobediencia, la No-Colaboración y la Acción Directa Noviolenta aportan alternativas válidas y coherentes en el actual contexto social al plantear una alternativa horizontal (sin élites, al alcance de cualquier ser humano), colectiva, respetuosa con las personas pero contundente con la función o personaje antisocial que representan, pedagógica, desenmascaradora de conflictos sociales latentes y de la violencia institucional...
No desobedecemos para fardar ante nuestras/os colegas ni para enfrentarnos al poder en un suicida duelo desigual, sino para abrir posibilidades de acción colectiva tratando de hacerla útil y adaptable a cada realidad.
CÓMO NOS INCULCARON EL VALOR “OBEDIENCIA”
Cuando obedecemos por temor a las represalias pero conservamos la conciencia clara de saber dónde estamos y qué pretende quien nos obliga, nuestra obediencia se limita a ser una mera práctica ingrata.
Pero la obediencia nos aporta también seguridad y bienestar (como comentamos en el número anterior) por lo que es un valor que estamos especialmente propensos a interiorizar en este mundo de precariedad económica, afectiva, política...
Interiorizamos obediencia cuando colaboramos con el esquema imposición/sumisión, aunque sea inconscientemente.
Desde peques mamamos un sistema de normas impuestas que debemos cumplir. Hemos jugado, estudiado, trabajado, vivido en la pedagogía del premio o castigo. Es lo que conocemos, nos da seguridad. Siendo obedientes hemos ganado el cariño de nuestra familia, la aprobación del profesorado, el ascenso laboral... La desobediencia nos ha reportado disgustos más que otra cosa.
Interiorizamos la obediencia porque nos ha hecho vivir más experiencias en positivo. Es nuestra propia vivencia la que se enfrenta a nuestra ideología desobediente. No interiorizaremos la desobediencia hasta que no disfrutemos vivencialmente de ella y no seamos capaces de analizar todas las tristes consecuencias de nuestra sumisión.
OBEDIENCIA O RESPONSABILIDAD
Cuando educamos desde la imposición (sea porque pensamos que en ciertas ocasiones es necesaria, o porque no sepamos hacerlo de otra forma, o porque perdamos los nervios...) estamos cerrando el paso a la responsabilidad al no dejar espacios para poder elegir. Desde el colectivo “Abra” pensamos que niñas/os y jóvenes son actualmente muy poco libres porque apenas les dejamos que asuman sus responsabilidades, sea desde la hiperprotección (decidiendo todo por ellos sin dejarles experimentar), desde la permisividad (que les hace caprichosos y sin referentes) o desde el abandono (físico o emocional).
La obediencia nos convierte en cómplices de aquel que nos manda, pero nos lo invisibilizan repartiendo esa responsabilidad entre múltiples pequeñas colaboraciones ciudadanas.
La mayoría de las personas que nos manifestamos contra las guerras no tenemos mayor problema en pagar impuestos (con los que mantienen ejércitos y fabrican armas), ingresar nuestro dinero en bancos (que invierten en armamento con nuestros ahorros y planes de pensiones), repostar en gasolineras (el petróleo causante de guerras), regalar juguetes y videojuegos (violentos, xenófobos...), mostrar dibujos animados y películas (cuyos héroes lo solucionan todo a golpes)... Cada acto individualmente pasa desapercibido, pero la suma de todo ello es lo que da lugar al negocio de la muerte.
Todas las personas participamos de ciertas manipulaciones que o no vemos o no las queremos ver. Normas basadas en premios y castigos, relaciones personales basadas en la dependencia y en los chantajes afectivos más que en el respeto, el funcionamiento vertical de nuestro propio colectivo...
Es necesario sacar a la luz esa realidad invisibilizada de la obediencia, pero también puede ser un proceso muy duro. Desobedecer puede provocarnos sentimientos de culpa (al reconocer nuestra sumisión anterior) por lo que a veces optamos por continuar obedeciendo en una huida hacia delante para no llamar la atención o para autojustificarnos de lo que estamos haciendo.
Ser conscientes de nuestra colaboración sumisa no tiene por qué implicar un cambio (Si deseo desobedecer y no lo hago es porque tengo condicionamientos externos que me imposibilitan hacerlo hasta que me vea con fuerzas para ello) pero es el primer paso imprescindible para cualquier proceso de superación.
DESOBEDIENCIA COMO CUESTIONAMIENTO AL SISTEMA NORMATIVO
Compartimos la idea de desobediencia tal y como la entiende el movimiento antimilitarista: como valor colectivo (acción política) y personal (actitud) que cuestiona no solamente una determinada norma que consideramos injusta, sino el propio sistema normativo imperante. ¿Por qué hay que aceptar por principio las normas, instituciones, costumbres, autoridades, liderazgos...?
Así entendida, la Desobediencia es:
Un valor: presupone la asunción de la responsabilidad sobre nuestra propia vida
Una herramienta de acción política y de reivindicación cotidiana
Pedagogía popular: abre debate social visibilizando conflictos latentes
Una forma diferente de organización y participación ciudadana
Cualquier poder mediático, económico... puede manipular a la mayoría “democrática” respetuosa del orden imperante, pero mucho más difícil lo tendrá si se enfrenta a una ciudadanía que reclama su identidad desde la desobediencia.
Sólo mediante la violencia es posible que una minoría imponga sus privilegios sobre la mayoría. La desobediencia es democracia directa, sólo conseguirá incidencia social si es respaldada y asumida por un número considerable de ciudadanas y ciudadanos.
¿Y CÓMO SE HACE ESO DE DESOBEDECER?
Difícil no haber interiorizado nada de la obediencia mamada en la familia, escuela, empleos... Tampoco hay expertos listillos que nos puedan enseñar desobediencia. Pero en educación popular no es necesario que nadie nos enseñe para que podamos aprender. Podemos ir transformando la sumisión en responsabilidad. Unas ideas para abrir debate:
¿Sabemos dónde estamos realmente?
Suena a cursi, pero es el punto de partida de cualquier proceso de cambio personal y colectivo. Sólo podemos avanzar si nos apoyamos en nuestros deseos, necesidades, miedos... reales (no en donde queremos o creemos estar). Las ideas podemos tenerlas más o menos claras pero, sinceramente... ¿Qué me aporta personalmente estar en este colectivo y no en otro? ¿Qué me remueve cuando obedezco o desobedezco?
Actuar en nuestros colectivos desde la horizontalidad, confianza, respeto y apoyo mutuo nos servirá de gran ayuda y complicidad en nuestro proceso personal, a la vez que nuestro crecimiento personal irá enriqueciendo el colectivo.
Nuestros errores: principal laboratorio de aprendizaje
Nos educan en el miedo a nuestras equivocaciones, a no experimentar cosas nuevas, a delegar en expertos que supuestamente saben de nuestras vidas más que nosotras/os mismas/os... Pero los errores son parte inherente de nuestra vida, tenemos que reconciliarnos con ellos.
A desobedecer se aprende desobedeciendo y aprendiendo de la propia práctica, reflexionando de nuestros errores y aciertos. Si te dicen que vas por mal camino posiblemente sea que les asuste que vayas por tu camino.
Clarificar los pasos a ir dando
No confundamos nuestros deseos con nuestra realidad. Lanzar llamamientos a que la gente desobedezca sin analizar los pasos a dar es tan inútil como exigir buen tiempo en invierno. Un objetivo ideal requiere personas ideales que no existen, así que nos frustraremos por nuestra incoherencia, por la falta de compromiso de los demás, por la debilidad de nuestro colectivo...
Pero tampoco avanzaremos si sólo nos centramos en la urgencia del día a día porque necesitamos referentes ilusionantes hacia los que dirigirnos.
Si quiero subir a lo alto de una escalera, tan necesario es saber dónde está el último peldaño como el primero. Por eso el reto es descubrir qué pasos podemos ir empezando a dar aquí y ahora, desde nuestras limitaciones, en dirección a nuestro ideal.
Para ello es importante plantearnos unos objetivos intermedios que puedan cumplirse en un tiempo marcado y que no nos harán alcanzarlo, pero sí avanzar hacia nuestro referente deseado.
Desobediencia cotidiana para interiorizar la desobediencia política
No queremos esperar a la revolución futura sino ir construyendo alternativas que nos den respuestas en el día a día. Preferimos ir ganando pequeños espacios de libertad que pasarnos la vida deseando la Libertad plena. Es importante el proceso, cuidarnos, empezar por desobedecer aquello que nos motive más, sea porque no nos suponga grandes consecuencias (dar de mamar a nuestro bebé en espacios públicos para ir normalizando esta práctica), o porque nos cubra una necesidad fundamental en nuestra vida (ocupar la vivienda que necesitamos para vivir), o sumarnos a campañas de muchas personas desobedientes para minimizar posibles represalias (como ocurrió con la Insumisión, o actualmente con “Desobedece a las Guerras”...).
EDUCACIÓN PARA LA DESOBEDIENCIA: ¿Y SI NOS DESOBEDECEN?
Cuando una situación nos desborda, el saber que podemos mandar y que nos obedecerán nos puede dar sensación de seguridad, mientras que la capacidad de desobediencia del grupo aumenta nuestra inseguridad. Nadie trata de favorecer valores que atenten contra su estabilidad, sin embargo la única forma de fomentar un valor es con nuestro ejemplo (no podemos dar azotes a un niño mientras le decimos que “no tienes que pegar nunca a nadie”) por lo que para fomentar el auténtico sentido crítico (tan de moda en todas las programaciones educativas) tenemos que favorecerlo contra nuestra forma de funcionar.
Nos desborda que no nos hagan caso porque se nos olvida que niñas y niños necesitan desobedecer como proceso natural en la búsqueda de su identidad personal. De peques les vestimos, alimentamos, limpiamos los mocos... a los 40 ya no se lo hacemos y entre medias hay un proceso constante (aunque acelerado en la adolescencia) de cambio, de ir adquiriendo identidad individualizada. Este crecimiento personal se desarrolla muchas veces desde el enfrentamiento con la autoridad que le impide ser como quiere ser.
Es importante que no lo olvidemos para desculpabilizarnos de su desobediencia: generalmente no están pretendiendo agredirnos, sino que se están descubriendo, investigando, afianzando... y debemos respetar esa búsqueda.
De modo que tan normal es que tratemos en ocasiones de imponernos desde nuestra inseguridad (aunque tenemos que ser conscientes de qué reacción provoca en los demás) como natural es que experimentemos desde la desobediencia nuestro lugar en el mundo.
Si impedimos que nos desobedezcan sólo estaremos dejando dos salidas para que nos expresen su malestar: la violencia (si no la dirigen contra nuestra autoridad la desviarán hacia otros más débiles) o el pasotismo (la vía de disidencia más tolerada socialmente y que tan perjudicial será para su futuro).
Facilitar que nos desobedezcan no significa que hagamos siempre lo que nos planteen (el derecho a desobedecer no evita su posibilidad de equivocación ni nuestra necesidad de seguridad) pero sí implica tratar de entender por qué y para qué lo hacen. Abrir el diálogo con quien desobedece significa reconocer que pueda llevar razón en su crítica, valorar si propone alternativas como propuestas de mejora, conocer una realidad que no percibimos anteriormente (puede haber motivos personales o externos que la justifiquen), salir de la inercia de castigar su desobediencia por sistema... Toda desobediencia es una llamada de atención para saber que algo no anda bien con quien nos desobedece y que tenemos que mejorar nuestra comunicación: ¿La norma desobedecida no le aporta seguridad? ¿Cómo y con qué criterio y participación se elaboró la norma? ¿Estaré con mis actitudes transmitiendo mensajes que no deseo? ¿Por qué pretende llamar la atención?...
Deseducarnos de valores aprendidos y descubrir e interiorizar aquellos que deseamos es un proceso difícil (por lo tanto posible) y apasionante que implica un proceso de conocimiento y aceptación personal y colectivo.
“El no perder nunca los nervios”, “la plena seguridad”, “las ideas claras”... son escudos para esconder carencias cuando no queremos o podemos afrontarlas.
Nosotras/os nos quedamos con la fortaleza de nuestras lágrimas, la convicción de nuestras dudas como espacios de búsqueda, y la certeza de nuestros errores como herramientas de aprendizaje. Serán errores, pero son nuestros.