Reproducimos en INSUMISSIA un artículo de fondo de la agencia oficial iraní IRNA sobre la ejecución de Saddam Husein. Huelga decir que por reflejarlo en nuestras páginas no necesariamente compartimos todos los argumentos contenidos en el texto, pero pensamos que aporta una visión sobre estos hechos y otros que difícilmente encontraremos en la crónica internacional de los media.
Artículo original:
http://www.irna.ir/es/news/view/line-78/0612307132155559.htm
¿Cierra la ejecución de Saddam un episodio de la historia
"¿Quiénes son tus cómplices? Esta pregunta sería la que le haría un juez
a un reo acusado de asesinato, sobre todo, si se trata de una masacre,
y, muy especialmente, de un ataque armado contra otro país en el que
hayan perecido cientos de miles de personas, una ofensiva militar para
la que hacen falta “cómplices”, o “aliados”, si hablamos en términos
castrenses.
Hoy a las seis de la mañana, hora de Irak, se ha cerrado un nuevo
capítulo en la historia contemporánea no sólo de Irak sino de toda la
región. A esa hora se apagaba la vida de un dictador que había
incendiando la región durante más de una década y maltratado a su pueblo
durante 24 años.
Que Saddam Husein merecía ser ejecutado es una verdad que pocos dudan
pues durante su régimen de terror había causado la muerte de más de un
millón de personas, de tal manera que en la historia contemporánea su
nombre figurará junto a otros tan siniestros como Hitler, Musolini y Pol
Pot.
En efecto, en la hoja de servicios del malogrado dictador figuran
crímenes como la matanza con bombas químicas de kurdos en Halabcheh,
cuya imagen de niños y mujeres muertas ha dado la vuelta al mundo-, y
las represiones contra los chiiíes del sur de Irak en las que perecieron
más de 100.000 personas, gracias a la vista gorda de EEUU, a los que
habría que sumar la represión contra sus opositores. Esto, en cuanto a
lo que hizo dentro de su propio país,
En la escena internacional, de todos es conocida la guerra que le
declaró a Irán durante la cual -8 largos y sangrientos años- murieron
más de un millón de personas entre ambos bandos, y que dejó a su país al
borde de la bancarrota y a Irán desangrado material y económicamente y
con varias de sus ciudades semidestruidas por los misiles iraquíes. No
bastándole este conflicto, que terminó 1988 con una resolución de la ONU
que le daba la razón a Irán, por considerar que había sido objeto de
agresión, en 1991 la emprendió contra Kuwait, significando en realidad
el principio de su fin.
No vamos a ocuparnos aquí de los innumerables crímenes perpetrados por
el ex dictador, sino del curioso hecho de que haya sido procesado y
condenado a muerte por la matanza de 148 campesinos en la aldea iraquí
de Duyail, lo que supone una más que ínfima parte del millón y pico de
muertes de las que fue responsable directo.
Cuando Saddam fue llevado al juzgado, Irán también se presentó como
acusación particular, llevando pruebas y documentación de los ataques
que las milicias del dictador habían lanzado contra varias poblaciones
civiles de Irán en las que usó las armas químicas que al parecer les
había vendido Alemania y algunos países occidentales.
Sin embargo, en lugar de empezarse por su mayor crimen, su ofensiva
contra Irán, -recordémoslo, condenada por la ONU-, el juez prefirió
hacerlo por uno de los más pequeños.
Lógicamente, de haberse iniciado las acusaciones por la guerra contra
Irán, formaría parte del proceso el que el fiscal le inquiriese si en la
ofensiva y a lo largo de la misma tuvo cómplices, a lo que Saddam, no
tanto deseoso por decir la verdad sino por vengarse de sus capturadores,
señalaría con el dedo a los norteamericanos y a la primera ministra
británica, Margharet Thahtcher, que le apoyaron con armas, dinero,
tecnología, apoyo moral, mediático y todo lo que un país tan poderoso
como EEUU tiene a mano, para que arremetiera contra un estado contra el
cual se la tenía jurada el entonces presidente Ronald Reagan: la
República Islámica de Irán.
Que EEUU utilizó a Saddam como ejecutor de los planes que personalmente
no podía llevar a cabo contra Irán, es un secreto a voces sabido por los
analistas y sospechado por el público en general. Washington ha
intentado por todos los medios tapar este asunto, y así, cuando se acusó
a Donald Rumsfeld, secretario de Defensa norteamericano de haber hecho
tratos con Saddam, aquel lo negó, aunque la prensa difundió al punto una
fotografía en la que se ven a ambos dándose la mano, de cuando Rumsfeld
viajó a Bagdad en calidad de enviado especial de Reagan.
Que los norteamericanos, los británicos y muchos países occidentales
tienen mucho que callar lo demuestran varios hechos que se han producido
en torno a este juicio, al que george Bush ha calificado de “justo”.
Además de las mentiras de Rumsfeld y el hecho de que en el 2003 Thatcher
y Bush padre declinaran la oferta de Saddam de realizar un debate
trilateral, en vivo y televisado, hemos visto cómo Saddam ha sido
juzgado en Bagdad y no en la Haya, donde deben ser procesados los
criminales de guerra, y Saddam, a cuyas espaldas cargaba con crímenes
contra Irán, contra su pueblo, -ya sean sunníes, chiiíes y kurdos- y
contra los kuwaitíes, era razón más que suficiente para ser procesado en
ese tribunal internacional por crímenes de lesa humanidad.
Mas la razón de que así no haya sido es obvia: en Holanda no se condena
a muerte a nadie, y se hacía imprescindible deshacerse de un dictador
que sabía mucho, que estaba deseando cantar. Había que destruir esa
fuente de información en cuya base de datos obraba los nombres y
apellidos de quienes les ayudaron en sus desmanes, tropelías y crímenes,
sobre todo, los perpetrados contra los iraníes. Las declaraciones y
confesiones hechas en los tribunales de la Haya podrían trascender
enteras y sin censura a la prensa, y, al acusar directamente a algunos
líderes occidentales, éstos no tendrían más remedio que comparecer
también ante el juez, según lo dispone la ley. Un auténtico embrollo que
era mejor evitar.
Mucha de la prensa occidental y no poca de la que se difunde en árabe
pretende presentar la ejecución de Saddam como un triunfo de los Estados
Unidos, sin darse cuenta que es más bien lo contrario: es la prueba
fehaciente de cómo Washington quiere deshacerse del cuerpo del delito,
de la prueba más palpable de que él -Norteamérica- instigó y ayudó a
Saddam en su ataque contra Irán. Además, su muerte en la horca podría
constituir un ejemplo muy negativo de cuál es el destino que les depara
a aquellos gobernantes que se apoyan más en los norteamericanos que en
su propio pueblo.
Ha sido un hecho para todos evidente, del que se ha hecho incluso eco la
prensa occidental, de que el ataque a Irán ni se haya mencionado, ni
tampoco el que lanzó contra Kuwait, y que se haya despachado el caso con
el expediente más pequeño que obraba en la lista interminable de
acusaciones contra Saddam.
Cientos de miles de muertos, viudas desconsoladas, huérfanos, soldados
cuyos pulmones han dejado de respirar bien debido a los gases tóxicos,
otros que han perdido la vista, un brazo, una pierna, o las dos, y, lo
que es peor, que han trasladado sus males a sus hijos, es parte de la
herencia dejada a Irán por el dictador ejecutado hoy sábado.
Hoy es un día grande para los iraníes, en realidad, se ha cerrado
también uno de los capítulos de la historia contemporánea de Irán,
aunque, a la vez, es un día triste pues se pervive la sensación de que
no se ha hecho justicia con los mártires y los mutilados de guerra de
esta nación.
La muerte en el patíbulo del dictador iraquí debería constituir una
lección para aquellos que juegan su suerte a una sola carta; la de
Estados Unidos. Es una claro mensaje para los líderes de aquellos países
que cumplen la voluntad de Washington y se inclinan a su causa. Como
acertadamente ha apuntado hoy sábado Hamid Reza Hayi Babai, miembro de
la directiva de la Comisión de Política Exterior del Parlamento de Irán,
el lema tantas veces coreado de “muerte a Saddam” ha acabado con la
ejecución de éste, y algún día deberá materializarse el otro, “muerte a
EEUU.”
Y, entretanto, el estado iraní no se deja arrastrar por la euforia de la
alegría de hoy y tiene muy claro que el expediente personal de Saddam ha
quedado hoy cerrado, pero no el de sus crímenes, que
se le ha
ajusticiado por sólo uno de ellos, el de Duyail, por lo que se hace
imprescindible que tanto la comunidad internacional como el Gobierno de
Irak haga un seguimiento de los que quedan pendientes.
La ejecución de Saddam ha sido hoy sábado la noticia más dulce que
muchos habrán oído en mucho tiempo, pero en Irán, tras ese dulzor
inicial, ha dejado el desagradable amargor de saber que, -al menos
oficialmente-, Saddam no ha muerto en la horca por los crímenes cometido
contra su país, por los cuales su población aún está herida después de
17 años. Y, lo que es todavía peor, de saber que un criminal ha sido
ejecutado pero que sus cómplices siguen sueltos.