Alrededor de una treintena de campos de entrenamiento y maniobra de las Fuerzas Armadas de Tierra, Mar y Aire están repartidos por todo el territorio español. Su superficie total abarca más de 150.000 hectáreas y dentro de ellos se encuentran parajes naturales de alto valor ambiental.
El Ministerio de Defensa, titular de estos campos, acaba de publicar un libro sobre sus ‘espacios naturales’ donde se vanagloria de su labor conservacionista. Lejos de brindar un tratamiento exhaustivo y científico de estos ecosistemas destinados a uso militar, el documento se limita a recopilar opiniones favorables de especialistas a la gestión que hace el Ministerio de Defensa de estos parajes naturales. Así, Manuel Tohario, físico y director del Museo de Ciencias de Valencia, sostiene que en “los ecosistemas isleños es donde más se ha notado la presencia conservacionista de la actividad militar. No por dicha actividad cuanto por la barrera antiespeculación y antiocupación que ha supuesto en los últimos años de enorme impacto turístico y urbanístico”.
Paralelamente, el 13 de noviembre el ministro de Defensa José Antonio Alonso y la ministra de Medio Ambiente, Cristina Narbona, firmaban un protocolo de colaboración que implica la cesión a la Dirección General de Costas de propiedades militares ubicadas en el litoral. Su justificación es evitar la especulación de la zonas costeras y, sin embargo, permitirá al Ministerio de Defensa realizar una compraventa de 300 hectáreas en el litoral de Cartagena que ya son estatales por un valor de 8 millones de euros que pagará Medio Ambiente.
Incompatibilidad
Por otra parte, la campaña en contra del uso militar de parajes de dominio público de alto valor ecológico llevada a cabo por Ecologistas en Acción y la Asamblea Antimilitarista hace evidente la incompatibilidad entre una gestión ambiental sostenible y un campo de prácticas militares. Entre los diversos impactos socio-ambientales denuncian la falta de información que tienen los vecinos que viven cerca, el riesgo de posibles accidentes y la convivencia con diversas molestias: vibraciones, cortes de carretera, paso de vehículos militares y prohibición al paso de terrenos de propiedad del pueblo.
Además, denuncian la contaminación del suelo provocada por los restos armamentísticos y de residuos tóxicos, la contaminación acústica producida por el paso de aviones y helicópteros que sobrevuelan día y noche núcleos habitados, el incumplimiento de las normas de seguridad, así como los graves impactos que provoca en el mar y en el litoral la realización de maniobras militares, donde aparecen regularmente restos de combustible y cetáceos muertos por el uso de sonares. En la población más próxima al campo de tiro aragonés de las Bardenas Reales se ha registrado, además, una tasa de cáncer por encima de la media estatal, lo que hace sospechar sobre el posible uso de uranio empobrecido en los proyectiles.