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Presiones imperialistas para colocar en el poder a alguien «conveniente»

El bloqueo del retorno de Aristide a Haití constituye una deplorable falta de respeto

El bloqueo del retorno de Aristide a Haití constituye una deplorable falta de respeto

Por Mark Weisbrot

El infame dictador haitiano «Baby Doc» Duvalier ha regresado a su país esta semana, mientras que se impide la entrada al primer presidente electo de Haití, Jean-Bertrand Aristide. Estos dos hechos sin duda lo dicen todo acerca de la política de Washington hacia Haití y sobre el respeto que profesa nuestro gobierno por la democracia en ese país y en toda la región.

Interrogado sobre el retorno de Duvalier, que torturó y asesinó a miles de personas durante su dictadura, el portavoz del Departamento de Estado P. J. Crowley ha dicho: «Se trata de un asunto que atañe al gobierno y al pueblo de Haití». Sin embargo, al preguntarle sobre el regreso de Aristide, declaró: «Haití no necesita más cargas en este momento».

Los cables de WikiLeaks publicados la semana pasada muestran que Washington ha presionado a Brasil, país que encabeza las fuerzas de las Naciones Unidas que están ocupando Haití, no sólo para mantener a Aristide fuera del país, sino para evitar que ejerza cualquier tipo de influencia política desde el exilio.

¿Quién es este peligroso hombre al que tanto teme Washington? He aquí cómo describió el consejo editorial del Washington Post el primer mandato de Aristide allá por 1996: «Elegido de forma abrumadora, expulsado mediante un golpe de estado y restituido por tropas estadounidenses, este ex sacerdote populista abolió el ejército represivo, prácticamente acabó con las violaciones de los derechos humanos, cumplió en gran medida su promesa de fomentar la reconciliación, llevó a cabo elecciones dificultosas pero justas, y, aunque contaba con suficiente apoyo popular como para no hacerlo, cumplió su palabra de abandonar el cargo al final de su mandato. Un historial formidable».

Todo esto sucedió antes de que Washington lanzara su campaña para expulsar a Aristide por segunda vez. Junto con sus aliados internacionales, especialmente Canadá y Francia, retiraron prácticamente toda la ayuda extranjera para el país después del 2000. Al mismo tiempo, invirtieron decenas de millones de dólares en crear un movimiento opositor. Mediante el control de la mayoría de los medios de comunicación y la ayuda de matones armados, asesinos declarados y antiguos líderes de escuadrones de la muerte, el gobierno, deshecho y empobrecido, fue derrocado en febrero de 2004.

La principal diferencia entre el golpe de estado de 2004 y el de 1991 que destituyó a Aristide fue que, en 1991, el presidente George H. W. Bush no reconoció al gobierno golpista, aunque quienes le situaron ahí estuvieran a sueldo de la CIA. Al menos tenían que fingir que no estaban involucrados. Sin embargo, en 2004, bajo el mandato del segundo presidente Bush, ni siquiera se molestaron en ocultarlo, lo cual representa una degeneración de la política exterior estadounidense.

Recientemente mantuve una conversación con un congresista estadounidense con bastante antigüedad en el cargo en la que señalé que Washington derrocó a Aristide la segunda vez en 2004 por haber abolido el ejército haitiano. «Así es», respondió.

Washington está llena de cínicos. Las principales organizaciones defensoras de los derechos humanos de esta ciudad no hicieron gran cosa cuando miles de haitianos fueron asesinados tras el golpe de estado de 2004 y las autoridades del gobierno constitucional fueron encarceladas.

Y tampoco parece causar ningún problema a esas entidades ni a las principales organizaciones «pro democracia» de por aquí que el destacado expresidente de Haití no pueda entrar en el país, lo cual contraviene la constitución haitiana y el derecho internacional. Ni tampoco que a su partido, que sigue siendo el más popular en el país, se le haya prohibido participar en las elecciones. Por lo general, ésta es la línea que han decidido seguir los principales medios de comunicación.

Ahora se ha convocado un referéndum en el país, donde la Organización de Estados Americanos, según imposiciones de Washington, está tratando de elegir por Haití quién va a competir en la segunda ronda de sus elecciones presidenciales. Ése es el concepto de democracia que tiene Washington.

Pero Aristide sigue vivo, en exilio forzoso en Sudáfrica. Aún es el líder político más popular de Haití, y siete años no han sido suficientes para borrar su recuerdo de las conciencias haitianas. Tarde o temprano regresará.


Fuente: Bellingham Herald

Fecha de publicación original: 20/01/2011

Traducido por Ana Atienza.

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