La nación de África occidental se convierte en el octavo país en los últimos cuatro años donde mueren musulmanes a manos de Occidente.
Mientras los aviones franceses bombardean Malí, hay una sencilla estadística que nos da el contexto clave: esta nación de África occidental de 15 millones de personas es el octavo país en el que las potencias occidentales -sólo en los últimos cuatro años- han bombardeado y matado a musulmanes -después de Iraq, Paquistán, Yemen, Libia, Somalia y Filipinas (sin contar las numerosas tiranías letales respaldadas por Occidente en esa región). Por razones obvias, la retórica de que Occidente no está en guerra con el mundo islámico se hace más y más hueca con cada nueva expansión de este militarismo. Pero dentro de este nueva campaña de bombardeo masivo, se encuentra la mayoría de las lecciones vitales sobre la intervención occidental que, típicamente, son firmemente olvidadas.
Primero, como el relato de fondo del New York Times del 14 de enero deja claro, buena parte de la inestabilidad de Malí es resultado directo de la intervención de la OTAN en Libia. Específicamente, “combatientes islámicos fuertemente armados y endurecido por la batalla volvieron de la guerra en Libia” y “el armamento pesado que salió de Libia y los combatientes diferentes, más islámicos, que regresaron” jugaron el papel de precipitar el colapso del gobierno central apoyado por EEUU. Como escribe Owen Jones en una excelente columna en el Independent:
“Esta intervención es en sí misma consecuencia de otra. La guerra de Libia frecuentemente es vista como un ejemplo de éxito por el intervencionismo liberal. Pero el derrocamiento de la dictadura de Muammar Gaddafi tuvo consecuencias que los servicios de inteligencia occidentales probablemente nunca se molestaron en imaginar. Los Tuareg -que tradicionalmente procedían del norte de Malí- componían una gran porción de su ejército. Cuando Gaddafi fue expulsado del poder, volvieron a su tierra natal: en ocasiones a la fuerza puesto que al ser africanos negros fueron víctimas de ataques en la Libia post-Gaddafi, un incómodo hecho totalmente ignorado por los medios occidentales... [L]a guerra de Libia es vista como un éxito... y aquí estamos enfrentándonos a sus catastróficas repercusiones.”
Una y otra vez, la intervención occidental acaba -sea por ineptitud o por diseño- sembrando las semillas de más intervención. Dada la masiva inestabilidad que todavía azota Libia así como la prolongada ira por el ataque de Bengasi, ¿cuánto tardaremos en oír que el bombardeo y las invasiones en ese país son -una vez más- necesarias para combatir a las fortalecidas fuerzas “islamistas” allí, fuerzas fortalecidas como resultado del derrocamiento del gobierno de ese país por parte de la OTAN?
Segundo, el derrocamiento del gobierno de Malí fue posible gracias a soldados entrenados y armados por EEUU que desertaron. Según el NYT: “mandos de las unidades de elite de este país, fruto de años de cuidadoso entrenamiento estadounidense, desertaron cuando más se los necesitaba, llevándose tropas, fusiles, camiones y sus recién adquiridas capacidades para el enemigo en el calor de la batalla, según oficiales de alto rango del ejército de Malí.” Y después: “un oficial entrenado por EEUU derribó el gobierno elegido de Malí, preparando el escenario para que más de la mitad del país cayera en manos de los extremistas islámicos.”
En otras palabras, Occidente está otra vez en guerra con las mismas fuerzas que ha entrenado, financiado y armado. Nadie es mejor que EEUU y sus aliados creando sus propios enemigos y así asegurando una situación de guerra interminable. Donde EEUU no halla enemigos contra los que combatir, sencillamente los fortalece.
Tercero, el bombardeo occidental de musulmanes en otro país más provocará obviamente un sentimiento antioccidental todavía mayor, el combustible del terrorismo. Ahora mismo, como informa The Guardian, los aviones de combate franceses en Malí han matado a “como mínimo a 11 civiles, incluyendo a 3 niños”. La larga historia de la colonización francesa en Malí sólo puede exacerbar la inevitable ira. En diciembre pasado, después de que el Consejo de Seguridad de la ONU autorizara la intervención en Malí, el investigador de Amnistía Internacional en África occidental, Salvatore Saguès, advirtió: “una intervención militar internacional probablemente incrementará la escala de las violaciones de los derechos humanos que ya estamos viendo en este conflicto.”
Como siempre, los gobiernos occidentales son perfectos conocedores de esta consecuencia pero aún así siguen adelante. Las notas del NYT de que la campaña francesa de bombardeo se lanzó “a pesar de las permanentes advertencias de EEUU de que un asalto occidental sobre la fortaleza islamista podría levantar los ánimos de los ’yihadistas’ de todo el mundo y provocar ataques terroristas incluso en Europa.” De hecho, al mismo tiempo que los franceses matan ahora civiles en Malí, un ataque conjunto Francia-EEUU en Somalia causó la muerte de “al menos 8 civiles, incluyendo dos mujeres y dos niños”.
Creer que EEUU y sus aliados pueden seguir yendo por todo el mundo sin más, país tras país, y bombardear y matar a gente inocente -musulmanes- y no convertirse en blanco de ataques “terroristas” es, por razones obvias, propio de lunáticos. Como le contó el profesor de la Bradford University Paul Rogers a Jones, el bombardeo de Malí “será retratado como ’un ejemplo más de los ataques contra el Islam’”. Cualquier esperanza que pueda existir de un final de la “guerra contra el terrorismo”, será sistemáticamente destruida por la agresión en marcha.
Cuarto, teniendo en cuenta toda la autoaduladora retórica que les encanta aplicarse a las democracias occidentales, resulta extraordinario cómo estas guerras se libran sin ninguna pretensión de proceso democrático. Escribiendo sobre la participación del gobierno británico en el asalto militar de Malí, Jones señala que “es perturbador como mínimo cómo Cameron ha conducido a Gran Bretaña al conflicto de Malí son ni siquiera una simulación de consulta.” Idénticamente, el Washington Post informa que el presidente Obama ha reconocido el hecho de que aviones de combate de EEUU entraron en el espacio aéreo somalí como parte de la operación francesa allí; el Post ha llamado a esto “un extraño reconocimiento público de operaciones de combate en el Cuerno de África” y ha descrito el antidemocrático secretismo que rodea habitualmente las acciones bélicas de EEUU en la región.
“El ejército de EEUU ha desplegado un creciente número de aviones no tripulados Predator así como aviones de combate F-15 en la base Camp Lemmonier, que ha crecido hasta convertirse en una instalación clave para las operaciones secretas de contraterrorismo en Somalia y Yemen. El oficial de defensa declinó identificar el avión usado en el intento de rescate, pero dijo que fueron aviones de combate, no aviones no tripulados...”
“No estaba claro, sin embargo, por qué Obama se dio tanta prisa en revelar esta operación en particular cuando había permanecido callado sobre otras misiones de combate de EEUU en Somalia. Portavoces de la Casa Blanca y el Pentágono declinaron elaborar o responder preguntas el domingo por la noche.”
Evidentemente, la administración Obama ha envuelto toda su campaña global de asesinato y aviones no tripulados en un impenetrable velo de secretismo, asegurándose de que permanece fuera del alcance de los medios de difusión, de los tribunales y de sus propios ciudadanos. EEUU y sus aliados occidentales no solamente desatan guerras dirigidas invariablemente contra los musulmanes., sino que además lo hacen virtualmente en un completo secreto, sin ninguna transparencia o responsabilidad. Con todos Uds.... las “democracias” occidentales.
Finalmente, la propaganda usada para justificar todo esto es deprimentemente común aunque terriblemente efectiva. Cualquier gobierno occidental que quiere bombardear musulmanes simplemente les coloca la etiqueta “terroristas”, y ahí se acaba instantáneamente cualquier debate real o valoración crítica antes de que ni siquiera empiece. “El presidente está totalmente decidido a erradicar a estos terroristas que amenazan la seguridad de Malí, nuestro país y Europa,” proclamó el ministro de defensa francés Jean-Yves Le Drian.
Como de costumbre, este simplista guión de dibujos animados distorsiona la realidad más que describirla. No hay duda de que los rebeldes de Malí están envueltos en todo tipo de atrocidades odiosas (“amputaciones, flagelación, y lapidación hasta la muerte de aquellos que se oponen a su interpretación del Islam”), pero lo mismo han hecho también las fuerzas del gobierno de Malí, incluyendo, como informa Amnistía, “detenciones, torturas y asesinatos de Tuareg aparentemente sólo por razones étnicas.” Como advierte Jones acertadamente: “no caigamos en una narrativa tan machacada por los medios occidentales: una sobresimplificación perversa del bien luchando contra el mal, igual que la que hemos visto impuesta en la brutal guerra civil Siria.”
El bombardeo francés de Malí, quizás incluyendo cierto grado de participación de EEUU, ilustra todas las lecciones de la intervención occidental. La “guerra contra el terrorismo” es una guerra que se perpetúa a sí misma precisamente porque engendra eternamente a sus propios enemigos y proporciona el combustible que asegura que el fuego se extienda sin fin. Pero la propaganda de eslóganes usada para justificar esto es tan fácil y barata -¡hay que matar a los terroristas!- que es difícil saber qué conseguirá que esto acabe. El miedo cegador -no sólo a la violencia, sino al Otro- que ha sido implantado con éxito en los cerebros de tantos ciudadanos occidentales es tan grande, que solamente esta palabra vacía (terroristas), por sí sola, es suficiente para generar un apoyo incuestionable a cualquier cosa que su gobierno haga en su nombre, independientemente de lo secreta y contraria a las evidencias que sea.
Texto original (inglés):
http://www.guardian.co.uk/commentisfree/2013/jan/14/mali-france-bombing-intervention-libya