DEL DEBATE SOBRE LOS DERECHOS HUMANOS DE OBJECIÓN DE CONCIENCIA. HACIA LA DESOBEDIENCIA CIVIL COMO GARANTÍA EN EL PROCESO DE CONSTRUCCIÓN DEL DERECHO HUMANO A LA PAZ CON CONTENIDOS.
Juan Carlos Rois
Es un lugar común entre los objetores fiscales del estado español el preguntarse por qué el número de objetores fiscales no crece en proporción similar a la de los objetores al servicio militar y al de los insumisos. Entre las posibles respuestas explicativas se argumenta que los insumisos son más jóvenes y por ello decididos arriesgar más.
Se explica también que estos jóvenes insumisos aún no tributan y por eso el número de objetores fiscales es menor (provisionalmente) hasta la mayoría de edad fiscal de los insumisos actuales. Se explica que existe una especie de maldición de la edad, que hace que a mayor edad mayor miedo a los riesgos. Se añade un problema educacional de miedo a Hacienda (a perder un pellizco importante de dinero o a que hacienda investigue la declaración de la renta mas allá de la propia objeción fiscal). También se buscan argumentos de falta de una represión sobre la libertad personal como causa que resta efectividad a esta forma de desobediencia por la falta de una muestra externa de la injusticia que aplica el poder hacia quienes luchan por una razonable reivindicación contraria a la militarización de los impuestos
a) Algunas notas sobre la preocupación por el número de OF y los desánimos por ser pocos.
Sin ánimo de hacer una sociología del problema, considero que junto a datos que indican un crecimiento lento del numero de objetores fiscales y la relevancia muy inferior que éste fenómeno tiene en nuestra sociedad, encontramos otros aspectos de un mayor optimismo, como es el hecho de que, según las frecuentes encuestas de población existentes desde los años 80 hasta la fecha (encuestas del CIS, fundación FOECSA, etc.) se aprecia un importante sector de población, probablemente cercano al 70% de los potenciales contribuyentes de la renta, que es partidaria de reducción de gastos militares y de rebajas en los presupuestos del Ministerio de Defensa y favorable del incremento de otro tipo de partidas, para las cuales, incluso, estaría dispuesta a incrementar su contribución. A ello deberíamos añadir un análisis mas detallado del proceso social que se está produciendo con la objeción fiscal, porque un número de objetores censado de dos mil personas supone un crecimiento muy considerable y comparable, si lo queremos decir así, al de los objetores que existieron en los primeros años de la objeción de conciencia al reclutamiento forzoso, cuando el tema estaba relegado a la agenda oculta de los poderes.
Sería importante, para la campaña, comprobar que la estrategia que hacia este tipo de disidencias ha venido utilizando el poder relega a una agenda oculta el problema mediante 1a aplicación de políticas de ocultación, de marginalización/estigmatización y de placebo, para evitar el potencial de cambios (no ya de transformaciones mas radicales, que es a lo que aspiramos) que la oferta disidente plantea.
Si comparamos, desde esta dando óptica, la O.F. con la O.C. que se lugar al incremento del número de ha dado en el Estado Español, podemos comprobar que aparecen entre una y otra forma de disidencia más similitudes de las que vemos a primera vista:
Cuando apareció una propuesta mas o menos definida y política de O.C. antimilitarista, con sus pretensiones de desmilitarización. «más allá» de la regulación legal de la conciencia, el poder contestó con la aplicación de esas mismas técnicas de ocultamiento del problema: ocultado socialmente el problema, tampoco aparece como una situación a resolver políticamente y, por consiguiente, nada hay que cambiar.
El poder podía perfectamente completar su Agenda con otro tipo de «problemas» y éste nunca saltaba a la palestra. Incluso se podían gestionar soluciones «secretas» para gestionar y canalizar ese número de personas que rechazaba realizar el servicio militar (orden comunicada de aplazamiento, etc.).
Solamente la capacidad de rebasar éste marco que mostraron los objetores, en un trabajo tentativo y flexible, impidió una plena asimilación y que el debate en torno al sistema de reclutas fuera definitivamente aparcado, obligando al poder a «introducir» y «reintroducir» constantemente el problema militar y de modelos de defensa en la agenda política así como a aplicar políticas de marginalización/estigmatización (manipulación informativa, leyes y tratamientos legales, etc), así como, ante su fracaso, de placebo (regulación legal, gestión administrativa y judicial de la situación, etc).
Hoy, con la objeción fiscal, estamos en una situación parecida: ante un fenómeno que tiene unos potenciales evidentes de introducir un debate amplio sobre la defensa y la solidaridad, pero que es relativamente novedoso, se aplican desde hace unos años políticas de ocultamiento, para evi tar que «salte» a la agenda expresa. Solamente una difusión mas amplia y una amenaza más generalizable de rechazo de las políticas impositivas puede obligar a que se intente «canalizar» el problema mediante un cauce legislativo o similar.
El número relativamente pequeño de objetores fiscales de la actualidad guarda una cierta semejanza con el de objetores al servicio militar de los primeros años, cuando la política estatal hacia la OC era una política de ocultamiento muy marcada El número de O.C. creció, entre otras razones de índole cultural relacionadas con la secularización de la sociedad y la asunción de valores y planteamientos de vida «postmodernos» (valorados en sentido positivo y nada regañón) por el trabajo y la movilización «hiperactivista» de ese núcleo inicial relativamente pequeño de «objetores» (difusión, charlas, debates, trabajo con sindicatos, partidos, grupos de toda índole, tribunas periodísticas. actividad en centros escolares, acciones en la calle, etc). Esta actividad saltó a la sociedad y magnificó el problema, coincidiendo con una sensibilidad social si no «simpatizante», al menos abierta al debate que los objetores sacaban a la palestra, y con la necesidad del propio sistema de apelar, para su legitimación, a valores de tolerancia, paz y solidaridad, que hacían profundamente incoherentes e impopulares respuestas represivas. Tal situación, como digo, magnifico el problema y obligó a que se reintrodujera en el orden del día del poder.
Los siguientes pasos mal dados, que han supuesto un cierre en falso del problema, explicarían la popularización y el efecto «imitación» tan saludable que ha tenido la objeción en la sociedad, objetores y de insumisos. De modo que, vistas así las cosas, estamos con la OF ante una situación en que un trabajo centrado en introducir en la agenda explícita la OF como disidencia que impide cerrar el debate sobre los gastos militares y sociales, las políticas de defensa y la colaboración fiscal con éstas, puede suponer una profundización de la O.F. y un incremento del número de personas que se incorporan a esta propuesta política. Muy probablemente un viraje en el sesgo que tiene actualmente la campaña, hacia una mayor difusión en la calle, con una mayor intensidad de los actos de difusión, con acciones significativas y potencialmente capaces de trascender el grupo de amigos, relegando los aspectos de gestión especializada, puede suponer un paso necesario para su profundización antimilitarista.
De modo que puede ser necesario romper la dinámica burocrática de las campañas de O.F. actuales y fijarse metas de presencia social para romper la relegación de las reivindicaciones de los objetores fiscales a una agenda oculta, primando los elementos apuntados: un trabajo centrado en construir una pedagogía social. Que utilice la carga simbólica y expresiva de las acciones creativas que tradicionalmente han usado los grupos antimilitaristas y noviolentos para mostrar sus reivindicaciones, que priorice los aspectos de difusión, de salida a la calle, de presencia pública, de ocupación de espacios en los medios de comunicación y en las preocupaciones sentidas por la gente.
b) Apuntes sobre la represión como causa de la causa.
Es indudable que con las propuestas disidentes ante lo que hay, siempre andamos liados con los juegos del lenguaje. El nuestro, en tanto que un discurso alternativo, apela a elementos de significación que mezclan argumentos racionales y justificaciones de pura racionalidad ética, con discursos míticos y evocaciones simbólicas muy profundas.
Es evidente que el hecho de que a alguna gente se la pueda encarcelar por sus ideas o por oponerse a colaborar con el ejército, con el servicio militar o, pongamos, por cso, con los impuestos militares muestra muy a las claras la perversidad de ciertas instituciones y la injusticia de las políticas que ofrecen este tipo de soluciones ante reivindicaciones que apelan a la realización de la paz.
Por eso, la posibilidad de la represión sobre la libertad personal es instrumento evidente que los desobedientes civiles e insumisos han utilizado como una herramienta eficacísima de su campaña.
Sin embargo, la cárcel no es fin en sí mismo, ni imprescindible para la eficacia de la propia acción desobediente y no debe ser magnificada. En este aspecto parece claro que se ha jugado muy fuerte, al menos en los últimos tiempos, a hipostasiar la potencialidad de la cárcel y la represión penal, dentro de una mística de la represión como instrumento de transformación. Algunos de los insumisos han llegado a entender su insumisión como sacrificio vicario de talante teológico y legitimador, lo que en mi criterio ha provocado un verdadero lastre y perjuicio a la realización de una acción política más inteligente. Tal vez el peso de esta situación ha hecho sentir a los objetores fiscales la irrelevancia de su disidencia incruenta frente a la insumisión.
Pero para la disidencia en su fase liminar no es un argumento el hecho de la no represión carcelaria, porque, volviendo a la OC, tampoco la represión jugó un papel importante al inicio: en los años 80, efectivamente, la perspectiva de la OC no era de represión (pues de hecho se objetaba sin problemas y sin cárcel por la famosa «orden» comunicada del Teniente General Gutiérrez Mellado), y desde 1984 creció el número de objetores de conciencia cuando la ley no era ni siquiera aplicada y los tribunales no enjuiciaban a los objetores, no estaba la prestación sustitutoria organizada y por tanto no había insumisión a la misma.
En esos tiempos fue precisamente la imposibilidad del poder para parar el número de objetores creciente lo que hizo que, más adelante, en 1991, se comenzasen a realizar algunos tímidos juicios a objetores de conciencia, cuyo encarcelamiento (ahora sí) supone un nuevo impulso a la insumisión.
De modo que lo importante en esta campaña no es, principalmente, la cárcel, sino no perder el horizonte, y en este sentido lo que interesa es, prioritariamente, centrarse en devolver a la agenda explícita las propuestas de los objetores fiscales, haciendo ver a la sociedad que no se ha cerrado el problema del modelo de defensa y de la colaboración con los gastos militares.
La no represión no supone impedimento a la campaña, porque donde la desobediencia civil muestra su eficacia es en la capacidad de presentar al debate social un horizonte de sentido diferente y lo que interesa aportar es una pedagogía de la acción política diferente, que nos posibilita cambiar las decisiones políticas injustas mediante nuestra no colaboración.
En cada momento, una campaña de desobediencia civil debe valerse de los instrumentos y de las fisuras que se nos muestran en el discurso del poder (sus acciones, sus leyes, etc.) para usarlas en beneficio de esa apelación a la conciencia crítica de la sociedad.
Así, en momentos en que es posible utilizar la «no represión», debe ser éste uno de los argumentos a emplear para invitar al crecimiento de los desobedientes, mientras que ante la posibilidad de la represión, debe ser la muestra a la sociedad de la perversidad de esta represión la que se utilice para popularizar la disidencia.
De modo que, ni mirando a la historia de la desobediencia civil de los objetores en el estado español, ni tampoco desde el punto de vista de los principios, la ausencia de represión a la libertad supone un impedimento a la campaña a realizar, sino un primer reto a nuestra creatividad para hacer de la campaña un instrumento pedagógico de diálogo con la sociedad.
c) ¿Es posible poner en crisis la recaudación del ministerio de defensa por el aumento significativo de los objetores fiscales?
En mi criterio, las posibilidades reales de evitar el gasto militar por medio de nuestra acción desobediente son nulas, pues en el aspecto cuantitativo no es posible, si somos realistas, modificar las políticas económicas mediante nuestra no colaboración.
Donde la desobediencia civil se muestra eficaz, lo repetimos una vez más, no es en el aspecto cuantitativo, pues, si bien es cierto que, como dijo De la Boite, sólo nuestra voluntaria servidumbre hace posible que se mantengan determinadas políticas, no es realista pensar que un número absoluto de ciudadanos se nieguen a pagar cualquier tipo de rubro para el ejército.
Donde la desobediencia civil muestra su eficacia no es, por ello, en el aspecto cuantitativo, sino en el cualitativo, en la capacidad de ofertar de horizontes de sentido de una intensidad, de una densidad tales que provocan una fisura en el discurso oficial y que reabren un debate en torno a los valores apoyados por la sociedad, de la justicia de ciertas medidas y acciones, etc.
En el aspecto cualitativo, en cuanto que reintroduce el problema político soslayado por la élite política , por cuanto que supone una crisis de legitimidad que no puede cerrarse en falso. Lo que hace de la desobediencia civil un instrumento político esencial y capaz de modificar determinadas políticas a pesar de que el grupo de desobedientes sea no mayoritario.
Por esta razón considero imprescindible despreocuparnos por el aspecto cuantitativo (si los objetores fiscales somos mayoría, si lo que detraemos del ministerio de Defensa da para un tanque, para dos, o para una división, etc.) y que se centren las preocupaciones en lo cualitativo, en la profundidad de nuestros análisis, en la intensidad de nuestras propuestas, en la creatividad de y capacidad de dinamización de los activistas, etc.
d) Situar la OF dentro de un horizonte global de desmilitarización y en una estrategia integrada
Hoy ya son muchas las acciones que se realizan desde distintas áreas de trabajo, en pro de la desmilitarización social. Desde la objeción de conciencia a la educación para la paz, desde la investigación científica y el compromiso por la paz de los científicos hasta la investigación en propuestas de defensas sociales e investigación para la paz, desde la reconversión de las industrias militares hasta la propuesta de impuestos para la paz, desde la lucha contra el secretismo militar hasta la propuesta de un modelo alternativo de defensa, etc.
Sin embargo, falta aún un diseño más integrado de todas estas acciones, de modo que todas ellas tengan su encaje en un planeamiento global por la desmilitarización social, que integre propuestas en los diversos planos para desinventar (como nos ha dicho Gordillo) la guerra y hacer que desde todos los planos se trabaje gradualmente por la desmilitarización.
La OF, en este sentido, necesita reflexionarse como un instrumento de desmilitarización, buscar sus vínculos con las otras acciones posibles y encontrar su sitio en ese plan global que se está construyendo en la práctica y que en algún momento habrá de explicitarse.
Esto nos valdría para situar a la vez, a las personas que quieren trabajar por la paz desde distintos lugares y perspectivas y aparece como una exigencia de muchas de las personas que se acercan a la objeción fiscal y que quieren saber dónde se sitúan y qué otras cosas se hacen en la misma línea.
[Publicado en Mambrú; invierno de 1997]