El morro y el descarado intento de trepe de los «naturalistas» que se han prestado a esta aberración no tiene ninguna disculpa. Insumissia.
15.000 hectáreas de suelo de uso militar se han convertido en reservas de vida.
Un libro del Ministerio de Defensa alaba la contribución de los campos de entrenamiento militar a la protección del medio ambiente
ISABEL IBÁÑEZ i.ibanez diario-elcorreo.com/MADRID
Pacifistas y ecologistas necesitarán argumentos para aceptar un libro destinado a loar la contribución, aunque sea indirecta, de las fuerzas armadas a la conservación de la naturaleza en España, sobre todo cuando las primeras imágenes que se asocian a los militares son de guerra y
destrucción. Una de las razones a esgrimir en favor de ’Espacios
naturales del Ministerio de Defensa’ -y para evitar desconfianzas al
saberlo editado por ese departamento-, es que está escrito por doce
reconocidos naturalistas. Pero hay otros motivos que apoyan la
importancia de lo que esconden esos carteles que, de pronto, sorprenden
y advierten: ’Zona militar. Prohibido el paso’.
Así era la isla de Cabrera en 1991: «Un payés y su mujer; cuatro
biólogos jóvenes, cada uno a su bola; un teniente que era Dios; unos
guardias civiles en bermudas floreadas y descoloridas con los bigotes
superlativos de las caricaturas; unos soldados aburridos sin mucho que
hacer. Había también una cantina con la bandera de España pintada como
enorme cenefa a lo largo de sus paredes (...), y todo ello, envuelto en
una atmósfera de tiempo parado, que no quiere pasar. Catorce años
después, la isla sigue igual». La descripción pertenece a uno de los
autores, Jorge Moreno, biólogo marino y director del Parque Nacional de
Cabrera. Así resume cómo las 15.000 hectáreas de suelo español dedicadas
a uso militar y, por ello, de acceso restringido se han convertido en
refugio de animales y vegetales, en reservas a salvo de la apisonadora
del desarrollo mal entendido, de los estragos que el ’boom’ urbanístico
ha causado en la costa mediterránea, a tiro de piedra de aquella isla.
Otro popular naturalista, Luis Miguel Domínguez, incide en que los
campos de entrenamiento han conservado intactos territorios que, de otro
modo, hubieran sido pasto del ’progreso’. Para ello, cita al ecologista
Txiki López, que denuncia lo que ha supuesto el abandono de la base de
Castillejos (Tarragona): «Llegó a acoger una decena de especies de
orquídeas como la ’ophrys apifera’ (la flor de abeja), además de
salamandras, jinetas, garduñas, martas, águilas reales y perdiceras,
piquituertos... Castillejos resultó ser un reducto de vida entre
garitas. Pero la desaparición de aquellos hombres de verde, ya que el
campo militar se cerró hace años, ha permitido el vandalismo en las
instalaciones y la invasión del refugio de vida. Allí se celebran ahora
fiestas ’rave’ con centenares de jóvenes en busca de lugares apartados
donde beber y escuchar música, dejando la desolación y la podredumbre
que provocan los residuos abandonados allí. El ruido, la presencia
humana no respetuosa y la basura son ahora enemigos de Castillejos, que
llora por la indirecta protección que le brindaban sus antiguos moradores».
Así que eso fue lo que pidió Joaquín Araújo, colaborador de Félix
Rodríguez de la Fuente, a José Antonio Alonso y a toda la plana mayor
del Ejército congregada en la presentación del libro: «Celebro que
Defensa entienda que entre sus muchas funciones está velar por esta red
de espacios de alto valor paisajístico y ecológico (tarea a la que el
departamento de Alonso dice dedicar el 8% de su presupuesto). Por favor,
ministro, no abandonen estos territorios, no cedan la gestión de sus
espacios naturales». El naturalista aporta su granito de arena con un
capítulo en el que desgrana sus experiencias en la mili en Colmenar
Viejo, donde pudo dedicarse a la observación de pájaros. De aquella
etapa conserva dos momentos: «Un cernícalo común que se metió entre dos
compañías en pleno desfile en pos de un pájaro y un busardo que vivió en
el campamento dos semanas y al que pillé arrojándose sobre un ratón».
Araújo desmenuza también sus aventuras en el archipiélago de Cabrera,
base militar desde 1916 y una de las comunidades zoológicas más
importantes por su grado de conservación en España, con un litoral
virgen poblado de praderas de posidonia. Sus 2.000 hectáreas son el
hábitat ideal para largartijas únicas en el mundo, águilas pescadoras,
halcones de Eleonor y 450 especies de flora. La presencia militar
permanente acabó en 1999, y se ha reducido en número y tiempo. Pero el
de Cabrera es sólo uno de los 33 espacios naturales protegidos por las
fuerzas armadas: las Bardenas Reales (Navarra), las islas Chafarinas
(Melilla), el monte Teleno (León), la sierra del Retín (Cádiz) y el
campo de maniobras Las Cumbres del Teide (Canarias) son algunas de las
bases a las que nos traslada este libro, con 200 fotos.
El lince ’Ramón’
Miguel Delibes de Castro relata cómo, a principios de los 70, cuando era
un becario de Doñana, tuvo que desplazarse a León, para recoger una
camada de lobos en una casa de pastor del monte Teleno: «Eran siete
bolitas de peluche muy oscuras pegadas unas a otras en un montón
informe. Lloraban reclamando alimento, con los ojos lacrimosos y las
orejas caídas. Mi jefe me había dicho que no volviera sin ver el lugar
en el que habían sido encontrados, y así lo solicité. El pastor me
advirtió: ’No se lo diga usted a nadie, pero tenemos que entrar en la
zona de influencia del campo de tiro. Como está prohibido pasar, ahí se
refugian los lobos y no hay modo de acabar con ellos’». También se
acuerda de los linces, como ’Ramón’, al que Kiko Veneno dedicó una de
sus canciones. En los 80 los perseguían para marcarlos «hasta que éstos
se adentraban en Médano del Loro, en el campo de maniobras de
Arenosillo. Aunque nunca fue difícil obtener autorización para
rastrearlos». Quizás por eso Delibes de Castro titula su capítulo ’Algo
tendrán los campos militares...’.