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Pedro Oliver Olmo, El Correo.

Historia de la insumisión y el fin de la mili en España

Historia de la insumisión y el fin de la mili en España

En febrero de 1989 se presentaron delante de los gobiernos militares decenas de jóvenes reclutas que estaban en busca y captura. Meses atrás habían desobedecido el llamamiento a filas. Comenzaba así la campaña de desobediencia civil más interesante y exitosa de la historia de España. La insumisión. Pocos años después la mili era un odioso recuerdo social.

La insumisión era la estrategia del MOC (Movimiento de Objeción de Conciencia) y de los colectivos Mili KK. Rechazaban la mili pero también los ejércitos y las guerras. Su radicalismo cosechaba afecto social. Crearon un clima antimilitarista y antimili que llevó al sistema de reclutamiento a una crisis terminal. La mili fracasó históricamente mientras que la insumisión moría de éxito. Al final del proceso la sociedad había hecho suya una proclama jamás pronunciada oficialmente: “tonto el último”.

Solamente entre los más mayores y los más conservadores perduraba la memoria de la mili como un rito de iniciación masculina a la vida adulta. Era patriotismo. Era añoranza. Recuerdos de amistades perdidas y de madres temerosas por la violencia cuartelera, los castigos de los mandos, los accidentes de carretera o los rumores de suicidios y de traumas físicos y psiquiátricos. Pero normalmente se trataba de un relato entre patético y fantasioso sobre la dureza del campamento, las guardias, la diana, el rancho, la Jura, el izado de la bandera, la adoración del Santísimo Sacramento, los desfiles, los paseos llenos de testosterona, el galanteo, con estilo viril y sin mariconadas, las borracheras, la grifa, las broncas con los paisanos, los ratos en los bares de putas… Las “batallitas de la mili” eran puro anacronismo. Ya no provocaban risas condescendientes. Sonaban ridículas.

Aquellos cambios de mentalidad se interrelacionaban con el contexto político. El gobierno socialista se enfrentó a las posiciones anti-OTAN de su propio electorado. No era consciente de las consecuencias que iba a traer forzar la propaganda a favor del sí a la OTAN entre los sectores más viejunos y reaccionarios o sencillamente más “felipistas”, mientras se despreciaba la opinión mayoritaria de la juventud en contra de la OTAN. No supo el PSOE vislumbrar que tras el Sí a la OTAN iba a llegar el No a la mili. A partir de 1986 creció una inmensa desafección juvenil contra el servicio militar obligatorio. Los colectivos de objetores tenían cada vez más visibilidad e influencia. No hacía gracia saber que dentro de los cuarteles imperaba la violencia y el mal gusto, pero mucha gente se reía leyendo las tiras cómicas de Ivá en El Jueves. La mili se estaba convirtiendo en “la puta mili”. Proyectaba temor, quizás más que nunca, pero se le había perdido el respeto.

En 1991, con la indignación social por el envío de reclutas de reemplazo a la zona de guerra en el Golfo Pérsico, la insumisión ganó más prestigio y eco mediático. El sistema de reclutamiento -la mili y una Prestación Civil Sustitutoria que rechazaban los colectivos de objeción de conciencia- era incapaz de absorber aquella contestación. Para más inri, con la victoria pírrica de Aznar en 1996, la derecha, necesitada del apoyo nacionalista vasco y catalán, se vio obligada a anunciar el fin de la mili.
Hacia finales de la década de 1990 España se convertía en la primera potencia mundial en número de objetores de conciencia. En una sola década la mili había llegado a su fase crepuscular sin gloria alguna, entre desprecios y cuchufletas, contraprogramada a través de un sintagma jocoso -la puta mili- que a todo el mundo le venía a la mente o a la boca, mientras España entera se había llenado de pintadas, murales y carteles a favor de los insumisos juzgados o encarcelados.

Quienes hicieron que aquello fuera posible tienen ahora más de 50 años. Entonces se ganaron el apoyo de sus familias, vecinos, compañeros de estudios o de trabajo, sindicatos, partidos, movimientos sociales y organismos internacionales. Hoy sus hijos se ven libres de aquella conscripción. Si alguien quisiera imponer la mili en España chocaría con ese magma intergeneracional. Sin embargo, eso no consuela. La mili no volverá por la fuerza de los nostálgicos. La mili, en este país y en muchos otros, podría volver en un contexto de emociones belicistas y llamamientos a la guerra. Eso es lo terrible del futurible. Por eso conviene recordar que el “no a la mili” lo hicieron popular y poderoso quienes se oponían a la guerras. Acabar con la mili fue un placer, un alivio y un motivo de fiesta popular. Pero ese legado es en realidad una advertencia.

El Correo.

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  • 19 de febrero 15:49, por Agustín iturralde

    Excelente artículo que deja al margen los problemas y penalidades vividas por los insumisos que actualmente tenemos más de sesenta años y que fuimos , esperemoslo,los pioneros de un mundo sin guerras. Algunos no fuimos encarcelados pero los poderes públicos se encargaron de decretar nuestra muerte civil. Triunfamos,si , pero nuestro objetivo final es la desaparición de todos los ejércitos, y en eso estamos y animamos al resto del movimiento antimilitarista a lograr este objetivo y dejar de atender a los parabienes por una victoria que sabe muy amarga por lo que falta....

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