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El País

Insumisos, la batalla por un ideal (Jorge Urdánoz Ganuza)

Insumisos, la batalla por un ideal (Jorge Urdánoz Ganuza)

Cuestionaron en la España de los años setenta el servicio militar obligatorio con
propuestas no violentas. Su recuerdo es oportuno en un país con tantos adolescentes sin
ideales y tantos políticos sin generosidad

JORGE URDÁNOZ GANUZA
EL PAÍS - Opinión - 15-09-2009

¿De quién se dice aquello de «no sabían que era imposible y lo han conseguido»? Porque si
alguien se merece la cita, ésos son los insumisos que en su día vencieron al ejército. Un
ejército, el heredado de la dictadura, que no tenía entre los españoles la mejor de las
reputaciones, estigmatizado como estaba por haber sido uno de los puntales de la
represión franquista. El movimiento antimilitarista le plantó cara pronto y, casi
inconcebiblemente, terminó ganando una batalla que sólo cabía dar por perdida. Los
insumisos lograron acabar con la mili obligatoria y forzaron a la institución militar a
replantear toda su estrategia de fondo. Fue, por muchos motivos, un acontecimiento
singular, y merece la pena recordarlo.
No es fácil acotar los orígenes del proceso. La fundación oficial del Movimiento de
Objeción de Conciencia -el MOC, el colectivo que gozó de un mayor protagonismo durante
los años de la insumi-sión- data de 1977, pero hay acuerdo en considerar que tal fecha
supuso tan sólo un bautizo más o menos formal a un impulso que tenía ya algunos años. En
1971, con el dictador todavía atado y bien atado a los resortes del poder, Pepe Beunza,
el padre del antimilitarismo español, se convirtió en el primer insumiso no religioso al
ejército obligatorio (los Testigos de Jehová se habían negado a alistarse desde siempre).
Lo arrastraron por 10 prisiones durante casi tres años, pero con el tiempo pudo ver cómo
la incorporación a filas dejaba de ser obligatoria. Hoy en día sigue siendo un referente
para el movimiento por la paz en nuestro país.

El antimilitarismo bebió de la rebeldía de Mayo del 68, del pacifismo cristiano de los
movimientos de base y de los procesos de desobediencia civil inaugurados por Thoreau,
Gandhi y Luther King. Hubo también, es cierto, una insumisión específicamente
nacionalista. No al ejército, sino a España. No antimilitarista, sino militarista a la
contra. Pero de ésa no hablaremos aquí, pues no es sino el mismo belicismo con distintas
insignias. La insumisión de la que nos ocuparemos aquí es aquella que ofrecía razones y
ejemplos contra una organización social estúpida, injusta y ciega, no contra los
particulares colores de la bandera que la arropaba.

Aunque hoy parezca ciencia-ficción, los jóvenes de entonces iban a la cárcel dos años,
cuatro meses y un día por un ideal. Podían optar por hacer la prestación social
sustitutoria durante un año, por supuesto, pero eso era hacerle el juego al sistema
militarista y permitir, por tanto, su perpetuación. Así que decían adiós a sus familias,
a sus estudios o a sus trabajos... y se entregaban. Seguían las enseñanzas de la
desobediencia civil: jamás acatar lo injusto, pero nunca responder con la violencia. Y
asumían además el castigo legalmente establecido. Porque, como Gandhi y King habían
enseñado, sólo así puede la sociedad vislumbrar las injusticias y percibirlas como tales,
y sólo así será posible el cambio. Por eso centenares de jóvenes que no sólo no habían
hecho absolutamente nada, sino que eran en muchos sentidos los mejores de entre nosotros,
acababan en prisión. Y, extramuros, la sociedad empezó a plantearse cosas.

Es difícil, sospecho, que un adolescente de hoy conciba algo semejante. No hay fuerza de
convicción más poderosa que la sinceridad y el ejemplo, pero ya no abundan. Yo no viví la
transición, pero intuyo que entonces los ideales democráticos eran eso, ideales, y no la
palabrería hueca y pomposa en la que se han convertido ahora. Entonces un partido como el
PSOE podía ceder a otro grupo político uno de sus dos asientos de los siete que formaban
la comisión que habría de redactar la Constitución (¡la Constitución!), sólo porque creía
que era justo que así fuera, aunque nada le obligara legalmente a ello.

¿Podemos imaginar algo parecido ahora, cuando nadie le hace ascos ni al menor tránsfuga
de pueblo? Para bien y para mal, con la democracia llegó también el desencanto. La
política dejó de ser aquello de conseguir el poder para poner en práctica los ideales e,
imperceptiblemente, se convirtió en el manejo de los ideales para conseguir el poder.

Los insumisos fueron probablemente los últimos grandes idealistas que dieron la batalla
en la arena específicamente política y estatal. Tras ellos, las ansias de transformación
buscaron otros cauces. A la desnuda autenticidad de su idealismo, que a nada conduce por
sí sola, sumaban unas razones de fondo que era difícil rebatir. La mili obligatoria se
había convertido en un ritual vacío de todo contenido. Era un semillero de suicidios, de
frustración, un sinsentido amargo. Y el pacifismo dibujaba un horizonte de posibilidades
cargadas de esperanza. La cita de Gandhi se repetía por doquier: "No hay un camino a la
paz, la paz es el camino". A Thoreau, encarcelado por negarse a pagar unos impuestos que
apuntalaban la esclavitud, su mejor amigo le preguntó: "¿Cómo es posible que estés en la
cárcel«. A lo que él simplemente contestó:»¿Cómo lo es que no estés tú?". Era la
anécdota definitiva.

No se trataba sólo de ser justos en la lucha, se trataba de luchar por algo que era
eminentemente justo. La abolición de los ejércitos, la concordia universal, la educación
por la paz, el desarme... todo era posible y todo había que intentarlo.

De alguna manera, el movimiento murió de éxito. Con la mili obligatoria se extinguió
también el móvil aglutinante fundamental. Los insumisos fueron olvidados. Hoy están entre
nosotros: pueden ser el carnicero, el bibliotecario o el conductor del autobús, pero lo
ignoramos. No recibieron jamás ni una medalla, ni una condecoración, ni un
reconocimiento, nada. Gracias a ellos, miles y miles de conciudadanos no desperdiciamos
nueve meses de nuestras vidas, pero nadie les ha dicho nunca algo parecido a «gracias».
Ni Pepe Beunza, ni el MOC, ni nada ni nadie han sido candidatos a reconocimiento
institucional alguno. Ni una nota a pie de página, sólo silencio. Con todo, el movimiento
antimilitarista sigue activo, por supuesto. Tecleen en Google «objeción fiscal»...
razones y motivos, por desgracia, no faltan.

¿Y el ejército? La experiencia le hizo aprender muchísimo. Inició una campaña de
desinformación digna de Orwell: basta decir que la idea-fuerza es la paz. "Misiones de
paz«,»ejército humanitario", etcétera. Todo muy bonito y todo mentira: la cruda verdad
es que tan sólo el 1% de su presupuesto se dedica a ese tipo de misiones internacionales.

Y se trata siempre de misiones en las que España tiene algún interés político obvio. Y
abundan las denuncias de brutalidad, de ineficacia o de cosas peores. Y, si de ayudar se
trata, las ONG lo hacen mejor y salen más baratas. Siete veces más baratas, exactamente.
Y más allá de eso, ¿qué clase de empresa anuncia tan sólo el 1% de su actividad? La
maniobra es tan exitosa que incluso se les ha permitido sacar a niños de las escuelas
para llevarlos de excursión a los cuarteles. ¿Educación para la paz? No: el mundo al
revés.

Si el movimiento antimilitarista no fue más allá a pesar de todo el potencial que
encierra se debió probablemente a una carencia de diagnóstico, de visión global. Una
lacra que caracteriza nuestra época: nadie sabe hoy en qué creer. Pero ¿por qué los
barrios ricos necesitan muros, cámaras y seguridad privada, y por tanto han de invertir
en ello buena parte de su presupuesto? Porque si son ricos es que hay otros que son
pobres.

Pongan «países» donde digo «barrios» y «ejércitos» donde digo «seguridad privada» y
tendrán una fotografía bastante aproximada del concierto mundial de las naciones. Un
concierto difícil de cambiar, si no imposible. Aunque quizás, en alguna parte, alguien no
lo sepa y haya empezado ya a intentar lo inaudito. Nunca se sabe cuándo prende la chispa
de lo imposible.

http://www.elpais.com/articulo/opin...

  • 17 de septiembre de 2009 14:44, por null

    pues ami me parece que nos hicieron el lío.
    Yo, insumiso, veo que el ejercito sigue llevándose la mayor parte del dinero del estado, que sus jefes no fueron ni juzgados ni echados por lo que hicieron durante la dictadura, y veo que en caso de que el sistema necesite atacar al propio pueblo, al ser soldados mercenarios, nos van a dar mucho mas fuerte.
    La única ventaja que veo a lo que conseguimos es que la mili no es obligatoria, que desde mi punto de vista no esta mal, pero el ejercito sigue ahí tan fuerte o mas que siempre.

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