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Antimilitaristas

La guerra como fracaso de la política

La guerra como fracaso de la política

Texto original

JEFFREY S SACHS, El País
DOMINGO - 21-08-2005

Estados Unidos está descubriendo nuevamente los límites del poder militar. En Irak mantiene un control aéreo absoluto, pero no deja de perder terreno. Su mera presencia incita a la violencia. Aunque el presidente George W. Bush cree que ha protegido a los estadounidenses «llevando la guerra al enemigo», más de 1.700 estadounidenses han muerto en el conflicto con Irak, que también ha provocado atentados terroristas contra los aliados de EE UU. Las terribles explosiones de Londres han sido inspiradas probablemente por el hecho de que el Reino Unido sea uno de los principales participantes en la guerra. Naturalmente, el error del Gobierno de Bush es descuidar la política en sus cálculos bélicos, o seguir ciegamente el dicho de que la guerra es la política por otros medios. De hecho, la mayoría de las guerras son un fracaso de la política, un fracaso de la imaginación política. Con su fariseísmo y su falta de conocimientos históricos o culturales, Bush y sus asesores creyeron que invadir Irak sería fácil, que el ejército de Sadam Husein se desmoronaría, y que Estados Unidos sería recibido como un libertador. No comprendieron que Irak ha sido durante mucho tiempo un país ocupado y manipulado desde el exterior.

Petróleo
En consecuencia, es lógico que a los iraquíes la ocupación liderada por los estadounidenses les parezca tan sólo un episodio más de explotación extranjera. En general, se entiende que el petróleo, no el terrorismo, fue el motivo inicial de la guerra; una guerra planeada por los principales asesores de Bush durante la década de 1990 y posibilitada por su acceso al poder en 2001. En esa década, el vicepresidente estadounidense Dick Cheney y otros dejaron claro que el reinado de Sadam constituía una amenaza contra la seguridad petrolífera de EE UU, al obligarle a depender excesivamente de Arabia Saudí. Sostenían que las enormes reservas iraquíes no se podrían aprovechar de manera segura mientras no se derrocara a Sadam. Los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos proporcionaron la luz verde, no la motivación básica. Los iraquíes se percatan de todo esto. No ven la negativa de Bush a establecer una fecha tope para la retirada de las tropas como un signo de resolución, sino como una declaración de la intención estadounidense de permanecer en Irak, establecer un régimen títere, controlar el petróleo del país e instalar bases militares permanentes.

Pero no va a funcionar. Hay, sencillamente, demasiadas fuerzas políticas reales sobre el terreno en Irak como para que Estados Unidos pueda manejarlas, y estas fuerzas exigen cada vez más un calendario para la retirada estadounidense, al igual que hacen legiones de iraquíes en las manifestaciones públicas y en las oraciones en las mezquitas. Cada vez que Estados Unidos reitera su negativa a establecer un plazo límite para la retirada, no hace sino alimentar a la oposición política, por no hablar de los insurgentes. Hay demasiados iraquíes dispuestos a luchar y a morir para oponerse a la presencia estadounidense. Sólo la política, y no las armas, puede calmar la situación. Vietnam es un verdadero precedente. El número de muertos y heridos vietnamitas fue quizá veinte veces superior al de estadounidenses, pero aun así, Estados Unidos no consiguió someter al adversario nacionalista al que se enfrentaba. Podía bombardear ciudades de Vietnam hasta convertirlas en escombros, como puede hacer con las ciudades de Irak, pero esto no resuelve nada, se cobra enormes cantidades de vidas inocentes y confirma la opinión de que los estadounidenses son ocupantes.

Cañones o mantequilla
Todo esto tiene también un aspecto económico. La doctrina de política exterior estadounidense establece que la seguridad nacional del país descansa sobre tres pilares: defensa, diplomacia y desarrollo. La ayuda económica a los países pobres es crucial, porque la pobreza proporciona el combustible para la violencia, el conflicto e incluso el terrorismo. Pero la diplomacia y el desarrollo ocupan el segundo y el tercer lugar tras los planteamientos defensivos -y más precisamente militares- en el gasto estadounidense en política exterior. Este año, Estados Unidos dedicará a gastos militares aproximadamente 500.000 millones de dólares, lo que equivale al 5% del PIB, la mitad del total mundial. En otras palabras, Estados Unidos gasta tanto en armas como el resto del mundo junto. En cambio, gasta 18.000 millones de dólares, aproximadamente el 0,16% del PIB, en ayuda al desarrollo. En Europa, por el contrario, el gasto militar asciende aproximadamente al 2% del PIB, mientras que la ayuda al desarrollo ronda el 0,4% y se va aumentando para que alcance el 0,7% del PIB en 2015.

Si Estados Unidos se basara en la política y no en la guerra, entendería que el aumento del gasto en desarrollo y un enfoque comercial en Asia, África y Oriente Próximo, en lugar del actual método militar, serían más útiles para los intereses estadounidenses. Lo que sacó a Muammar el Gaddafi de su aislamiento no fue el bombardeo de Libia, sino la diplomacia pacífica, que demostró a Gaddafi que reanudar sus relaciones diplomáticas con Occidente y abandonar las ambiciones nucleares sería ventajoso para su propio futuro y el de su país. El mismo método habría sido mucho menos costoso y más prometedor con respecto a Sadam Husein. Y si se hubiera probado ese método con Ho Chi Minh en la década de 1950, se habrían ahorrado enormes cantidades de dinero y millones de vidas. Nadie duda de que las operaciones de los servicios secretos y las acciones policiales son necesarias para luchar contra los terroristas. Pero la guerra en Irak y el enorme gasto militar son cuestiones muy distintas. El ejército puede proteger a Estados Unidos de un ataque militar convencional, y puede mantener abiertos los mares, garantizando la afluencia de petróleo y de otras mercancías vitales. Pero no puede proteger a Estados Unidos de la política. Para eso, los estadounidenses tienen que ser más listos e invertir en desarrollo pacífico en lugar de construir bases militares en territorios que durante mucho tiempo han sido objeto de abusos. Estados Unidos debería abandonar pronto Irak. Después, puede y debe usar su peso político y económico para ayudar a resolver una situación compleja y difícil que es significativamente, aunque no exclusivamente, obra suya. Su influencia en Irak será limitada, pero si se marchase ahora conseguiría que fuera más eficaz de lo que está siendo, y mucho menos costosa en cuestión de dinero y de vidas estadounidenses, aliadas e iraquíes.

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