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Óscar Chaves (Periódico Diagonal)

La noviolencia como estrategia de lucha: el antiguo y noble arte de desobedecer

La noviolencia como estrategia de lucha: el antiguo y noble arte de desobedecer

Óscar Chaves, Redacción

Miércoles 2 de diciembre de 2009. Número 114

Cuenta la leyenda que Antígona, hija
de Edipo, se negó a obedecer a su tío,
el tirano Creonte, al dar sepultura al
cadáver de su hermano Eteocles, que
había sido privado de los honores fúnebres
por haber muerto en rebeldía.
Desde este hecho, considerado el primer
acto de objeción de conciencia
de la historia, no ha habido siglo ni
existido pueblo que no haya conocido
expresiones de rechazo colectivo
a normas y situaciones de injusticia.
A pesar de que, en palabras del grupo
antimilitarista alicantino Tortuga,
“el conformismo generalizado y el
amplio desinterés que expresa la mayoría
de la sociedad hacia cualquier
cosa que pueda alterar en lo más mínimo
el orden establecido” dificultan
hoy en día la extensión de la desobediencia
civil, los territorios que conforman
el Estado español siempre
han sido prolíficos en este tipo de
práctica. Desde el rechazo a la leva
militar de los siglos XVII y XVIII y las
primeras huelgas obreras contra las
máquinas hasta el exitoso movimiento
por la insumisión a la ‘mili’ y las
acciones directas contra los proyectos
nucleares o la caza, pasando por
la negativa a pagar impuestos considerados
injustos y las bicimarchas
nudistas o los centros sociales okupados,
los ejemplos son tantos y tan
diversos como diferentes sus protagonistas.

Grupos como Greenpeace,
Solidari@s con Itoitz, Mujeres de
Negro
, Movimiento de Objeción de
Conciencia (MOC)
, Lokarri, Equanimal,
las brigadas contra la guerra,

A Desalambrar, el movimiento estudiantil
contra Bolonia
o sindicatos
como EHRNE o el SOC, por citar sólo
unos ejemplos, han hecho de la
desobediencia un elemento de uso
habitual que en muchas ocasiones
han tenido que pagar con la tortura,
elevadas multas o la cárcel. Sus formas
son tan variadas como ancha la
imaginación: huelgas de hambre, parodias,
encadenamientos, boicot...

“Estas herramientas no necesitan ser
compradas en ningún mercado, se
pueden usar cuando se necesite, sin
pedir permiso. Cada vez que una persona
decide hacer uso de su legítimo
derecho a desobedecer, la humanidad
toda se ve confrontada a un aumento
de su conciencia colectiva”,
indica Mabel Cañada, del pueblo
okupado de Lakabe.

Para la mayor parte de las organizaciones
antimilitaristas, feministas
y ecologistas, la desobediencia civil,
que el MOC entiende como la “acción
colectiva, pública y organizada
que consiste en el quebrantamiento
de una ley, norma o imposición que
se considera injusta en sí misma o
representativa de una situación de
injusticia”, corre pareja a la noviolencia
(escrito junto). Según el grupo
Bidea Helburu, la noviolencia es
“una forma de estar en la vida, una
propuesta positiva para abordar los
conflictos e intentar transformarlos,
no sólo para lograr una ausencia formal
de violencia sino para superar
las injusticias generadoras de esos
conflictos y reaccionar ante la pasividad
y apatía que conllevan”. En este
marco, es siempre “activa” (nunca
“resistencia pasiva”) y su práctica debe
encarnar los objetivos que trata
de alcanzar. Por tanto, va mucho
más allá de la no violencia, que sólo
implica ausencia de violencia contra
personas y animales y que tantas veces
se ha usado como complemento
de estrategias violentas. Para Tortuga,
la “noviolencia y la desobediencia
civil, no sólo tienen una absoluta
vigencia en estos momentos de agotamiento
y cambio de ciclo de los modelos
políticos tradicionales, sino que
se perfilan como las herramientas
del futuro en manos de una sociedad
en la que cada vez van a tener menos
seguimiento los sistemas violentos y
autoritarios y se va a apostar más por
el respeto a la persona humana en
todas sus dimensiones”.


Insumisión: una lucha única y exitosa

Aunque los Testigos de Jehová rechazan incorporarse al ejército español desde 1954, no será hasta 1971 cuando se presente el primer “objetor de conciencia noviolento” en el Estado español. Se trata del valenciano Pepe Beunza, que pasará más de tres años en la cárcel y marcará el inicio de uno de los movimientos de desobediencia civil más importantes de Europa en la última parte del siglo.

Desde ese año, pero sobre todo desde que, en 1989, 57 jóvenes pusieron en marcha la campaña de insumisión promovida por el MOC, la negativa a realizar el servicio militar obligatorio y la Prestación Social Sustitutoria (PSS) no paró de crecer hasta 2001, año en el que el último reemplazo de la mili deja los cuarteles.

El fin de la leva obligatoria se debe sin duda a la acción de un movimiento que, como una pandemia, se extendió por toda la sociedad. En 12 años, 50.000 jóvenes se declararon insumisos y 1.670 cumplieron parte o la totalidad de sus condenas judiciales en la cárcel por defender su derecho a no hacer la mili ni la PSS. Dos de ellos, Unai Salanueva y Kike Mur, acabaron suicidándose en prisión.


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