Grup Antimilitarista Tortuga
Ha sido noticia en los medios de comunicación de la provincia de Alicante la calurosa despedida que un sector de la población de Orihuela ha brindado a la Unidad Militar de Emergencias, así como a otros cuerpos del ejército que han participado recientemente en las tareas de auxilio a personas damnificadas en el sureste peninsular por los daños de la gota fría.
Desde el Grup Antimilitarista Tortuga aprovechamos este escrito para solidarizarnos con todas estas personas que han sufrido daños y queremos decir que, vaya por delante, comprendemos el agradecimiento que sienten -como ocurre en el nombrado caso de Orihuela- hacia aquellas personas e instituciones que les han socorrido en un trance tan difícil. No obstante deseamos realizar algunos comentarios.
El primero y más obvio es el de recordar qué es un ejército y por qué y para qué está presente en una sociedad. La razón de ser de la institución castrense a lo largo de toda su historia y en la actualidad es la defensa armada de los intereses de los poderosos. Los integrantes de los ejércitos se ejercitan en la violencia y se preparan para la guerra: Intervenciones bélicas de pequeño y gran alcance, cerca y lejos de las propias fronteras, pero caracterizadas todas ellas, además de por el daño que causan a personas inocentes, por ser ocasión para los buenos negocios. Esa, en resumen, es la razón de ser de toda organización militar. Para apagar fuegos, reparar diques y asistir a personas damnificadas se supone que existen otras instituciones (bomberos, servicios de emergencia y de protección civil, de obra pública...) especializadas en dichas tareas y libres de la necesidad de dedicar tiempo y recursos a la preparación de la guerra. Es de creer que si dichas instituciones fueran dotadas con el personal y los medios logísticos y técnicos de que disfrutan estos cuerpos del ejército podrían mejorar con creces (optimizar) la tarea a realizar en cada caso. Cabe preguntarse la razón de esta detracción de recursos de instituciones civiles especializadas y enfocadas únicamente en este tipo de servicio, en beneficio de instancias militares que no lo están.
La respuesta hay que buscarla en la necesidad del propio poder -político y económico- de legitimar, dotando de aceptación y prestigio, a aquellas instituciones (ejército, cuerpos policiales...) que mejor le defienden, fortalecen y contribuyen al logro de sus fines. Así, veremos en televisión a policías y militares, y no, por ejemplo, a maestros y enfermeras, recibiendo honores y condecoraciones por cumplir con el trabajo por el que reciben un salario. Se honrará la muerte en acto laboral de este tipo de funcionarios armados con pomposos funerales de estado a los que no faltarán las correspondientes personalidades, mientras que no habrá ministros ni salvas de honor en el entierro del trabajador accidentado mientras construía un hospital o asfaltaba una carretera en pleno verano.
Podemos comprobar como, una y otra vez, en situaciones de catástrofe natural como la ocurrida con las recientes inundaciones, la Unidad Militar de Emergencias, y no los diferentes cuerpos de bomberos, protección civil, asistencia sanitaria, etc. monopoliza la atención de los focos de los medios de comunicación: que si se la ha solicitado, que si va a venir, que si ha llegado, que si se le despide al marchar, que si se condecora a sus mandos... No hay telediario en el que al cubrir imágenes de la emergencia correspondiente, el reportero en cuestión no se ubique delante de los vehículos e instalaciones de la UME. Hay que reconocer el éxito de la iniciativa que en su día adoptara el gobierno de Rodríguez Zapatero creando esta unidad militar con la clara intención de mejorar la -entonces- maltrecha imagen pública de la institución castrense española. Desde que la UME acapara portadas mediáticas ha llegado a ser innecesario el discurso (y los reportajes) de «nuestros soldados» ayudando a mujeres, niños y personas enfermas en países remotos. De hecho, hoy, los medios de comunicación apenas nos muestran nada de aquéllas operaciones militares «humanitarias» y «de mantenimiento de la paz» que otrora protagonizaban sus telediarios. Ya no les hace falta.
Incluso en casos como el de la localidad de San Fulgencio (Alicante), en el que la noticia es que «Los vecinos ofrecen una merienda nocturna a los bomberos para agradecer su labor» el periódico no dejará de recordarnos en el cuerpo del artículo que «los alumnos del colegio Miguel Hernández de Orihuela participaron al ritmo de la canción ’Baby Shark’ en un acto de despedida a los agentes de la Unidad Militar de Emergencias». Dato al que cabe adjuntar la crítica hacia la más que frecuente y deleznable táctica militar de rodear sus soldados y armamentos de niños y adolescentes, como en este caso, a la menor ocasión publicitaria que se les presenta.
No deja de sorprender tampoco que cuando una ola de solidaridad masiva ha llenado las zonas afectadas por la inundación, en forma de envíos de donativos de particulares y todo tipo de organizaciones, comida y desplazamiento de personas voluntarias en autobuses (éstas, a diferencia de los militares, no cobran) para ayudar en las tareas de limpieza, la noticia que nos propone el periódico en forma preferencial sea que «Guardias civiles de toda España envían alimentos a los afectados por la gota fría en la Vega Baja y Murcia».
Cabe tener en cuenta, por último, para ejercer la oportuna comparación acerca de cómo se conforman las sensibilidades sociales en favor o en contra de determinadas realidades, el caso de los inmigrantes subsaharianos y magrebíes de Torre Pacheco (Murcia) que, en lugar de recibir muestras de agradecimiento, fueron objeto de insultos racistas (y hubo incluso quienes aprovecharon para deslizar la acusación de «ladrones») cuando ayudaban altruístamente a rescatar y poner a salvo enseres y electrodomésticos afectados por la inundación. Lamentablemente, esta es la sociedad que tenemos. En nuestras manos está cambiarla.