Artículo aparecido en El Correo
Un movimiento social no es sólo una suma de grupos y personas. Un
movimiento social es algo que se mueve y que hace mover. Aprovecha
oportunidades políticas, estructura recursos y conecta con determinados
marcos socioculturales. Por eso y por muchas otras razones, pero sobre todo
porque refleja y promueve comportamientos y cambios sociales, es por lo que
hoy podemos hablar del desarrollo de un movimiento pacifista, con rasgos
heredados y con otros más novedosos. Ahora bien, si nos referimos
exclusivamente al fenómeno último, o sea, a esos millones de personas que
se han movilizado contra la proyectada guerra en Irak, quizás no errásemos
en absoluto si lo definiéramos como movimiento pacifista antibelicista.
Porque es este último atributo el que ha adquirido relieve en el escenario
de un intenso debate internacional sobre la guerra, y ha cumplido la
función de mediador cultural entre los grupos motores del pacifismo y la
opinión pública, hasta propiciar y canalizar una gigantesca movilización
social.
Aunque lo sucedido indica muchas más cosas, inequívocamente, las
manifestaciones han dado cuerpo a un sentimiento social que hoy por hoy
está bastante generalizado. Hemos escuchado un grito contra lo que
significa la barbarie de la guerra. Eso es lo que ha unido en la calle a
gentes tan distintas, a radicales antimilitaristas, a moralistas de varios
credos, a ciudadanos de toda condición, a personas que creen en el
garantismo del Derecho Internacional, y a representantes partidarios e
institucionales de muy distinta laya. A mi juicio, la sociedad civil ha
estado, prácticamente a escala planetaria, a la altura de las
circunstancias históricas. En verdad, esta afirmación requeriría muchos
matices, pero no exageramos si tenemos en cuenta la persistencia en nuestro
tiempo presente de al menos dos factores de riesgo conflictual que, además
de formar parte de la tradición protestataria del pacifismo, de producirse
conjuntamente afectarían a la totalidad de la red de relaciones sociales.
En primer lugar, que en el orden mundial se pretende justificar y ejercer
la peligrosa tesis de la guerra preventiva, pese a que no consigue dotarse
de legitimidad. Y en segundo, que seguimos viviendo en una era atómica y de
producción de armas capaces de causar destrucciones imprevisibles y
megamuertes, lo cual nos recuerda la posibilidad de un horizonte marcado
por la mal llamada ’guerra de civilizaciones’, por la devastación y hasta
por el ’exterminismo’, un concepto acuñado por el historiador E. P.
Thompson en aquellos años ochenta de la Guerra Fría, cuando en Europa se
sucedían las protestas populares contra el despliegue de los euromisiles.
Posiblemente, una emoción colectiva como la que se ha expresado estos días
se irá amortiguando conforme el propio movimiento se vea obligado a matizar
sus objetivos y a definir sus mensajes, pues las pasiones, al repensarlas
demasiado, si no se nos mueren al menos dejan de crecer unidas, se
diversifican y toman otros derroteros. Quizás acaben siendo más ricas en
contenido, pero indudablemente perderán eficacia frente al poder de tantos
y tan vigorosos tejedores de un ’consenso’ favorable a las políticas
belicistas. Verdaderamente, hablamos de un reto acaso imposible para el
movimiento que se está conformando ante nuestros ojos. A priori, y aunque
mucho ha caído desde los tiempos de aquella soledad del pacifismo de
Bertrand Russell o Jean Jaurés antes de la Gran Guerra, parece imposible
componer con millones de personas un discurso político elaborado sobre las
causas de las guerras y acerca de sus soluciones. En cualquier caso, la
unidad de tantas y tan distintas racionalidades del pacifismo actual será
tan difícil de mantener como imposible de vehicular en el campo de lo político.
Evidentemente, además de aflorar un sentimiento contra la guerra, han
emergido cuestiones de política interna en cada país. Pero nadie puede
negar que, operando en el corazón mismo de un fenómeno social antibelicista
que él mismo ha ayudado a producir, en estos momentos se ha activado un
auténtico movimiento pacifista internacional. Previsiblemente, su
incidencia va a ser notable. Ya lo está siendo al introducir inquietud y
hasta correcciones en las agendas políticas estatales e interestatales.
Para explicarnos mejor lo que podría parecer una mera corazonada, debemos
considerar que los movimientos sociales, además de ser expresión de
procesos sociohistóricos, inciden en el cambio social. Son cambio social.
Provocan cambios sistémicos al interactuar con otros componentes del
sistema que a su vez les hacen cambiar.
En efecto, el movimiento pacifista va a desarrollarse en un contexto
conflictivo y probélico que será dinámico y cambiante, y que forzará su
propia transformación. Se barrunta un futuro de este movimiento marcado por
la capacidad de incidencia y al mismo tiempo por la división. El primero de
esos síntomas podría ser que tomara fuerza una expresión que haría de
dinamizador reactivo del propio movimiento, en un contexto de ofensiva
bélica y discursos legitimadores de la misma. Estoy hablando de algo que
podía denominarse ’el espíritu del 15 de febrero’. Ya lo pueden fijar y
multiplicar los aficionados a nominar fenómenos sociales, entre los que no
me encuentro pese a que pueda parecerlo. Porque si no lo hacen,
previsiblemente, con ése o con otros nombres y acaso mitificando la caótica
esencia de su carácter unitario, ’el espíritu del 15-F’ será invocado cada
vez que se vislumbre una nueva división interna, o una reducción del número
de gente dispuesta a pasar del sentimiento antibelicista a la protesta
activa contra el ataque y contra sus justificaciones formales e informales.
Es posible también que se utilice en el juego político de forma interesada,
pero cabe esperar que nadie desprecie o pervierta su vertiente más
especial: que está provocando y provocará cambios sociales.
No juego a las clarividencias. Es porque conozco y he estudiado las
experiencias recientes de este movimiento por lo que me atrevo a hacer
algunos pronósticos. Porque, sin ir más lejos, tengo en mente los cambios
que ayudó a provocar el pacifismo en España durante el primer conflicto del
Golfo Pérsico y sobre todo después. Por aquel entonces, el movimiento
pacifista acusaba el fracaso de la campaña anti-OTAN. Sus grupos actuaban,
pero el movimiento como tal parecía estar en estado latente y con poca
capacidad de influencia, mientras que crecía un nuevo movimiento social
también de naturaleza pacifista y antimilitarista: el de objeción de
conciencia e insumisión. Se han realizado análisis al respecto y en todo
caso ahí quedan las hemerotecas. Consúltese y se verá cómo, en 1991, y pese
a que el acuerdo de los partidos políticos era mayoritariamente favorable
al castigo del régimen dictatorial iraquí, la mayoría de la sociedad
española también se mostró contrariada con la guerra y sobre todo rechazó
el envío de soldados de reemplazo.
La guerra era un factor exógeno que coincidía con el desarrollo de un
movimiento que, precisamente, criticaba esa fatídica eventualidad. El
movimiento pacifista de aquellos tiempos, además de reestructurarse, gritó
consignas antibélicas y contra la conscripción militar. Mientras que eran
oficialmente despreciados, juzgados y encarcelados, en un contexto bélico
propicio para la difusión de sus mensajes, los objetores y los insumisos
acrecentaron su protagonismo. Coparon las agendas mediáticas y observaron
que la opinión pública valoraba positivamente su ejemplo. Así las cosas,
incluyendo episodios de deserción de marineros y reclutas que no generaron
repulsa social, el servicio militar obligatorio entraba en lo que sería la
fase final de su crisis de legitimidad popular. Y, aunque la guerra se
hizo, el envío de reclutas a la zona del conflicto alentó la polémica sobre
el modelo de ejército. El movimiento pacifista y antimilitarista se
granjeaba ese plus de legitimidad que, en los años siguientes, le ayudaría
a dinamizar un proceso de cambio que ha coadyuvado a la histórica abolición
de la mili obligatoria. No sé si este recuerdo ayudará a algunos a sortear
el fatalismo frente al futuro del pacifismo actual. Pero sólo por esa
experiencia nos podemos preguntar: ¿cómo incidirá este movimentismo
antibelicista en el cambio social? Habrá que actuar pensando en ello.