Unai Yoldi
Entre Pepe Beunza (Beas de Segura, Jaén, 1947) y Taxio Ardanaz (Pamplona, 1978) hay tres décadas de lucha contra el servicio militar obligatorio (mili). De Pepe –el primer objetor de conciencia por motivos políticos del Estado– a Taxio –uno de los últimos insumisos– hubo unos 20.000 jóvenes que decidieron plantar cara al Estado y al Ejército desde posiciones antimilitaristas y no violentas. Un pulso que el movimiento de objeción de conciencia (MOC) e insumisión ganó con el fin de la mili, no sin antes sufrir represión y cárcel.
Pepe fue el primer objetor de conciencia por motivos políticos en 1971, en los últimos años del franquismo. Se nutrió de la corriente antimilitarista que recorría Europa desde el final de la II Guerra Mundial y tuvo claro que mejor la cárcel que el cuartel. «Pasé miedo y fue duro, pero no me arrepiento en absoluto», reconoce. Tras él, el movimiento cogió fuerza y a finales de los 80 la insumisión llegó a su punto álgido con acciones, movilizaciones y deserciones. «A mí me condenó un consejo de guerra en 1999 y fui a la cárcel militar de Alcalá de Henares. Entré y salí de allí convencido de lo que hacía», recuerda Taxio.
Pepe y Taxio simbolizan el inicio y el fin de una lucha que se mantuvo hasta entrado el siglo XXI, cuando en 2001 se eliminó la mili. Gracias a ellos, y al resto de insumisos, las generaciones posteriores no han sido llamadas a filas y ambos son un ejemplo de que las conquistas sociales se pueden alcanzar mediante la lucha no violenta. Ahora, recuerdan aquellos años con cierta añoranza y creen que las bases del movimiento antimilitarista y de no violencia calaron en la sociedad y siguen apostando por el desarme de los ejércitos. Sus testimonios está recogido en el libro Memorias de la Objeción y la Insumisión, elaborado por el historiador Pedro Oliver, también presente en esta entrevista.
Empecemos por el presente, ¿dónde están ahora? ¿A qué se dedican?
–Taxio: Yo soy artista plástico. Trabajo mucho en torno al conflicto y a las expresiones plásticas generadas en determinados momentos históricos de conflicto. A mí, como artista, lo que me importa es ver como el arte funciona dentro de la vida, de lo cotidiano, de lo real. Yo creo que esto me viene de todo lo que viví de joven. Ahora, vivo en Bilbao, aunque estoy trabajando en el proyecto Landarte del Gobierno de Navarra.
–Pepe: Yo nací en Jaén de forma circunstancial, porque mi padre era notario, pero me crié en Valencia. Después estudié Ingeniería Agrícola y me metí en el MOC. Ahora estoy jubilado y pensaba que la jubilación era para descansar pero parece que el conflicto me persigue y estoy muy implicado con el independentismo catalán. Al final nosotros decíamos que queríamos un mundo sin ejércitos, entonces a ver si Cataluña se independiza y es un estado sin ejército.
¿Qué les llevó a enrolarse en el movimiento de objeción de conciencia e insumisión?
–P: Mi familia era muy cristiana y de crío estuve en los Boy Scouts. Ahí se va mezclando la idea de ayudar a los demás con la idea de amor a la naturaleza, ayuda al débil y todas estas cosas que nos inculcaban. Entonces a la universidad fui con esas ideas y allí entré en la lucha antifranquista, porque el franquismo era lo contrario a eso. Un verano me fui a Francia a respirar libertad y conocí a la Comunidad del Arca, fundada por Lanza del Vasto. Eran pacifistas que luchaban contra la guerra, hacían objeción de conciencia, habían ocupado una central nuclear... Yo allí era una esponja, entonces volví a Valencia y dije: «Ya he descubierto qué hacer con la mili».
–T: Mira, pues tenemos en común lo de los Scouts, a ver si va a ser el germen del antimilitarismo (risas). A mí me marcó que cuando iba al colegio Jesuitas de Pamplona nuestro profesor de Literatura nos metió a Henry David Thoreau. Yo ya venía con esa sensibilidad y con los ojos bien abiertos con el tema de la insumisión, pero mi primer contacto directo fue la teoría de la desobediencia civil de Thoreau. Eso ya me enganchó y opté por meterme en el movimiento de objeción de conciencia de Pamplona.
Ustedes se llevan 30 años. Son el inicio y el fin de la lucha contra el servicio militar obligatorio. ¿Cómo fueron sus inicios en el movimiento?
–P: Nosotros fuimos pioneros en esto, porque antes solo habían objetado los testigos de Jehová, pero ellos nos dijeron que iban por su cuenta, que esperaban el fin del mundo. Entonces empezamos la campaña con un punto débil: no teníamos referentes que reivindicar. Viajamos por Europa y conocimos objetores en varios países y vimos que ellos habían estado en la cárcel. En aquel momento yo era el que estaba más decidido y opté por ser el primero. Estuvimos dos años preparando una campaña por el Estado y por Europa y, en mi caso, preparándome para ir a la cárcel.
–T: Al poco tiempo de entrar yo al MOC en el año 97 se empieza a discutir el nuevo paso estratégico que se debe dar. Yo iba a los encuentros estatales del movimiento en Madrid y de ahí ya se fue gestando la necesidad de dar un paso más y es cuando yo me sumé a la insumisión. Lo que tenía muy claro es que la desobediencia civil me permitía dar una respuesta activa a un problema que se había generado de manera individual. Yo participé en dos acciones principales: una en el cuartel de Aizoáin, donde pintamos en el techo las palabras: Insumisión, Deserción, y otra en el Gobierno Militar, donde nos encadenamos a una valla.
¿Cuál era la base ideológica por la que rechazaban la mili?
–P: Nosotros somos antimilitaristas y partidarios del desarme y la no violencia. Rechazamos tener que hacer el servicio militar y coger un arma. Hubo muchos que nos intentaban convencer de que en la mili había gente que aprendía a leer y a escribir y, claro, nos lo ponían a huevo: «Si todo el dinero que se invierte en el Ejército se invirtiese en Educación, todos serían ingenieros nucleares», les rebatíamos.
–T: Nosotros estábamos en contra de todos los valores que el Ejército transmite y representa. No solo en tema de violencia, también en cuestiones de género, de jerarquía, de uso del poder, legitimación de la violencia y de esa estructura que ya sabemos lo qué representa.
A ambos les condenaron en consejos de guerra, ¿cómo son?
–P: Mucha parafernalia militar. Es una sala con el tribunal en un alto y tú en una mesa abajo. Ellos van llenos de medallas, con sables... y tenían también un crucifijo enorme. Yo pasé miedo, porque eran militares franquistas, pero lo de los insumisos como Taxio fue una fiesta. El punto débil que tenían era que al reo hay que darle la palabra. Entonces era fantástico porque los ponías a parir y el público aplaudía. Esta ha sido siempre una lucha creativa y original. Ahora, se pagaba caro, pero siempre pensé que valía la pena. El precio de la libertad siempre es duro.
–T: El mío, en efecto, fue una fiesta. Soltamos el speach que habíamos preparado y fue muy bonito, la verdad. Salieron dos autobuses de Iruña y Bilbao y se movilizó mucho la gente. Mi consejo de guerra fue en A Coruña y el día anterior decidí ir en traje y me dejaron uno que me quedaba grande. La presencia militar era arrolladora, con sus galones, sus trajes, etc. parecía una película de Berlanga. Entonces nosotros llevamos la performance a la máxima expresión.
¿Cuáles fueron las condenas?
–T: La mía 2 años y 4 meses. La cuarta parte la pase en 2º grado y el resto en 3º grado y de condicional me quedó otra cuarta parte.
–P: A mí me condenaron a 15 meses, pero cumplí 10 por el indulto Matesa. La segunda vez estuve un año y después otros 15 meses en un batallón de castigo en el Sáhara.
Ustedes estaban muy concienciados y convencidos de lo que hacían. Antes la cárcel que el cuartel, ¿no?
–P: Yo pasé mucho miedo porque sabía que iba a la cárcel, pero tenía 23 años y me había estado preparando. Además, sabía que detrás había una campaña de apoyo muy fuerte que habíamos orquestado los dos años previos viajando por Europa y por el Estado. No me maltrataron físicamente porque habían dado orden de que no nos maltrataran. Las condiciones eran muy malas pero me fui adaptando. Y al salir volví a Valencia y me dediqué a convencer a la gente joven de que era mejor ir a la cárcel que ir a la mili. Fue duro, pero es algo de lo que no me arrepiento, mereció la pena.
T: Yo no sabía qué era lo que me esperaba. Había dudas legales sobre el tratamiento que nos iban a dar. Yo deserté en el 97 y entré en prisión en el 99. Nuestro poder residía en que estábamos dispuestos a asumir las consecuencias de nuestros actos, que es uno de los requisitos de la desobediencia civil. Hay que hacer un ejercicio personal de asumir esa situación. Pero cuando asumes que esas consecuencias son parte de tu poder para plantar cara, no hay muchas armas que te puedan reducir.
¿Qué supuso su paso por la cárcel?
–T: La cárcel para nosotros fue aprendizaje. Nos llevaron a la prisión militar en Alcalá de Henares. Allí hubo una situación violenta con la primera tanda que entró, yo entré en la segunda. A nosotros no nos agredieron pero era una situación muy tensa porque estábamos con militares, guardias civiles y legionarios. También los carceleros nos buscaban problemas, pero al final nos ganamos el respeto. Intentábamos ayudar con recursos y medios a quienes no podían defenderse, chavales que entraban un mes o dos.
–P: En total estuve 3 años y 2 meses. Pasé por diez cárceles diferentes además de por el Sáhara. La cárcel me hizo ahondar en mis ideales. En la prisión de Jaén estuve 6 meses con presos políticos; para mí eso fue una universidad, me pegaba todo el día discutiendo. Estaban los vascos, los del PCE y nosotros. Mi drama fue no haber convencido a los de ETA de que la no violencia era mejor que la violencia. Imagínate el sufrimiento que nos hubiésemos ahorrado. Claro, tampoco me convencieron ellos a mí.
Supongo que el momento de decir en sus casas que preferían la cárcel antes que la mili no fue fácil...
–P: A mí me costó mucho convencer a mi padre, pero como era cristiano le decía: «El evangelio dice no matarás y yo no quiero aprender a matar». Y al final se convenció. Mis hermanos me ayudaron todos porque mi madre había muerto y arroparon a mi padre, que siempre me defendió. Para mí fue algo muy importante, porque que te apoyen ayuda a tu capacidad de resistencia. A los insumisos que se iban sumando siempre les decía que hablasen con sus familias e intentasen convencerlas. Ese apoyo es fundamental y hay que cuidar mucho a la familia.
–T: En mi casa hubo una resistencia fuerte: «¿Por qué tú?», me decían. Y esa resistencia duró hasta el día del juicio. Cuando mis padres vieron todo lo que se había generado entendieron que no era un capricho personal, que no era una majarada mía y que era algo que afectaba a mucha gente. No se entregaron a la causa ni mucho menos, pero me apoyaron desde el dolor que pueden sentir unos padres.
Navarra fue el territorio que abanderó la lucha de la insumisión, ¿no?
–(Interviene Pedro Oliver, presente en la entrevista): Hay un debate abierto pero la insumisión en Navarra, a parte de por el conflicto político que aquí se vivía, cogió protagonismo porque los jueces fueron muy celosos en el cumplimiento de la ley. En Navarra muchísimo más que en cualquier otra Audiencia Territorial. Entonces, fue la represión la que hizo que en Navarra el movimiento cobrase más fuerza. Se estima que en 30 años hubo unos 20.000 insumisos y la gran mayoría fueron navarros.
Tras el fin de la mili, ¿qué fue del movimiento?
–T: La mili era lo que nos daba vida porque enrolaba a muchos jóvenes pero eso que daba tanta vida se acabó y el movimiento tuvo que reajustarse y volver a poner los puntos donde siempre los tuvo: en la lucha antimilitarista. Además, creo que esa herramienta de lucha pacifista y de transformación que en los 90 no compartía tanta gente, dos décadas después se ha asumido como una herramienta útil para cambiar las cosas. Aquí y en el resto del Estado se ha asumido como práctica natural la lucha no violenta, algo que no era habitual porque se venía de un momento de auge de la lucha armada.
–P: El MOC sigue activo y tuvo sus acciones, por ejemplo, contra la guerra de Irak. Yo pienso que hay que seguir luchando porque las conquistas sociales se pierden si no lo haces. En Noruega ha vuelto la mili. La lucha antimilitarista es la lucha por la supervivencia porque hubo un momento de inflexión con la bomba atómica: si se siguen resolviendo los conflictos humanos por la violencia significará la destrucción de la humanidad.
¿Dan por descartado el regreso del servicio militar obligatorio?
–Pedro Oliver: Es que legalmente no ha sido abolido solo está suspendido, pero es algo que a la gente se le olvida. El propio mecanismo legal tiene previsto el posible retorno. Otra cosa es que yo creo que todo el movimiento de objeción de conciencia e insumisión generó una cultura de paz en un sentido muy amplio que choca mucho con propuestas de retorno –que últimamente vienen de la ultraderecha– y con un mal construido patriotismo nacional –que a veces se ha ensalzado desde sectores de la socialdemocracia hasta la derecha– y que han sido enseguida contestados por la sociedad. Si esto alguien lo lleva en su programa electoral, se iba a encontrar con un magma de fondo que le iba a salpicar directamente. En este país costó mucho pero se consiguió poner fin al servicio militar gracias al empuje de este movimiento.
¿Es posible un mundo sin ejércitos?
–T: No se trata de si es posible o no, es que no queda otra opción. Seguramente no sea posible y estemos abocados a la autodestrucción de la humanidad que llevamos practicando siglos. Pero evidentemente no queda otra si queremos seguir defendiendo la vida en el sentido de libertad, de poder vivir en sociedades libres. Tenemos que apostar por eso, no nos queda otra opción.
–P: Mira, los altos cargos militares defienden que hay que tener muchas armas atómicas porque como el otro también tiene, si algún día nos ataca, podremos responder. ¡Pero entonces moriremos todos! Proponen el suicidio como teoría de la defensa. ¡Están locos! O vamos al desarme, o vamos a la destrucción total.