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Revista de Crítica Social

Resquicios 4: ¿Malos tiempos para la crítica? (primera parte: la impotencia de la teoría)

Resquicios 4: ¿Malos tiempos para la crítica? (primera parte: la impotencia de la teoría)

¿Malos tiempos para la crítica?
(primera parte: la impotencia de la teoría)

Decididamente, estos parecen ser muy malos tiempos para la crítica. La falta de referentes teóricos, la ausencia de verdaderos espacios de debate en que pueda cuestionarse todo, la muy humana necesidad de una vía evidente para pasar de inmediato a la acción, la dificultad de atarse a algo respecto a lo cual juzgar lo existente, la pésima influencia del ruido mediático respecto a cualquier cuestión, las modas «radicales» y sus diversas inercias, el poder totalitario de que han llegado a dotarse los Estados modernos: todo ello hace casi inconcebible la tarea de una crítica de la sociedad que pueda llegar a materializarse en algo concreto. Como dijimos en la presentación de nuestro primer número, «estos Resquicios no aspiran a ser, por tanto, más que una pequeña abertura para airear el ambiente viciado de la crítica social». En esta ocasión, antes que centrarnos en tal o cual aspecto de la alienación contemporánea, queremos abordar la situación de la propia crítica que pretende alcanzar la verdad de la dominación y ponerla en evidencia para, eventualmente, poder acabar con ella. Con este fin, y dada la amplitud del terreno que queremos describir, «¿Malos tiempos para la crítica?» se divide en dos partes: la que el lector tiene entre manos, dedicada a «la impotencia de la teoría», y un segundo número de la revista centrado en «la impaciencia de la práctica» (el nº5) que, de forma extraordinaria, no aparecerá cuando le correspondería (en abril de 2008) sino antes; a ser posible, en enero. (Debido a lo cual el n° 6 será el que aparezca en la primavera del año que viene.)

Impotencia de la teoría por la evidente incapacidad del mero discurso a la hora de obtener ningún tipo de cambio, de hacerse oír por encima de la contaminación ideológica y de superar la repetición de las mismas cuatro ideas; e impaciencia de la práctica por el deseo casi siempre frustrado de salir de la inoperancia, por la búsqueda de salidas activistas o individuales a problemas sociales, por las ilusiones utópicas a la vuelta de la esquina o por la confusión de labor política con experiencia vital.

Esta impotencia de la teoría en la crítica se manifiesta de múltiples maneras, todas ellas bien conocidas. Si bien toda teoría es por necesidad una simplificación para obtener de una realidad compleja los principios que se consideran fundamentales a la hora de explicarla, en la crítica social esta tendencia alcanza cotas insuperables. Del mismo modo, y esto es especialmente cierto para las variantes de crítica del progreso y la tecnología, la búsqueda de un umbral a partir del cual se supone que la humanidad comenzó su actual deriva tecnosuicida ha llevado a más de uno a refugiarse en interpretaciones delirantes acerca de las formas de vida preindustriales o a reducir hasta el extremo el proceso histórico que nos ha traído hasta aquí. Igualmente, los diversos dogmas críticos (marxistas o anarquistas) permiten reiterar hasta la saciedad una letanía de tópicos cuya principal función es, como siempre que se trata de lugares comunes, ahorrarse la funesta manía de pensar. Y qué decir de otra plaga que asuela los ambientes radicales necesitados de referentes teóricos: las modas intelectuales, que repiten para peor las influencias más nefastas de los entornos universitarios; de ahí que proliferen últimamente los casos de focaultitis y deleuzeria. Con todo, lo más grave nos parecen esas teorías aparentemente críticas que, no obstante, más bien aspiran a justificar la realidad con el pretexto de interpretarla para su transformación. Por cierto que a quien crea que el debate teórico es un lastre para pasar cuanto antes a las cuestiones de orden práctico, le recordaremos que incluso en la actividad más sencilla existe siempre una interpretación teórica, aunque no se enuncie de forma explícita.

De todo ello intentaremos ofrecer un esbozo en este número de la revista. Evidentemente, hay muchísimo más que decir al respecto que lo que aparecerá en estos dos números de Resquicios, pero de momento tendremos que contentarnos con esta aproximación.

Ectoplasmas de subversión

«El fantasma de la teoría» de Jaime Semprun, es un texto -cuya traducción al castellano apareció a fines de 2005 y fue, en cierto modo, el germen de esta revista. A petición de algunos lectores que nos lo habían pedido, ofrecemos ahora una versión corregida de esa traducción. Para quien no hay leído el texto, la correspondencia publicada en los dos primeros números de Resquicios se tornará un poco más comprensible; para los que ya lo conocieran, supone tina buena oportunidad para releerlo. En la versión que presentamos aquí se añaden dos breves pasajes que suprimimos en la primera edición: se trata de referencias a un autor entonces desconocido entre nosotros pero que acaba de traducirse por primera vez al castellano. Hablamos de Michel Bounan y La loca historia del mundo (Melusina), cuyo caso es realmente paradigmática respecto a la proliferación de interpretaciones más o menos místicas sobre la actual catástrofe ecológica.

«El fantasma de la teoría» (editado por primera vez en septiembre de 2002 en el n" 4 de la revista dirigida por Jean-Marc Mandosio Nouvelles de nulle part) es un cuestionamiento de las posibilidades de desarrollar una crítica teórica profunda de la sociedad en las condiciones que padecemos actualmente. Para responder a esta pregunta, Semprun examina tres obras de crítica radical publicadas en Francia, pero cuyos autores son conocidos en castellano: el sinólogo Jean-Francois Billeter, Anselm Jappe, miembro del grupo Krisis y autor de una monografía sobre Debord (Guy Debord, Anagrama, 1999) y ,Jean-Claude Michéa, a quien se debe La escuela de la ignorancia (Acuarela, 2002). A lo largo de las tres secciones del texto (cada una de las cuales lleva un título sacado de relatos del escritos de cuentos de fantasmas por excelencia, Henry James) veremos las carencias o, por mejor decir, el carácter espectral de toda crítica que pretenda mostrarse acabada (en el sentido de pulida o conclusa) en medio del derrumbe de nuestras sociedades.
Vale la pena dedicar unas palabras a una de las variantes más sofisticadas de las teorías revisadas en «El fantasma de la teoría». Nos referimos a la llamada teoría del valor, cuyos principales defensores en Europa son el grupo alemán Krisis y el lyonés Temps Critiques. Ambas corrientes se inspiran en una misma fuente, el profesor universitario Moishe Postone, del que se ha publicado recientemente Tiempo, trabajo y dominación social: una reinterpretación de la teoría crítica de Marx (Marcial Pons, 2006) [1], así como una antología de textos titulada Marx Reloaded (Traficantes de sueños, 2007). Decimos esto para mostrar que, por muy extraña que resulte a los oídos del lector no acostumbrado a las elucubraciones metafísico-críticas, no sería de extrañar que de repente media docena de profesores universitarios españoles descubrieran la cosa y comenzaran a divagar sobre la teoría del valor y su pertinencia para la agroecología, etc.

Como veremos en este escrito, la lectura minuciosa de unos textos en apariencia dispares permite apuntar a cuestiones de mayor calado, como la relación entre teoría y práctica, el carácter profético de la crítica revolucionaria o el alejamiento ciego de la realidad. Uno de los reproches más desconcertantes que hemos recibido después de la publicación del tercer número de la revista, en el que abordábamos someramente algunos aspectos (le lo que supondrá el agotamiento del petróleo, es que «[ellos] ya inventarán algo». Se atribuye así a la dominación una presciencia que evidentemente no posee, lo cual impide tomar conciencia de la gravedad de los hechos (hasta donde es posible la toma de conciencia de una monstruosidad tan por encima de la humilde comprensión humana). El error de semejante apreciación puede deberse, como indica Semprun, a esa tendencia tan frecuente en la crítica social a considerarse capaz de dilucidad la totalidad social y, de forma simétrica, a considerar igualmente capaz al enemigo.

Seguidamente a «El fantasma de la teoría» presentamos unas «Notas sobre el Manifiesto contra el trabajo» del grupo Krisis, que son en cierto modo complementarias al anterior. El Manifiesto es el texto que más lejos ha llevado en los últimos tiempos la fe en la abolición del trabajo. Para nuestra sorpresa, todavía hay quien sigue soñando con esta panacea que, huelga decirlo, será posible gracias a la revolución tecnológica, una vez que las fuerzas productivas estén en manos de quien corresponde: el proletariado, las multitudes que cantan y bailan o quién sabe qué.

Poco hay que decir de Jaime Semprun, de quien se han vertido al castellano en los últimos años la mayor parte de sus obras, incluyendo algunas de las más lejanas en el tiempo, como sus escritos sobre la guerra social en España [2]. Fue redactor de la revista Encyclopédie des Nuisances: la déraison dans les arts, les sciences et les métiers. Tras el cierre de la ésta, ha publicado diversas obras de crítica social en las Editions de l’Encyclopédie des Nuisances, todas ellas atípicas: los Diálogos sobre la culminación de los tiempos modernos, El abismo se repuebla o la Apología por la insurrección argelina, y ha participado en otras obras colectivas publicadas por la misma editorial. Próximamente verá la luz una reedición ampliada de La nuclearización del mundo, cuya temática es desgraciadamente demasiado actual.

La crítica de las armas

La certeza de que un cambio social radical es posible, e incluso que está cercano, sin pasar por demasiados sobresaltos en el camino gracias a una toma de conciencia colectiva y apacible de las masas saltó por los aires en los entornos del anarquismo español en los últimos once años. Lo que se ha llamado popularmente insurreccionalismo es la expresión más intransigente de un hartazgo hacia las formas tradicionales de encuadramiento en organizaciones burocratizadas y hacia los autoengaños ideológicos; lo cual no quiere decir que ese movimiento difuso llegara a convertirse en una oposición real a todo eso pero, en cualquier caso, su voluntad sincera de salir del atolladero fue innegable. Aunque sea tópico decirlo, las cosas no volvieron a ser las mismas.

Para una mejor comprensión de lo que ha sucedido desde aquel atraco de Córdoba en diciembre de 1996, presentamos un escrito que trata de establecer un balance de aquellos años. Pasadas las trifulcas más graves que rodearon el fenómeno insurreccionalista, puede entablarse un debate público o, mejor dicho, pueden ir saliendo a la luz esos retazos de discusiones más privadas que no han dejado de desarrollarse desde entonces y que a veces han contribuido a refrescar las embotadas rutinas del activismo radical.

«La epidemia de rabia en España (1996-2007)» cuya crónica nos han remitido «Los tigres de Sutullena» es pues, que sepamos, el primer acercamiento público a este episodio de las luchas sociales en esta cárcel de pueblos. Su intención no es dar la inalcanzable versión definitiva de esta etapa sino comenzar un diálogo, aunque sea dando voces. La primera parte del texto -básicamente los antecedentes que explican el porqué del estallido insu- se verá seguida por una segunda con la descripción propiamente dicha de los acontecimientos, con las limitaciones obvias impuestas por las condiciones que todo el mundo sabe. Dicha segunda parte verá la luz en el próximo número de Resquicios.

Si hemos hablado del insurreccionalismo en pasado es porque evidentemente se trata de un episodio concluido, aunque sus flecos, como no podía ser de otra forma, llegan hasta nuestros días. Precisamente para evitar cualquier interpretación ideologizada de los hechos queremos iniciar desde estas páginas el debate. No son pocas las lecciones que pueden sacarse de esta historia de once años. Una de las más indelebles nos parece la necesidad y la dignidad de manifestar toda la cólera que merece la opresión cotidiana y espectacular. Viene bien recordar esto cuando tienden a proliferar las ideas más ingenuas sobre la naturaleza del poder que nos domina, y que equivalen a apostar por la simple secesión material de la influencia del Estado y del mercado para construir unas relaciones sociales emancipadas sobre unas bases nuevas. Quienes piensan así olvidan que en el futuro, si no se actúa contra el poder del Estado, no será extraño ver koljoses agroecológicos dirigidos por funcionarias que escriben todos sus informes con las arrobas de la corrección política. Dicho de otro modo: en las actuales condiciones de supervivencia, los meros redescubrimiento y reapropiación de los saberes y espacios perdidos no bastan, sino que no habrá que descuidar en ningún momento el lado conflictivo de la emancipación. Ese enfrentamiento, por muy necesario que pueda parecer como conclusión lógica, no será agradable.

Hay que añadir, para terminar, que el insurreccionalismo puso de nuevo de actualidad cuestiones como la organización y la radicalidad en las luchas; otra cuestión es si lo hizo de una forma eficaz o no. En cualquier caso, es de justicia reconocer que su crítica de las formas tradicionales de organización, si bien no era muy original, dijo las verdades necesarias sobre la inoperancia de muchos grupos aparentemente radicales. Por nuestra parte, y al margen del texto que presentarnos aquí, querernos señalar dos aspectos a nuestro entender fundamentales de lo que supuso la epidemia de rabia de los últimos once años. En primer lugar, la muerte de «la organización» y de «la asamblea» decretada por los insus no fue un acto revolucionario sino simplemente emitir la partida de defunción de un cadáver; allí donde existía una cierta cultura política asamblearia, esta idea no tenía mucho sentido. Al País Vasco, por ejemplo, las tesis antiorganizacionales han empezado a llegar sólo después de la debacle que ha vivido el país en los últimos diez años. Asimismo, y esto tal vez sea más grave, al ser un movimiento eminentemente urbano, la cuestión ecológica ha sido ninguneada por el insurreccionalismo, que no ha tenido claro en ningún momento qué hacer con ella; en el mejor de los casos «la destrucción del planeta» era un soniquete que añadir a la enésima lista de razones para sublevarse contra «el sistema».
Sin embargo, para entender la capacidad de asimilación de las protestas en nuestros días por parte del orden establecido hay que entender la ecología en su sentido más literal: la apropiación material del medio natural, hoy absolutamente mediatizada por las formas alienadas de la sociedad industrial.

Contra las logocracias populares

Si hay un filósofo abstruso que ha influido de forma duradera e indeleble en más de una corriente de crítica social, ése es sin duda Michel Foucault. Su ascendiente ha llegado a tal punto en los últimos tiempos que citar su nombre se ha convertido en una especie de licencia para poder mostrar las entrañas de las instituciones más siniestras de la dominación, sobre todo manicomios y cárceles. Cuesta explicar este fenómeno teniendo en cuenta que Foucault es uno de los pensadores más oscuros de la posmodernidad, y que llegó a hacer de su estilo opaco uno de sus rasgos de estilo más notorios; y, a buen seguro, aquél al que más debe su éxito. Ahora bien, Foucault se ha beneficiado de la difusión prestada por otros pensadores (Giorgio Agamben, por ejemplo) y sobre todo de la popularización de muchos de sus «conceptos» a lo largo y ancho del mundo universitario e incluso periodístico, especialmente a partir de su auge en Estados Unidos. Por eso ya no es raro oír hablar de «problematizar», «dispositivos» y «genealogías» o incluso de frases hechas como «estar atravesado por» o la proliferación de «relaciones de poder» por doquier; y qué decir del gran éxito de la temporada, los «cuerpos», referencia ineludible para tratar cualquier asunto: cárcel, polución, pobreza o cine.

Las tesis de Foucault, cuyo pensamiento se prolonga a través de más de dos décadas, han servido de trampolín para que otros pensadores empiecen su labor allá donde la dejó el maestro, o donde no llegó a concretarse, o para que glosen ad nauseam sus numerosas contradicciones. Surgen así teorías a partir de teorías, cada una de las cuales se distancia un poco más de la realidad; y ello en los ámbitos más dispares, desde el urbanismo a la historia de las ideas. Hoy día, y con una relación tangential con la crítica social, la llamada «teoría queer supone quizá el exponente más nítido de esto. Partiendo de las ideas de Foucault sobre las relaciones de poder y la construcción de subjetividades, los teóricos de lo queer han querido llevar al extremo una de las ideas más queridas del catedrático del Collège de France: la infinita maleabilidad del sujeto. Nada opuesto al radical liberalismo rampante.
El otro terreno de la crítica radical en que puede detectarse la influencia de Foucault es en la denuncia del sistema carcelario. Sin ir más lejos, una publicación de referencia en castellano sobre la cuestión recibe su título, Panóptico, de una obra de Jeremy Bentham (un proyecto de prisión de control total (le principios del siglo XIX) que había hecho célebre el autor de Vigilar y castigar. Es arduo encontrar en nuestros días un texto anticarcelario que no recurra, como en una letanía, al nombre del profeta revelado que al parecer se dio cuenta antes que nadie de que una cárcel es una institución eminentemente represora e indisociable del conjunto social que la produce... aunque mucho antes que él ya otros, como los anarquistas o los surrealistas, habían denunciado las cárceles y los sanatorios mentales como lo que realmente son.

Lo más curioso del éxito de Foucault, y no sólo en los ambientes contestatarios (los libros de teoría queer aparecen reseñados en los suplementos culturales de la prensa española, poco sospechosa de antiestatismo), es su clamorosa contradicción entre la presunta lectura ultrarradical que se ha querido hacer de él y lo que realmente dice. Lejos de ser ese crítico total del poder que ha fabricado una leyenda heroica, Foucault fue un oportunista en su vida pública y un mediocre en su obra intelectual. Los escasos apuntes de interés en sus libros se desmoronan ante el insoportable tono oracular que emplea para defender sus tesis, como muestra el famoso final de Las palabras y las cosas acerca del hombre que se acaba, el humanismo que fue una farsa y demás. Es más, los best-sellers de Foucault han permitido abordar cuestiones aparentemente vastísimas (la desaparición del hombre, el paso de una sociedad represiva a tina sociedad disciplinar, etc.), que a fin de cuentas no son más que pirotecnia verbal al servicio de una supuesta erudición enciclopédica, y dotar a cualquier discurso de un barniz de saber hiperfilosófico cuya única función es intimidar al lector desprevenido.

Obviamente, semejante recurso a la autoridad es lo contrario de una crítica de la autoridad. Por eso creemos necesario publicar un artículo de JeanMarc Mandosio. Sabemos de sobra que una refutación tan minuciosa de este lastre intelectual no servirá de mucho: a poco que se lean con atención, salta a la vista que los escritos de los acólitos de Foucault rezuman más fe que argumentos. Así que no parece muy probable que la foucaultmanía vaya a remitir pronto sino que más bien seguiremos teniendo «cuerpos» y «biopolítica» hasta en la sopa pero, en cualquier caso, queremos hacer todo lo posible por nuestra parte para combatir esta plaga. «La longevidad de una impostura: Michel Foucault» verá la luz en francés a principios del año que viene de la mano de la Encyclopédie des Nuisances, dentro de una recopilación más amplia de textos titulada D’Or et de sable. El texto que da título al libro es una lectura de las respuestas suscitadas por otra obra del autor, En el caldero de lo negativo, del que ya hemos podido hablar antes [3] y que vuelve a ocuparnos en este número de Resquicios (ver las «Lecturas intempestivas»).

Para terminar, debemos aclarar que, aunque nos encantaría poder dedicar en números sucesivos sendas andanadas como ésta a Deleuze&Guattari, Derrida, Baudrillard y compañía, nos parece conceder demasiada importancia a tanta pamplina. Haremos lo posible por hablar en lo sucesivo de cuestiones que, si no tan de moda, por lo menos sean de igual interés.

La hora de la verdad

Toda crítica social debería, sino transformar las cosas, por lo menos ayudar a entenderlas. Para ello ha de ser capaz de imponerse al estruendo mediático imperante y a las consolaciones ideológicas que nublan el entendimiento antes que contribuir a esclarecerlo. Además, la crítica puede ser la única forma de actuar de forma coherente en los momentos más difíciles; o, en las ocasiones (en las que esta sociedad se muestra tan pródiga) en que lo aberrante se hace real, por lo menos no sumarse a la marea dictada por la dominación. Es aquí donde suelen fracasar muchas elucubraciones radicales, habitualmente poco acostumbradas al duro trato con los hechos.

Los atentados que tuvieron lugar el 11 de marzo de 2004 son un ejemplo de estas pruebas de fuego a las que debe someterse toda teoría. Mediante un repaso somero de lo que sucedió entre los bastidores de la crítica social de aquellos días podremos ver algunas de sus limitaciones más frecuentes. De paso, abordaremos en la medida de nuestras posibilidades las causas que llevaron a la confusión y la impotencia que reinaron aquellos días de marzo. Lo sucedido durante aquel día y los siguientes, cuando empezaron a producirse las primeras reacciones de respuesta a los propios atentados y a la manipulación del Gobierno respecto a su autoría, permitirá mostrar algunas grandes debilidades de las construcciones teóricas radicales, no sólo en relación con los atentados sino también con otros aspectos relacionados. Esto nos obligará a tratar un tema tabú como es la cuestión de la lucha armada y, concretamente, la de ETA, que por lo general no se discuten con el sosiego necesario. Uel mismo modo, también tendremos que decir mucho sobre las movilizaciones contra la invasión de Iraq, que tuvieron lugar un año antes de los atentados y cuyo epílogo fue en cierto modo la jornada de reflexión del 13 de marzo de 2004, cuando se produjeron las manifestaciones espontáneas ante las sedes del PP.

Notas

[1] Una versión muy sintética del texto aparece en Lo que el trabajo esconde, Traficantes de sueños, 2005, con el título Repensando a Marx (en un mundo posmarxista).

[2] Véase el volumen de Los Incontrolados Crónicas de la España salvaje, Klinamen/Biblioteca Social Hermanos Quero, 2004.

[3] Resquicios nº2, octubre de 2006, pág. 8. Cf. también «¿Fin del género humano?», ibid., págs. 41-60.


RESQUICIOS
Revista de Crítica Social

100 páginas
Redacción: Javier Rodríguez Hidalgo
Producción: Muturreko burutazioak
Editado por: Likiniano Elkartea
Depósito Legal para la Unión europea: SE-1691-2006
Para cualquier correspondencia, escribir a:
Javier Rodríguez Hidalgo
Apdo. nº 11012
48080 Bilbao

(Suscripción bienal: 20 €)

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  • 16 de febrero de 2008 19:08, por Crates tovarich

    «Koljoses agroecológicos»; ojala. Lo que tendremos es una reconversión industrial pintada de verde. Pero, ¿qué tendrían de malo los koljoses agroecológicos?

    Semejante antisoviétismo fuera de lugar, acompañado de una alabanza de las virtudes sentimentales -ya que no otras- del movimiento insurreccionalista («al menos expresar la colera», etc)simplemente lleva a pensar que la historia se repite: como decía aquel, entre los intelectuales ultraisquierdistas de los años 30 que se dedicaban a glosar la «revolución espiritual instantánea» y el burócrata soviético que andaba buscando cómo lograr que se produjeran unas toneladas más de trigo para que la gente no se muriese de hambre, me quedo con el burócrata.

  • 17 de febrero de 2008 19:53, por p

    Salvo que este largo artículo sea la introducción-sumario a temas que se desarrollan en otros artículos de la revista, me resulta muy grandilocuente y me parece que divaga demasiado. Mucho ruido y pocas nueces; un estilo efectista e intelectualoide, una contínua exhibición de lo que el autor ha leído sobre pensamiento alternativo al alternativo, y en definitiva ninguna respuesta o explicación a la pregunta inquietante que plantea en el título. Saludos.

  • 6 de diciembre de 2008 01:03, por Juan

    De acuerdo con algún comentario de que el artículo no aporta soluciones, pero tampoco hace falta. Sí me gustaría leer la segunda parte cuando se publique.

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