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Nostalgia de otro futuro

Sobre mercenarios e imperialismos «humanitarios» (José Luis Gordillo)

Sobre mercenarios e imperialismos «humanitarios» (José Luis Gordillo)

Publicado en la revista El Viejo Topo 104 (1997)

¿Una nueva OTAN para un nuevo orden mundial?

Joseph Rotblat, físico participante en el Proyecto Manhattan y posterior Secretario del Movimiento Pugwash, en su discurso de aceptación del premio Nobel de la Paz de 1995, recordó lo que debería ser universalmente obvio, esto es, que con «la desintegración de la Unión Soviética, cualquier base lógica para poseer tales armas [las nucleares] desapareció». El mismo Rotblat, Sin embargo, constataba que los acuerdos de desarme a los que se había llegado tras 1989 comportaban sólo una reducción del arsenal nuclear, pero no su total desaparición; e insistió en que afirmar que las armas atómicas siguen siendo necesarias para garantizar la seguridad nacional era la mejor vía para favorecer la proliferación nuclear, ya que lo mismo podían alegar el resto de Estados del planeta. En consecuencia: «La política nuclear actual es una receta para la proliferación; es una política para el desastre». Rotblat advertía de la necesidad de prevenir este desastre y para ello de la necesidad de avanzar hacia la completa eliminación de todas las armas nucleares. Ahora bien, Rotblat recordaba, asimismo, que eso sólo sería una medida provisional, pues «las armas nucleares no se pueden desinventar», de ahí que:

[...] incluso en un mundo sin armas nucleares, cualquiera de las grandes potencias que se viesen envueltas en una confrontación militar, estaría tentada a reconstruir sus arsenales nucleares. Pero aun así estaríamos en mejor situación que la que tenemos ahora, porque la reconstrucción llevaría un tiempo considerable y en ese plazo podría producirse el acuerdo. Un mundo sin armas nucleares sería más seguro que el actual; pero el peligro más remoto de catástrofe seguiría estando ahí. La única forma de prevenirla es aboliendo la guerra en su conjunto; la guerra debe dejar de ser una institución Social aceptable. Tenemos que aprender a resolver nuestras disputas por otros medios que no sean la confrontación militar.

El punto de vista de Rotblat es expresión de sensatez y racionalidad. Pero el rumbo que ha tomado el curso de la cosas, tras lo sucedido en 1989, no ha sido precisamente el indicado por el dirigente de Pugwash.

Una vez desaparecidos el Pacto de Varsovia y la Unión Soviética, y una vez que los dirigentes rusos y del Este europeo han aceptado los dogmas de fe del pensamiento único, parecen darse las mejores condiciones para proceder a la total distensión militar y al desarme nuclear, porque si no se considera ahora el momento oportuno, ¿cuándo lo será? La OTAN sin embargo ha dejado claro en varias ocasiones que no renuncia a la posesión de armas nucleares ni a la disuasión nuclear. Después de todo se supone que gracias a ella se consiguió derrotar al «Imperio del Mal».

Por otra parte, Estados Unidos —nuestros aliados— celebraron la caída del muro de Berlín invadiendo Panamá y aplastando a Iraq, lo que no contribuyó mucho, que digamos, a la abolición de la guerra. Más tarde adoptaron una pasividad cómplice ante las matanzas de Bosnia y el genocidio en Ruanda, mientras mantenían un bloqueo a Iraq que ha provocado cientos de miles de muertes y que de forma periódica exige algunos bombardeos de castigo. Todo esto en un contexto socioeconómico en el que la «victoria del capitalismo» (para hablar en sus términos) no ha hecho más que afianzar las políticas de ajuste neoliberal del FMI, el Banco Mundial, la Unión Europea, etc., y con ellas el incremento de las desigualdades, el empobrecimiento de millones de personas, la dependencia de los países pobres, la miseria, las hambrunas y la degradación medioambiental.

Es obvio, pues, que el nuevo orden mundial se aleja cada vez más de los objetivos propuestos por Rotblat. Es más: incluso su mera formulación ya les parece a muchas personas un auténtico despropósito. A la vista de la realidad circundante, se extiende, por el contrario, la convicción de que las intervenciones militares de las grandes potencias son lo único realista y eficaz que se puede hacer para evitar o paliar las catástrofes humanitarias que se suceden, una tras otra, en este mundo de las muchas crisis. A partir de ahí, y dejándose llevar por la corriente, algunos investigadores por la paz se entusiasman con fantásticos proyectos de ejércitos mundiales, humanitarios en extremo, dirigidos desde una ONU de ensueño resultado de la aplicación de unos maravillosos proyectos de reforma democrática (que se supone serán aceptados por su mera bondad) y que siempre comienzan exigiendo la abolición del derecho de veto en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Para llevarlos a la práctica se confía en que dicho derecho no sea ejercido por sus titulares para vetar, sin ir más lejos, la aprobación de las citadas reformas. Se confía, en definitiva, en que los beneficiarios del famoso derecho se hagan el harakíri. Todo muy pegado a la realidad como se puede ver.

Por lo demás, las citadas intervenciones o no se producen, o cuando se llevan a cabo —como en los casos de Somalia, Haití o Bosnia— se realizan para alcanzar objetivos políticos acordes con una estricta estrategia imperialista que también se está aplicando en la Europa del Este y que poco tiene que ver con los intereses y las necesidades de las poblaciones afectadas. Esto es así, entre otras cosas, porque no existe mecanismo alguno que permita un control democrático de dichas intervenciones. Muchos de los que claman por ellas, además de creer que así salvan su alma, se asignan a sí mismos el papel de pasivos e impotentes espectadores. Mientras tanto, en paralelo, los políticos y militares de las grandes potencias rentabilizan para sus proyectos «de defensa» esos bienintencionados discursos que asocian a los ejércitos conceptos como paz, solidaridad y ayuda humanitaria. Hasta el punto que, a estas alturas, el teleadicto medio debe tener serias dificultades para diferenciar la OTAN de las ONG dedicadas a la ayuda al desarrollo.

En realidad, si ahora se desease emprender de nuevo una campaña a favor del desarme, se debería empezar explicando lo básico, lo que antes no hacía falta explicar. Habría que recordar que la OTAN no es precisamente la mejor garantía de la paz y la seguridad mundial, sino todo lo contrario; que la mayor parte de sus Estados miembros son los principales exportadores de armas del mundo; que la disuasión nuclear fue y es una locura criminal; que la mera existencia de la OTAN justifica el mantenimiento de unos gastos militares desorbitados que menguan las partidas destinadas a fines sociales o a la cooperación y el desarrollo; y que, además, no ha ocurrido nada en los últimos siete años que induzca a pensar que la OTAN ha dejado de cumplirla función de policía interior que le asignaron sus fundadores, ya que ¿existe alguna certeza de que algo semejante a la Red Gladio haya sido descartado por los dirigentes políticos y militares occidentales? (1). En lo sustancial la OTAN no ha cambiado para nada. Otra cosa es que sin enemigo definido padezca una grave crisis de identidad o que las disensiones internas estén a la orden del día. Pero la OTAN sigue siendo lo que era hace diez años: el club militar de los ricos en un mundo en el que la pobreza va en aumento.

El futuro de la guerra

Ahora bien, sí las propuestas de desarme y disolución de todos los bloques militares parecen ingenuas y anacrónicas, entonces merece la pena llevar el razonamiento contrario hasta el final. En esa dirección se puede aprender mucho de Philippe Delmas, ex-asesor de Chirac en política militar y autor de un libro cuyo título no puede ser más revelador de los tiempos que corren: “El brillante porvenir de la guerra”. De paso, se comprenderá mejor la razón de los ensayos nucleares de Mururoa, que fueron considerados por mucha gente como extemporáneos y anacrónicos.

Sostiene Delmas que al orden nuclear de la guerra fría le ha sucedido un desorden universal en el que las políticas militares se están re-nacionalizando. Estima por ello que las guerras de Yugoslavia son un presagio de las guerras del futuro, pues éstas Serán «guerras de la necesidad» provocadas porque un grupo humano considera que su supervivencia es incompatible con la de los otros. Según Delmas, dichas guerras estallarán en primer lugar en los países pobres, porque en ellos «hay demasiados habitantes por kilómetro cuadrado, y habrá el doble dentro de dos generaciones». Allí, en unas pocas décadas, el verdadero desafío —dice— será «comer, beber y por tanto acceder al agua». A lo que cabe añadir que en una época en que más de la mitad del comercio mundial consiste en intercambios entre empresas multinacionales o entre diferentes filiales de las mismas, cualquier interferencia en él, como consecuencia por ejemplo de la conflictividad en el Sur, puede tener efectos totalmente desastrosos para las poblaciones del Norte. Las guerras en los países pobres no pueden dejar indiferentes a los habitantes de los países ricos, ya que pueden acabar constituyendo una amenaza directa para ellos.

Delmas afirma también que muchos Estados han aprendido la principal lección de la guerra del Golfo, a saber: «Nunca combatir contra Estados Unidos sin armas nucleares». Considera por ello que, en un mundo donde ya existen cerca de diez potencias atómicas, es propio de ingenuos creer que las futuras «guerras de la necesidad» nunca serán guerras nucleares. Es más realista estar preparados para tal posibilidad», como lo está el ejército francés.

Ahora bien, puestos a ser realistas hasta el final, también parece propio de ingenuos estimar que es posible librar unas cuantas guerras nucleares regionales, como prevé Delmas para los próximos tiempos, y no provocar «daños colaterales» al resto de la humanidad. Si la guerra tiene un brillante porvenir, como asegura este «experto», entonces a la humanidad le aguarda un futuro más bien sombrío. En definitiva, y a pesar de todo lo ocurrido, el dilema central de la era nuclear si siendo el planteado en el Manifiesto Rusell-Einstein y recordado Rotblat en su discurso de 1995: renunciar a la guerra o poner fin a especie humana.

Es cierto que optar por lo primero, en este mundo de hambruna, pobreza creciente, neocolonialismo y catástrofes ecológicas, conlleva afrontar dilemas morales y políticos nada fáciles de manejar. ¿Declararse antimilitarista debe inducir a la condena sin paliativos de los bosnios antifascistas que han recurrido a las armas para defenderse? No necesariamente, como ya dijeron muchos pacifistas durante los años ochenta en relación con Nicaragua, y en los sesenta y setenta respecto a la resistencia armada de los vietnamitas. Debería inducir, más bien, al apoyo de las causas justas que ellos defienden, pero también a no cerrar los ojos ante las consecuencias negativas que comporta el uso de la violencia y, por ello, a no cejar en el empeño de llevar a la práctica formas alternativas de resolución no violenta de los conflictos.

Más obstáculos en el engranaje de la maquinaria militar

En nuestro país, desde 1989 el movimiento pacifista ha dedicado muchos esfuerzos para conseguir la abolición de la mili. Si finalmente tal cosa sucede se tratará de una victoria parcial y ambigua (seguramente como todas las victorias): se acaba con una institución que inculca sumisión, machismo, belicismo, violencia, militarismo en suma; pero con ello asimismo se les deja a los gobernantes con las manos más libres para llevar a cabo sus aventuras militares en el extranjero. Con la plena profesionalización del ejército ellos confían en no tener que enfrentarse a manifestaciones de padres y madres preocupados por la suerte de sus hijos reclutas. No hay que olvidar que el verdadero punto de inflexión en el proceso que está llevando a la abolición del servicio militar fue la guerra del Golfo. Su carácter imperialista, en el sentido más clásico y rancio de la palabra, nunca será subrayado lo suficiente. Pero por desgracia no fue la denuncia de este hecho lo que impulsó las movilizaciones populares contra la participación española en el conflicto. La oposición popular al envío de marineros se articuló en torno a que éstos estaban cumpliendo el servicio militar, es decir que se les enviaba forzados. La siguiente aventura militar en el exterior fue el envío de tropas a Bosnia «en misión humanitaria». Esta vez, sin embargo, se envió a la Legión y a otras unidades integradas por «voluntarios». Con ello los responsables del Ministerio de Defensa mostraron haber aprendido bien la lección: para enviar tropas al extranjero en misiones difíciles de justificar con argumentos estrictos de «defensa nacional», es mejor enviar soldados mercenarios (una vieja enseñanza, por cierto, del imperialismo clásico).

A nadie se le escapa que la promesa de supresión de la mili, hecha por PP y CiU, tiene mucho que ver con el oportunismo político. Se trata de prometer una medida que Se sabe popular con el objetivo de obtener apoyo social para esas dos fuerzas políticas. Se presume que será bien recibida por la población porque el servicio militar es muy impopular. No obstante ni el PP ni CiU han sido los principales agentes de la deslegitimación de la conscripción forzosa. La mili ha sido deslegitimada, en lo esencial, por los objetores insumisos y por el creciente número de objetores legales. Aunque, a decir verdad, la profesionalización total del ejército contaba desde hace tiempo con valedores influyentes entre intelectuales militares, como Miguel Alonso Baquer o Juan Cano Hevia por ejemplo. Por otro lado, como se sabe, España no es el único Estado europeo que va a proceder a la supresión del servicio militar obligatorio: Holanda, Bélgica y Francia han anunciado lo mismo y en estos países no existe un movimiento antimilitarista de la amplitud del que hay en España.

Ahora bien, para los núcleos organizados de objetores e insumisos y para quienes les han proporcionado cobertura política y social, la abolición de la mili ha sido exigida dentro de un proyecto global de desarme, desmilitarización y desarrollo para el mundo pobre que incluye muchas otras medidas: salir de la OTAN, desarme nuclear y convencional, abandono del concepto tradicional de seguridad, adopción de un modelo de defensa estrictamente defensivo, reducción de gastos militares, incremento de las ayudas al desarrollo (campañas por el 0,7, etc.), educación para la paz y tantas Otras. Nada de esto se ha prometido ahora. Por tanto poco tiene que ver su abolición de la mili con la exigida por quienes más han hecho para deslegitimar la conscripción. Es la abolición que les conviene a ellos y para lo que les conviene. Por esta razón, su anuncio no ha ido acompañado de lo que debería ser obvio: la amnistía para los objetores insumisos y la derogación de las medidas legales introducidas contra ellos en el nuevo Código penal.

Con la desaparición de la mili se habrá acabado una etapa de la lucha antimilitarista y otra diferente dará comienzo. Conviene pensar en cómo se va a continuar obstaculizando de forma no violenta el engranaje del militarismo occidental cuando tal cosa suceda.

Notas

1. En ese sentido, los anticapitalistas siempre tendremos una razón de peso para
seguir oponiéndonos a la OTAN: la simple autodefensa.

2. P. Delmas, El brillante porvenir de la guerra, Andrés Bello, Santiago de Chile, 1996.


Extraído de Nostalgia de otro futuro: la lucha por la paz en la posguerra fría, José Luis Gordillo, Ed. Trotta (2009)

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