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El militarismo como agente destructor  del medio ambiente y de los seres humanos (2)

El militarismo como agente destructor del medio ambiente y de los seres humanos (2)

2. El ejército, colaborador necesario con la injusticia climática y gran contaminador

Nuestras balas tienen bajos contenidos en plomo ya que el plomo usado en las municiones puede dañar el medio ambiente y supone un riesgo para las personas.
BAE Systems, gran fabricante de armas.

La existencia de las diferentes instituciones militaristas es imprescindible para mantener la injusticia climática. Desde que los ejércitos existen como tales y hasta la actualidad, han sido los principales arietes del proceso de destrucción y rapiña, así como los bastiones defensivos de los detentadores de las riquezas expoliadas y de los nuevos centros de concentración de poder político.

Como decíamos arriba, crecer es consustancial y necesario para el mantenimiento de la economía capitalista. La apuesta siempre es proseguir en la senda de la acumulación económica y no optar por la defensa del planeta Tierra. En esta decisión los agentes militares juegan un papel de primer orden.

Son hoy los ejércitos de las principales potencias occidentales y sus aliados, así como los de las nuevas potencias emergentes quienes aseguran los flujos de expolio y rapiña entre los espacios económicos llamados «Norte» y «Sur». Hoy, como ayer, sigue siendo la bota militar quien pone y quita gobiernos, quien ataca e invade países, desplaza poblaciones a fin de apropiarse de los recursos locales sean del tipo que sean: especias o aceite de palma, esclavos, o caza y pesca, petróleo y gas, oro, cobre, litio, uranio, madera, agua, espacios en los que verter desechos y conseguir mano de obra barata. Es la misma amenaza de la fuerza la que impone mercados, monedas, deudas, aranceles y, en resumen, mantiene el ordenamiento económico mundial que beneficia a los negocios del capital y a la fortaleza consumista y contaminadora de las empresas de los países que llaman «desarrollados».

En dicho contexto, la investigación militar ha sido tradicionalmente un agente muy importante en la generación de todo tipo de artefactos, netamente indeseables, cuyo principal fin ha sido de carácter destructivo. Además de la ingeniería armamentística y la energía nuclear, la investigación militar es también punta de lanza de los principales avances en el campo de la cibernética. Dejando a un lado ciertos problemas ecológicos y políticos derivados de la obtención de minerales para los componentes de los distintos aparatos de este tipo de tecnología, el impacto de estas innovaciones sobre la psicología y la sociología humana es innegable, y no siempre para bien. Baste pensar en el fuerte incremento de la capacidad de vigilancia, control y adoctrinamiento que ha obtenido tanto el poder político como la gran empresa, gracias a estas aplicaciones.

os ejércitos son siempre enormes depredadores de recursos: económicos, territoriales, humanos... Es habitual que sean poseedores de enormes instalaciones e ingentes espacios de territorio, ubicados en muchos casos en lugares de alto valor medioambiental. El uso que estas instituciones castrenses conceden a dichos espacios reservados y exclusivos, como resulta evidente, nada tiene que ver con la ecología y sí con sus propias necesidades funcionales: acuartelamientos, puertos y aeropuertos, polígonos de tiro, campos de maniobras, lugares de experimentación de armamento; la preparación de la guerra, en definitiva.

Por encima incluso de la industria de navegación marítima y aérea, la suma de los ejércitos es uno de los grandes causantes de emisiones contaminantes del planeta. En 2017 las fuerzas militares norteamericanas compraron unos 269.230 barriles de petróleo al día y emitieron más de 25.000 kilotoneladas de dióxido de carbono con la quema de esos combustibles. Las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos adquirieron combustible por valor de 4.900 millones de dólares, la Armada, 2.800 millones, seguida por el Ejército, con 947 millones, y los Marines, con 36 millones. Si fueran un país, solo su consumo de combustible las situaría en el puesto 47 de los principales emisores de gases de efecto invernadero del mundo, entre Perú y Portugal.

A ello cabe añadir la propia actividad de la industria militar, generadora de polución y desechos en todos sus procesos. Industria que, para más inri, se dedica a producir objetos tan indeseables como innecesarios, que nacen con fecha de caducidad ‒con obsolescencia programada‒ a fin de que el fuerte negocio y la alta tasa de ganancia no decaiga. Resulta muy llamativo ‒y muy ilustrativo‒ que el papel de los ejércitos y de la industria militar como instancias que absorben y consumen enormes cantidades de recursos y son altamente contaminantes y, en consecuencia, resultan agentes destacados del cambio climático, no se tenga apenas en cuenta en las cumbres internacionales sobre la crisis medioambiental.

Tal potencial destructivo no ha hecho otra cosa que incrementarse, llegando a alcanzar cotas tan desmesuradas como amenazadoras para la supervivencia de la propia especie humana y el planeta. El siglo XX fue testigo de guerras tan destructivas, humana y medioambientalmente, como la de Vietnam o la del Golfo, entre otras muchas. Hoy, la acción militar sigue teniendo como táctica principal el bombardeo, que persigue la destrucción de todo tipo de infraestructuras (edificios, carreteras, fuentes de suministro, rutas, recursos...) y el terror de la población, causando siempre graves daños medioambientales, directos o colaterales. Lo hemos podido comprobar recientemente en Iraq, Palestina, Libia, Siria, Yemen y un largo etcétera. Lejos de aminorarse, o de «humanizarse», la industria militar proporciona sin cesar armas capaces de mayor destrucción física, que son rápidamente incorporadas ‒a menudo como escaparate para propiciar su venta‒ a los diferentes escenarios bélicos.

Más allá de la guerra, la propia existencia y puesta en valor de las diferentes instituciones del militarismo (el reclutamiento obligatorio, por ejemplo) dan lugar a un tipo de sociedad «militarizada», en la que cobra carta de naturaleza la normalización de la injusticia y la aceptación para ello del uso de la fuerza en manos del poder. De este modo, tanto los seres humanos, como la propia naturaleza pierden su valor moral, pudiendo ser violentados e instrumentalizados en caso de resultar útil para el matenimiento del orden vigente.

(continuará…)


Ver también:

El militarismo como agente destructor del medio ambiente y de los seres humanos (1)

El militarismo como agente destructor del medio ambiente y de los seres humanos (y3)

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